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La lucha de las mujeres contra la mutilaci¨®n genital femenina

Cuando el miedo me domina,

cuando la ira se apodera de mi cuerpo,

cuando el odio se convierte en mi compa?ero,

busco el consejo femenino, porque este dolor es solo femenino.

Y me dicen que el dolor femenino perece

como todo lo femenino.

 

Dahabo Ali Muse, Dolores femeninos (poema, 1998)

Una habitaci¨®n corriente o una choza oscura en un poblado en el campo. Una hoja de afeitar comprada en el mercado, un cuchillo afilado o un simple trozo de vidrio roto son suficientes. A veces, aguja e hilo, o las espinas de un arbusto silvestre. Las mujeres de la familia sujetan a la ni?a mientras alguien paga a la encargada de la ablaci¨®n para que le inflija un dolor tan intenso que jam¨¢s lo olvidar¨¢.

Para m¨¢s de 125 millones de mujeres de todo el mundo, el paso de la infancia a la edad adulta est¨¢ marcado por la sangre de la mutilaci¨®n genital femenina (MGF).

El procedimiento consiste en extirpar el cl¨ªtoris, a veces raspar los labios menores hasta eliminar totalmente los genitales externos, y cerrar el corte cosi¨¦ndolo y dejando un peque?o orificio para el flujo menstrual y la orina, que m¨¢s adelante se volver¨¢ a abrir con un corte en la noche de bodas.

Se cree que el ritual, que en determinadas sociedades es obligatorio, purifica a las mujeres de su feminidad, las somete a trav¨¦s del dolor y las hace v¨ªrgenes de por vida e insensibles al placer sexual. Y, por tanto ¨Cy este suele ser el principal objetivo¨C, las convierte en esposas devotas y fieles.

Las complicaciones para la salud pueden ser desastrosas, desde el trauma hasta las infecciones en el momento de la ablaci¨®n. Para las v¨ªctimas de la infibulaci¨®n, los dolores menstruales suelen ser insoportables porque la sangre se acumula en los puntos y, a veces, las dificultades para orinar provocan infecciones de ri?¨®n. Tambi¨¦n causa problemas en el momento del parto: en las comunidades rurales, donde los hospitales est¨¢n lejos o pobremente equipados, la infibulaci¨®n provoca un aumento de uno a dos puntos de las muertes intrauterinas por cada 100 nacimientos.

Mientras que la tasa de mortalidad materna media en los pa¨ªses en desarrollo es de 230 fallecidas durante el embarazo o el parto por cada 100.000 nacidos vivos, en los 26 pa¨ªses africanos en los que se practica la MGF (con la excepci¨®n de Egipto) la prevalencia es mucho mayor. De hecho, alcanza una cifra de 1.100 muertes en Sierra Leona, 850 en Somalia, 650 en Guinea y 420 en Etiop¨ªa.

Seg¨²n las encuestas de Unicef y la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, las v¨ªctimas de las MGF se concentran en 29 pa¨ªses. Aparte de Yemen e Irak, todos los dem¨¢s est¨¢n en ?frica.

Cap¨ªtulo 1
Una herida africana

En Somalia y en Somalilandia, casi toda la poblaci¨®n femenina (98%) ha sufrido la mutilaci¨®n genital y, adem¨¢s, en su forma m¨¢s severa, conocida como infibulaci¨®n. En Somalilandia, el clan Isaq acostumbra a practicar una escisi¨®n extrema llamada gudn¨¹nka fircooniga: los genitales externos se raspan por completo y los tejidos se cosen formando una tira dura y oscura. Tambi¨¦n se registran tasas muy elevadas en Guinea (96%), Yibuti (93%), Egipto (91%), Eritrea (89%), Mali (89%), Sierra Leona (88%) y Sud¨¢n (88%); mientras que Ghana (4%), Togo (4%), N¨ªger (2%), Camer¨²n (1%) y Uganda (1%) se encuentran en los ¨²ltimos puestos de la lista.

Si consideramos las cifras absolutas, la capital mundial de la MGF es Egipto, con 27,2 millones de v¨ªctimas. Etiop¨ªa ocupa el segundo puesto, con 23,8 millones, seguida por Nigeria, con 19,9 millones.

De los 27 pa¨ªses africanos considerados en los informes de Unicef, 14 tienen m¨¢s de un mill¨®n de mujeres mutiladas residiendo en sus territorios.

