Balsas (Estado de Maranh?o)
La cascada de Macap¨¢ no est¨¢ precisamente a mano pero as¨ª es como deber¨ªa ser en opini¨®n de los integrantes de esta comunidad de peque?as granjas al noreste de Brasil. Para que un extranjero se acerque a ella tiene que llegar al aeropuerto m¨¢s cercano, el de Imperatriz, al sur del Estado de Maranh?o; hacer 400 kil¨®metros de carretera hasta Balsas, una ciudad de 90.000 habitantes y tres concesionarios de tractores, y all¨ª conseguir transporte para recorrer caminos de tierra durante dos horas. En cuanto el paisaje pase de un borr¨®n anaranjado a una serie de ¨¢rboles desnudos, a¨²n hay que pasar tres puentes de madera, la escuela que el Gobierno prometi¨® y dej¨® a medio construir, y, finalmente, el enorme candado que cierra la finca de do?a Raimundinha.
¡°Meu Deus do c¨¦u, qu¨¦ sobresalto¡±, exclama ella atropelladamente, un manojo de nervios de metro y 20, 59 a?os e incontables arrugas, al abrir la verja. E insiste durante el camino a su casa. ¡°A veces viene gente de fuera y no sabemos si son de la hidroel¨¦ctrica. Ay, no pueden venir aqu¨ª, meu Deus do c¨¦u¡±.
Como casi todo el mundo en Macap¨¢, do?a Raimundinha vive con su familia y sus animales: los primeros en una casa de paredes de barro y tejado de paja, los otros, libres por el terreno arenoso y despoblado que lleva d¨¦cadas en manos de su familia. Y en ella quiere que siga, cuenta ella, a¨²n inquieta, meci¨¦ndose en su sal¨®n por el que desfilan unos pollitos con su madre gallina. ¡°Esto era de mi padre, que muri¨®, y se lo dio a mi hermano, que muri¨®. Llor¨¦ por sus muertes, para que luego llegue alguien y me eche. Sin dinero ni lugar al que ir, meu Deus do c¨¦u¡±. Se tapa la cara con las manos en un gesto dram¨¢tico.
Tambi¨¦n como casi todo el mundo en Macap¨¢, Do?a Raimundinha vive bajo una amenaza invisible. Una compa?¨ªa el¨¦ctrica quiere usar la famosa catarata para generar energ¨ªa: a cambio, tendr¨ªan que expropiar a las 70 familias que viven ah¨ª. Pr¨¢cticamente nunca han puesto pie fuera de sus propias tierras. Mudarse ser¨ªa m¨¢s que traum¨¢tico, ser¨ªa una p¨¦rdida de todo lo que ha sido su vida, su mundo, desde hace generaciones. La clave es no dejar que nadie se acerque a la cascada a hacer estudios de viabilidad, y el ¨²nico camino f¨¢cil es el de esta finca. De ah¨ª la importancia del candado de do?a Raimundinha.
Y aqu¨ª est¨¢ ella, como una guardiana de cuento con mo?o y ansiedad, controlando el mundo en mitad de la nada, sin m¨¢s que hacer que saltar cada vez que oye un coche. Dice que nunca descansa del todo. Que vive sobresaltada. Que la amenaza de la hidroel¨¦ctrica le consume la vida. ¡°Los de la ciudad viven bastante bien, mientras nosotros bregamos de una generaci¨®n a otra, nunca hacemos nada, nos criamos con el sudor de nuestros brazos, ?por qu¨¦ no pueden dejarnos en paz? Meu Deus do c¨¦u¡±, clama. Vuelve a esconder la cara en las manos.
¡°Me lo dicen mis vecinos, me lo dice el cura. Que no podemos bajar la guardia, que tenemos que luchar¡±, insiste. ¡°Y eso hacemos, eso es todo lo que hacemos. Hasta que se rindan. O hasta que¡ Meu Deus do c¨¦u...¡±.
