Me cas¨¦ durante la pandemia, pero no quiero que seamos una isla de dos
Esta distop¨ªa v¨ªrica que vivimos parece invitarme a¨²n con m¨¢s fuerza a olvidar a los dem¨¢s y centrarme en el amor exclusivista
El otro d¨ªa me cas¨¦. Esto no tendr¨ªa ninguna relevancia si no me hubiera casado en este momento incierto, lleno de miedos e incertidumbres y suspendido en el limbo de la no-vida, que es nuestra tan nombrada y traqueteada nueva normalidad. En la foto inmediatamente posterior a la firma se nos ve brillantes de sudor, exultantes pese a todo, en el sal¨®n de plenos del Ayuntamiento del ¨²nico pueblo que pudo solucionarnos el papeleo (papeleo que urg¨ªa por un plan que finalmente el virus quebr¨®)...
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El otro d¨ªa me cas¨¦. Esto no tendr¨ªa ninguna relevancia si no me hubiera casado en este momento incierto, lleno de miedos e incertidumbres y suspendido en el limbo de la no-vida, que es nuestra tan nombrada y traqueteada nueva normalidad. En la foto inmediatamente posterior a la firma se nos ve brillantes de sudor, exultantes pese a todo, en el sal¨®n de plenos del Ayuntamiento del ¨²nico pueblo que pudo solucionarnos el papeleo (papeleo que urg¨ªa por un plan que finalmente el virus quebr¨®) en pleno posconfinamiento. Los rostros de nuestros testigos quedan ocultos bajo mascarillas quir¨²rgicas. ¡°?nicamente los novios podr¨¢n retirarse las mascarillas en el momento del enlace¡±, dec¨ªa el e-mail que nos hab¨ªan enviado.
Al d¨ªa siguiente, un conocido me escribi¨®:
¡°Oye, ?te has casado? Jo, os deseo mucha felicidad. Estas islas familiares son muy importantes en estos tiempos¡±.
Me estremec¨ª. ?Islas familiares? ?Una isla? Ya hab¨ªa sentido, durante la cuarentena, un temor inconcreto a la exclusividad social. ¡°S¨®lo podr¨¦is estar cerca de las personas con las que conviv¨¢is¡±, nos dijeron. En muchos casos, estas personas eran pareja, familia consangu¨ªnea, el retablo cl¨¢sico del hogar espa?ol. M¨¢s tarde, se nos inst¨® a elegir a 10 amigos. Una alumna me dijo: ¡°Yo he escogido a mis 10 amigos m¨¢s responsables¡±. Otro alumno me dijo: ¡°Una se?ora mayor no se pod¨ªa bajar del bus, quise ayudar, pero me daba miedo tocarla y ponerla en riesgo¡±. Yo, c¨®mo no, ve¨ªa claramente lo cabal de las restricciones, actuaba con l¨®gica: era mejor no ver a nadie, no salir de casa. Nos replegamos obedientemente. Pero aquello dol¨ªa por dentro, daba miedo: est¨¢bamos, por pura necesidad, hundiendo los pies bien profundo en el fango de la individualidad, un pantano que ya antes de la pandemia apestaba a podrido.
Algunas horas m¨¢s tarde, una amiga de hace muchos a?os, muy formal y casada ella, me escribi¨®:
¡°Ya ver¨¢s, ahora hablar¨¢s en plural¡±.
Me enrabiet¨¦, no s¨¦ si con ella, con la sociedad o conmigo misma, y le respond¨ª:
¡°Precisamente estaba escribiendo sobre la disoluci¨®n de la colectividad en pos de la familia nuclear en estos tiempos inciertos, y del terror que me provoca ser de pronto eso, una isla de dos¡±.
As¨ª de insoportable y repelente me ten¨ªa el asunto. Obviamente, mi amiga no me respondi¨®.
Record¨¦ los primeros signos de este dolor. En una infancia en la que mis padres me animaban, sobre todo, a desconfiar de la gente, a que no me tomaran por tonta ¡ªcon esa pedagog¨ªa tan cl¨¢sicamente espa?ola de ser m¨¢s listo que todos y no dejarse enga?ar, aunque con ello sacrifiquemos toda diversi¨®n y aventura¡ª, yo decid¨ª apostar todas mis fichas al recuadro de la amistad, a los otros. Y aquello funcion¨®. Mir¨¢bamos a la familia tradicional con la ternura desde?osa del que observa un ente caduco, herm¨¦tico, sin futuro, que no es consciente de qu¨¦ hay m¨¢s all¨¢ afuera. Pero recuerdo vivamente el primer desgarro: una amiga se ech¨® novio y desapareci¨®, se transform¨®, como si el clan escogido, nosotros, hubi¨¦semos sido ¨²nicamente un entretenimiento hasta alcanzar lo que se consideraba real, leg¨ªtimo, certificado. Ante mi sorpresa, todo el mundo pareci¨® aceptarlo. Mi primer desenga?o amoroso fue ese abandono que nada tuvo que ver con lo rom¨¢ntico, sino con una negaci¨®n del colectivo amistoso como esperanza.