Sin embargo, dentro de un mismo pa¨ªs a menudo hay grandes diferencias entre los grupos ¨¦tnicos, que en ?frica se calcula que son unos 3.000. En Eritrea, por ejemplo, la prevalencia nacional de la MGF es del 89%. La tasa se eleva al 96% entre la poblaci¨®n Afar y desciende al 2% entre los Tigray.

En Mauritania, donde el porcentaje de mujeres cortadas es del 69%, el 92% de ellas pertenecen al pueblo Sonink¨¦, en la frontera maliense. El ejemplo m¨¢s llamativo tal vez sea Uganda, que con una tasa de MGF del 1%, es el ¨²ltimo pa¨ªs en esta dolorosa clasificaci¨®n; sin embargo, entre los Pokot, un grupo ¨¦tnico que vive en la regi¨®n oriental de Karamoja, la tasa es del 95%, y entre los Sabiny es del 50%.

En Kenia, la prevalencia nacional es del 27%, pero en las comunidades masai alcanza el 73%.

De los grupos ¨¦tnicos de ?frica occidental, los Peul o Fulani, que viven en el vasto territorio que se extiende desde Mauritania hasta Camer¨²n, son una de las poblaciones m¨¢s numerosas que practica la MGF.

La mutilaci¨®n genital femenina no se infiere de la religi¨®n isl¨¢mica. El historiador griego Herodoto, que vivi¨® mil a?os antes que el profeta Mahoma, ya la menciona, y sus ra¨ªces se remontan al Egipto fara¨®nico. En 2006, en Egipto, el Consejo Supremo de Investigaci¨®n Isl¨¢mica de la Universidad de Al Azhar, una de las instituciones m¨¢s prestigiosas del islam sun¨ª, declar¨® formalmente que la mutilaci¨®n genital femenina no tiene nada que ver con la sharia.

El corte es m¨¢s bien una norma social que implica desigualdad entre hombres y mujeres y una obsesi¨®n por controlar la sexualidad de las segundas. Se trata de una convenci¨®n que parece tener distintos significados en cada pa¨ªs. El pueblo Nyaturu, en Tanzania, cree que la enfermedad lawalawa (una afecci¨®n urinaria) es una maldici¨®n de los antepasados que solo se puede curar mediante la MGF. Tambi¨¦n en Tanzania, en el distrito de Tarime, a las ni?as sin cortar no se les permite abrir el establo de las vacas porque traen mala suerte a los que entran despu¨¦s de ellas. En algunas comunidades de Ghana, creen que el cl¨ªtoris de una mujer provoca ceguera al ni?o en el momento de dar a luz; mientras que en los bosques de Costa de Marfil piensan que el cl¨ªtoris posee un gran poder y hay que quitarlo del cuerpo de la mujer para d¨¢rselo a los esp¨ªritus.

En el Golfo de Guinea, la situaci¨®n es m¨¢s complicada: en Sierra Leona, la clitoridectom¨ªa forma parte del rito de iniciaci¨®n en una sociedad secreta de mujeres llamada Bondo. En comparaci¨®n con otras, las iniciadas tienen una extraordinaria libertad de movimiento y eso perpet¨²a el consentimiento de las mujeres para someterse a la mutilaci¨®n

En este mapa interactivo de ?frica encontrar¨¢n las estad¨ªsticas sobre la difusi¨®n y las tendencias locales de una pr¨¢ctica consuetudinaria ancestral dominada todav¨ªa por los estereotipos. Aparte de los 27 pa¨ªses que han participado en las encuestas de Unicef encontrar¨¢n otros mencionados en informes brit¨¢nicos y estadounidenses, y otros que, aunque no practican la MGF, han mantenido interesantes debates p¨²blicos sobre el tema.

Pulsando sobre cada pa¨ªs podr¨¢n obtener informaci¨®n sobre los diferentes tipos de MGF, la prevalencia relacionada con religi¨®n y el nivel de estudios, los grupos ¨¦tnicos involucrados y las leyes aprobadas desde la d¨¦cada de 1960. Y tambi¨¦n sobre las mujeres que han escrito la historia de una guerra por sus derechos.

(En la parte inferior derecha del mapa, las fuentes utilizadas.)

