Una mirada sobre ocho crisis humanitarias que asuelan el mundo, narradas en primera persona por ocho grandes escritores en lengua espa?ola y retratadas magistralmente por la c¨¢mara de Juan Carlos Tomasi.
"El problema n¨²mero uno del Congo son las violaciones", dice el doctor Tharcisse. "Matan a m¨¢s mujeres que el c¨®lera, la fiebre amarilla y la malaria. Cada bando, facci¨®n, grupo rebelde, incluido el Ej¨¦rcito, donde encuentra una mujer procedente del enemigo, la viola. Mejor dicho, la violan. Dos, cinco, diez, los que sean. Aqu¨ª, el sexo no tiene nada que ver con el placer, solo con el odio. Es una manera de humillar y desmoralizar al adversario. Aunque hay a veces violaciones de ni?os, el 99% de las v¨ªctimas de abuso sexual son mujeres. A los ni?os prefieren raptarlos para ense?arles a matar. Hay muchos miles de ni?os soldados por todo el Congo". Estamos en el hospital de Minova, una aldea en la orilla occidental del lago Kivu, un rinc¨®n de gran belleza natural -hab¨ªa nen¨²fares de flores malvas en la playita en la que desembarcamos- y de indescriptibles horrores humanos. (...) "Las violaciones son todav¨ªa peor de lo que la palabra sugiere", dice bajando la voz. "A este consultorio llegan a diario mujeres, ni?as, violadas con bastones, ramas, cuchillos, bayonetas".
Por Juan Jos¨¦ Mill¨¢s El doctor B. B. (prefiere que ocultemos su nombre) es un psiquiatra de 31 a?os que trabaja en Srinaga, la capital de verano, en la que nos encontramos, para la organizaci¨®n M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF). -Antes de 1989 -dice-, el n¨²mero de pacientes psiqui¨¢tricos era de 6.000 al a?o. En el ¨²ltimo a?o se han visto 100.000. -?Y a qu¨¦ se debe tal aumento? -Al conflicto pol¨ªtico. El conflicto comenz¨® con la independencia de India, en 1947. Al trazarse la frontera de este pa¨ªs con Pakist¨¢n, gran parte de Cachemira cay¨® caprichosamente en el lado de India, lo que la conden¨® a convertirse en un objeto permanente de disputa entre los dos pa¨ªses. (...) La situaci¨®n de Cachemira parece, de hecho, la de un pa¨ªs ocupado militarmente por una potencia extranjera. (...)
En las afueras de Tumaco, cuando termina el suburbio, en un territorio pantanoso ganado a los manglares, se levanta un conglomerado de palafitos que mantienen en pie unos barracones de madera en estado de extrema ruina sobre una cloaca de aguas negras donde malviven 540 campesinos desplazados por la guerrilla o los paramilitares. (...) "Yo ten¨ªa un chocolatal en Cali", dice Flora Esmila, una mujer de 72 a?os, "que me daba cuatro cosechas. Ten¨ªa plantados pl¨¢tanos y naranjas. Viv¨ªa tranquila, pero un d¨ªa me dijeron que en Chagu¨ª de Cuaransang¨¢, una vereda de Nari?o, hab¨ªan matado a mi hija. Cuando llegu¨¦, ya estaba enterrada. Fue por celos de un meleador que la requer¨ªa para que se acostara con ¨¦l y al negarse mi hija la denunci¨® a los del monte como confidente de los militares y un d¨ªa bajaron los del monte para matarla dej¨¢ndola con cuatro ni?os. El marido est¨¢ vivo, pero no hizo nada por miedo. Los del monte me dijeron: ¨¢ndate, ech¨¢te a trotar, y me vine huida para Tumaco. Ahora cuido ac¨¢ a mis cuatro nietas sin una ayudica, sin una platica de nada".
He aqu¨ª una f¨®rmula para hacer fortuna en tiempos de crisis. Vayan a la punta suroriental de Bangladesh, en la frontera con Birmania, y compren un viejo barco de pesca. Costar¨¢ 100.000 taka o 1.000 euros. Prevean 500 euros para arroz y agua potable y quiz¨¢ otros 500 euros para sobornos. Luego vayan a buscar clientes entre los m¨¢s despose¨ªdos de Bangladesh, un pa¨ªs tan densamente poblado y tan pobre que para que Espa?a tuviera unas condiciones econ¨®micas similares deber¨ªa contar con una poblaci¨®n de 550 millones y una renta media no de la mitad de la que tiene hoy un espa?ol, durante la peor recesi¨®n que se recuerda, sino de la vig¨¦sima parte. Pero el mercado al que apuntamos aqu¨ª es incluso m¨¢s pobre. Hablamos del que debe de ser el pueblo m¨¢s olvidado de Asia, y quiz¨¢ del mundo. Se llaman a s¨ª mismos rohingyas y son una minor¨ªa musulmana que vive en Birmania; 30.000 de ellos han sufrido una persecuci¨®n tan cruel a manos de la junta militar de su pa¨ªs, en gran medida debido a su religi¨®n, que han preferido huir al otro lado de la frontera para vivir en un campo de refugiados construido por ellos mismos en una peque?a colina. (...)