Brasil suele evocar la imagen de playa o selva pero tiene una sabana de dos millones de kil¨®metros cuadrados. El llamado Cerrado es una franja que atraviesa el mayor pa¨ªs de Am¨¦rica Latina por la mitad: empieza en Maranh?o, en el nordeste, y va bajando en diagonal a lo largo de ocho Estados hasta la frontera con Paraguay el sudeste. Separa el clima tropical y las selvas del norte de los bosques y las ciudades del sur. Lo que hay en medio es sabana pura. Sol, polvo y monoton¨ªa interrumpida solo por plantaciones industriales gigantescas. Hay tantas que uno creer¨ªa estar en las planicies de Misuri; hace tanto calor que parece Tombuct¨². Y sin embargo, en este mundo sepia y ¨¢spero est¨¢ ocurriendo uno de los atentados a la biodiversidad menos atendidos de nuestros tiempos.
El Cerrado tiene m¨¢s de 12.500 especies de plantas, de las cuales m¨¢s de 7.300 solo se pueden encontrar aqu¨ª. Alberga a mil especies de peces y m¨¢s de 250 de mam¨ªferos: de ellas, 18 son aut¨®ctonas. Es la sabana m¨¢s rica del mundo. Luego est¨¢n las otras cifras, las preocupantes. Desde 1970, se ha deforestado el 47% de este lugar. Solo en 2015, ¨²ltimo a?o del que se tienen datos, se devastaron 9.483 kil¨®metros cuadrados: por compararlo con algo, ese mismo a?o la comunidad cient¨ªfica se indign¨® porque la deforestaci¨®n en el Amazonas se hab¨ªa disparado hasta unos 6.207 kil¨®metros cuadrados. El Cerrado es la verdadera tragedia medioambiental brasile?a.
Tambi¨¦n es la menos conocida: ese dato de 2015 es de los pocos que ha revelado el Gobierno brasile?o. Apareci¨® un d¨ªa del pasado julio en la web del Ministerio de Medio Ambiente. Estaba escondido dentro de una serie de gr¨¢ficos que celebraban las nuevas formas de monitorear la naturaleza.
?C¨®mo es posible mantener un secreto de estas dimensiones? ¡°Creo que es una cuesti¨®n arraigada en la sociedad brasile?a¡±, explica David M. Lapola, investigador de cambios ambientales en la Universidad de Campinas. ¡°Quiz¨¢ porque el Cerrado tiene una vegetaci¨®n menos exuberante que el Amazonas. Quiz¨¢ porque los medios solo cubren asuntos relacionados con el Amazonas o los bosques. Quiz¨¢ sea porque no hay grandes mam¨ªferos como en las sabanas africanas. Pero cuando se hizo la Constituci¨®n brasile?a [en 1988], el Amazonas y otros biomas se consideraron patrimonio nacional. El Cerrado no¡±. Mauricio Voivodic, presidente de WWF Brasil, recuerda: ¡°El Amazonas tuvo un gran apelo mundial por parte de gobiernos extranjeros y artistas sobre la importancia de la conversaci¨®n. El Cerrado, sin embargo, es un caso de enorme desatenci¨®n¡±.
Solo el 3% del Cerrado est¨¢ protegido, seg¨²n la revista Nature Ecology and Evolution. Al ritmo al que se est¨¢ acabando con ¨¦l, y con la cantidad de especies que contiene, en 2050 habr¨¢n desaparecido de la faz de la tierra 1.140 de sus plantas end¨¦micas. Desde 1500, que se empez¨® a registrar la poblaci¨®n de plantas del mundo, hasta ahora, se han extinguido 139. ¡°De los puntos calientes de la biodiviersidad del planeta, el Cerrado es el quinto que m¨¢s especies ha perdido¡±, alerta Tim Newbold, que public¨® un art¨ªculo sobre el tema en Science, en 2016.
