Cuando en la grada lateral del Santiago Bernab¨¦u todo el mundo estaba de pie, acomodarse exig¨ªa apurar el caf¨¦ o la cerveza para hacerse con un buen sitio en los partidos de Copa de Europa.
¨C?D¨®nde nos vemos el mi¨¦rcoles?
¨CDonde Carlos.
Carlos era (y es) un mozalbete de 1,90 que acud¨ªa al f¨²tbol con su padre, tambi¨¦n imponente, al que se avistaba de lejos en la ¨²ltima fila, m¨¢s o menos perpendicular a la l¨ªnea del centro del campo. Un sitio de palco. Nos serv¨ªa de faro para ubicarnos todos juntos. Tres escalones por debajo de Carlos, la primera barra de hierro (el "paravalanchas" que cantaba Andr¨¦s Calamaro en Estadio Azteca) nos serv¨ªa de segunda referencia. Aquellos largos preliminares de los mi¨¦rcoles europeos en ese corralito de nueve metros cuadrados consolidaban las amistades sembradas en los domingos de liga.
Una vez el club se acogi¨® a la normativa UEFA que exig¨ªa todo el aforo sentado, algunos de aquellos socios de la grada baja, que disfrutamos viendo las sinfon¨ªas de la Quinta que pudo ganar la S¨¦ptima, las remontadas y otros partidos ¨¦picos, elegimos el abono juntos. A Juan Cano, el mayor de todos, siempre lo envidi¨¢bamos por su disponibilidad para viajar a los partidos de fuera. Militar en la reserva, dispon¨ªa de m¨¢s tiempo que los dem¨¢s, atados por las obligaciones laborales. ?l, de hecho, pudo ir a la final de ?msterdam de la Champions de 1998, la que gan¨® el Real Madrid 32 a?os despu¨¦s de la anterior, cuando el segundo en edad ¨Cyo mismo¨C ten¨ªa tres a?os.
Escuchando los viajes del comandante Cano por Europa ¨Cestuvo tambi¨¦n en Glasgow en 2002¡ª comprendimos que la liturgia de la Champions se quedaba un poco corta solo con los partidos de casa. Empezaba a coger forma el anhelo de palpar ese ambiente fuera de tu estadio. Un buen d¨ªa, cumplidos los 50, alguien, en cualquier barra, formula ese reto tan masculino que relata Leo Harlem: "No hay... narices de irnos a los cuartos de final en Champions". La liamos.
Una bratwurst, unas cervezas y un estadio monumental
El proceso es m¨¢s o menos as¨ª: haces cuentas/consigues el salvoconducto familiar para viajar/solicitas las entradas al club/reclutas cofrades/buscas vuelos y habitaci¨®n en plataformas de internet, con nocturnidad. No suele haber tantos problemas para lograr las entradas en estas rondas intermedias como en las finales: existe un cupo por ronda para la afici¨®n del equipo visitante, y la gente no se mata por un partido de octavos. "Ir a la final se ha convertido en misi¨®n casi imposible", reflexiona siempre Juan Cano, nuestro experto particular.
Mi debut europeo, en los cuartos de final de la temporada 2016-2017, fue de a¨²pa. Por el rival, el Bayern de M¨²nich, y porque instaur¨® una rutina m¨¢gica: el viaje primaveral de Champions. Despu¨¦s de cuarenta a?os como socio, por fin pod¨ªa acoplar la agenda vacacional a un partido europeo. Por fin estaba all¨ª, compartiendo habitaci¨®n de hotel con un amigo que no hab¨ªa conocido ni en el cole ni en la mili ni en el trabajo ni en el veraneo. Y resulta que ronca igual que los dem¨¢s.
