¡°Estamos en contra del matrimonio homosexual, pero toleramos a los homosexuales¡±: la trampa de la palabra ¡°tolerancia¡±
Hay algo ofensivo en la actitud condescendiente de quien tolera, porque ¡°soporta¡±, pero no reconoce o equipara derechos, escribe Fernando Vallesp¨ªn en este extracto que adelanta ¡®Ideas¡¯
El aspecto m¨¢s esquivo de la tolerancia tiene que ver con eso que Bernard Williams nos presenta como la paradoja de tener que tolerar lo que en el fondo nos resulta muy objetable o censurable. Por decirlo en sus propias palabras: ¡°Necesitamos tolerar a otra gente y sus formas de vida solo en situaciones en las que es muy dif¨ªcil hacerlo. La tolerancia, podr¨ªamos decir, solo se requiere para lo intolerable. Este es su problema principal¡±. O sea, que lo que se requiere de quien tolera es que acepte como bueno lo qu...
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El aspecto m¨¢s esquivo de la tolerancia tiene que ver con eso que Bernard Williams nos presenta como la paradoja de tener que tolerar lo que en el fondo nos resulta muy objetable o censurable. Por decirlo en sus propias palabras: ¡°Necesitamos tolerar a otra gente y sus formas de vida solo en situaciones en las que es muy dif¨ªcil hacerlo. La tolerancia, podr¨ªamos decir, solo se requiere para lo intolerable. Este es su problema principal¡±. O sea, que lo que se requiere de quien tolera es que acepte como bueno lo que entiende que es malo. Por decirlo en los t¨¦rminos cl¨¢sicos, que se ¡°permita el mal¡± (permissio mali), en vez de enfrentarse a ¨¦l en todas sus formas, no solo cuando se presenta de forma extrema. Aqu¨ª solo cabr¨ªa justificar esta excepcionalidad por razones de necesidad, en aplicaci¨®n del principio del mal mayor; para evitar la guerra y la violencia, por ejemplo. Lo curioso del caso, sin embargo, es que esta actitud encima se nos vende como virtud, como lo ¡°moralmente correcto¡±; es decir, que no lo hacemos por hipocres¨ªa, cobard¨ªa, dejadez o debilidad de juicio. Presupone, por el contrario, el convencimiento de que hay razones morales que nos inclinan a debilitar nuestros juicios negativos en nombre de un supuesto valor superior, el respeto por la persona tolerada, algo que seguramente sea mucho presuponer si aquello que rechazamos de ella lo vivimos de forma primaria y casi existencial. En algunos casos, incluso, por la propia actitud intolerante de aquellos a quienes se nos llama a tolerar. Ya ven, nada f¨¢cil.
Desde la perspectiva del tolerado la cosa no es menos delicada. Hay algo ciertamente ofensivo en la actitud condescendiente de quien tolera; lo normal es que el tolerado no desee ser ¡°soportado¡± o ¡°sufrido¡± sin m¨¢s, sino aceptado como un igual, con las diferencias que reclaman aprobaci¨®n, desde luego, pero salvando impoluta su propia dignidad humana. Recuerdo una frase que puso en circulaci¨®n el Tea Party en la ¨¦poca en la que lo lideraba Sarah Palin y que dec¨ªa literalmente: ¡°Estamos en contra del matrimonio homosexual, pero toleramos a los homosexuales¡±. Esa es justo la mayor manifestaci¨®n de desprecio, porque viene a decir que los ¡°soportan¡±, pero sin que ello suponga equiparar sus derechos a los de los heterosexuales. Con todo, al menos sirve para sacar a la luz el otro lado o perspectiva de la tolerancia, aquella del tolerado, que casi siempre presupone la b¨²squeda de un reconocimiento que haga obsoleto el recurso a ella. Y eso exige algo m¨¢s que una espera pasiva a que les sea concedida, presupone iniciar las correspondientes luchas sociales para alcanzar el objetivo, que lo que consideran que son sus derechos se trasladen a medidas legales espec¨ªficas o se avance en el reconocimiento de quienes se sienten preteridos.
De lo anterior podemos extraer la consecuencia de que ni quien tolera ni el tolerado pueden sentirse especialmente a gusto con la pr¨¢ctica de la tolerancia. Solo parece que estar¨ªan dispuestos a aceptarla por necesidad, como un ajuste necesario bajo condiciones extremas en las que aparece como un mal menor. Lo ideal es que ni siquiera hiciera falta el recurso a ella. Pero eso supondr¨ªa haber diluido cualquier resquemor hacia las diferencias de conductas o las formas de vida de todos, que ya habr¨ªamos entrado en la bendita indiferencia o la aceptaci¨®n; es decir, un mundo sin conflictos derivados del choque entre identidades o concepciones del mundo e incluso de opiniones; en realidad, un mundo sin pol¨ªtica.