Como ocurre con la granja de do?a Raimundinha, esta sabana se ha convertido en un suelo muy goloso para la industria agropecuaria, que ya controla m¨¢s del 75% de la tierra cultivable de Brasil. Y a diferencia de do?a Raimundinha, los peque?os granjeros han ido cediendo a las presiones para malvender su 25%. ¡°Pero si vas a Minas Gerais, o a Goi¨¢s [Estados al sur del Cerrado], ves que los que se fueron no han ido a mejor¡±, alerta un vecino de Raimundinha, Tancredo, con cierta despreocupaci¨®n. 51 a?os, alto, delgado, sin camiseta y con sombrero de vaquero. Est¨¢ sentado bajo un ¨¢rbol en su finca: 38 hect¨¢reas de polvo, huertos y gallos. Una casa de barro y un pozo hechos por ¨¦l mismo. Aqu¨ª vive con su mujer y aqu¨ª crio a sus tres hijos. Comen de lo que plantan.
¡°La soluci¨®n no es irse, es quedarse. Es quedarse y es pelear. Este terreno es grande pero tambi¨¦n es peque?o [en comparaci¨®n con la industria agropecuaria] y por eso hay que estar siempre alerta. Hay que seguir a las personas que tiran de las comunidades¡±, insiste Tancredo. Se?ala al hombre serio, recto y callado que tiene sentado al lado.
El Gobierno brasile?o no hace casi nada por el Cerrado, pero existe un grupo de personas que s¨ª. Son los due?os legales de las tierras fuera de la industria. Los que llevan toda la vida en estas granjas, hoy lentas, anticuadas e ineficaces. Los que tienen las escrituras de las tierras. Apenas saben de leyes (muchos no saben ni escribir) y no son expertos en ecolog¨ªa. Pero su supervivencia es la de miles de otras especies. Algunos solos, algunos con ayuda de asociaciones, se han convertido en los ¨²ltimos guardianes del viejo Cerrado.
Como el hombre sentado al lado de Tancredo. Se llama Paulo Coelho Cardoso.
La avioneta fue como un p¨¢jaro de mal ag¨¹ero. Casi todos los vecinos de Macap¨¢ la vieron sobrevolar sus fincas, como un anuncio de problemas por venir. Paulo tambi¨¦n. El hombre que acababa de heredar la principal finca de la comunidad -y con ella, la responsabilidad de protegerlas todas-, descifr¨® enseguida su significado. ¡°Estaba ah¨ª haciendo parte de un estudio topogr¨¢fico¡±, recuerda hoy. ¡°Estaba ah¨ª porque no hab¨ªan podido entrar persona y no pensaban desistir¡±.
¡°Ellos¡± son PEC Energ¨ªa, un holding de empresas hidroel¨¦ctricas que desarrolla proyectos en nueve Estados brasile?os, y al que los vecinos de aqu¨ª consideran su archienemigo. Quieren aprovechar la cascada de Macap¨¢ para construir una peque?a central hidroel¨¦ctrica que alimentar¨¢ a las grandes granjas de la regi¨®n pero que les obligar¨¢ a ellos a irse a otro lado. Perder¨¢n su casa, o sea, todo, y el impacto ambiental ser¨ªa incalculable. ¡°Todo esto solo beneficia al fazendeiro de al lado¡±, protesta Paulo. Fazendeiro es todo due?o de un latifundio. ¡°Quiere m¨¢s luz para instalar m¨¢s dispositivos de riego y con ellos dar de comer a m¨¢s ganado. Tiene cinco dispositivos ya¡±. Alza la mano, bien separados los cinco dedos, y pone cara desafiante, como si el gesto fuese una ofensa. PEC Energ¨ªa contest¨® a todas las llamadas de EL PA?S diciendo que no ten¨ªan nada que comentar de este proyecto.
Paulo es agricultor y vive de vender coco, calabaza, ma¨ªz, sand¨ªa y jud¨ªas en Balsas. Pero su dedicaci¨®n real es esta causa. En 2008, unos representantes de la empresa se plantaron en las fincas: los vecinos llaman esas visitas ¡°intimidatorias¡±. Con miedo, empezaron a unirse alrededor de Paulo. Entonces se decidi¨®: PEC Energ¨ªa no pondr¨ªa un pie en estas tierras. Sin visitas no habr¨ªa estudio y sin estudio no habr¨ªa hidroel¨¦ctrica.