Y ahora, reci¨¦n firmado el documento con el que la sociedad certifica que tengo derecho a ser una isla y que por ello me ser¨¢n otorgadas todo tipo de facilidades y felicidades, siento que esta distop¨ªa v¨ªrica parece invitarme a¨²n con m¨¢s fuerza a olvidar a los dem¨¢s y centrarme en el nosotros de ribete blanco y rosado, el amor exclusivista. Me invade la tristeza al pensar en los nefastos ejemplos de normalidad que me ha ofrecido la vida: esos matrimonios sin un solo amigo, esas familias ego¨ªstas y recelosas ante todo lo que se salga de lo suyo, ese fin de la amistad cuando se encuentra pareja. En la nueva normalidad, siento a la sociedad como ese estereotipo de se?ora que sale en pel¨ªculas y telediarios, y al que todos hemos visto alguna vez en directo: la due?a de su hogar que abre la puerta a un desconocido, o no tanto, y que responde desde el umbral, infranqueable, con ese gesto ic¨®nico de cruzarse la pechera de la bata una y otra vez, cada vez m¨¢s arriba, cada vez con m¨¢s recelo. En ese gesto se contiene todo el orgullo de la individualidad nuclear, toda la familia de sangre, todo el miedo al mundo, con su consiguiente tedio.
Arrastrando la resaca de la boda, fui a ver Renacimiento de La Tristura, compa?¨ªa que siempre me gana y casi me tumba con su idea arrolladora, rom¨¢ntica, a veces incluso cursi ¡ªpero c¨®mo no serlo cuando se trata de arengar al juntarnos¡ª de la colectividad. nes una obra coral que reivindica la uni¨®n. Un proyecto bello que comenz¨® antes de la pandemia y que apelaba al valor de la comunidad se volvi¨® una pieza imprescindible en el mundo pospand¨¦mico del miedo al otro. La vi con una amiga, separadas del resto del p¨²blico por dos asientos y las manos apestando a la mezcla de varios geles hidroalcoh¨®licos. En otra sala hab¨ªan colocado maniqu¨ªes en los lugares que no pod¨ªan ser ocupados por personas. Lloramos emocionadas sobre nuestras mascarillas de tela con filtro PM2.5 de tejido no tejido. Incluso este tejido no tejido recomendado en los medios, fibra sint¨¦tica, parec¨ªa eludir la uni¨®n de muchos en favor de la amalgama sellada. Adi¨®s a las fibras uni¨¦ndose, el hueco y el abrazo entre un hilo y el otro. Pero ante nuestros ojos, el teatro, algo ineludiblemente f¨ªsico, hablaba precisamente de la necesidad de un clan. Despu¨¦s, Violeta, integrante de la compa?¨ªa, me comentar¨ªa lo mucho que les concierne eso mismo que yo hab¨ªa sentido los ¨²ltimos d¨ªas: ¡°Nuestras formas de vida y de trabajo ya est¨¢n muy marcadas por la individualidad. Estamos en una situaci¨®n extra?a porque, inevitablemente, el coronavirus fomenta estos modelos. Convierte al otro en enemigo. Si no nos podemos tocar, si no podemos pasar rato en el mismo espacio, corremos el peligro de perder la colectividad. Poner el cuerpo ya no sale gratis¡±.
?Podremos salvarnos del virus y sus miedos sin perder el resquicio de esperanza que supone acercarnos al otro y cuidarlo?
Poner el cuerpo ya no sale gratis. ?C¨®mo haremos frente a la no gratuidad del cuerpo entregado a los otros? ?Podremos salvarnos del virus y su consiguiente alud de miedos sin perder el leve resquicio de esperanza que supon¨ªa acercarnos al otro y escucharlo, decirle, cuidarlo?
Yo s¨®lo s¨¦ que ahora, justo despu¨¦s de casarme, me gustar¨ªa que cuando est¨¦ hablando de nosotros, hable en realidad de muchos, hable en realidad de todos.