La sensaci¨®n de estar en una ciudad nueva el d¨ªa del partido supera todas las expectativas. Uno hasta se suelta con el idioma local. Para comer, unas bratwurst (salchichas) o un kn?chel (codillo) con una grossen bier (cerveza grande). A media tarde, otra grossen bier ¨Ccuesta encontrar algo m¨¢s peque?o¨C en un bierg?rten (jard¨ªn de la cerveza), de esos con bancos corridos tipo Oktoberfest, que comparten sin fricciones hinchas de ambos equipos. Alrededor del casco antiguo transcurren las horas previas al gran momento cultural del viaje: conocer el Allianz Arena. Para el que llega a M¨²nich es inexcusable instagramear la Marienplatz, la Pinacoteca Antigua o el museo BMW, pero para el turista futbolero, acceder a las entra?as de un estadio arquitect¨®nicamente tan ic¨®nico constituye un momento solemne. Como asegura Juan Carlos Cabezas, alma m¨¢ter de estas escapadas, "hay viajes que haces por cultura, pero en otros destinos el tir¨®n es la Champions". Y lo dice un tipo que es capaz de pagar 15 euros por entrar solito al Estadio do Drag?o, en Oporto, para ver un Porto-Maritimo de la liga portuguesa, solo porque le pilla cerca del lugar de vacaciones.
All¨ª est¨¢bamos, rodeados de b¨¢varos mofletudos, amables y tolerantes con las bufandas rivales. En el gr¨¢cil metro de M¨²nich nunca tuvimos m¨¢s problema con los forofos vestidos de rojo que el complejo de autoconsiderarnos una r¨¦plica en miniatura de la especie humana. Qu¨¦ t¨ªos tan grandes. Y tan majos: en esa ciudad, incluso tararear el himno de tu equipo en el suburbano se considera un intercambio cultural entre sonrisas. O la fon¨¦tica enga?a al o¨ªdo, o eso que sonaba parecido a "gl¨¹ckwunsch" al estrecharnos la mano en el viaje de vuelta debe de significar "enhorabuena".
En todos los estadios de esta competici¨®n, al equipo visitante se le reserva un queso de la grada alta, normalmente cercado por una red antivandalismo. Un inconveniente menor: cuando tienes la retina acostumbrada al f¨²tbol en vivo identificas sin necesidad de prism¨¢ticos incluso las virguer¨ªas de los rivales, aunque est¨¦s un poco esquinado y lejos del bal¨®n. Y el o¨ªdo se acostumbra a escuchar acentos de todas partes, porque ah¨ª arriba, entre los 2.500 que tienen el mismo impulso que t¨², hay madridistas de Castilla-La Mancha, Andaluc¨ªa y Valencia, por ejemplo. Si adem¨¢s ganas, el viaje sale redondo. Superas con buen ¨¢nimo incluso los escrupulosos anillos de seguridad alemanes, que se multiplican por diez en los partidos europeos: confiscan desde botellas de agua a cargadores de m¨®vil port¨¢tiles.
"Cgistiano Gonaldo", el majestuoso Par¨ªs y una victoria principesca
En 2018 adelantamos la aventura a octavos de final, "no sea que nos elimine el PSG de Neymar, Cavani y Mbapp¨¦, y no lleguemos a cuartos". Par¨ªs nunca defrauda, a pesar de los 0?C en febrero, de lo estirado de buena parte de sus habitantes y de lo poco apetecibles que resultan para el bolsillo sus men¨²s del d¨ªa a 20 euros, vino aparte. Nunca es tarde para descubrir la utilidad del franc¨¦s del colegio: en el centro, el p¨²blico local parece entender de f¨²tbol y, en general, cuando identifica tu bufanda de hincha for¨¢neo vaticina a voces la victoria de su equipo. "?PSG, PSG!". No hay tono de amenaza, pero digamos que sonr¨ªen menos que los muniqueses al gritar "Cgistiano Gonaldo" mientras te se?alan con el pulgar abajo.