Desde Ben¨ªn hasta Somalia y desde Egipto hasta Zimbabue, las mujeres africanas llevan luchando en primera l¨ªnea por la erradicaci¨®n de la MGF desde la d¨¦cada de 1960. En 2003, Stella Obasanjo, casada con el expresidente de Nigeria Olusegun Obasanjo, propuso a Naciones Unidas que estableciese un D¨ªa Internacional de la Tolerancia Cero con la Mutilaci¨®n Genital Femenina, que desde entonces se celebra cada 6 de febrero. La resoluci¨®n de Naciones Unidas que proh¨ªbe la pr¨¢ctica de la MGF, aprobada por unanimidad el 20 de diciembre de 2012, fue impulsada por africanas en un llamamiento conjunto hecho desde Senegal por representantes de 27 pa¨ªses africanos.
Nos hemos reunido con algunas de esas mujeres en Somalilandia, Kenia y Etiop¨ªa. Ellas nos han explicado apasionadamente c¨®mo han formado valientes coaliciones con el fin de recuperar el control sobre sus cuerpos, en ocasiones pagando el precio de la descalificaci¨®n social.

Cap¨ªtulo 2
En el pa¨ªs inexistente

Hargeisa, Somalilandia. No les ser¨¢ f¨¢cil encontrar esta rep¨²blica en un mapa. En el norte del Cuerno de ?frica, la antigua Somalia Brit¨¢nica declar¨® en 1991 su independencia de la antigua Somalia Italiana con el fin de desvincularse del conflicto que contin¨²a hoy d¨ªa en Mogadiscio. Pero pag¨® la paz con su pr¨¢ctica inexistencia. La comunidad internacional no reconoce este Estado con sus cuatro millones de habitantes divididos en tres clanes familiares que, aparte de la guerra, lo tienen todo en com¨²n con Somalia: la lengua, la pobreza y una cultura patriarcal que combina el islam con las antiguas tradiciones.

Estas incluyen la gudniinka fircooniga, la mutilaci¨®n genital femenina “fara¨®nica”, o infibulaci¨®n infligida a las ni?as a partir de los cinco a?os.

Escuchen la voz de Sadia Abdi, la joven directora de la ONG ActionAid en Hargeisa, que ha sido la fuerza motora de un movimiento cada vez m¨¢s extendido de mujeres que luchan por eliminar la infibulaci¨®n.

En el suburbio de Daami, la vegetaci¨®n rebosa de basura y las caba?as circulares est¨¢n cubiertas de harapos. Nuura Mahamud Muse y Habiba Mohammed Abdi est¨¢n sentadas en una colchoneta cochambrosa recordando la tortura del ritual a las que las sometieron cuando eran ni?as.

Cerca de ellas, dos mujeres que antes se dedicaban a la circuncisi¨®n nos cuentan c¨®mo practicaban la escisi¨®n y la sutura.

Nimco Yousuf Omar y Maryan Jamal Farah vivieron toda su vida de vender hojas afiladas y agujas, hasta que un d¨ªa la Coalici¨®n de Mujeres de Daami les explic¨® que no, que ese no era un trabajo como cualquier otro.

Sadia Abdi es una mujer culta, procedente de una familia muy respetada de Somalilandia. Estudi¨® en Inglaterra y despu¨¦s volvi¨® a las calles sin asfaltar y a los ajetreados mercados de su Hargeisa natal para reemprender una batalla que hab¨ªa sido su obsesi¨®n desde que ten¨ªa solo 14 a?os.

En realidad, la conexi¨®n entre la infibulaci¨®n y el Islam es un falso mito, tal vez el m¨¢s fuerte de los estereotipos corrientes acerca de la MGF. Yousuf Abdi Hoore, im¨¢n de las mezquitas de Tawba y Alnuur en Hargeisa y miembro del Ministerio de Asuntos Religiosos, explica el motivo.

En Somalilandia, cualquier ley tiene que ser aprobada tambi¨¦n por el Ministerio de Asuntos Religiosos. ¡°Por eso, a pesar de todo, la MGF no se considera un delito¡±, explica Sadia Abdi. Mientras que en el plano institucional el acuerdo sobre el car¨¢cter perjudicial de la infibulaci¨®n es casi un¨¢nime, el problema m¨¢s controvertido afecta a una forma de MGF menos severa: un peque?o corte en el cl¨ªtoris denominado sunnah, igual que la segunda fuente de legislaci¨®n isl¨¢mica despu¨¦s del Cor¨¢n. El im¨¢n Yousuf Abdi Hoore explica que esta pr¨¢ctica se basa en una tradici¨®n prof¨¦tica (hadith) seg¨²n la cual, un d¨ªa, Mahoma, al encontrarse con una mujer que estaba realizando una escisi¨®n a su hija, le dijo:

¡°No exageres al cortar. Si no lo haces, su rostro ser¨¢ m¨¢s luminoso y su esposo quedar¨¢ cautivado¡±.

