El ex director del FBI acusa en el Senado a Trump de ¡°mentir y difamar¡±
Comey considera que el presidente ¡°quer¨ªa obtener algo¡± a cambio de mantenerle en el puesto y que le despidieron por sus resistencias en la investigaci¨®n de la trama rusa
Fue la hora de la verdad. El exdirector del FBI James Comey se enfrent¨® este jueves a sus propios actos. Ante el Comit¨¦ de Inteligencia del Senado, en una sesi¨®n que sacudi¨® a EEUU, el hombre del que dependi¨® la investigaci¨®n de la trama rusa sac¨® a la luz las entra?as del poder y mostr¨® la peor cara de Donald Trump. Le acus¨® de mentir y difamar, de intentar ¡°darle directrices¡± para desviar la investigaci¨®n sobre el teniente general Michael Flynn e incluso de despedirle por el caso ruso. Toda una carga de profundidad que insufla nueva vida a una posible acusaci¨®n de obstrucci¨®n.
Comey se dirigi¨® al Senado bajo la mirada de un pa¨ªs entero. La v¨ªspera hab¨ªa hecho p¨²blico el testimonio que iba a servir de base a su comparecencia. Siete p¨¢ginas en las que detallaba sus tres encuentros y seis conversaciones con Donald Trump. La primera, el 6 de enero en la Trump Tower; la ¨²ltima, una llamada telef¨®nica el 11 de abril.
Trump niega cualquier presi¨®n
El presidente Donald Trump se contuvo. No tuite¨® ni habl¨®. Fue su abogado privado, Mark Kasowitz, el encargado de responder al exdirector del FBI James Comey. La contestaci¨®n fue dura y presagia la estrategia de la Casa Blanca.
Primero acus¨® a Comey de haber roto el secreto de las comunicaciones, el privilegio presidencial que impide a sus colaborares hacer p¨²blicas las conversaciones en la Casa Blanca. Luego, el letrado ahond¨® el cerco defensivo negando que Trump hubiese pedido lealtad a Comey, que le hubiese presionado en ning¨²n momento o que le hubiese pedido dejar fuera de las pesquisas al destituido consejero Nacional de Seguridad, Michael Flynn. ¡°Nunca, nunca en forma o sustancia trat¨® de bloquear las investigaciones¡±, remach¨® Kasowitz.
El relato ofrece una mirada ¨²nica al interior de la Casa Blanca, pero sobre todo revela el choque entre el perturbador y excesivo multimillonario de Nueva York y un funcionario de larga carrera conocido por su integridad y sus valores religiosos. Con evidente esc¨¢ndalo, Comey, de 56 a?os, describe en su texto los deseos del presidente, expresados en la intimidad del Sal¨®n Verde o el Despacho Oval, de atraerle a su causa, de que dejase de lado la investigaci¨®n sobre el dimitido teniente general Michael Flynn o de que a ¨¦l mismo le exonerase p¨²blicamente. Conversaciones privadas, directas e incluso brutales, en las que Trump igual negaba haberse acostado con prostitutas en Mosc¨², que le ped¨ªa lealtad o que le ¡°despejase la nube¡± de la trama rusa.
Ese escrito, listo para construir un caso de obstrucci¨®n, la piedra angular de un posible impeachment, fue la pista de salida de Comey. Traje oscuro, camisa blanca, corbata roja, el exdirector del FBI lo dio por conocido en su comparecencia y se lanz¨® directamente a la m¨¦dula del conflicto: su despido el pasado 9 de mayo, seis a?os antes del plazo legal. Una destituci¨®n que en principio Comey se tom¨® con naturalidad -¡°siempre he pensado que el director del FBI puede ser despedido por cualquier raz¨®n o sin ella¡±- pero que devino en preocupaci¨®n, cuando el presidente empez¨® a denostarle p¨²blicamente. Primero se?alando que le hab¨ªa fulminado por ¡°esa cosa de Rusia¡± y luego acus¨¢ndole de ser una ¡°cabeza hueca¡± y un ¡°fanfarr¨®n¡±.
