Por qu¨¦ ¡®Sexo en Nueva York¡¯ va a tener dif¨ªcil encajar en el mundo actual
El anuncio de ¡®And just like that¡¯, la nueva entrega de las aventuras de Carrie Bradshaw y sus amigas, hace que nos preguntemos si esta serie que revolucion¨® el feminismo en la televisi¨®n puede volver a hacerlo en un panorama en el que las reglas y las sensibilidades han cambiado por completo
La nueva temporada de Sexo en Nueva York parece condenada al fracaso. Se titula And Just Like That para recalcar que es lo mismo pero no es igual: solo tres de los cuatro personajes principales regresan. Tampoco estar¨¢n Chris Noth, o sea, Mr, Big, ni David Eigenberg, o sea, Steve, el marido de Mira...
La nueva temporada de Sexo en Nueva York parece condenada al fracaso. Se titula And Just Like That para recalcar que es lo mismo pero no es igual: solo tres de los cuatro personajes principales regresan. Tampoco estar¨¢n Chris Noth, o sea, Mr, Big, ni David Eigenberg, o sea, Steve, el marido de Miranda, lo cual ya nos da una idea de en qu¨¦ situaci¨®n podr¨ªamos encontrar a algunas de las protagonistas.
Pero lo que m¨¢s se comenta es la ausencia de Kim Cattrall (Samantha). Es el s¨ªntoma de que el propio formato ya podr¨ªa estar fallido al fracasar en la empresa de reunir a las cuatro actrices de la serie original. La actriz ha expresado sin tapujos y en p¨²blico que no se lleva bien con Kristin Davis y Cynthia Nixon y que a Sarah-Jessica Parker directamente la detesta. Cattrall acus¨® a sus compa?eras de confabularse para marginarla, de poner a todo el equipo en su contra y de convertir su experiencia en el rodaje en un infierno. And Just Like That no solo ser¨¢ una secuela de Sexo en Nueva York, sino un monumento conmemorativo a la enemistad entre sus actrices.
Pero lo que har¨¢ imposible que esta secuela funcione es el papel que Sexo en Nueva York ha jugado, con car¨¢cter retroactivo, en la cuarta ola del feminismo: a menudo se la ha utilizado como emblema de todo lo que estaba mal en la cultura del cambio de siglo.
La serie debut¨® en una civilizaci¨®n distinta: 1998. Un mundo en el que Algo pasa con Mary, una comedia grosera que se re¨ªa de todas las minor¨ªas posibles, arras¨® en taquilla ofendiendo a tanta gente que nadie se ofendi¨®; la poblaci¨®n perdon¨® al presidente de los Estados Unidos porque, al fin y al cabo, una mamada tampoco era para ponerse as¨ª; y en Espa?a transformamos un episodio imaginario grotesco (la leyenda urbana de Ricky Martin, el perro y la mermelada) en un espect¨¢culo l¨²dico para comentar en familia. Sexo en Nueva York era una celebraci¨®n de esa desverg¨¹enza, de ese instante cultural en el que el placer hedonista justificaba cualquier decisi¨®n: las cuatro mujeres de la serie viv¨ªan para consumir (ropa, c¨®cteles, hombres) por el sencillo motivo de que les apetec¨ªa. Y el p¨²blico ve¨ªa la serie por la misma raz¨®n.
Pero la libertad sexual de Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda, claro, ven¨ªa con una trampa: el ¡°puedes tenerlo todo¡± que proclamaba la mu?eca Barbie en los ochenta evolucion¨® al ¡°debes tenerlo todo¡± que angustiaba a Ally McBeal en los noventa. Pero en 1998 nadie se hab¨ªa dado cuenta todav¨ªa. Todo parec¨ªa demasiado divertido. Y su improbable nivel de vida (sus trabajos eran fabulosos, sus amistades eran s¨®lidas, sus familiares no exist¨ªan) les permit¨ªa dedicar todo su tiempo libre a preocuparse por sus relaciones con los hombres. Si parec¨ªa que las chicas de la serie (Sexo en Nueva York fue una de los primeros espacios en los que se usaba ¡°chica¡± para las mujeres mayores de 30, algo que ahora, Kardashian mediante, es una costumbre ubicua) ten¨ªan la parte buena de ser una mujer y la mejor parte de ser un hombre era porque, en realidad, los personajes estaban inspirados en los amigos gays del creador Darren Star y el productor ejecutivo Michael Patrick-King. Sexo en Nueva York reformul¨® el concepto del sue?o americano para las mujeres, equipar¨¢ndolo fantasiosamente al de los hombres. Aquel Nueva York, casi mitol¨®gico, era un Mundo de Oz donde no exist¨ªan el machismo, la pobreza, el sida, la diversidad racial, la homofobia, las enfermedades mentales, la explotaci¨®n laboral o las drogas.
