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La ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, tres d¨¦cadas despu¨¦s

La herida identitaria del Este golpea Alemania

Tres d¨¦cadas despu¨¦s, la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y la reunificaci¨®n alemana han escrito una historia de ¨¦xito extraordinaria que contrasta con el sentimiento de frustraci¨®n y anhelo identitario de muchos ciudadanos del este, del que se alimenta la ultraderecha.

"Mire, este soy yo¡±. Frank Richter apunta a una cabecita de la foto del monumento de la Prager Strasse de Dresde. Ah¨ª se ve un muro humano de polic¨ªas rodeando a unos 20 j¨®venes. Los uniformados son las fuerzas de seguridad de la antigua Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA) y los chicos son manifestantes que, como el entonces cura Richter, piden reformas democr¨¢ticas y que pare la violencia policial. Aquello era el oto?o de 1989 y las calles del este de Alemania, primero en Leipzig, pero tambi¨¦n en Berl¨ªn y en Dresde, eran un hervidero de protestas que asfixiaban al r¨¦gimen socialista. El 9 de noviembre de aquel oto?o, un error de comunicaci¨®n en una conferencia de prensa de un jerarca de la RDA acabar¨ªa por tumbar el muro de Berl¨ªn, dando paso a la hist¨®rica reunificaci¨®n, uno de los mayores logros de la historia de Europa. De eso hace justo ahora 30 a?os y Alemania lo celebra.

Es el momento de festejar que aquel jueves de noviembre marc¨® el inicio de un proceso que permitir¨ªa a millones de ciudadanos ser libres, poder votar, viajar, visitar a sus familias, dejar de estar vigilados y estudiar lo que les diese la gana. El momento de recordar que aquel fue el comienzo tambi¨¦n de la unificaci¨®n de una Europa que a partir de ese momento se transform¨® de manera radical hasta sumar 28 miembros del este y el oeste del continente. Y todo sin derramar una gota de sangre.

En oto?o de 1989, mientras Richter trataba de cambiar el curso de su pa¨ªs en las calles, la atleta disidente Ines Geipel, huida del Este, vio c¨®mo el Muro se esfumaba en un peque?o televisor de la taberna en la que trabajaba cerca de Fr¨¢ncfort. La peque?a Sandy Bruschies, rodeada de sus juguetes, no imaginaba que sus padres la iban a meter en un coche y que su vida cambiar¨ªa para siempre. Joachim Rudolph alucin¨® con la facilidad con la que se evaporaba la barrera de cemento bajo la que hab¨ªa cavado un t¨²nel que ya es leyenda. Y Joachim Glauer empezaba a darse cuenta de que despu¨¦s de la euforia vendr¨ªan tambi¨¦n las preocupaciones en un mundo nuevo, en el que los transistores, como casi todo lo que fabricaban, dejar¨ªan de tener valor.

La ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, tres d¨¦cadas despu¨¦s

Las reflexiones de estos alemanes orientales viajan desde el pasado al presente de un pa¨ªs irreconocible, en el que m¨¢s all¨¢ de los logros evidentes, este aniversario ha dado pie tambi¨¦n en Alemania a un momento de profunda introspecci¨®n colectiva, de comprender y reconocer los estragos de una reunificaci¨®n ejemplar, pero a la vez imperfecta. Tres d¨¦cadas y miles de millones de euros despu¨¦s, los indicadores sociales y econ¨®micos muestran que el este y el oeste de Alemania se acercan cada vez m¨¢s. La distancia entre los salarios, el crecimiento econ¨®mico y las infraestructuras se estrecha. Pero a la vez, esas cuotas de bienestar no se corresponden con la frustraci¨®n que anida entre buena parte de los habitantes de la antigua RDA, tambi¨¦n entre los m¨¢s j¨®venes.

Treinta a?os despu¨¦s, el relato blanquinegro se va difuminando, dando paso a infinitos grises poblados por gente que aborrec¨ªa el sistema pol¨ªtico de la RDA, pero que se niega a borrar d¨¦cadas de su biograf¨ªa y que le pone muchos peros a una reunificaci¨®n en la que, entre los vencidos, la frustraci¨®n muta en anhelo identitario. Y la lenta y dif¨ªcil digesti¨®n resurge. La cuesti¨®n del este est¨¢ por todas partes, en las librer¨ªas, en los peri¨®dicos, en las redes y tambi¨¦n en la pol¨ªtica. En parte, pero no solo, porque la extrema derecha alemana ha encontrado en la singularidad hist¨®rica del este un fil¨®n electoral.

Se lamentan de la falta de reconocimiento y de la dignificaci¨®n de unas vidas laborales, sociales y personales que, m¨¢s all¨¢ del r¨¦gimen pol¨ªtico en el que se enmarcaban, saltaron por los aires de un d¨ªa para otro. De personas que ocupaban su lugar en la sociedad y de repente pasaron a sentirse ciudadanos de segunda clase en una Alemania unificada. Menos capaces para el trabajo, con ropa pasada de moda, los tontos de la clase. Cuando, adem¨¢s, se supon¨ªa que todos ten¨ªan que sentirse felices y superliberados y, sobre todo, muy agradecidos.

Lo reconoc¨ªa la canciller, Angela Merkel, en octubre al conmemorar la reunificaci¨®n: ¡°En el este y en el oeste, la gente est¨¢ m¨¢s satisfecha que en ning¨²n otro momento desde la reunificaci¨®n. Pero tambi¨¦n sabemos que esa no es toda la verdad¡±. Un sondeo reciente del Gobierno indica que hasta el 57% de los encuestados dijeron sentirse ciudadanos de segunda clase respecto al oeste. Solo un 38% de los preguntados del este consider¨® la reunificaci¨®n un ¨¦xito. Entre los menores de 40 esa cifra rondaba apenas el 20%.

Esas sensaciones contrastan enormemente con los ¨²ltimos datos del comisionado del Gobierno para la reunificaci¨®n, que reflejan una historia de ¨¦xito con pocos matices. El PIB per c¨¢pita del este de Alemania ha crecido hasta el 75% en comparaci¨®n con el del oeste, frente al 43% de 1990, seg¨²n el informe anual del Ejecutivo. El desempleo nunca ha sido tan bajo (6,8% frente al 4,8% en el oeste) y los salarios alcanzan ya el 84% de los de la Alemania occidental. El crecimiento del PIB el a?o pasado, con un 1,6%, fue incluso algo mayor que en el oeste (1,4%) y cuando le preguntan a la gente en las encuestas, la gran mayor¨ªa dice que su vida ha mejorado significativamente.