A diferencia de otros pa¨ªses musulmanes, Somalilandia sigue la escuela jur¨ªdico-religiosa shafi¡¯i, que considera que la tradici¨®n tiene la misma importancia que el Cor¨¢n como conjunto de preceptos vinculantes. Este es el principal obst¨¢culo para que en este pa¨ªs se apruebe una ley que proh¨ªba cualquier forma de MGF. Las coaliciones de mujeres no est¨¢n de acuerdo y no renuncian a exigir tolerancia cero para cualquier forma de ablaci¨®n, incluida la sunnah.

¡°Mi hija tiene cinco a?os y va a seguir intacta¡±, asegura Sadia Abdi. ¡°No se perder¨¢ ni un d¨ªa de colegio porque su menstruaci¨®n la consuma de dolor. Podr¨¢ jugar y correr sin miedo a que los puntos se le puedan romper y se le abran. Jam¨¢s maldecir¨¢ haber nacido mujer¡±.

Para que entendamos lo abrumadora que es la presi¨®n social en este pa¨ªs, Sadia rememora la tr¨¢gica historia de una prima suya que se suicid¨® porque no se le hab¨ªa practicado la infibulaci¨®n y en el colegio la llamaban kinterleeyi, un insulto dirigido a las ¡°zorras¡± con cl¨ªtoris.

Gracias a la apacible testarudez de Sadia y a la implicaci¨®n de ActionAid, actualmente en Somalilandia hay 53 coaliciones de mujeres que desaf¨ªan al principal tab¨².

Cap¨ªtulo 3
Del lado de las chicas

Kajiado, Kenia. ¡°Yo tambi¨¦n sufr¨ª la ablaci¨®n, pero mi madre era maestra y luch¨® para que pudiese terminar el colegio. El tema sigue siendo tab¨² en mi familia. Piensan que soy una desvergonzada porque hablo de ello y tomo todas mis decisiones sin pedir permiso a mi marido¡±.

En Elangata Wuas, un poblado del condado de Kajiado, en el sur de Kenia, todos conocen a Fait Mpoke como la masai ¡°diferente¡±.

Tiene 33 a?os, es madre de un hijo y lleva trabajando con la ONG ActionAid desde 2011. Cada ma?ana cruza los espinosos arbustos que delimitan los enkangs (campamentos masai dispersos por la sabana) para intentar convencer a sus habitantes de que ya es hora de que miren hacia el futuro. Para ello hay que empezar por abandonar las tradiciones que traen consigo enfermedades, mortalidad materno-infantil, ignorancia y pobreza, como ocurre con la mutilaci¨®n genital femenina, que en Kenia afecta al 27% de las mujeres, pero que entre los masai (alrededor del 2% de la poblaci¨®n) alcanza el 73%.

Estos pastores semin¨®madas llaman emuatare al rito de extirpar el cl¨ªtoris y los labios menores. En Kenia, en 12 a?os, la prevalencia de la ablaci¨®n ha descendido un 20% entre los masai, pero la lucha por la liberaci¨®n de las mujeres todav¨ªa est¨¢ en sus inicios. No obstante, el pa¨ªs es considerado un l¨ªder en la batalla contra la mutilaci¨®n genital femenina en el ?frica subsahariana: desde 2003, la prevalencia de esta pr¨¢ctica ha disminuido un 16% a escala nacional, y el Fondo de Poblaci¨®n de Naciones Unidas (UNFPA) calcula otro descenso de un 40% de aqu¨ª a 2020.

Actualmente se aplican dos leyes estrictas: la ¨²ltima, aprobada en 2011, prev¨¦ hasta tres a?os de c¨¢rcel para quienes practiquen la ablaci¨®n, as¨ª como castigos para quienes discriminen a las mujeres no mutiladas. Ese mismo a?o se cre¨® una comisi¨®n gubernamental contra la mutilaci¨®n genital femenina y, desde 2014, una unidad fiscal nacional investiga casos en toda Kenia. No obstante, dentro de los l¨ªmites de los enkangs masai, la ¨²nica ley suprema es la sancionada por los mayores siguiendo la senda de la tradici¨®n.

Lucy Yepe Itore cree firmemente que solo fomentando que las familias den educaci¨®n a sus hijas, su pueblo, los masai, lograr¨¢ abandonar para siempre el dolor que causa la ablaci¨®n. En sus funciones de subdirectora de la escuela de primaria de Il Bissil, una peque?a ciudad no lejos de Kajiado, hizo sitio en los dormitorios a las ni?as que hab¨ªa salvado del emuatare y del matrimonio infantil forzoso. Y no pasa un d¨ªa sin que los moran, los j¨®venes guerreros masai, se presenten a las puertas de la escuela blandiendo palos y exigiendo que les devuelvan a sus ni?as.

