Lecciones de Bradlee
El legado del director de 'The Washington Post' no es s¨®lo el Watergate
Ben Bradlee, que el martes muri¨® a los 93 a?os, fue el ¨²ltimo coloso de la era dorada del periodismo norteamericano. Era, en muchos aspectos, un periodista de otra ¨¦poca.
Por la seguridad en s¨ª mismo y en su medio que siempre exhibi¨®: su reinado en The Washington Post, desde 1965 a 1991, coincidi¨® con la hegemon¨ªa de la prensa de calidad, que marcaba la agenda pol¨ªtica, atesoraba una autoridad incuestionada e incluso pod¨ªa provocar la dimisi¨®n de un presidente, como ocurri¨® con Richard Nixon por el esc¨¢ndalo del Watergate. Ni la prensa viv¨ªa permanentemente en el div¨¢n del psicoan¨¢lisis ni exist¨ªan redes sociales, ni blogs, ni nuevos medios que cuestionasen segundo a segundo que lo que se publicase en The New York Times o en el Post fuese fit to print, digno de ser imprimido.
Ben Bradlee (1921-2014) era de otra ¨¦poca, tambi¨¦n, en su relaci¨®n con el poder. Se hace dif¨ªcil imaginar hoy a un director de un medio de comunicaci¨®n tan cercano a un presidente como lo fue Bradlee con su amigo John F. Kennedy, y dif¨ªcil imaginar a los directores del Post o el Times mandando al diablo al fiscal general, como hizo Bradlee una vez despu¨¦s de que un reportero del Post recibiese una citaci¨®n judicial.
Hoy los directores de prensa en Estados Unidos ¡ªhombres y mujeres an¨®nimos a quienes pocos, incluso en el mundo de la prensa y la pol¨ªtica, reconocer¨ªan si se los cruzasen por la calle¡ª no reinan en la vida social del Upper West Side o de Georgetown, como durante d¨¦cadas reinaron Bradlee y su c¨®mplice y editora, Katharine Graham.
Ni el Post significa lo que entonces significaba en la capital ¡ªPolitico y otros medios le han robado el monopolio de la informaci¨®n pol¨ªtica¡ª ni las fiestas del barrio de Georgetown, como tantas veces ha lamentado la viuda de Bradlee, Sally Quinn, son lo que fueron.
Y, sin embargo, Ben Bradlee no es un periodista del pasado. Bradlee acu?¨® el patr¨®n oro de lo que supone dirigir un peri¨®dico. Desde entonces, sea para imitarlo, inspirarse o distinguirse de ¨¦l, raro es el director que no se mide ante este modelo: el hombre del Watergate, el que convirti¨® un diario local en un referente mundial, el que electrizaba a la redacci¨®n con su mera presencia.
En tiempos en que regresa el periodismo activista ¡ªahora reclamar la objetividad, incluso la imparcialidad, y aparcar los prejuicios en el armario parece a veces anacron¨ªa¡ª, la lecci¨®n de Bradlee es estimulante. Bradlee ten¨ªa poca opiniones e ideas. Nunca aspir¨® a sentar c¨¢tedra. No era de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario. Se guiaba por la b¨²squeda de la noticia.
¡°La esencia del periodismo es la superficialidad¡±, dijo en una entrevista a EL PA?S, citando a un maestro suyo (La frase recuerda a la de otro periodista del siglo XX, Josep Pla: ¡°Yo no creo en las profundidades. Lo m¨¢s profundo que tiene un hombre es su superficie¡±).
Y otra lecci¨®n, quiz¨¢ tan importante como la de su gran ¨¦xito, el Watergate: su reverso, el esc¨¢ndalo de Janet Cooke, la periodista que en 1980 public¨® en The Washington Post un reportaje sobre un ni?o heroin¨®mano. Cooke gan¨® el Pulitzer por el reportaje. Despu¨¦s admiti¨® que era ficci¨®n. Bradlee ofreci¨® a los Graham dimitir. Y orden¨® al defensor del lector una investigaci¨®n a fondo del error en la que ¨¦l no sali¨® bien parado. En su mayor fracaso, Bradlee dio otra lecci¨®n de primer orden.
Su periodismo, despojado de las circunstancias de su tiempo, sirve para hoy y para siempre.
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