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Fuente: Oficina Federal de Estad¨ªstica de Estados.

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Fuente: Oficina Federal de Estad¨ªstica de Estados.

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Fuente: Oficina Federal de Estad¨ªstica de Estados.

EL PA?S

La ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, tres d¨¦cadas despu¨¦s

¡°Reunificaci¨®n es un eufemismo¡±, piensa hoy Richter, entonces activista. ¡°Lo que en realidad hubo fue una adhesi¨®n. Nosotros quer¨ªamos democratizar la RDA y despu¨¦s negociar con el Oeste. Pero fuimos asimilados en el sistema jur¨ªdico de la Alemania occidental y ese es el problema que perdura hasta hoy¡±, opina. Richter es ahora parlamentario socialdem¨®crata en Sajonia. En la Prager Strasse, donde se ve su cabecita en la foto, queda poco de lo que fue aquel pa¨ªs. En la esquina hay un McDonald's y m¨¢s all¨¢ un d?ner kebab. Hoy llueve a mares en Dresde y el agua lava los nombres de los h¨¦roes de la RDA esculpidos en el suelo, tambi¨¦n el de Richter.

Entre el 4 y el 8 de octubre de 1989, la polic¨ªa carg¨® contra los manifestantes en Dresde. En la protesta multitudinaria de la foto se eligi¨® a una veintena de manifestantes para negociar con las autoridades. Aquel fue el famoso grupo opositor de Los 20 fundado por Richter. En Leipzig llevaban semanas saliendo a la calle los lunes y en Berl¨ªn casi un mill¨®n de personas se concentr¨® en la Alexanderplatz. En las protestas se ped¨ªa libertad para viajar, para votar, de prensa y de manifestaci¨®n, adem¨¢s de la libertad de los presos pol¨ªticos y la legalizaci¨®n del Neues Forum, el movimiento pol¨ªtico prodem¨®cr¨¢tico. Mientras, en Praga o en Varsovia, miles de personas se agolpaban a la espera de poder viajar al oeste de Alemania. Otros lo hab¨ªan hecho ya desde Hungr¨ªa, la primera en abrir una brecha en el tel¨®n de acero.

Protesta en Dresde en el oto?o de 1989 para reclamar a las autoridades reformas democr¨¢ticas.
Protesta en Dresde en el oto?o de 1989 para reclamar a las autoridades reformas democr¨¢ticas. CORDON PRESS

¡°Quer¨ªamos un di¨¢logo pac¨ªfico dentro de la RDA. Cuando nos manifest¨¢bamos, no pod¨ªamos imaginar que el Muro iba a caer. Era la frontera mejor protegida del mundo entero. Era inimaginable que un imperio con cientos de miles de soldados sovi¨¦ticos protegi¨¦ndolo fuera a caer¡±, recuerda Richter. Pero cuatro semanas despu¨¦s de aquella protesta, cay¨®.

¡°El Muro no cay¨®, el Muro lo abrieron. La gente quer¨ªa libertad para viajar. Ese era el gran tema. Estaban encerrados. Lo de la reunificaci¨®n vino despu¨¦s¡±, matiza Richter, activo pol¨ªticamente desde la iglesia en los ¨²ltimos a?os de la RDA. En las asambleas ecum¨¦nicas se discut¨ªa de derechos humanos, medio ambiente, militarizaci¨®n... La polic¨ªa pol¨ªtica, la Stasi, le ten¨ªa controlado desde la escuela. Dos profesores escribieron en su acta que iba a la iglesia y que ve¨ªa la televisi¨®n del Oeste. ¡°Richter no puede cursar estudios pedag¨®gicos¡±, escribieron. Su sue?o de ser maestro se esfum¨® y decidi¨® estudiar Teolog¨ªa. ¡°Siempre estuve controlado¡±.

Richter trata ahora de comprender la mentalidad sociopol¨ªtica de sus compatriotas del este y el descontento que se propaga por la Alemania oriental. No tanto las grandes ciudades, como sobre todo aquellos rincones que sufrieron una hemorragia demogr¨¢fica tras la ca¨ªda del Muro. M¨¢s de dos millones de personas emigraron hacia la RFA de una poblaci¨®n de 16,4 millones. La explicaci¨®n es cuantitativa, pero sobre todo cualitativa. Se fueron los m¨¢s j¨®venes, los m¨¢s capaces. El campo y las periferias perdieron vida y con el tiempo servicios y recursos. La poblaci¨®n del este de Alemania se ha estabilizado y en 2017 por primera vez se registr¨® un saldo migratorio positivo, cuando m¨¢s gente emigr¨® del oeste al este que al rev¨¦s. Pero el este de Alemania sigue envejeciendo a mayor ritmo.

Richter trata de descifrar el alma del este alem¨¢n y no duda de que m¨¢s all¨¢ de cifras, resulta crucial tener en cuenta el anhelo de una identidad que, por muy asociada que estuviera a la dictadura, fue suplantada de un plumazo por otra, la de los vencedores. ¡°Aqu¨ª, en el este, la fachada tiene buen aspecto. El problema es en el terreno de lo humano. La pol¨ªtica quiere racionalizar, pero aqu¨ª hay muchas emociones¡±.

Placa que conmemora en la Prager Strasse de Dresde las protestas contra el r¨¦gimen de la RDA en las que particip¨® Frank Richter a finales de los a?os ochenta.
Placa que conmemora en la Prager Strasse de Dresde las protestas contra el r¨¦gimen de la RDA en las que particip¨® Frank Richter a finales de los a?os ochenta.

¡°La RDA fue el ¨²nico pa¨ªs del imperio sovi¨¦tico que se entreg¨® voluntariamente. Polonia, Hungr¨ªa¡­ todas recuperaron su identidad nacional. Aqu¨ª se perdi¨® la soberan¨ªa y eso ha generado problemas. Ahora hay una nueva identidad, forjada a trav¨¦s de la experiencia de ser dominados por la Rep¨²blica Federal¡± y esta viene marcada por ¡°una victimizaci¨®n que se ha ido heredando¡±, sostiene el autor de ?Pertenece Sajonia todav¨ªa a Alemania?, el libro en el que Richter bucea en las causas del descontento.

