La cultura de la intolerancia
La carta de 153 personalidades contra la ¡°intolerancia¡± de cierto activismo en la Red abre debates sobre los l¨ªmites en los combates ideol¨®gicos en el siglo XXI
Casi nada de lo que hoy ocurre en la pol¨ªtica se entiende sin dar cuenta de la verdadera revoluci¨®n de nuestro tiempo, la reestructuraci¨®n del espacio p¨²blico a partir del activismo en la Red. En cierto modo, solo ahora hemos accedido de verdad a una aut¨¦ntica pol¨ªtica de masas. Sin intermediaciones. Cada cual puede hacerse presente en todo momento en cualquier debate pol¨ªtico; nadie puede establecer restricciones de entrada ni filtros. La tradicional disputa ideol¨®gica, eso que Hobbes llamaba la ¡°guerra con la pluma¡±, lo propio de las ¨¦lites intelectuales, se ha democratizado. Lo que ahora pr...
Reg¨ªstrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PA?S, puedes utilizarla para identificarte
Casi nada de lo que hoy ocurre en la pol¨ªtica se entiende sin dar cuenta de la verdadera revoluci¨®n de nuestro tiempo, la reestructuraci¨®n del espacio p¨²blico a partir del activismo en la Red. En cierto modo, solo ahora hemos accedido de verdad a una aut¨¦ntica pol¨ªtica de masas. Sin intermediaciones. Cada cual puede hacerse presente en todo momento en cualquier debate pol¨ªtico; nadie puede establecer restricciones de entrada ni filtros. La tradicional disputa ideol¨®gica, eso que Hobbes llamaba la ¡°guerra con la pluma¡±, lo propio de las ¨¦lites intelectuales, se ha democratizado. Lo que ahora prevalece es la ¡°guerra con los teclados¡± que emprenden ciudadanos de a pie. Puede que la verdadera lucha de ideas precise todav¨ªa de libros y art¨ªculos, pero su difusi¨®n e impacto depende del continuo intervencionismo en el ciberespacio.
Se trata, desde luego, de una ¡°guerra de representaciones¡±, de una pugna por imponer una determinada lectura de la realidad o de apropiarse del significado de hechos y palabras; lo que importa, a la postre, es que siempre est¨¦ en oposici¨®n a las de alg¨²n adversario. Es, si se quiere, la tradicional lucha por la hegemon¨ªa entre posicionamientos morales y pol¨ªticos ¡ªguerras de poder, claro¡ª, solo que por otros medios.
Y entre estos se encuentra eso que lleva el enigm¨¢tico nombre de ¡°cultura de la cancelaci¨®n¡±. Por tal se entiende la estrategia de se?alar, atacar o desprestigiar a alguien con el fin de destruir su reputaci¨®n. El hecho diferencial respecto a otras formas de trollismo consiste, sin embargo, en que en este caso se busca que tenga consecuencias concretas, que provoque el despido de alguien en un peri¨®dico, por ejemplo. En general, que la persona sea anulada, ¡°cancelada¡±, en todas las dimensiones posibles.
Es lo que ha ocurrido a algunas celebridades, como Woody Allen o Kevin Spacey, a los que en Estados Unidos se ha dejado fuera de juego, o un dibujante an¨®nimo de The New York Times al que se despidi¨® por ser acusado de antisemita en la Red por una caricatura sobre Netanyahu. Lo malo del caso es que esta pr¨¢ctica se ha trasladado a la propia lucha pol¨ªtica, sobre todo frente a aquellos cuyas opiniones divergen de lo que algunos de estos ej¨¦rcitos del teclado estiman que ¡°deber¨ªa ser¡±. M¨¢s aun en estos momentos de polarizaci¨®n ideol¨®gica, marcados por la rehabilitaci¨®n del discurso antirracista y la sensibilidad hacia cuestiones identitarias, la madre de casi todas las batallas pol¨ªticas estadounidenses.
Lo que est¨¢ en juego en estos momentos es nuestra propia identidad como sociedad tolerante y plural
Es importante, por tanto, que tengamos en cuenta algunas de las peculiaridades de Estados Unidos para entender el fen¨®meno en toda su extensi¨®n. Porque, curiosamente, es el pa¨ªs donde se establecen menos trabas legales a la libertad de expresi¨®n y donde a la vez impera la correcci¨®n pol¨ªtica y la autocensura cuando se trata de pronunciarse sobre cuestiones delicadas. Al menos hasta la llegada de la alt-right y Trump, los primeros en romper los tab¨²es tradicionales, que han sido replicados luego por el otro extremo. Es all¨ª tambi¨¦n donde la cultura de la cancelaci¨®n consigue m¨¢s eficazmente el efecto deseado: despidos de profesores, restricciones para publicar a personas se?aladas, etc.
