Los v¨ªdeos de la ¡®influencer¡¯ Roro no son de cocina, sino exhibicionismo de clase
En los contenidos de esta chica de 22 a?os y el movimiento ¡®tradwife¡¯ se da un fen¨®meno culinario que ha estado presente de forma constante a lo largo de la Historia: el uso de la cocina como marcador social
Esta semana hemos estado entretenidos en las redes comentando el fen¨®meno Roro, una influencer de 22 a?os que acumula millones de seguidores en TikTok e Instagram a base de compartir v¨ªdeos en los que se la ve sublimar el arte de complacer satisfaciendo los deseos de su novio Pablo. Elabora recetas, cose vestidos, encuaderna libros, y exhibe un combinado de habilidades de artesano renacentista, ropa y accesorios car¨ªsimos y voz de minino siam¨¦s.
La liebre salt¨® cuando Yolanda Dom¨ªnguez dio la voz de alarma y enmarc¨® el contenido de Roro en el movimiento tradwife, contracci¨®n de la expresi¨®n ¡°esposa tradicional¡± en ingl¨¦s, nacido en Estados Unidos y asociado a ideolog¨ªas de extrema derecha y a grupos cristianos de la vertiente m¨¢s rancia y conservadora, que defienden el regreso de la mujer al rol de ama de casa sumisa de los a?os cincuenta. Las tradwife florecen en redes sociales como peonias y marchan como un ej¨¦rcito de doncellas del mal al servicio de este credo.
Me interesa poner el foco en lo que hay de gastron¨®mico en este tipo de contenido, porque en los v¨ªdeos de Roro y el movimiento tradwife en general se da un fen¨®meno culinario que ha estado presente de forma constante a lo largo de la Historia: el uso de la cocina como marcador de clase.
Cuando Roro decide hacerle a su novio un s¨¢ndwich de queso, no coge un par de rebanadas de pan del caj¨®n y una loncha de queso de la nevera, sino que amasa brioche desde cero y fabrica tanto la mantequilla de la receta del brioche como el queso del bocadillo, a partir de leche fresca. Cuando a Pablo se le antoja cenar pasta, ella prepara unos pappardelle de rag¨² de pato a la naranja, haciendo la pasta ella misma y un guiso que, por s¨ª solo, ya implica m¨¢s de cinco horas de trabajo.
Roro presenta la receta de pollo frito coreano con teokk, unos pastelitos de arroz, dice que ¡°es una receta que merece much¨ªsimo la pena porque no se tarda casi nada y est¨¢ incre¨ªble¡±. Se tarda m¨¢s de quince horas en tenerlo listo. A Roro y a Pablo les gusta tener siempre algo de picar en casa, as¨ª que una vez a la semana ella se dedica a hacer takis, unos snacks crujientes en forma de rizos de ma¨ªz picante con sabor a guindilla y lima mexicanos, y rega?¨¢s caseras que, como ella comenta, se hacen ¡°en un momento¡±. Ese momento es un d¨ªa entero. Mientras todo eso sucede, a lo largo de todos los v¨ªdeos, ella exhibe manicura impecable, peinado impoluto y vestido de sat¨¦n.
Yo soy un ser muy simple. El mi¨¦rcoles, a la vista de unos cuantos calabacines en la nevera, en vez de ir a tiro fijo y hacer una crema o pasarlos por la plancha, los escald¨¦, los abr¨ª, los rellen¨¦ de crema de reques¨®n y nueces y los gratin¨¦. Los llev¨¦ a la mesa dispuestos en una fuente de loza con el pelo hecho una bo?iga recogido con una goma vieja, pero con la espalda bien recta y porte formidable. Ese d¨ªa, el mero hecho de haber usado manga pastelera para hacer la comida un mi¨¦rcoles laborable me hizo sentir Bree Van de Kamp en Mujeres Desesperadas.
Los a?os 50 a los que las tradwife quieren volver no fueron iguales para todos. Para las mujeres de clase alta, el trabajo del hogar a menudo significaba simplemente gestionar una peque?a milicia de sirvientes que realizaban el trabajo real, para luego ocupar el tiempo cultivando la vida social y yendo a galas ben¨¦ficas. En la clase media, las amas de casa propiamente dichas eran las encargadas de cocinar, limpiar, ordenar y cuidar a los ni?os y a los enfermos ellas mismas. Su exenci¨®n del trabajo remunerado, algo posible cuando un sueldo bastaba para cubrir las necesidades de una familia entera, las diferenciaba de las mujeres de clase m¨¢s baja, que ten¨ªan que lidiar tanto con las tareas dom¨¦sticas como con el trabajo asalariado para mantener sus hogares a flote.
En 1800, el plato favorito de la familia imperial austr¨ªaca era el Tafelspitz-Sulz, un pastel de ¨¢spic con intrincados dise?os en su interior hechos a base de guisantes y ternera. Lo luc¨ªan en cada recepci¨®n oficial. Esa preferencia no se deb¨ªa al sabor ni a la suculencia de la receta. Los ingredientes que la formaban tampoco eran dif¨ªciles de conseguir. Pero servir una construcci¨®n de gelatina y carne en el 1800 significaba tener no s¨®lo poder adquisitivo, sino el lujo quim¨¦rico de contar con alg¨²n tipo de refrigeraci¨®n.
En el siglo XX, los pasteles de pescado, las bandejas de aperitivos detallistas, las verduras torneadas y las tartas saladas de hojaldre casero serv¨ªan para dejar claro a las visitas que en ese hogar se contaba con poder¨ªo para costear servicio dom¨¦stico, todo robot de cocina que saliera al mercado e ingredientes de primera calidad.
Los a?os cincuenta que muestran las tradwives son los de un reducto privilegiado, blanco y adinerado. La elecci¨®n de recetas intrincadas y lujosas para sus v¨ªdeos de cocina es una demostraci¨®n de poder traducido en gran cantidad de tiempo libre y capital. No son v¨ªdeos de cocina, sino exhibicionismo de clase.
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