¡°Me amenazan. He tenido que contratar guardias¡±, cuenta Lucy, una mujer madura de aspecto digno que no se atemoriza ante nada, ech¨¢ndose a re¨ªr.”

Al igual que Faith Mpoke, Lucy recibe llamadas de emergencia de sus ¡°esp¨ªas¡± en los campamentos masai y siempre est¨¢ preparada para salir en misi¨®n de salvamento durante la noche. ¡°En otro centro de rescate acogimos a 130 ni?as¡±, explica. ¡°Desde entonces, algunas de ellas se han hecho enfermeras y una trabaja para una ONG internacional y viaja por todo el mundo. Estoy muy orgullosa de todas ellas¡±.

Lucy desea el mismo futuro sobre todo a Sukuta e Irene, las dos ni?as m¨¢s fr¨¢giles de las que actualmente se alojan en la escuela de Il Bissil.

Kongelai, Kenia. Los pokot son el grupo ¨¦tnico predominante en los condados Baringo y Pokot Occidental de Kenia. Adem¨¢s, viven en la regi¨®n Karamoja de Uganda. Son pastores semin¨®madas, y en el pasado estuvieron en guerra con sus rivales los masai y los turkana. En la actualidad, siguen encerrados obstinadamente en una sociedad patriarcal que mide el valor de sus hijas por la cantidad de cabezas de ganado que sus futuros esposos ofrecer¨¢n como dote. Para ellos, el mutat, la escisi¨®n y sutura de los genitales, convierte a una chica joven e inmadura en una verdadera mujer que m¨¢s adelante perder¨¢ su virginidad por medio de un cuerno de cabra y dar¨¢ a luz a un hijo antes de los 15 a?os.

Susan Krop tiene 37 a?os. Nos habla de las tradiciones de su pueblo. Es presidenta de una red de mujeres que cuenta con 103 miembros activas y m¨¢s de 2.000 simpatizantes dispersas por las manjata, las chozas de barro tradicionales situadas a lo largo del r¨ªo Suam.

Para librar a las ni?as de una vida de sumisi¨®n e ignorancia, Susan ha ideado una estrategia simple pero eficaz: un grupo de madres adoptivas que, a pesar de su pobreza, acogen en sus hogares a ni?as que huyen del mutat y del matrimonio forzoso.

Janet tiene una mirada dura y recelosa que, de repente, se ilumina con una suave sonrisa. A los 14 a?os ya est¨¢ disfrutando de su segunda vida y nos habla de ella con el orgullo de alguien que ha tenido que luchar duramente para poder ser due?a de su destino.

Hace dos a?os entr¨® a formar parte de la familia de Theresa Chepution, una campesina severa pero afectuosa capaz de entender el fondo de la angustia de la ni?a sin necesidad de muchas explicaciones. Igual que hizo Mary, otra madre adoptiva de la Red de Mujeres de Kongelai, con una jovenc¨ªsima v¨ªctima de una violaci¨®n.

La Red de Mujeres de Kongelai nos da la bienvenida con c¨¢nticos y danzas en un claro en el que proyectan construir un centro para las j¨®venes que no han podido alojar en sus casas. Son 30 ni?as y adolescentes, todas ellas con una mirada oscura y afligida, a las que se ha acomodado en un dormitorio de la escuela local.

A Sharon, de 15 a?os, su madre alcoh¨®lica la vendi¨® a cambio de una caja de bebida.

En una peque?a iglesia evang¨¦lica en medio del campo, Susan y Mary dan una clase a un pu?ado de hombres que las miran perplejos. Cuando le ense?an r¨¦plicas del ¨²tero y les describen los efectos de la infibulaci¨®n, el p¨²blico r¨ªe avergonzado. Pero luego, ante las fotograf¨ªas de vaginas deformadas por la f¨ªstula que desarrollaron tras el parto, un silencio pr¨®ximo a la consternaci¨®n se extiende entre los hombres. ¡°No ten¨ªa ni idea¡±, susurra un anciano estremecido por un escalofr¨ªo inexplicable en el ardiente calor de Kongelai.

Cap¨ªtulo 4
En el valle de las mujeres

Odadima, Etiop¨ªa. ¡°La noche de bodas se vuelve a llamar a la mujer que practica las ablaciones para que abra la vagina con un cuchillo, de manera que la esposa se pueda quedar embarazada¡±. Talaado Adam alivia el dolor de su recuerdo personal con una sucesi¨®n de sonrisas recatadas. Se refiere a s¨ª misma como a una ¡°mujer mayor¡±, aunque solo tiene 35 a?os, y es capaz de bailar como una lib¨¦lula apenas los hombres del pueblo insin¨²an los ritmos fren¨¦ticos en sus grandes tambores.