2011 fue la prueba de fuego. Ante la insistencia de la empresa, los vecinos quemaron los puentes de madera que dan acceso a sus tierras. Acamparon en puntos estrat¨¦gicos. Dos semanas, 150 hombres. Pareci¨® dar resultado. Pero luego lleg¨® la avioneta: el mal ag¨¹ero. PEC Energ¨ªa no iba desistir. Iba a por todas las trincheras, de la judicial a la pol¨ªtica. El l¨ªder que defendiese esta comunidad iba a tener que entregarse en cuerpo y alma.
Que el peso de la lucha recayera sobre Paulo era inevitable. Porque estaba dispuesto y porque es hijo de Raimundo Cardoso de Morais, el ¡°hombre importante¡± del lugar, y Raimundo ahora est¨¢ muerto. Cuando esto era la nada, en 1956, Raimundo hab¨ªa comprado 200 hect¨¢reas y contratado a todo el mundo que viviera cerca para cultivar las tierras. Aquellas familias prosperaron, y la suya m¨¢s: tuvo 11 hijos, que crecieron viendo que la comunidad giraba alrededor del patriarca. Los problemas se comentaban en la entrada de la casa y se resolv¨ªan en la cocina. En 2009, con 75 a?os, Raimundo ejecut¨® su testamento. Paulo hered¨® la parte con la vivienda, y con ella, el flujo de los problemas de la comunidad. En 2016, el patriarca se cay¨® del caballo y muri¨®. Ten¨ªa 82 a?os. Colgaron su foto sobre la silla de la entrada de la casa.
¡°Mi padre era un hombre importante¡±, recuerda Paulo. Est¨¢ en su cocina, sentado en la mesa con capacidad para 20 personas, en un porche de cara a la finca. Antes, el mundo cambiaba ah¨ª fuera y se solucionaba aqu¨ª dentro.
Paulo se?ala la finca al otro lado del porche. ¡°Nac¨ª y crec¨ª aqu¨ª. Ese suelo tiene mi rastro de donde correteaba cuando era peque?o. No tiene precio algo con un valor sentimental tan incre¨ªble. No tiene precio¡±. Desde aqu¨ª se puede ver a su sobrino de tres a?os, David, rubio, con el pelo a taz¨®n y alborotado, subido a bicicleta, dejando marcas por la tierra. ¡°Tengo tres hijos, de 20, 13, y 7 a?os y ellos van a heredar esta tierra, como mi padre me la dio a m¨ª¡±, promete.
Pero los imperativos para luchar contra la expropiaci¨®n no son solo sentimentales. ¡°Todos salimos perdiendo con el dinero que nos den¡±, avisa Jo?o Carlos, hermano peque?o de Paulo. ?l hered¨® una finca de 40 hect¨¢reas a un par de kil¨®metros, donde cultiva az¨²car y coco. Y calcula: ¡°Para estar donde estoy yo ahora ha hecho falta la vida entera de mi padre y 20 a?os de la m¨ªa. En ese tiempo, he perfeccionado la producci¨®n de cacha?a [aguardiente brasile?o que se produce con az¨²car], y ahora saco 10 veces m¨¢s que cuando empec¨¦. El coco tambi¨¦n hay que plantarlo cuatro a?os antes de poder venderlo. Todo eso lo pierdo si nos vamos¡±.
Paulo est¨¢ arropado por una serie de asociaciones que le ayudan a abrirse camino por los laberintos judiciales y pol¨ªticos por los que se maneja su enemigo. Pero ¨¦l tambi¨¦n hace su parte: hay que motivar a los vecinos para que no se rindan y no vendan sus terrenos. ¡°Solo podemos evitarlo [lo peor] si estamos todos unidos¡±, repite con frecuencia, mientras conduce por las fincas, rebotando en el asiento de conductor mientras la furgoneta se abre paso sobre los caminos de tierra, envuelta en una polvareda. Su misi¨®n es visitar a los vecinos y reavivar su inter¨¦s en la lucha. Recordarles que hay una reuni¨®n dentro de poco, una nueva estrategia, una nueva salida. Que sepan que se est¨¢n haciendo cosas. Tancredo, Do?a Raimundinha. Todos. ¡°Tenemos que estar unidos¡±, repite.