Y esa identidad de la victimizaci¨®n es la que explota con maestr¨ªa una extrema derecha que, a su vez, se siente v¨ªctima de un escenario pol¨ªtico en el que est¨¢ marginada. Poco importa que los l¨ªderes de AfD (Alternativa para Alemania) provengan del oeste del pa¨ªs ni que el partido naciera contra la pol¨ªtica monetaria europea, al margen de cualquier reivindicaci¨®n del este de Alemania. AfD ha descubierto que puede responder a las angustias de los alemanes orientales con nacionalismo y autoritarismo xen¨®fobo. All¨ª, les dice a su habitantes, est¨¢ la verdadera Alemania, frente a la multiculturalidad del oeste. Igual que se rebelaron en 1989, deben hacerlo ahora vot¨¢ndoles a ellos. Mientras, los ultras han ido poblando el tejido social en las periferias m¨¢s despobladas e ignoradas por los partidos tradicionales, en las fiestas, entre el voluntariado; han sabido hacerse un hueco en la cultura local.

T¨²nel 29

Mientras Richter batallaba para cambiar el sistema desde dentro, Joachim Rudolph hac¨ªa a?os que hab¨ªa decidido que la ¨²nica opci¨®n era huir de la RDA, sortear f¨ªsicamente el muro que cegaba el horizonte de su vida.

Para poder empezar a hablar, Rudolph saca el atlas y lo abre sobre la mesa de comedor en su casa de Berl¨ªn, en el oeste de la ciudad. Su vida, como la de tantos hombres y mujeres de este rinc¨®n de Europa, transcurre a un lado y otro de fronteras movedizas y en su caso, adem¨¢s, partida por un muro del que se burl¨® con un t¨²nel y en el que encontr¨® el amor.

La ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, tres d¨¦cadas despu¨¦s

¡°No nos pod¨ªamos imaginar que iban a cerrar una ciudad como Berl¨ªn. Compart¨ªamos el agua, los tranv¨ªas¡± JOACHIM RUDOLPH, el hombre del t¨²nel Edad: 81 a?os En octubre de 1961 escap¨® de Berl¨ªn Este. Ya en el Oeste, construy¨® un peque?o t¨²nel por debajo del Muro que permiti¨® escapar a otras 29 personas. La primera de ellas fue Eveline, quien despu¨¦s se convertir¨ªa en su esposa.

Rudolph naci¨® en Silesia, un pedazo de territorio que hoy pertenece a Polonia. En 1945 su familia huy¨® de los rusos con lo puesto. Ten¨ªan una t¨ªa con familia en Berl¨ªn y echaron a andar. As¨ª llegaron a Prenzlauer Berg, un barrio en el este de Berl¨ªn, hoy epicentro de la gentrificaci¨®n y plagado de j¨®venes estadounidenses fascinados por el cool berlin¨¦s.

Llegaron exhaustos a un edificio bombardeado, con la abuela herida, sin ropa ni calefacci¨®n. Su hermana logr¨® un trabajo en una tienda para oficiales rusos, donde hab¨ªa salami y caf¨¦. La familia lo troceaba minuciosamente y lo vend¨ªan a los vecinos. As¨ª comenz¨® a reflotar la econom¨ªa familiar. Para ir al oeste, recuerda ahora Rudolph en su casa de Berl¨ªn, ¡°hab¨ªa que cruzar una verja, pero se cruzaba en bici o en coche¡±. Cuando termin¨® el colegio, le qued¨® claro que no podr¨ªa ir a la universidad por su falta de compromiso con la RDA. ¡°Yo no ten¨ªa ganas de ayudar al Estado, no me apuntaba a las cosechas de patatas ni nada por el estilo¡±. Un d¨ªa de 1961, cuando estaba de vacaciones en un camping en el norte, se enter¨® de que habr¨ªa un cierre total.

¡°No nos pod¨ªamos imaginar que iban a cerrar una ciudad como Berl¨ªn. Yo ten¨ªa amigos en el oeste. Compart¨ªamos el agua, los tranv¨ªas". Fue a probar suerte en la Bernauer Strasse. Hab¨ªa un alambre de espino y seis soldados armados le dijeron que se fuera de all¨ª. Todav¨ªa sin acabar de cre¨¦rselo, se junt¨® con cinco amigos en un bar. ?Y ahora qu¨¦?, se preguntaron. ¡°A partir de ah¨ª, ya solo habl¨¢bamos en voz bajita, de c¨®mo escapar, claro¡±. Lo planearon todo en un caf¨¦, donde se encontraban para compartir la informaci¨®n que les llegaba de la televisi¨®n del oeste del pa¨ªs. Sab¨ªan qu¨¦ trozos del Muro estaban m¨¢s vigilados. Recorrieron con la bici todo el per¨ªmetro en busca de huecos. Conoc¨ªan las calles del plano de memoria. Dieron con un descampado, con un r¨ªo y su correspondiente torre de vigilancia, que pod¨ªa convertirse en el hueco que buscaban. El 9 de septiembre de 1961 se presentaron all¨ª a las tres de la ma?ana. Tardaron cinco horas en recorrer 100 metros sin ser descubiertos hasta llegar al oeste de Alemania. No ten¨ªan ni idea de d¨®nde estaban en medio de la noche. Por fin, llegaron a una casa iluminada y un joven les dijo: ¡°Enhorabuena, lo hab¨¦is conseguido¡±.

¡°Nuestro sue?o se hab¨ªa cumplido". La polic¨ªa les dio documentos para viajar y les envi¨® al albergue de refugiados donde deb¨ªan apuntarse. Les dieron una beca para la universidad. ¡°No nos faltaba de nada. Yo podr¨ªa haber vivido tranquilamente en el oeste del pa¨ªs¡±. Pero el Muro seguir¨ªa marcando la vida de Rudolph durante mucho tiempo. Conoci¨® a dos italianos y juntos construyeron un t¨²nel de unos135 metros de largo desde la zona oeste hasta el s¨®tano de una casa en la Sch?nholzer Strasse 7, junto al Muro y ya en el este de Berl¨ªn. Veintinueve personas lograron escapar en dos d¨ªas reptando a trav¨¦s de ese t¨²nel durante media hora, hasta llegar hasta la escalera al otro lado, en el oeste.

Fotograf¨ªa de Joachim Rudolph y su esposa, Eveline, y la placa que cuelga en su casa en recuerdo del piso donde estaba el t¨²nel que durante un tiempo uni¨® las dos mitades de Berl¨ªn.
Fotograf¨ªa de Joachim Rudolph y su esposa, Eveline, y la placa que cuelga en su casa en recuerdo del piso donde estaba el t¨²nel que durante un tiempo uni¨® las dos mitades de Berl¨ªn.