¡°La Administraci¨®n de Trump decidi¨® difamarme a m¨ª y al FBI diciendo que en la organizaci¨®n reinaba el desorden, que estaba mal dirigida y que no hab¨ªa confianza en su l¨ªder. Eso era mentira, pura y simplemente¡±, afirm¨® Comey con evidente dolor. Su reacci¨®n, propia de alguien que conoce bien el tablero de Washington, fue hacer p¨²blico parte del contenido de sus notas. Se dirigi¨® a un amigo, el profesor de leyes de la Universidad de Columbia Daniel Richman, y le pidi¨® que se pusiera en contacto con un peri¨®dico (The New York Times) para que publicara su versi¨®n de lo ocurrido. Una bomba cuya onda expansiva no ha dejado de sentirse a¨²n y cuyo objetivo era proteger la investigaci¨®n forzando el nombramiento de un fiscal especial para el caso ruso.
Fue un momento de sorpresa. Y de sinceridad. Nadie esperaba que el exdirector del FBI se confesara autor de las filtraciones. Pero detr¨¢s de este arranque palpitaba la profunda desconfianza de Comey hacia Trump. Su propia pr¨¢ctica de redactar notas de sus encuentros fue reflejo de ello. En su primera reuni¨®n con el presidente, en la Trump Tower el 6 de enero, cuando a¨²n no hab¨ªa sido investido, Comey le dio detalle de las investigaciones que se estaban llevando a cabo sobre la trama rusa, el expediente del FBI que intenta determinar si el equipo electoral del republicano se coordin¨® con el Kremlin en la campa?a de desprestigio que sufri¨® Hillary Clinton.
Ante la reacci¨®n desairada de Trump, que se sinti¨® objeto de las pesquisas, Comey le asegur¨® que no estaba siendo investigado, pero al mismo tiempo tom¨® nota del personaje y redact¨® su primer memor¨¢ndum. ¡°La investigaci¨®n pod¨ªa tocar al presidente y no sab¨ªa si mentir¨ªa sobre la naturaleza de la reuni¨®n y si alg¨²n d¨ªa tendr¨ªa que defenderme¡±, afirm¨®.
Desde entonces, el director del FBI vivi¨® presionado. En la cena que tuvo el 27 de enero en la Casa Blanca advirti¨® c¨®mo el presidente, con sus constantes recordatorios a que su puesto era deseado por otros, ¡°trataba de establecer una relaci¨®n¡±. ¡°Mi sentido com¨²n me hizo pensar que quer¨ªa obtener algo a cambio de la garant¨ªa de mantenerme en el puesto¡±. Y lo mismo ocurri¨® en el siguiente encuentro a solas, cuando Trump le pregunt¨® por el teniente general Michael Flynn, el personaje central de la trama rusa, y le expres¨® su deseo de que lo dejase fuera de la investigaci¨®n.
Todo ello super¨® a Comey. No s¨®lo colision¨® con su ¡°sentido de la independencia del FBI¡± sino que percibi¨® que Trump, con sus peticiones le estaba dando ¡°directrices¡±. Finalmente, ya despedido, entendi¨® que la causa era la trama rusa. ¡°Algo en la forma en que conduc¨ªa la investigaci¨®n, hizo sentir al presidente una presi¨®n de la que quer¨ªa despojarse¡±, dijo.
Hasta ah¨ª lleg¨® el director del FBI. Pero no dio el siguiente paso. Evit¨® cualquier interpretaci¨®n. Y cuando los senadores republicanos le preguntaron si consideraba que el presidente hab¨ªa incurrido en obstrucci¨®n, se?al¨® que eso le correspond¨ªa responder al fiscal especial del caso, Robert Mueller. ¡°Para m¨ª todo fue muy turbador¡± se limit¨® a indicar. El golpe, por su parte, ya hab¨ªa sido dado. Ahora el turno es de otros.
A las cinco de la ma?ana en el Senado para escuchar a Comey
Desde tempranas horas de la ma?ana, decenas de personas permanecieron en fila para poder entrar a la sala del comit¨¦ de Inteligencia del Senado, en que habl¨® James Comey. "Hoy puede ser un d¨ªa hist¨®rico, quer¨ªa estar aqu¨ª", afirm¨® Louis, un joven que trabaja en el Capitolio pero este jueves pidi¨® permiso para asistir a la audiencia. Lleg¨® a las cinco de la ma?ana.
Por los pasillos del Senado, los legisladores trataban de escapar las c¨¢maras y algunos incluso alteraron su ruta habitual de entrada a la sala. El exdirector del FBI apur¨® hasta el final y entr¨® en la sala menos de dos minutos antes de que comenzara la esperada sesi¨®n.
Tras casi tres horas de preguntas y respuestas -y m¨¢s detalles sobre las presiones que hizo el republicano a Comey-, el exdirector sali¨® de la sala del Senado con paso firme, en silencio y con la mirada al vac¨ªo.
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