Lo cierto es que cada soluci¨®n que se les ha ocurrido hasta ahora ha fracasado. Interpusieron una demanda contra PEC y la perdieron. El juez les oblig¨® a dejar que los representantes de la hidroel¨¦ctrica entrasen a la finca: ellos se negaron a acatar la orden. En febrero de 2017, la PEC comenz¨® una nueva embestida. Ellos insisten: aunque vengan con todos los papeles en regla, se negar¨¢n a dejarles pasar. Y pelear¨¢n f¨ªsicamente si hace falta. Por ahora, todo depende de que la Secretar¨ªa de Medio Ambiente de Maranh?o le niegue a la empresa la licencia para hacer el estudio. Nada apunta a que lo vaya a hacer.
Pero en el fondo nada ha apuntado a un final feliz hasta ahora y aqu¨ª siguen. Tienen el progreso, el dinero y la industria en contra y eso no les detiene. Saben que no hay soluci¨®n definitiva. Aqu¨ª solo hay lucha. Constante. Como estilo de vida, la vida del perdedor, en fin. ¡°Nunca he pensado lo que har¨ªa si me tuviese que ir. No me lo planteo¡±, niega Paulo con la cabeza. ¡°Plante¨¢rselo ya es una derrota¡±.
Visitar a Dona Raimundinha tiene la ventaja de que es la ruta a la cascada. Un camino de polvo que poco a poco se convierte en un para¨ªso de vegetaci¨®n frondosa. Y entonces uno se encuentra ante un precipicio de 70 metros por donde no para de caer un enorme chorro de agua. Tan grande que las palmeras de la orilla parecen min¨²sculas. Es la ca¨ªda m¨¢s alta del Estado. Aqui PEC Energ¨ªa ve su hidroel¨¦ctrica como tambi¨¦n aqu¨ª Raimundo vio una comunidad cuando nadie ve¨ªa nada. Y ahora, en el mismo lugar Paulo intenta desesperadamente que esa visi¨®n, que es su vida entera, no pierda sentido.
¡°Podr¨ªa estar haciendo cualquier otra cosa y ganar¨ªa m¨¢s dinero. Vivir¨ªa de otra manera¡±, reflexiona Paulo. ¡°Pero el valor de esta tierra no tiene precio. No puede ser que todo en esta vida lo mueva el real¡±.
-La responsabilidad de continuar la lucha, ?cansa?
-Es dif¨ªcil a veces y... Bueno. S¨ª.
Pistolas, fuego y sangre en la tierra de la deforestaci¨®n silenciosa
Esta es una guerra nueva. Durante siglos y hasta hace relativamente poco, el consenso era que el Cerrado no val¨ªa nada. Jam¨¢s podr¨ªa nacer algo valioso de aquel suelo ¨¢cido y sin nutrientes. Pero en 1973, durante la dictadura militar brasile?a, los generales que dirig¨ªan el pa¨ªs fundaron Embrapa, la Empresa Brasileira de Pesquisa Agropecu¨¢ria (Empresa Brasile?a de Investigaciones Agropecuarias) y le pusieron como prioridad lo imposible: convertir ese terreno yermo en algo f¨¦rtil.