Hoy en la puerta de aquella casa cuelga una placa que recuerda a ¡°los hombres valientes que eligieron este peligroso camino¡±. All¨ª se lee que en esta zona de la Bernauer Strasse se construyeron 12 t¨²neles, pero solo tres fueron exitosos, debido a las continuas delaciones: al menos 140 personas murieron entre 1961 y 1989 tratando de cruzar el Muro por causas relacionadas con el sistema de fronteras de la RDA, seg¨²n los datos oficiales del  Memorial del Muro de Berl¨ªn. La amabilidad del portal, totalmente rehabilitado, con un carrito de bicicleta para ni?os y flores pintadas en el techo en tonos pastel, es solo un recuerdo m¨¢s del cambio radical que ha sufrido esta ciudad y este pa¨ªs en apenas 30 a?os.

¡°Escapar no era un decisi¨®n f¨¢cil. Hab¨ªa que dejar atr¨¢s tu casa, tu familia, tu trabajo, todo. Pero no pod¨ªamos imaginarnos que ¨ªbamos a pasar el resto de nuestra vida en ese r¨¦gimen autoritario¡±. Rudolph ten¨ªa sed de mundo y lo recorri¨® a conciencia, en furgoneta. China, Mongolia, ?frica¡­ vivi¨® en Nigeria unos a?os y despu¨¦s volvi¨® a Berl¨ªn. Cuando cay¨® el Muro corri¨® a ver a su familia. Su casa en el oeste de Berl¨ªn est¨¢ llena de m¨¢scaras y de recuerdos de viajes por un mundo que nunca quiso perderse. ¡°En toda mi vida, jam¨¢s pens¨¦ que el Muro fuera a caer¡±, dice ahora.

Eveline, su mujer, sube hasta el quinto piso en el que viven cargada con la compra. Fue la primera refugiada del t¨²nel que ¨¦l ayud¨® a construir y all¨ª fue donde se conocieron. Junto a la puerta del ba?o de la casa cuelga una placa esmaltada con un n¨²mero impreso en negro: el siete. La misma placa que todav¨ªa hoy falta en la Sch?nholzer Strasse.

Armado en la frontera

La revisi¨®n, la reconstrucci¨®n de lo que fueron aquellos a?os es tal vez particularmente dif¨ªcil para aquellos a los que les toc¨® estar del otro lado. ¡°Nosotros ¨¦ramos los que defend¨ªamos la dictadura a la fuerza¡±, se presenta Joachim Glauer, en su casa en un pueblo cerca de Berl¨ªn. A Glauer le toc¨® defender el Muro con un arma en la mano, en la temida frontera entre el este y el oeste. Primero le enviaron a entrenar a la frontera con Checoslovaquia. Despu¨¦s, a Blankenstein, en Turingia, en la frontera sur de la RDA. La instrucci¨®n era ¡°impedir que nadie cruzara al oeste por todos los medios. Los que quer¨ªan cruzar eran enemigos de la RDA, nos dec¨ªan. Quienes tuvieran una idea distinta del Estado eran enemigos¡±. ?l hab¨ªa tenido problemas en el hombro y pens¨® que se librar¨ªa del reclutamiento, pero no fue as¨ª. ¡°Era una obligaci¨®n. Yo no ten¨ªa ningunas ganas, pero me daba miedo negarme. Pod¨ªa quedarme sin casa u otras represalias. All¨ª pas¨¦ un a?o haciendo turnos de entre ocho y doce horas, con una ametralladora y 60 balas¡±.

¡°La presi¨®n era enorme en la frontera. All¨ª nadie quer¨ªa disparar. Si alguien se acercaba, hab¨ªa que ordenarles que pararan y si no lo hac¨ªan, disparar al aire. Si a¨²n as¨ª no paraban, hab¨ªa que tirar a las piernas. Me daba mucho miedo, yo sab¨ªa que era gente que no hab¨ªa hecho nada¡±. En los entrenamientos, Glauer se preocup¨® de fallar consistentemente, para que luego no le acusaran de mala punter¨ªa cuando le tocara disparar contra un civil. Glauer saca las fotos de aquella frontera que guarda como oro en pa?o. Se ve el campo, el Muro y una torre de vigilancia. Cuenta que dos tipos la consiguieron cruzar embistiendo una furgoneta cargada de cemento contra una de las puertas del Muro. Hace cinco a?os, en un evento conmemorativo, Glauer se los encontr¨®.

Pinche en la imagen para visitar el fotorrelato sobre la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn a trav¨¦s de fotograf¨ªas del archivo de EL PA?S.

La relaci¨®n de Glauer con el r¨¦gimen no era especialmente conflictiva en aquellos a?os. ?l era un tipo austero, al que no le importaba que en el supermercado no hubiera variedad ni no tener un buen coche. ¡°Las condiciones materiales eran buenas. Para m¨ª, el gran problema era no poder viajar ni leer lo que quisiera. Ahora no viajo mucho, pero s¨¦ que puedo hacerlo si quiero. Esa es la gran diferencia. Y s¨¦ que puedo expresar mi opini¨®n como me d¨¦ la gana¡±.

Glauer estaba ¡°convencido de que la idea de la sociedad socialista era buena, que merec¨ªa la pena. El problema es que la puesta en pr¨¢ctica, la ejecuci¨®n, fue otra cosa¡±. ¡°El gran tema era la falta de capacidad de decidir por ti mismo c¨®mo quieres que sea tu vida. Ese era el gran tema¡±. ?l nunca quiso huir. ¡°Yo no quer¨ªa irme. Ten¨ªa a mi familia y no quer¨ªa dejar de verlos. El precio que hab¨ªa que pagar era muy alto¡±.

Como para otros alemanes orientales, el gran punto de inflexi¨®n no fue la ca¨ªda del Muro, sino las manifestaciones previas. ¡°Ah¨ª fue cuando me di cuenta de que ya no hab¨ªa miedo al Estado¡±. En ese clima efervescente, Glauer fue con su mujer en octubre de 1989 al Volksb¨¹hne, el maravilloso teatro berlin¨¦s del Este. Cuando acab¨® al obra, se ley¨® un manifiesto en el que ped¨ªan libertad de expresi¨®n para los artistas. ¡°Reprodujimos el manifiesto y yo lo colgu¨¦ en mi puesto de trabajo. Sentimos que la democracia llegaba¡±.

