Tragedias particulares
El relato de la p¨¦rdida en primera persona de Nick Cave nos recuerda que ni las fotos, ni los datos, ni la fascinante narrativa de las tormentas perfectas deberi?an alejarnos demasiado de la escala humana
Las cosas que le han pasado a Nick Cave, nuestro hombre de portada, seri?an dignas de un desenlace terrible. Pero el mu?sico australiano, antan?o famoso por ser un diablo carisma?tico con historial pleno de excesos, ha transformado el duelo por sus dos hijos muertos, y la desaparicio?n de amigos y familia, en un disco luminoso. ¡°La sola idea de Nick Cave grabando un a?lbum alegre parece imposible, ?no te parece?¡±, le dice a In?igo Lo?pez Palacios en una entrevista exhaustiva donde el crooner de 67 an?os disecciona su mu?sica, su fe, sus creencias, su historia y el camino que han recorrido e?l y su mujer para superar los infortunios hasta llegar al momento actual, por suerte, reconciliados con la existencia. Y juntos. ¡°Hemos salido con un vi?nculo muy particular, construido sobre el amor y la cata?strofe¡±, afirma.
La sinceridad de Cave es valiosa porque son las historias de la gente, y especialmente aquellas contadas por sus protagonistas, las que humanizan los datos, las estadi?sticas y los to?picos (ya saben: la vida se abre paso). Escribo estas li?neas cuando todavi?a colean los titulares de la tragedia de Mike Lynch, el magnate brita?nico cuyo barco, Bayesian, naufrago? por culpa de una potente tromba marina ¡ªun tornado¡ª este agosto en la costa de Sicilia. De un pasaje de 22 personas murieron siete con nombres y apellidos, pero la e?pica de la historia ha superado, con mucho, la escala humana. Parece fri?volo dedicar tanta atencio?n a este suceso en un verano que comenzaba con una cifra escalofriante: segu?n la ONU, solo este an?o, han muerto o desaparecido ma?s de 800 migrantes en el Mediterra?neo. Pero es verdad que lo del brita?nico parece una gigantesca broma pesada.
Lynch, el primer billonario tecnolo?gico de Inglaterra, se habi?a hecho a la mar con su mujer, su hija, su abogado, dos directivos del banco Morgan Stanley y sus respectivas parejas para celebrar su absolucio?n en el juicio donde se le acusaba de haber inflado la contabilidad de su empresa, Autonomy, para venderla por 11.000 millones de do?lares a HP en 2011. El proceso duro? an?os y el e?xito fue inesperado: solo el 1% de ese tipo de casos culmina en absolucio?n. Pero el naufragio fue au?n ma?s inaudito. Lo conto? el periodista y piloto Jeff Wise en la revista New York: el naufragio del Bayesian fue una concatenacio?n de extran?as, siniestras coincidencias, como que el mismo di?a que se hundio? el barco falleciera atropellado Stephen Chamberlain, exempleado de Lynch, que tambie?n habi?a sido acusado y absuelto; que el velero, adquirido por 40 millones, hubiera sido descrito por su propio armador como ¡°imposible de hundir¡±; el hecho de que ningu?n buque hubiera naufragado por una tromba marina en siglos, y que ese tipo de tornados no sean comunes en el lugar donde el barco se hallaba atracado. Pero lo peor de todo, continu?a Wise, es el nombre del velero: Bayesian, un homenaje a Thomas Bayes, el matema?tico que en el siglo XVIII acun?o? la teori?a de la probabilidad sobre la cual Lynch construyo? su fortuna y que en este caso solo se cumple a la inversa. Por acumulacio?n de anomali?as.
Es obvio que no hay tragedia sin azar; nadie dejari?a que pasara nada si pudiera preverlo. El artista Thomas Ruff se encontraba por casualidad en Nueva York aquella man?ana de 2001 en la que dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas pero, tambie?n por casualidad, se borraron las fotos que tomo? con su ca?mara compacta. En su lugar, Ruff busco? en Internet, y las fotos que se descargo? y amplio? para imprimir, toscas y pixeladas, terminaron formando parte de un proyecto pionero. Una obra conceptual que habla sobre el distanciamiento que las ima?genes, la autori?a y los canales de distribucio?n imponen sobre los protagonistas, en este caso, las vi?ctimas de una tragedia. Hablar de banalizacio?n suena viejo en plena era de los memes, pero la moraleja sigue siendo la misma: ni las fotos ni los datos ni la fascinante narrativa de las tormentas perfectas deberi?an alejarnos demasiado de la escala humana y las historias particulares.