Pero en este abrasador valle envuelto en una humedad que corta la respiraci¨®n, todos los rostros llevan escrito con nitidez que la vida no es m¨¢s que una lucha desesperada. As¨ª es sobre todo para las mujeres, que todav¨ªa muelen el grano a mano inclinadas sobre piedras planas y, a continuaci¨®n, lo machacan en morteros levantando palos m¨¢s largos que sus demacrados cuerpos con gestos r¨¢pidos y precisos.

Despu¨¦s de Egipto, Etiop¨ªa es el pa¨ªs del mundo con mayor n¨²mero de mujeres ¡°cortadas¡±: 23,8 millones, seg¨²n datos de Unicef, es decir, el 74% de la poblaci¨®n femenina. Pero en la regi¨®n de Oromyia, que comprende tambi¨¦n estas tierras bajas, la prevalencia asciende al 87,2%, mientras que en la regi¨®n somal¨ª del sudeste alcanza el 97,3%, y en la zona de Afar, en el noreste, el 91,6%. De los 66 grupos ¨¦tnicos m¨¢s importantes del pa¨ªs, 46 practican diferentes formas de mutilaci¨®n genital femenina.

El C¨®digo Penal, revisado en 2005, la proh¨ªbe expresamente, pero los activistas de la sociedad civil sostienen que el Estado podr¨ªa y deber¨ªa hacer mucho m¨¢s.

Tambi¨¦n contra la creciente medicalizaci¨®n de la ablaci¨®n que se viene observando en las ¨¢reas urbanas: seg¨²n una encuesta de 2011, el personal sanitario de Ad¨ªs Abeba ha realizado m¨¢s del 20% de las intervenciones de MGF en ni?as menores de 15 a?os contempladas en el estudio.

Al salir de la capital rumbo al sureste, una autopista de aire futurista acaba en la animada ciudad de Nazreth. Despu¨¦s solo se ven monta?as y una interminable y accidentada pista de tierra que se insin¨²a entre curvas y m¨¢rgenes rocosos y que, despu¨¦s de casi un d¨ªa de viaje, llega al puente sobre el r¨ªo Wabe. Alrededor de sus aguas turbulentas viven los waredube, una comunidad musulmana de unas 5.000 personas. Cuando, en la cumbre por los derechos de las mujeres de verano de 2015, el Gobierno et¨ªope asegur¨® que la MGF estar¨ªa totalmente erradicada del pa¨ªs en 2015, probablemente se olvidaba de este pueblo que sigue viviendo sin electricidad ni agua corriente gracias a una agricultura de subsistencia vigilada de cerca por el caprichoso r¨ªo.

Prisioneras de un paisaje cautivador pintado con verdes gargantas y picos majestuosos, las mujeres waredube mueren por decenas a causa de los efectos de la infibulaci¨®n. El centro de salud m¨¢s cercano, situado en la ciudad de Seru, est¨¢ a nueve horas a pie. ¡°En el pasado tambi¨¦n nos sol¨ªan volver a coser cuando nuestros maridos dejaban el hogar para irse a trabajar¡±, a?ade Talaado Adam. ¡°Antes de irse, contaba los puntos, de manera que cuando volviese pudiese volver a contarlos para comprobar la fidelidad de su esposa¡±.

Nimo tiene 14 a?os. Dice con orgullo que a ella no le practicaron la infibulaci¨®n, ni tampoco a un grupo de ni?as de su misma edad. ¡°Despu¨¦s de que las cortasen y cosiesen, algunas mujeres mor¨ªan, y luego otras mor¨ªan tambi¨¦n durante el parto, pero nunca se nos hab¨ªa ocurrido que la causa fuese la infibulaci¨®n¡±, admite Fatma Fara, l¨ªder de la Red de Mujeres waredube.

Sin embargo, a veces las revoluciones son m¨¢s f¨¢ciles de poner en pr¨¢ctica que de imaginar: bast¨® con que alguien del distrito Seru se acordase de la existencia de esta poblaci¨®n aislada para que se enviasen educadoras de ActionAid. Ellas explicaron que toda la comunidad podr¨ªa prosperar cuando se liberase a las mujeres de un lastre innecesario.