La madrugada que cay¨® el Muro, Glauer cogi¨® su Trabant, el ya m¨ªtico coche rechoncho, y se fue a ver hacer historia. Pero enseguida se dio cuenta de que no todo iban a ser alegr¨ªas. Un familiar hab¨ªa comprado una radio en el oeste de Alemania y todos hac¨ªan fiestas al sofisticado aparato. ¡°No s¨¦ de qu¨¦ os alegr¨¢is, ?no os dais cuenta de que pronto cerrar¨¢n vuestra f¨¢brica de radios?¡±. El instituto donde Glauer trabajaba como inform¨¢tico tambi¨¦n cerr¨®. ¡°Despu¨¦s de la gran euforia, vino el miedo a perder el trabajo¡±.

Muchos de los que tienen ahora 60 a?os y salieron a la calle a manifestarse por la libertad sintieron que hab¨ªan perdido muchos a?os y creyeron que una vida nueva y mucho mejor empezaba. Pero a menudo se encontraron con empleos mal pagados, pensiones que no se equiparaban a las del oeste y, sobre todo, la falta de reconocimiento de sus vidas laborales. Se toparon con una brutal desindustrializaci¨®n de unas estructuras econ¨®micas obsoletas, incapaces de competir en el oeste del pa¨ªs y en un mundo global en el que el bloque del Este dejaba de existir como actor econ¨®mico y comercial. La consigna fue privatizar lo m¨¢s r¨¢pido posible. Los empresarios de Alemania occidental compraron y compraron y todav¨ªa hoy no hay ni una sola empresa del este en el Dax, el equivalente al Ibex alem¨¢n. El este sigue siendo en buena medida la f¨¢brica del pa¨ªs, donde se produce, pero no es el lugar en el que se toman las decisiones.

Las ¨¦lites profesionales y econ¨®micas de la RFA desembarcaron al otro lado y ocuparon los mejores puestos. Llegaron entre 30.000 y 40.000 y se pusieron a dirigir universidades, teatros, hospitales, empresas, todo. La falta de representaci¨®n de ciudadanos del este en las instituciones del Estado persiste e incluso en el Gobierno federal solo hay una ministra de esa parte del pa¨ªs, sin contar, claro, con la canciller Merkel, que creci¨® cerca de la frontera polaca.

La ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, tres d¨¦cadas despu¨¦s

¡°All¨ª nadie quer¨ªamos disparar. Si no paraban, hab¨ªa que tirar a las piernas. Me daba mucho miedo¡± JOACHIM GLAUER, El soldado del Muro Edad: 70 a?os En su juventud, se vio obligado a patrullar en la frontera. No fue especialmente beligerante con el r¨¦gimen comunista, pero se manifest¨® en los ochenta pidiendo libertad. Hoy se declara frustrado por el resultado 30 a?os despu¨¦s de la reunificaci¨®n.

Tambi¨¦n por eso, Glauer dice entender a la perfecci¨®n la sensaci¨®n de frustraci¨®n que se respira en el este de Alemania 30 a?os despu¨¦s. ¡°La gente ha perdido la esperanza. Han pasado muchos a?os en el paro. Para mucha gente ha sido muy dif¨ªcil hacerse cargo de su vida y que no sea el Estado el que se encargue de todo. Lo que no debe olvidarse es que fue un cambio radical. De repente, era un mundo nuevo. Todo lo que para m¨ª hab¨ªa sido normal, desapareci¨®. No entend¨ªa nada¡±. Glauer tiene claro que ¡°hay un resurgir del sentimiento del este, de eso no hay duda¡±.

?l mismo comparte muchas de las tesis que la extrema derecha propaga. Como la de que la democracia alemana est¨¢ tomada por una correcci¨®n pol¨ªtica que impone la autocensura en la prensa. "La gente de la RDA detectamos con mucha m¨¢s facilidad los discursos huecos, porque tenemos muchos a?os de entrenamiento. Tenemos un radar especial¡±. Ahora ya no lee la prensa, solo blogs.

Un estudio publicado al calor del 30? aniversario, del instituto Policy Matters para Die Zeit, muestra la frustraci¨®n del 80% de los preguntados, para quienes el oeste el pa¨ªs no ha reconocido lo suficientemente sus esfuerzos en la reunificaci¨®n. Y refleja una desafecci¨®n alarmante con las instituciones del Estado. Un 58% de los encuestados dijo que no se sienten mejor protegidos de la arbitrariedad estatal que en tiempos de la RDA y un 41% siente que no se puede expresar con m¨¢s libertad que antes de 1989.

Internet y terapeutas

Con personas como Rudolph o como Glauer, historia viviente de Europa, puede uno cruzarse en las calles de un Berl¨ªn sin fronteras. En el que los turistas insisten en preguntar, pero ?esto es el este o el oeste? A pie de calle, apenas los monumentos y las baldosas que serpentean por el suelo de Berl¨ªn marcando el recorrido del Muro recuerdan la implacable barrera que seg¨® vidas y dividi¨® familias. Hasta ah¨ª, el paisaje f¨ªsico. El mental, el colectivo, es otra historia.

Mueva el rat¨®n sobre la imagen lateralmente para comparar la fotograf¨ªa antigua (de marzo de 1990) y la actual del cruce entre las calles berlinesas de Zimmerstrasse y Charlottenstrasse.

En las cabezas de muchos alemanes del este, monta?as de recuerdos se resisten a borrarse y 30 a?os despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro cobran una nueva vida en boca de j¨®venes que han crecido con el estigma de los perdedores y que ahora deciden hacer las paces con su pasado. Son m¨¢s asertivos de lo que lo fueron sus padres, que estuvieron demasiado ocupados en salir adelante y rehacer su vida en el sistema capitalista. Muchos j¨®venes del oriente de Alemania reivindican ahora su nueva identidad como herederos de una reunificaci¨®n tremendamente exitosa, pero que tambi¨¦n produjo incontables cicatrices mentales.

Como Sandy Bruschies, que devora un brownie en un caf¨¦ en la zona m¨¢s comercial del que fuera Berl¨ªn Este. Esta mujer amable de 38 a?os lleva la contabilidad en una plataforma de livestream berlinesa y forma parte de esos j¨®venes del este de Alemania que ahora sienten una cierta liberaci¨®n al hablar de su pasado, sin complejos, sin culpa y con menos dificultades materiales que las que padecieron sus padres.