Pero ni a Dorothy ni a Alicia les pidieron explicaciones de lo que hab¨ªan estado haciendo en Oz y en el Pa¨ªs de las maravillas, respectivamente. A Carrie s¨ª. Tras el final de la serie en 2004, su popularidad e influencia siguieron creciendo gracias las exitosas ediciones en DVD, a las constantes redifusiones (en Espa?a, en Divinity y Cosmo) y al ¨¦xito comercial de sus dos pel¨ªculas, estrenadas en 2008 y 2010. Durante la d¨¦cada de los 2000 la clase media quiso experimentar su propio Sexo en Nueva York: las capitales europeas se llenaron de bares chic donde la iluminaci¨®n era morada y camareros tatuados serv¨ªan c¨®cteles de 14 euros, los mileuristas se acostumbraron a vivir por encima de sus posibilidades y los millennials entraron en la vida adulta como la generaci¨®n m¨¢s narcisista de la historia, comentando sus desventuras er¨®ticosentimentales como si estuvieran narrando su serie, en la que todos los dem¨¢s eran meros personajes secundarios.
Pero cuando en 2008 la crisis le record¨® a los fans de la serie a qu¨¦ clase social pertenec¨ªan y en 2010 Instagram ofreci¨® soporte digital al narcisismo como maniobra de distracci¨®n masiva, Sexo en Nueva York fue adquiriendo cierto aura de Libro del G¨¦nesis de todo lo que est¨¢ mal en el siglo XXI.
Un baremo perverso, para empezar
Durante la ¨²ltima d¨¦cada la serie ha sido analizada como el emblema de la cultura previa al movimiento #MeToo. Se la ha acusado de romantizar las relaciones t¨®xicas, de frivolizar sobre la sexualidad y los cuerpos femeninos y de no ser m¨¢s que una oda vac¨ªa al consumismo m¨¢s deshumanizado. Se la ha tachado de enarbolar un feminismo cosm¨¦tico perpetuando en realidad preceptos machistas. Se la ha responsabilizado, en definitiva, de traicionar la femineidad. Mientras tanto, nadie le exig¨ªa a Mad Men, a Los Soprano o a Breaking Bad que hiciesen justicia con la masculinidad. Las cr¨ªticas contra Sexo en Nueva York a menudo parten de ese baremo perverso de que las historias sobre hombres blancos heterosexuales solo se representan a s¨ª mismas mientras que a todo relato sobre mujeres, gays o minor¨ªas ¨¦tnicas tiene la obligaci¨®n moral de ser ejemplarizante.
El mayor triunfo de los detractores de Sexo en Nueva York ha sido, sin siquiera molestarse en ver la serie, conseguir que el feminismo ataque con virulencia la serie y que sus espectadoras se justifiquen clasific¨¢ndola como ¡°placer culpable¡±. Hace dos a?os, en un art¨ªculo publicado en el New York Post, la columnista Julia Allison culp¨® a Sexo en Nueva York de empujarla durante su juventud a perseguir la fama, a salir con hombres terribles y a vivir por encima de sus posibilidades. Una vida que, seg¨²n ella explicaba, acab¨® arruinando su reputaci¨®n. ¡°Las cosas como son. Desear¨ªa no haber visto nunca la serie. Seguro que hay peores modelos de conducta pero, en mi caso, hizo un da?o permanente en mi mente que todav¨ªa estoy limpiando¡±, lamentaba Allison. La novelista Jami Attenberg reaccion¨® a esta confesi¨®n en un tuit: ¡°Dios m¨ªo, ?os imagin¨¢is culpar de todas vuestras malas decisiones en la vida a una serie de televisi¨®n?¡±.