Etiop¨ªa es un pa¨ªs de mayor¨ªa cristiana y quiz¨¢ el que muestre mejor que cualquier otro lugar de ?frica c¨®mo la pr¨¢ctica de la MGF es normal en todas las religiones. De hecho, afecta al 89% de las et¨ªopes musulmanas, al 67% de las cat¨®licas y al 69% de las seguidoras de otras iglesias cristianas.

En la ciudad de Seru, las voces de los almu¨¦danos se han mezclado desde siempre en armon¨ªa con los coros de las iglesias. A pesar de la dram¨¢tica escasez de presupuesto y de infraestructuras b¨¢sicas, la administraci¨®n del distrito invit¨® a los l¨ªderes musulmanes y cristianos y a las representantes de las organizaciones de mujeres a sentarse alrededor de una mesa con el objetivo de empezar a trabajar conjuntamente para convencer a las familias de que abandonasen la mutilaci¨®n genital femenina.

Cap¨ªtulo 5
?La MGF es tambi¨¦n un asunto europeo?

Edna Adan Ismail ha sido pionera en la lucha contra la MGF en ?frica. Comadrona y luego primera dama de Somalia, ministra de Somalilandia tras la declaraci¨®n de independencia y funcionaria de la ONU, actualmente dirige en Hargeisa un hospital especializado en salud materno-infantil que lleva su nombre y que financi¨® de su propio bolsillo.

Edna Adan fue la primera mujer del Cuerno de ?frica que denunci¨® los da?os f¨ªsicos y psicol¨®gicos que provoca la infibulaci¨®n. Lo hizo en la d¨¦cada de 1970, y hasta entonces nunca se hab¨ªa o¨ªdo a una mujer hablar p¨²blicamente de genitales y de sexualidad. Cuando nos reunimos con ella en Hargeisa, esta en¨¦rgica y voluntariosa mujer de 78 a?os insiste en recordarnos que, hoy en d¨ªa, la MGF ya no es solamente un problema africano.

Durante a?os, el Parlamento Europeo ha dado la cifra de 500.000 v¨ªctimas y 180.000 ni?as en riesgo, ¡°pero en realidad desconocemos la fuente de estos datos¡±, se?ala Jurgita Pe?i¨±rien?, del Instituto Europeo de la Igualdad de G¨¦nero (EIGE) con sede en Lituania, y autora de los dos ¨²nicos estudios europeos exhaustivos sobre este tema. ¡°Los m¨¦todos de recogida de datos estad¨ªsticos var¨ªan mucho en cada Estado miembro¡±, se?ala la experta. ¡°Algunos pa¨ªses utilizan los datos de inmigraci¨®n, y otros usan los registros sanitarios, as¨ª que es imposible comparar los resultados, y por lo tanto los n¨²meros son siempre aproximados¡±. Actualmente, a petici¨®n de la Comisi¨®n Europea, el IEIG est¨¢ trabajando para facilitar un m¨¦todo que, a partir de 2017, ayude a todos los Estados miembros a investigar la prevalencia de la MGF con sus cifras reales.

No obstante, si se comparan los estudios nacionales ya existentes es posible hacerse una idea de la extensi¨®n actual de la MGF en Europa. Desde las 170.000 v¨ªctimas que se calculan en Reino Unido hasta las 42.000 de Suecia, pasando por las 350 de Hungr¨ªa, en este momento todos los Estados miembros que acogen inmigrantes de pa¨ªses en los que se practica la MGF se enfrentan al tema.

En este mapa interactivo encontrar¨¢n los datos, las leyes aprobadas hasta ahora y las condenas por el delito de mutilaci¨®n genital femenina. En realidad son muy pocos excepto en Francia.

(En la parte inferior izquierda del mapa, las fuentes utilizadas.)

Cap¨ªtulo 6
Uncut (el futuro)

?Qu¨¦ piensan realmente las mujeres africanas del ritual de la ablaci¨®n? ?Hasta qu¨¦ punto es dif¨ªcil condenar una pr¨¢ctica objetivamente da?ina para mujeres que van a darse de bruces con la conformidad social y con una mentalidad que desde hace siglos domina profundamente el concepto de la condici¨®n de ser mujer? Unicef ha entrevistado a una muestra de mujeres de los 27 pa¨ªses africanos que practican la MGF y les ha peguntado si creen que hay que eliminarla. Los resultados reflejan la difusi¨®n de la MGF en los diferentes pa¨ªses y dan a entender que, para muchas mujeres, sigue siendo una norma tan interiorizada que es imposible plantearse abandonarla.