El primer caso fue el de una ni?a de nueve a?os a la que violaron en el interior de su casa y, por si la crueldad de la violaci¨®n fuera poca, fue ultrajada a la vista de sus dos hermanos peque?os, de un a?o y medio y cinco a?os de edad, los cuales fueron amarrados y amordazados. Tuvimos que ir a recogerla para llevarla a la cl¨ªnica porque la l¨ªnea de camiones que acostumbraban tomar estaba en huelga debido a los frecuentes atentados en contra de los conductores que se han negado a pagar la cuota impuesta por grupos de delincuentes. En el trayecto hacia el sitio donde nos esperaban la ni?a y su familia, fuimos desviados de la carretera porque esa misma ma?ana hab¨ªa sido asesinado otro ch¨®fer cuyo cuerpo inerte yac¨ªa en el piso, justo al paso de nuestra caravana. Por fin pudimos llegar y recoger a Mar¨ªa Jos¨¦, su mam¨¢ -embarazada de cinco meses-, y sus tres hermanos: una ni?a de siete, un ni?o de cinco y un peque?o de a?o y medio. (...) La familia de Mar¨ªa Jos¨¦ hab¨ªa caminado dos horas para poder llegar hasta el sitio del encuentro. Me informaron que eso lo hacen cada vez que tiene que ir a la cl¨ªnica. Dos horas de caminata de ida, dos de regreso, m¨¢s el tiempo que tarda en pasar el cami¨®n que los transporta.
Al bajar temprano por la ma?ana de las alturas de P¨¦tion Ville, donde a¨²n sobreviven restos de verdura en este pa¨ªs de montes y sabanas desnudas de toda vegetaci¨®n, entramos en el caos de la ruta de Delmas que desciende hacia la planicie de Puerto Pr¨ªncipe, mientras arriba, adheridos a los cerros, ascienden los cubos blancos de las casas que se api?an sin concierto. (...) Parvadas de escolares con sus mochilas a la espalda se mezclan en la barah¨²nda, n¨ªtidamente vestidos en sus uniformes de dos tonos, las ni?as peinadas con m¨²ltiples lazos, y son como una aparici¨®n ben¨¦fica que se repite a¨²n en la medida que entramos en la cruda miseria sin fondo de las calles de Puerto Pr¨ªncipe. (...) En el inmenso barrio marginal de La Saline, vecino al puerto donde atracan los barcos de cabotaje, he visto esas escuelas p¨²blicas de una sola aula, entre las casuchas de l¨¢minas herrumbradas que se api?an al lado de las corrientes de aguas negras y los t¨²mulos de basura. (...) El profesor se desvive, yendo de un lado a otro, para atender a los 80 alumnos de todas las edades que forman la clase. Y hay una tercera que parece un gallinero, cerrada con latas viejas y malla cicl¨®n.
Vienen subiendo, y son miles. Mujeres con sus hijos. Saben que muchas morir¨¢n por el camino, o que tendr¨¢n que dejar enterrados a sus hijos. Pero la decisi¨®n est¨¢ tomada y no parar¨¢n hasta encontrar un lugar donde la vida les abra por fin la puerta. Cueste lo que cueste, y por encima de quien se interponga. Si te paras aqu¨ª, en la costa sur de Yemen, vas a verlas venir: el Cuerno de ?frica entero parece estar subiendo. En pateras, por el desierto a pie, mendigando a trav¨¦s de las antiguas ciudades. Me dice Habiba -somal¨ª, comadrona graduada y querida amiga m¨ªa- que cuando escucha la palabra refugiados no piensa en hombres. Cierra los ojos y ve mujeres con ni?os. -Habiba -le pregunto-, ?no ser¨¢s t¨² la reina de Saba? -??What?!
La ruta desde el aeropuerto hasta Bulawayo tiene pozos, pocas casas, menos autos y un cartel gigante: "Circuncisi¨®n masculina: una de las protecciones m¨¢s efectivas contra el VIH". Despu¨¦s del cartel est¨¢ la ciudad. Es baja, descascarada, extra?amente silenciosa. A veces hay agua, a veces hay electricidad, a veces los tel¨¦fonos funcionan y hay dos tipos de tiendas: cerradas y abandonadas, o abiertas pero vac¨ªas. M¨¦dicos Sin Fronteras tiene oficinas lejos del centro, en una zona perfectamente resguardada con perfectos rollos de alambres de p¨²as y perfectas alarmas. All¨ª, Carlos Carbonell, ecuatoriano e integrante de la misi¨®n de MSF en Bulawayo, donde la ONG trabaja en un proyecto de VIH, dice que Zimbabue es uno de los pa¨ªses con m¨¢s alta prevalencia del mundo y que los hospitales de la ciudad est¨¢n colapsados; que solo en el Mpilo Oi atienden a m¨¢s de 3.500 chicos infectados -y 4.000 adultos-, y llegan cinco chicos nuevos al d¨ªa. Que en una poblaci¨®n de 734.000 personas hay 32.000 con VIH, y que en algunas cl¨ªnicas la lista de espera para el acceso al tratamiento con antirretrovirales es de un a?o. Y que, as¨ª y todo, ahora est¨¢n mejor porque la prevalencia en los a?os noventa era del 33%.
Espai Tabacalera. Sala de exposiciones M2, planta 3
C/ Vidal i Barraquer s/n. Tarragona
Del 19 de Marzo al 1 de Abril
De martes a s¨¢bado de 17 a 20 h
Domingos de 10 a 14 horas. Lunes cerrado
Entrada gratuita