Llegar hasta aqu¨ª, cuenta Bruschies, le ha costado grandes conflictos familiares. Quer¨ªa saber por qu¨¦ su familia huy¨® de la RDA y explicarles lo traum¨¢tico que fue para ella. Quer¨ªa hablar de eso de lo que durante d¨¦cadas no se habl¨® en su casa y ahora emerge en los peri¨®dicos, en podcasts o en grupos de Facebook, donde la tercera generaci¨®n de la RDA se junta en foros para compartir el pasado. ¡°Este es el momento que he estado esperando toda mi vida adulta, poder hablar de mis a?os en la RDA sin que nadie se r¨ªa ni me insulte. A veces tengo la sensaci¨®n de que he vivido dos vidas distintas. La de la RDA y la del Oeste. Dos, totalmente diferentes¡±.

En su familia, Bruschies logr¨® romper un silencio que manten¨ªa los labios apretados durante d¨¦cadas. ¡°De repente empezamos a hablar de lo que ech¨¢bamos de menos, de nuestro pasado, lloramos juntos, todas las l¨¢grimas contenidas desde que cay¨® el Muro¡±.

Ella creci¨® en una granja en Sajonia-Anhalt, un Estado del este de Alemania, donde su familia criaba vacas, cerdos y gallinas. Era una familia tradicional, sujeta como el resto a la vigilancia y falta de libertades del r¨¦gimen de la RDA. ¡°Sab¨ªamos que escuchaban nuestro tel¨¦fono, que le¨ªan las cartas; era algo que se sab¨ªa, pero que no se dec¨ªa. Mis padres ten¨ªan 27 y 29 a?os y quer¨ªan ver algo distinto¡±.

El 4 de noviembre de 1989, cinco d¨ªas antes de que el Muro pasara a la historia, un amigo de la familia Bruschie les recogi¨® en un Trabi. ¡°Se supon¨ªa que ¨ªbamos al cumplea?os de mi abuelo y acabamos en la Rep¨²blica Checa. Recuerdo las filas de coches en la frontera¡±. Desde all¨ª viajaron a Baviera, entonces Alemania occidental. ¡°Nadie nos explic¨® que nos ¨ªbamos a quedar all¨ª. Ten¨ªa miedo de no volver a ver mis abuelos, de no recuperar mis juguetes. Estuve semanas enferma¡±.

El primer d¨ªa de colegio ya empez¨® la humillaci¨®n que cuenta Bruschies ha sido una constante en la vida de much¨ªsimos j¨®venes del este de Alemania, a menudo blanco de las burlas. Ellos eran los tontos, los catetos, los Ossis (orientales). El primer d¨ªa de clase la profesora la sac¨® a la pizarra para resolver un problema de matem¨¢ticas que no supo hacer. ¡°Obviamente, a la maestra no le gustaba la gente del Este¡±.

Sus padres, como el resto de los de su generaci¨®n, ten¨ªan sus propios problemas con los que lidiar. Por primera vez en sus vidas les carcom¨ªa la angustia de si iban a llegar a fin de mes y podr¨ªan dar de comer a los ni?os. ¡°Nuestros padres nos dec¨ªan que no pod¨ªamos protestar, que por ser del este del pa¨ªs ten¨ªamos que ser especialmente buenos y simp¨¢ticos. No pod¨ªamos permitirnos ser vagos o est¨²pidos, no fuera a ser que cumpli¨¦ramos con el clich¨¦. He tenido que escuchar tantas barbaridades contra la gente del Este, que si ven¨ªamos a quitarles el trabajo¡­ eso me fue cambiando y el enfado se fue acumulando. Yo no me siento diferente, pero me han hecho sentir diferente. Desde el principio, te ponen el sello de Ossi¡±. Del Este.

La ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, tres d¨¦cadas despu¨¦s

¡°Empezamos a hablar de nuestro pasado, lloramos juntos todas las l¨¢grimas contenidas desde que cay¨® el Muro¡± SANDY BRUSCHIES, La nueva generaci¨®n Edad: 38 a?os Nacida en el Este, creci¨® en el Oeste, un entorno hostil en el que la hicieron sentir menos capaz y le llamaban ¡®Ossi¡¯, un mote para los vecinos reci¨¦n llegados que significa algo as¨ª como llorones y catetos. Ahora por fin es capaz de hablar de ello para superarlo.

Cuando cay¨® el Muro, la familia no pudo volver a una granja que no era de su propiedad. Su padre encontr¨® trabajo como alba?il y su madre en un invernadero. Pero volv¨ªan al este en todas las fiestas y las vacaciones. ¡°Mis padres no esperaban que su vida fuera a ser tan dif¨ªcil en el oeste, que su formaci¨®n no fuera a ser reconocida. Mis abuelos ya hab¨ªan tenido que cambiar de sistema una vez tras la Segunda Guerra Mundial y ahora otra vez. Son muchos cambios. La digitalizaci¨®n, los refugiados y la gente tiene miedo a los cambios tan r¨¢pidos. Hay gente que simplemente no lo ha conseguido. Somos tres generaciones, pero cada uno hemos vivido el mismo fen¨®meno de manera diferente¡±.

Bruschies aprendi¨® a reprimir su acento y cuando alguien se enteraba de d¨®nde ven¨ªa le dec¨ªan como si fuera un halago: "?De verdad eres Ossi?, no lo pareces". ¡°En 30 a?os no ha habido nunca una aceptaci¨®n plena¡±, afirma. Esta joven vivi¨® una ¨¦poca en Nueva York y all¨ª fue simplemente alemana, ni del este ni del oeste del pa¨ªs, ¡°lo que siempre hab¨ªa deseado¡±. Ahora se junta con gente que ha conocido en Internet y se cuentan sus historias de entonces, de su adolescencia. Son sesiones cat¨¢rticas. ¡°Hay que hablar, hay que abrir de par en par las ventanas. Le toca a mi generaci¨®n. Tenemos buenas condiciones de vida, tenemos Internet y terapeutas. Es nuestra responsabilidad hacerlo ahora. Mi generaci¨®n ha explotado. Ahora, cuando hablas del Este te escuchan. Ahora siento una paz enorme¡±.

Las palabras y el tono de Bruschies recuerdan mucho al de Zonenkinder, el libro con el que la escritora Jana Hensel destap¨® en 2002 la caja de los truenos en Alemania. Tuvo un enorme ¨¦xito, porque cuenta la infancia y juventud de la autora en la RDA y la sensaci¨®n de p¨¦rdida y de vac¨ªo tras la reunificaci¨®n. ¡°El Muro cay¨®, la RDA fue fagocitada por el Oeste y mi infancia desapareci¨®. A veces me siento como si mi pasado estuviera encerrado en un museo¡±, escribe Hensel. ¡°?ramos los hijos de los perdedores de la historia, de los que se burlaban los vencedores por proletarios, gente que acarreaba una reputaci¨®n de conformistas con el totalitarismo y de vagos¡±, cuenta en su libro.