El consentimiento m¨¢s generalizado se ha registrado entre las mujeres de Guinea, donde el 81% est¨¢ de acuerdo en que se contin¨²e practicando. Le sigue Mali con un 80%, Sierra Leona con el 74%, Gambia con el 72% y Somalia con un 33%. En los pa¨ªses en los que la MGF est¨¢ menos extendida, parece que la voluntad de las mujeres de erradicarla es mayor: en Ben¨ªn, Ghana, Tanzania, Burkina Faso, Togo, N¨ªger y Kenia, menos del 14% querr¨ªa que se conservase la tradici¨®n.

En 2013, el Fondo de Poblaci¨®n de Naciones Unidas public¨® un documento que pronosticaba la tendencia futura. Desde 2005 hasta 2010, en ?frica en general, la prevalencia de la MGF cay¨® un 5%. Si el descenso se mantiene constante, la pr¨¢ctica se reducir¨¢ a la mitad en un futuro tan lejano como 2074. En cambio, si la tasa sigue siendo la misma, debido al aumento de la poblaci¨®n, las j¨®venes de entre 15 y 19 a?os v¨ªctimas de la mutilaci¨®n genital femenina ser¨¢n 20 millones en 2030, mientras que a finales de 2010 fueron 13,7 millones.

Con todo, hay pa¨ªses que ya pueden congratularse de haber registrado avances considerables: en Ben¨ªn, la tasa anual de reducci¨®n entre las j¨®venes de 15 a 19 a?os es del 23%; en Nigeria, del 7%; en Egipto, del 6%; en N¨ªger, del 5%; en Kenia, del 4%; en Senegal, del 3%; y en Burkina Faso, del 1%. En el extremo opuesto encontramos pa¨ªses que han experimentado un aumento: Guinea Bissau (2,1%), Mali (0,9%) y Guinea (0,7%).

Para pron¨®sticos futuros, el UNFPA considera en detalle 16 pa¨ªses africanos y los divide en tres grupos: los que, gracias a los programas adecuados y a los recursos contra la MGF, experimentar¨¢n un descenso de un 40% de aqu¨ª a 2020 (Burkina Faso, Eritrea, Etiop¨ªa, Kenia, Senegal, Sud¨¢n y Uganda); los que experimentar¨¢n un descenso de un 15% (Yibuti, Egipto, Guinea Bissau, Mali y Mauritania), y aquellos en los que la MGF se reducir¨¢ un 10% (Gambia, Guinea, Somalia y Nigeria).

¡°Hab¨¦is sido capaces de llegar a la Luna, e incluso m¨¢s all¨¢¡±, dec¨ªa Edna Anan a los occidentales, ¡°pero no pod¨¦is ayudar a las mujeres de ?frica y de los pa¨ªses en desarrollo a luchar contra las pr¨¢cticas que las llevan a morir durante el embarazo y el parto. Por eso no veo una verdadera colaboraci¨®n.

Creo que la ayuda tiene que ser humana, no sensacionalista.

Una campa?a sincera que ayude a acabar con este problema¡±.

Un proyecto de Emanuela Zuccal¨¤

Emanuela Zuccal¨¤: texto, v¨ªdeo, investigaci¨®n de datos
Simona Ghizzoni: fotograf¨ªa, v¨ªdeo
Alessandro D¡¯Alfonso: grafismo, mapas, desarrollo de la p¨¢gina web
Paolo Turla: edici¨®n de v¨ªdeo
Valeria De Berardinis: investigaci¨®n de datos, asistente de producci¨®n
Giulia Tornari: supervisi¨®n

Comisariado por Zona

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UNCUT es producido con el apoyo del Programa de Becas para la Innovaci¨®n en la Informaci¨®n sobre el Desarrollo del Centro Europeo de Periodismo (EJC), financiado por la Fundaci¨®n Bill & Melinda Gates y realizado en colaboraci¨®n con la ONG ActionAid.

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Nuestro particular agradecimiento
a Barbara Antonelli y Renata Ferri.

Traducci¨®n:

Amel Saheed (somali)
Faith Mpoke, Lucy Yepe Itore (maasai)
Susan Krop (pokot)
Margaret Namaganda (kiswahili)
Berhanu Diro (oromo, amharic)

Al espa?ol: Newsclips; edici¨®n PLANETA FUTURO

Las voces en la apertura y en el final de este web-documental son de Soila y Natasha, dos chicas de 13 a?os hu¨¦spedes en el centro de rescate en Il Bissil, Kenia, que salva las ni?as masai de MGF y del matrimonio forzoso. Soila y Natasha han compuesto estas canciones para darse fuerza en sus momentos m¨¢s dif¨ªciles.

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