Conoc¨ªa ya el Parque de los Pr¨ªncipes de un partido menor de la Copa francesa en 1980. Nada que ver: el ambiente te pone la piel de gallina, casi al mismo nivel que un paseo matutino por el Trocadero y su Torre Eiffel o por las inmediaciones del Louvre. Aunque en la tarde del encuentro no tuvimos el m¨¢s m¨ªnimo incidente con los aficionados del equipo local, la UEFA advierte de la presencia de aficionados parisinos poco amistosos, lo que nos retiene en el estadio m¨¢s de una hora finalizado el partido. Nueva prueba del rigor del torneo en este asunto: en el metro de Par¨ªs, la seguridad llega hasta el mismo and¨¦n, en forma de agente peludo de cuatro patas. Nueva victoria, y nueva experiencia sin necesidad de mucho selfie. Entre los recuerdos que permanecen, el regreso en metro al centro, con aficionados que llevan tu misma camiseta y buscan acomodo para cenar a la una de la madrugada.
Mitoman¨ªa, museos y fr¨ªo holand¨¦s
Este a?o, el sorteo ha regalado un cruce con el Ajax de ?msterdam. Hace 21 a?os el Real Madrid logr¨® su s¨¦ptima Copa de Europa all¨ª, contra la Juventus. ?msterdam bien merece un garbeo: los museos, las bicis, los canales cazaturistas, el bullicioso Barrio Rojo ¨Ctambi¨¦n cazaturistas¨C y ese ambiente nocturno que detecta como un sabueso en todos los destinos Fernando Maldonado. "Me han hablado de un restaurante con espect¨¢culo..." o "ponen muy bien en TripAdvisor..." son frases que inician sus conversaciones desde el mism¨ªsimo avi¨®n. Cuando le conoc¨ª, hace 22 a?os, era el proveedor de anacardos en las dos horas de espera para el partido, de pie en la grada. Ahora, su chispa forma parte imprescindible del viaje Champions. Poco importa el rabioso fr¨ªo de febrero, la a?oranza de la comida espa?ola al primer bocado de stamppot (un rutinario pur¨¦ con salchichas y alb¨®ndigas), ni las dificultades de esta improvisada pe?a con el ingl¨¦s. Hay pa¨ªses donde hacen por entenderte, y Holanda es uno de ellos.
Para un aficionado al f¨²tbol, mit¨®mano por definici¨®n, entrar en el Amsterdam Arena ¨Choy Johan Cruyff Arena¨C, donde uno vio por la tele ganar a su equipo este torneo por primera vez ¨Ccon uso de raz¨®n¨C es un momento tan hedonista como hacerlo en el museo Van Gogh. Algunos feligreses de otras experiencias dicen que se equipara incluso a la sensaci¨®n de olisquear por vez primera un coffee shop local.
El himno de la Champions eriza el vello y anima el debate en los proleg¨®menos evocando la S¨¦ptima. "El gol de Mijatovic fue en esta porter¨ªa", comenta Juan. "Yo creo que lo meti¨® en el otro fondo", replican otros socios viajeros veteranos, tambi¨¦n presentes en aquel encuentro como en las otras seis finales en color.
Ahora que el Real Madrid cumple mil d¨ªas como campe¨®n de Europa (tres t¨ªtulos consecutivos de 2016 a 2018) es hora de hacer balance: viajar a un partido de Champions constituye una experiencia realmente enriquecedora. Nunca discutes por la comida, porque normalmente nunca se come bien (ni igual) fuera de Espa?a. Todos estamos de acuerdo en evocar la tortilla de patata y el aceite de oliva. Las desavenencias culinarias empiezan y acaban en la discusi¨®n entre la hamburguesa del Burger King o el McDonald's, ¨²nicos locales abiertos de regreso al centro de cualquier ciudad europea a altas horas. Viajas, conoces gente de otras pe?as de Espa?a y de otros pa¨ªses. Y a veces ¨Csiempre, en nuestro caso¨C ganas. El ritual no es barato (la entrada al estadio oscila entre los 55 euros de ?msterdam a los 90 de Par¨ªs, vuelo y hotel en booking.com aparte), pero merece la pena. Contamos los d¨ªas para la pr¨®xima primavera. Y si perdemos, nos re¨ªmos. Por cierto, ?qu¨¦ ser¨¢ de nuestra referencia, el gigante Carlos?
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