En su ensayo Mujeres dif¨ªciles, la cr¨ªtica de televisi¨®n ganadora del Pulitzer Emily Nussbaum explica que antes de Sexo en Nueva York las chicas solteras de la ficci¨®n (desde la pizpireta La chica de la tele de Mary Tyler Moore hasta la pobre, entra?able e hilarante solterona Bridget Jones) ¡°ofrec¨ªan a las mujeres la representaci¨®n que anhelaban y tambi¨¦n resultaban, crucialmente, adorables para los hombres; cumpl¨ªan el requerimiento cultural de que las mujeres aplaudan a otras mujeres gritando ¡®?a m¨ª tambi¨¦n me pasa!¡¯¡±. ¡°Por contraste, Carrie y sus amigas eran p¨¢jaros mucho m¨¢s extra?os¡±, contin¨²a Nussbaum. ¡°Figuras ¨¢speras, agresivas y a veces aterradoras. Eran simult¨¢neamente reales y abstractas. Las mujeres se identificaban con ellas (¡¯?Soy Carrie!¡¯), pero despu¨¦s enfurec¨ªan cuando mostraban defectos¡±.
Seg¨²n Nussbaum, Sexo en Nueva York ha quedado relegada a una condescendiente nota al pie cuando se analiza la transformaci¨®n de la ficci¨®n televisiva en el cambio de siglo liderada por Los Soprano. A este menosprecio contribuyeron las dos pel¨ªculas, que ca¨ªan en la autoparodia al convertirse en lo que todo el mundo que no ha visto Sexo en Nueva York cree que es Sexo en Nueva York: ropa fabulosa, bromas soeces y mujeres obsesionadas con los hombres. La conversaci¨®n cultural se obsesion¨® tanto con lo que Sexo en Nueva York significaba que se olvid¨® de lo que Sexo en Nueva York era.
Un error justo al final
En su antepen¨²ltima escena, la serie hizo una concesi¨®n final a los cuentos de hadas que todav¨ªa est¨¢ pagando caro: Mr. Big rescat¨® a Carrie (en Par¨ªs, nada menos), que iba vestida como una princesa con un vestido de tules en una versi¨®n hiperb¨®lica del tut¨² que llevaba en los cr¨¦ditos. De este modo, su transformaci¨®n en mujer plena estaba completa, justo despu¨¦s de una met¨¢fora tan poco sutil como encontrar el collar con su nombre que cre¨ªa haber perdido.
Pero hasta esos minutos finales, en los que se permiti¨® a s¨ª misma un homenaje a las comedias rom¨¢nticas, la serie siempre fue una s¨¢tira rom¨¢nticosexual. Durante sus 88 episodios, Sexo en Nueva York derrib¨® tab¨²es en torno a la sexualidad femenina al mostrar debates entre mujeres, se?alar las torpezas de los hombres en la cama y explorar en qu¨¦ consisten exactamente lo que muchos hombres llamaban (o siguen llamando) ¡°mujeres hist¨¦ricas¡±, d¨¢ndoles a ellas el rol de narradoras. Carrie era la ¨²nica que representaba ideolog¨ªas sentimentales retr¨®gadas y judeocristianas: su sufrimiento tiene una recompensa final. Por supuesto, eso fue una mina para atacar la serie en su totalidad. Para el feminismo de internet, el arco narrativo de Carrie es intolerable.
¡°Mr Big es un hombre pr¨¢cticamente compuesto de banderas rojas. No estaba ah¨ª para rescatarla, sino que ese ¡®gran amor¡¯ era un lento envenenamiento. Carrie perd¨ªa el control, sufr¨ªa ansiedad, se volv¨ªa obsesiva y, a pesar de su encanto, salvajemente egoc¨¦ntrica. En sus propias palabras, se convirti¨® en ¡®la mujer terror¨ªfica cuyo miedo ha devorado su cordura¡¯. Y sus amigas se muestran preocupadas por esa relaci¨®n¡±, se?ala Nussbaum. Es decir, tanto Carrie como la serie eran plenamente conscientes de la toxicidad de su relaci¨®n con Mr Big.