Sobre este trasfondo es como debemos analizar la famosa Carta de los 153 de Harper¡¯s, a la que aqu¨ª voy a dar por le¨ªda. Las cr¨ªticas que ha recibido muestran a las claras algo de lo que ya dimos cuenta en estas p¨¢ginas, c¨®mo el poder de los intelectuales ya no es lo que era. Una de estas cr¨ªticas incide sobre esto mismo: que ellos, los que consiguen publicar en todo el mundo sin ninguna cortapisa, hablen de l¨ªmites a la libertad de expresi¨®n suena, en efecto, a postureo, a actitud bienpensante desde detr¨¢s del confort de su bien merecido estatus. Lo que importar¨ªa es la disputa de los ciudadanos de a pie que tienen que abrirse paso en sus luchas con poco m¨¢s que su activismo en la red y, encima, representando posiciones presuntamente justas. Los 153 han conseguido avalar a los ya convencidos, pero han excitado a la vez a los amantes de las guerras pol¨ªticas en la Red; les ha brindado otra ocasi¨®n para reafirmarse en su caza de gigantes. Como dec¨ªamos al principio, el debate intelectual se dirime hoy en este otro frente.
Y, sin embargo, hay una denuncia en la carta que merece toda nuestra atenci¨®n, la necesidad de no confrontar justicia a libertad. Bien mirado, aqu¨ª es donde reside la semilla de todo el enfrentamiento ideol¨®gico desde el siglo XIX. En su versi¨®n del siglo XXI se presenta como la amenaza a la libertad de expresi¨®n en nombre de lo que se considera la opini¨®n correcta sustentada sobre presuntos principios morales, y amenazada tanto por la derecha como por la izquierda. La cultura de la cancelaci¨®n ser¨ªa expresi¨®n, por tanto, de pr¨¢cticas iliberales. Lo que quedar¨ªa as¨ª vulnerado es, pues, tanto el pluralismo como la tolerancia, los dos pilares de la cultura liberal. Y es dif¨ªcil no estar de acuerdo con esta frase de la Carta: ¡°La forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposici¨®n, la discusi¨®n y la persuasi¨®n, no tratando de silenciarlas o desecharlas¡±.
Por cierto, la palabra ¡°tolerancia¡± no aparece ni una sola vez en el texto. Quiz¨¢ porque hemos perdido de vista su aut¨¦ntico significado, que est¨¢ lleno de recovecos y paradojas. Porque, recordemos, aquello que toleramos es algo que no nos gusta, que ¡°rechazamos¡±, que no coincide con la propia opini¨®n, pero que, por respeto a la autonom¨ªa del otro para pensar o actuar por s¨ª mismo, toleramos. Justo lo contrario de lo que vemos en la Red, donde el no coincidente, el que discrepa de nuestra posici¨®n, es visto siempre como alguien deleznable y merecedor de ser reprendido. Pero, y aqu¨ª es donde est¨¢ el problema, no todo puede ser tolerado porque si no carecer¨ªa de sentido el concepto. Hay l¨ªmites a la permissio mali, a la aceptaci¨®n de lo que no nos gusta. Los discursos del odio, por ejemplo, son intolerables.
A lo que estamos asistiendo hoy es al estrechamiento partidista de estas l¨ªneas rojas. Oscilamos entre la indiferencia ¡ªnos da igual lo que piense o haga el otro¡ª y la intolerancia pura, cuando aquello a lo que nos conmina esa virtud pol¨ªtica es a respetarnos en nuestras diferencias y a dirimir dial¨®gicamente las discrepancias. Otra cosa ya es, desde luego, que el ¡°mercado de las ideas¡± tenga restricciones de entrada y sea un oligopolio de las ¨¦lites, muchas de las cuales, por cierto, se han comprado su propio ej¨¦rcito de mercenarios del teclado y juegan descaradamente a la pol¨ªtica posverdad. Pero porque la realidad no se ajuste al ideal no es motivo para tirarlo por la borda. ?Alguno de ustedes discrepa de la frase antes citada? Si no es as¨ª, ?por qu¨¦ no tratar de alcanzarlo? Lo que est¨¢ en juego es nuestra propia identidad como sociedad tolerante y plural.