Cocer alubias en una caja de cart¨®n
Es una versi¨®n moderna de la vieja t¨¦cnica de cocinar enterrando la olla en un hoyo con brasas calientes. Da resultados magn¨ªficos con el arroz o la pasta. Cristina vive en una autocaravana y cuece as¨ª las alubias para ahorrar butano
Cristina vive en una autocaravana y las dos cosas que m¨¢s echa de menos son un horno y un sof¨¢, dependiendo de si esa tarde le apetecen m¨¢s galletas o una siesta.
Como las florecillas improbables que prosperan en las grietas entre adoquines, se ha acostumbrado a vivir sin ¨¦pica, resolviendo los enigmas que surgen de las limitaciones con la misma ligereza con la que el agua baja por el riachuelo saltando, buscando el camino de menor resistencia.
Para cocinar, Cristina dispone de un hornillo a gas. El chisme, pese a ser peque?o, es capaz de convertir el interior de la autocaravana en un infierno en pocos minutos. Para elaboraciones r¨¢pidas es muy pr¨¢ctico, pero su descripci¨®n de la experiencia de cocer alubias con ¨¦l me hace viajar a los veranos de mi infancia y a la imagen de mi madre, los domingos, cocinando arroz a la cazuela a puerta cerrada en la cocina, al borde del vah¨ªdo, entre nubes de vapor, con el extractor rugiendo a toda pastilla, las ventanas ajustadas para que la brisa no apagase el fuego, y la condensaci¨®n goteando por las baldosas y su frente. Hecho el arroz, mi madre aparec¨ªa en el sal¨®n con la paella en brazos como una sacerdotisa despu¨¦s de un ritual extenuante. Su figura, con la bata pegada al cuerpo como papel encerado a las madalenas, recordaba la de una rana que hubiesen dejado secar un tiempo considerable bajo el sol y que luego hubiesen echado al agua vestida.
Es por esto por lo que Cristina cuece las alubias en una caja de cart¨®n; para ahorrar butano y no terminar hervida viva. Estas legumbres, a diferencia de lentejas y garbanzos, quieren ser cocinadas largo tiempo en un agua que roce el punto de ebullici¨®n sin llegar a rebasarlo. Cristina las deja a remojo doce horas. Despu¨¦s, las echa en una olla con agua que las cubra, y un poco m¨¢s, y las pone al fuego del hornillo. Ah¨ª cocer¨¢n con normalidad diez minutos, acompa?adas de medio bulbo de hinojo. Pasado este tiempo, esta olla ser¨¢ tapada, envuelta con una manta, y encerrada en una caja revestida con cinco cent¨ªmetros de grosor de porexpan. As¨ª pasar¨¢ la noche. A la ma?ana siguiente, nueve de cada diez veces en el interior de la olla habr¨¢ unas alubias con un punto de cocci¨®n impecable y un caldo que da unas sopas excepcionales.
Este m¨¦todo no deja de ser una versi¨®n moderna de la vieja t¨¦cnica de cocinar con calor residual enterrando la olla del guiso o del estofado en cuesti¨®n en un hoyo en la tierra con brasas calientes y, a base de ensayo y error, da resultados magn¨ªficos en la elaboraci¨®n de arroz, pasta, cocidos, quesos y yogur.
La actitud de Cristina con las alubias tiene poco de razonable, pensar¨¢ el lector. Cualquier persona sensata y moderna le recomendar¨ªa dejarse de malabarismos y de complicaciones innecesarias y, simplemente, hacer acopio de tarros de legumbres cocidas peri¨®dicamente al paso por alg¨²n supermercado. Pero el asunto con las personas sensatas es que, pese a que suelen considerarse a s¨ª mismas seres formados e informados, tienden a ser reacias a permitir que ninguno de esos temas de los cuales han le¨ªdo les cale hasta los huesos y les cambie la forma de ver y estar en el mundo. Si esto no fuera as¨ª, ver¨ªan en Cristina una peque?a mariposa de colores aleteando en Australia. Seg¨²n la teor¨ªa del caos, cada suceso en el universo provoca una cantidad infinita de reacciones en cadena de consecuencias imprevisibles por nuestras mentes limitadas. El aleteo de un insecto en Hong Kong puede desatar un tornado en Florida; el paso de un cometa, el desplazamiento del plancton en los mares y el cambio en las rutas migratorias de las ballenas; el error al teclear una l¨ªnea de c¨®digo en la actualizaci¨®n de un antivirus, el colapso de los aeropuertos y de los sistemas de emergencias de todo el mundo.
Resulta apabullante tratar de imaginar las galaxias, las nebulosas, las auroras boreales que Cristina crea y destruye cada vez que decide, una tarde de agosto, en el solar donde tiene aparcada la autocaravana vieja, a la vista de todos los dioses grandes y peque?os, cocer legumbres en una caja de cart¨®n.