Las encuestas demuestran con claridad c¨®mo esa identidad heredada del Este no se desvanece y engorda al margen de los logros econ¨®micos. Un reciente sondeo del Instituto Allensbach indicaba, por ejemplo, que mientras en el oeste de Alemania un 19% de los encuestados entre 15 y 24 a?os consideraba su futuro econ¨®mico poco favorable, en el este del pa¨ªs la cifra sube hasta el 42%.

En miles de personas

395,3

Desde los Estados del Este

a los del Oeste

110,9

89,7

89,1

89,1

87,4

87,4

Desde los Estados del Oeste

a los del Este

36,2

1990

2005

2018

Fuente: Oficina Federal de Estad¨ªstica de Alemania.

EL PA?S

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Fuente: Oficina Federal de Estad¨ªstica de Alemania.

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Desde los Estados del Este

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Desde los Estados del Oeste a los del Este

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Fuente: Oficina Federal de Estad¨ªstica de Alemania.

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Desde los Estados del Oeste a los del Este

1990

2005

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Fuente: Oficina Federal de Estad¨ªstica de Alemania.

EL PA?S

La ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, tres d¨¦cadas despu¨¦s

Los resultados de las ¨²ltimas elecciones regionales en el este de Alemania son tambi¨¦n muy reveladores. Al contrario de las tesis que defienden que la extrema derecha se nutre de los m¨¢s mayores, en Brandeburgo, por ejemplo, el 30% de los votos de j¨®venes entre 25 y 34 a?os fue a parar a AfD, el partido autoerigido representante de los intereses del este.

Son hijos de gente que trabaj¨® en profesiones que ya no existen o que produc¨ªan cosas que tras la ca¨ªda del tel¨®n de acero no hab¨ªa a qui¨¦n vender. J¨®venes y mayores tuvieron que dejarlo todo atr¨¢s. Quedaron, en t¨¦rminos acad¨¦micos, ¡°culturalmente despose¨ªdos¡±. Sus nombres se convirtieron en motivo de burla en el Oeste, su ropa, sus peinados. Toda su vida se pas¨® de moda de un d¨ªa para otro. Nunca fue una uni¨®n entre iguales, para empezar porque uno de ellos era un sistema pol¨ªtico muerto. Lo cierto es que la gente de la Alemania occidental no tuvo que cambiar nada, la de la oriental, casi todo.

¡°Los cient¨ªficos sociales y la prensa pensaron que la cuesti¨®n del Este desaparecer¨ªa, pero no ha sido as¨ª. Las nuevas generaciones vuelven a hablar de ello y hacen una revisi¨®n cr¨ªtica de la reunificaci¨®n, que no sabemos a d¨®nde nos llevar¨¢¡±, reflexiona Steffen Mau, en su despacho de la Universidad Humboldt de Berl¨ªn, donde ense?a Macrosociolog¨ªa. Mau cree que se ha invertido mucho dinero en mejoras materiales, pero poco ¡°en pol¨ªtica de mentalidades¡±.

Para Mau, no hay duda de que el discurso ¡°ha cambiado completamente en el ¨²ltimo a?o o a?o y medio". "El este ha vuelto a la agenda pol¨ªtica. No es que la brecha sea m¨¢s grande, es que es m¨¢s visible. Durante mucho tiempo se ha tapado y el relato era de que el este ten¨ªa que alcanzar al oeste y que nos encontr¨¢bamos en un periodo transitorio, pero que las diferencias acabar¨ªan por desaparecer. Pero cada vez es m¨¢s evidente que el este del pa¨ªs siempre ser¨¢ diferente. Las estructuras sociales son distintas¡±, contin¨²a Mau, autor de un libro reci¨¦n publicado, L¨¹tten Klein: La vida en la sociedad de la transformaci¨®n en el este de Alemania. Mau piensa que todav¨ªa hace falta tiempo, que ¨¦l mismo no podr¨ªa haber escrito este libro hace 15 a?os, porque era demasiado pronto para abordar sus experiencias como antiguo ciudadano de la RDA en Rostock, la ciudad hanse¨¢tica del noreste de Alemania.

El factor econ¨®mico y el agravio comparativo con el oeste alem¨¢n desempe?a, seg¨²n este experto, un papel fundamental. La gente nacida en la RDA tuvo muchas menos oportunidades de ascenso social, cuando en realidad el proceso natural habr¨ªa sido que subieran porque part¨ªan de una situaci¨®n m¨¢s desfavorable. ¡°En t¨¦rminos relativos han perdido y eso ha generado una legi¨®n de desclasados y decepcionados. El este pas¨® a ser la clase baja de la reunificaci¨®n¡±, cuenta Mau, quien asegura que todav¨ªa hoy, el 60% de los apartamentos de Leipzig est¨¢ en manos de gente del oeste del pa¨ªs. ¡°Fue un proceso de movilidad social hacia abajo¡±.

Atleta de ¨¦lite, dopada

Esa paz que dice respirar ahora Bruschie no ha llegado ni llegar¨¢ para las que fueron v¨ªctimas directas del terror de un r¨¦gimen implacable con los que consideraba traidores. Es el caso de Ines Geipel, uno de los rostros que mejor refleja el horror de las v¨ªctimas de un r¨¦gimen que mantuvo a sus ciudadanos encerrados tras un muro, pero que quiso proyectar su supuesto poder¨ªo en el resto del mundo a trav¨¦s de sus atletas.

Geipel bati¨® en 1984 el r¨¦cord mundial en la prueba de 4 x100 metros relevos y se ha convertido en el rostro de la lucha contra el dopaje masivo que quebr¨® los cuerpos de j¨®venes promesas de la RDA. Cuenta Geipel que se hizo corredora porque pens¨® que ¡°si corr¨ªa muy deprisa podr¨ªa ver Roma o incluso Par¨ªs". "Si corres r¨¢pido o si saltas hasta muy lejos, puedes ver el mundo¡±, pens¨®.

El atletismo iba a ser el pasaporte que le permitir¨ªa traspasar el muro de hormig¨®n. Lo que nunca imagin¨® es que iba a venir desde los 17 a?os acompa?ado de un veneno en forma de pastillas que la har¨ªan correr m¨¢s a que los dem¨¢s. ¡°Claro que sab¨ªa que estaba tomando una pastilla, pero hab¨ªa una cierta cultura de la pastilla, estaban por todas partes. Siempre nos dec¨ªan que no hab¨ªa vitaminas y que las pastillas nos ayudar¨ªan. ?ramos inocentes, pero est¨¢ claro que no puedes ser na¨ªf en una dictadura¡±. En 2005, Geipel pidi¨® que le quitaran la medalla, que borraran su nombre de un podio que no merec¨ªa.