¡°Cuando estoy con ¨¦l no soy yo misma¡±, explicaba Carrie en una conversaci¨®n con Miranda. ¡°Soy la Carrie en pareja. Me pongo vestiditos: Sexy Carrie, Casual Carrie. A veces me descubro a m¨ª misma literalmente posando. Estoy exhausta¡±. La tercera vez que Carrie cay¨® en las redes de Big directamente no se lo cont¨® a sus amigas, un sentimiento de verg¨¹enza que cualquiera que haya sido v¨ªctima de una relaci¨®n t¨®xica sabr¨¢ reconocer.
Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda sufr¨ªan la presi¨®n de un sistema ama?ado en su contra. Que s¨ª, ser¨ªan privilegiadas, pero no inconscientes. ¡°Llevo teniendo citas desde los 15 a?os, estoy exhausta¡±, lamentaba Charlotte, ¡°?D¨®nde est¨¢ ¨¦l?¡±. Pero no invert¨ªan apenas energ¨ªa en cuestionar este sistema patriarcal, ni mucho menos en intentar derribarlo. Y no lo hac¨ªan porque durante los a?os ochenta las hab¨ªan educado para no quejarse en general y para complacer en particular: cuando el pol¨ªtico Bill, interpretado por John Slattery, le ped¨ªa a Carrie que le orinase encima, el instinto de ella era ofrecerle alternativas como vertirle t¨¦ hirviendo encima o dejar el grifo abierto durante el coito. Por tanto, la obstinaci¨®n de esas cuatro mujeres en ser complacidas resultaba una actitud radical.
Mejor fabulosa que quejicosa
Por insensato que suene hoy, el sistema de finales de los noventa convenci¨® a las mujeres de que ya hab¨ªan conquistado todo el terreno posible. Que hab¨ªa que aceptar el techo de cristal que todav¨ªa las oprim¨ªa porque, sencillamente, hab¨ªa cosas que eran como eran. Que no hab¨ªa que seguir avanzando (¡°Estoy exhausta¡±) sino disfrutar de lo conquistado: el capitalismo hab¨ªa coronado a las mujeres (seguidas de los gays y de sus imitadores heteros, los metrosexuales) como su ojito derecho y sal¨ªa m¨¢s a cuenta ser fabulosa que quejicosa. Ellas, adem¨¢s, pertenec¨ªan a la primera generaci¨®n de mujeres econ¨®micamente independientes y prefer¨ªan dedicar su tiempo y energ¨ªa a gozar de ese estatus.
Pero Sexo en Nueva York ha ido contamin¨¢ndose en el imaginario colectivo, como si para progresar en la causa feminista fuese esencial destruir todos los feminismos defectuosos del pasado: si el feminismo fuese un ser humano, Sexo en Nueva York ser¨ªan aquellos a?os de descontrol e inconsciencia de los que hoy se averg¨¹enza.
En un panorama audiovisual en el que el p¨²blico solo parece querer consumir diferentes versiones de cosas que ya ha visto, la ¨²nica forma de que una plataforma financie una serie sobre mujeres cincuentonas es si viene avalada por la nostalgia y por una propiedad intelectual. La marca Sexo en Nueva York impulsar¨¢ el lanzamiento de And Just Like That, pero a la vez podr¨ªa acabar lastr¨¢ndola. Se le exigir¨¢ que sea feminista, pero apelando al m¨ªnimo com¨²n denominador del feminismo y por tanto renunciado a la m¨¢s m¨ªnima complejidad. Se condenar¨¢ cada paso en falso de los personajes. Y se esperar¨¢ de ella que evoque a Sexo en Nueva York (o, el m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa, al recuerdo que el p¨²blico tiene de Sexo en Nueva York), pero por supuesto sin la incorrecci¨®n pol¨ªtica hedonista que campaba a sus anchas en 1998.
Recibir¨¢ cr¨ªticas tanto si es demasiado feminista como si no es lo suficientemente feminista. Tanto si es fantasiosa como si es veros¨ªmil. ¡°No puedo evitar preguntarme¡± ¨Ctecleaba Carrie al comienzo de la tercera temporada¨C ?puede existir el sexo sin pol¨ªtica?¡±. En aquel momento la respuesta era: ¡°No, pero es divertido fingir que s¨ª¡±. Hoy la respuesta es ¡°No, y os voy a explicar por qu¨¦. Abro hilo¡±.
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