Hasta ahora ese nunca ha sido el caso, pero lo cierto es que ha habido important¨ªsimos avances. Bernard Williams pone el ejemplo del tr¨¢nsito desde la ofuscaci¨®n originaria del conflicto religioso a su domesticaci¨®n a trav¨¦s de la privatizaci¨®n de la religi¨®n y el progresivo asentamiento de una sociedad m¨¢s secularizada. Una vez implantada la tolerancia, el propio cambio social se encarga de quitarle carga explosiva a la anterior causa de la contenciosidad y poco a poco va desembocando en aceptaci¨®n o indiferencia. Al menos hasta la siguiente situaci¨®n en la que surge otra fuente de hostilidad similar, y ah¨ª es cuando volvemos a precisar de esa virtud. Por decirlo en otras palabras, la peculiaridad de la tolerancia es que no es apenas necesaria cuando se apaciguan los juicios negativos sobre algo, pero nada nos asegura que sea eficaz cuando vuelven a rebrotar sobre alguna otra cosa. La integraci¨®n del pluralismo de la sociedad liberal funcion¨® sin grandes problemas hasta que comenz¨® la inmigraci¨®n masiva, por ejemplo, o la nueva ola feminista y los nuevos conflictos identitarios. (¡)
¡°Lo personal es pol¨ªtico¡±, el grito de guerra del feminismo, simboliza bien el cambio hacia el nuevo paradigma porque apelaba a la necesidad de romper aquellos espacios en los que se hurtaban al ojo p¨²blico las demandas de emancipaci¨®n y reconocimiento insatisfechas; las minor¨ªas de color salieron tambi¨¦n de sus guetos para reivindicar igualdad de derechos efectivos; los estudiantes pusieron en la picota la moral sexual tradicional, los valores familiares e incluso algunos de los presupuestos centrales de la democracia, como la necesidad de acceder a una pol¨ªtica m¨¢s participativa. La consecuencia fue la ampliaci¨®n del ¨¢mbito de lo tolerable y la extensi¨®n del debate pol¨ªtico a cuestiones que hasta entonces eran marginales en la discusi¨®n p¨²blica.
Hasta muy recientemente no puede decirse que haya habido cambios sustanciales, las luchas sociales tardaron en encontrar una plasmaci¨®n efectiva. Pero ahora la condici¨®n de la mujer ha sufrido ya una trasformaci¨®n radical, como tambi¨¦n la actitud ante los homosexuales o las minor¨ªas ¨¦tnicas y culturales. La aparici¨®n de la Red no solo facilit¨® la convocatoria f¨ªsica de manifestaciones de estos grupos; tambi¨¦n contribuy¨® a que encontraran a sus afines y se trasladara a ellos su conciencia de lucha. Ahora s¨ª que nada escapa al ojo p¨²blico. Todos nos enteramos de c¨®mo se siente cada cual, lo que opina, lo que le satisface o indigna. Tampoco hace falta enhebrar la propia posici¨®n en un discurso. Aqu¨ª (¡) no hay contraste de ideas, ni siquiera de valores. La fuerza del mejor argumento se sustituye por la intensidad de las pasiones. Importa m¨¢s la expresividad de la indignaci¨®n moral, cuyo ¨²nico objetivo es fortalecer la cohesi¨®n del grupo, mantener viva su animadversi¨®n al otro como fin en s¨ª mismo. Es l¨®gico, por tanto, que una de las partes beligerantes no pueda comenzarse diciendo que respeta las otras posiciones, a pesar de no estar de acuerdo con ellas; todo lo contrario, la eficacia reside en mandar el mensaje contrario, que esa opini¨®n es inaceptable, inasumible, degradante, o de facha o rojo, la mejor manera de evitar tener que argumentar en contra de alguien. No hay manera de encontrar una transacci¨®n pac¨ªfica de las diferencias. La pol¨ªtica posverdad a?ade a esto un elemento a¨²n m¨¢s distorsionador, si cabe, porque son los hechos mismos los que se ponen en la picota, y sin ese mundo de una realidad compartida todo queda ya al albur de afirmaciones arbitrarias sobre cualquier cosa. Todo vale.
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