Ines Geipel, en una imagen de archivo.
Ines Geipel, en una imagen de archivo. France Presse

Geipel asegura que no fue hasta el a?o 2000, durante el juicio en Berl¨ªn, cuando realmente se dio cuenta de lo que hab¨ªa pasado, ¡°de que el Gobierno hab¨ªa decidido dar a 15.000 adolescentes hormonas masculinas¡±. ¡°Recuerdo el juicio aquel verano. Hab¨ªa mujeres que se desmayaban porque solo en ese momento se daban cuenta de por qu¨¦ tuvieron c¨¢ncer¡±.

Viajaba por el mundo para competir, pero incluso los viajes eran ¡°un infierno¡±. Todo r¨¢pido. El avi¨®n, el hotel, la competici¨®n, el podio y el vuelo de vuelta. ¡°Igual en el autob¨²s en Roma ve¨ªas el Coliseo al pasar, pero eran como instantes de postal. Cada vez te hac¨ªas m¨¢s adicta a ver mundo, porque en realidad no ve¨ªas nada. Y luego, al llegar al aeropuerto de Sch?nefeld sent¨ªas como si se apagaran las luces. Sal¨ªas al mundo y luego ten¨ªas que enfrentar de vuelta la realidad. Era casi m¨¢s duro saber que hab¨ªa un mundo ah¨ª fuera. Yo no era feliz¡±, asegura durante una entrevista en la sede de la Bundesstiftung zur Aufarbeitung der SED-Diktatur, la fundaci¨®n federal creada por el Parlamento alem¨¢n para el estudio de la dictadura comunista.

Geipel se enamor¨® de un atleta mexicano, muy guapo y muy diferente de los alemanes orientales. Quiso escapar a Los ?ngeles con ¨¦l, pero la Stasi se dio cuenta. ¡°1984 fue mi propio a?o orwelliano. Cuando dicen que la RDA era maravillosa y c¨¢lida, yo digo que cuando eras su enemigo pod¨ªa ser un sistema simplemente brutal. Trataron de encontrar a un hombre que se pareciera al mexicano y de reclutarme para la Stasi¡±. A?os m¨¢s tarde, aquejada por fuertes dolores, Geipel descubri¨® que le produjeron mutilaciones en el abdomen durante una supuesta operaci¨®n de apendicitis, lo que le impidi¨® seguir corriendo.

La atleta disidente logr¨® escapar finalmente en el verano de 1989, antes de caer el Muro, a trav¨¦s de Hungr¨ªa. Ten¨ªa 29 a?os. No le dijo a nadie que se iba, ni siquiera a sus padres. A?os m¨¢s tarde, en los archivos de la Stasi vio c¨®mo la describ¨ªan como ¡°pol¨ªticamente inestable¡±.

Sus padres eran comunistas y ella sostiene que fue ¡°indoctrinada desde peque?a". "Yo procedo del coraz¨®n de la dictadura¡±. Su padre trabaj¨® como esp¨ªa de la RDA en la RFA durante 15 a?os, donde tuvo hasta ocho identidades. A?os m¨¢s tarde, por los archivos, que vio por primera vez en 1993, supo que su padre sab¨ªa que quer¨ªa huir. ¡°En una familia de la Stasi no hay relaciones¡±. En los archivos vio c¨®mo su padre se?alaba objetivos, c¨®mo investig¨® a una familia que en los setenta hizo una escapada espectacular con un globo. ¡°Pienso en la gente que logr¨® escapar y luego en mi padre, que iba al Oeste a perseguirles e incluso a matarles. Es terrible¡±.

Cuenta que en su casa hab¨ªa a menudo un silencio aterrador. Sus abuelos hab¨ªan sido nazis, pero de eso tampoco se hablaba. ¡°En esta generaci¨®n de ni?os del Muro hubo mucho dolor que no ha sido reconocido por la sociedad. Si ibas al psic¨®logo, no le pod¨ªas contar tus penas, porque igual era un tipo de la Stasi. El este est¨¢ traumatizado¡±.

Desde Budapest fue a un campo en M¨¹nster donde le dieron el Begr¨¹ssungsgeld, los 100 marcos que recib¨ªan todos los que cruzaban de lado. No ten¨ªa amigos ni familiares en la RFA. Cogi¨® el tren y se baj¨® en Fr¨¢ncfort. ¡°Al salir y ver los rascacielos, me mare¨¦ con tanto reflejo y viaj¨¦ hasta la siguiente ciudad, Darmstadt. All¨ª entr¨¦ en un hotel peque?o donde ten¨ªa una cama, una silla y una palangana. No llevaba nada encima. Libros, ropa, nada, pero nunca me hab¨ªa sentido tan libre¡±. Entonces, cay¨® el Muro. ¡°Haki, mi jefe, turco, me dijo: 'Est¨¢n pasando muchas cosas'. Ten¨ªamos una tele peque?a y ah¨ª vimos c¨®mo el Muro ca¨ªa. Pens¨¦: por fin¡±.

Pero incluso Geipel, que no comulga con los esfuerzos revisionistas ¡ª¡°la tercera generaci¨®n cuenta ahora un cuento de hadas de la RDA, es absurdo¡±¡ª y que dedica su vida y sus libros a reconstruir el rostro m¨¢s brutal del r¨¦gimen, cree que para entender la actual desafecci¨®n y frustraci¨®n en el este hay que mirar tambi¨¦n al oeste. ¡°Los del oeste no quisieron escuchar. AfD dice: venid que os escuchamos, a todos, a los que eran de la Stasi y a los disidentes, es el nuevo nosotros¡±. Y termina: ¡°El este ahora ha comprendido que tiene poder pol¨ªtico y el oeste debe reaccionar si no quiere que AfD lo haga saltar por los aires¡±.

CR?DITOS:

Texto: Ana Carbajosa
Coordinaci¨®n: J. A. Auni¨®n
Dise?o y formato: Ruth Benito y Fernando Hern¨¢ndez
Frontend: Bel¨¦n Polo
Infograf¨ªa: Yolanda Clemente
Archivo fotogr¨¢fico: Anabel Serrano y Gema Garc¨ªa

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