Lo imposible se logr¨® en cuatro pasos. Primero, regaron el suelo con cantidades ingentes de caliza para reducir la acidez. Segundo, trajeron de ?frica una hierba llamada brachiaria y la cruzaron hasta obtener brachquiarinha y despu¨¦s braquiar?o, variedades que medraban en el nuevo suelo menos ¨¢cido. De pronto, esta tierra de nadie pod¨ªa ser pasto de todos. Tercero, cruzaron tipos de soja, un cultivo de latitudes templadas, hasta obtener una versi¨®n que creciese bajo el sol abrasador, en los suelos ¨¢cidos, y en dos cosechas anuales. Y cuarto, popularizaron la idea de que la soja se recoge cort¨¢ndola del tallo, no arando la tierra; si el tallo se pudre en el suelo, este absorbe los nutrientes. El resultado fue impresionante. Donde no ten¨ªa nada, Brasil pas¨® a tener cientos de miles de kil¨®metros cuadrados de suelo f¨¦rtil esperando a dar beneficios. De la sabana africana hab¨ªa salido un medio oeste estadounidense, un para¨ªso para alimentar un mundo superpoblado y enriquecer a quien se diese prisa. Aun hoy a esto se le llama El Milagro del Cerrado.
La industria se dispar¨®. Brasil, que hasta entonces importaba la comida, se convirti¨® en un gran exportador. En 1996 la producci¨®n agr¨ªcola alcanz¨® los 23.000 millones de d¨®lares. En 2006 fueron 108.000. Aquel a?o se entreg¨® el World Food Prize a los ingenieros que hab¨ªan trabajado en Embrapa: la organizaci¨®n describi¨® el Milagro del Cerrado como ¡°uno de los mayores logros del siglo XX en ciencia agricultural¡±. En 2017 Brasil fue el segundo exportador de soja del mundo, con una cosecha r¨¦cord de 242 millones de toneladas. El pa¨ªs ha visto c¨®mo la agricultura industrial ocupa el 23% del PIB, su puesto m¨¢s alto en 13 a?os: en parte por los 51 millones de toneladas de soja que le vendi¨® a China. Brasil es una econom¨ªa adicta a sus cosechas y el Cerrado es un componente fundamental de esta droga.
Con una pega. El milagro se dise?¨® pensando a lo grande en una tierra de habitantes peque?os. ¡°Embrapa no ha adaptado estas pr¨¢cticas a los granjeros, que est¨¢n m¨¢s preocupados en mantener sus tierras que en aumentar su eficacia¡±, alert¨® en 2010 Joerg Priess, del alem¨¢n Centro de Investigaciones Ambientales Helmhotz. El Ministerio de Agricultura se niega a dar datos exactos, si es que los tiene, pero se cree que el ¨¦xodo de agricultores familiares ha sido dram¨¢tico. El ¨²ltimo censo, de 2006, muestra que el 90% de las granjas ocupa el 25% de la tierra. Eso mientras las granjas menores de 10 hect¨¢reas est¨¢n desapareciendo desde 1985 (el resto de granjas no para de multiplicarse). Son datos vagos pero es todo lo oficial que hay en el Instituto Brasile?o de Geograf¨ªa y Estad¨ªstica. ¡°Y hay bastante discusi¨®n sobre su fiabilidad¡±, matiza David M. Lapola, de la Universidad de Campinas.
La propia extensi¨®n de la zona, y su falta de infrasestructuras lo dificultan todo a¨²n m¨¢s. ¡°Estas comunidades peque?as est¨¢n en ¨¢reas remotas y eso complica el unirlos y movilizarlos. Las integran personas pobres, negras, ind¨ªgenas. Gente excluida, hist¨®ricamente¡±, alerta Gerardo Cerdas, representante de la organizaci¨®n internacional ActionAid en el comit¨¦ directivo de la Campa?a de Defensa del Cerrado. ¡°Para poner una denuncia, algunos tienen que viajar mil kil¨®metros de ida y otros tantos de vuelta¡±.
Al transformar el suelo se cambi¨® cambi¨® el car¨¢cter de la zona entera. El Cerrado empez¨® a ser cada vez menos amigable con quien lo quisiera proteger y m¨¢s para quien lo quisiera explotar. De esto se dio cuenta un hombre, Marcone Ramalho, cuando la polic¨ªa dej¨® morir a su vecino.
Forquilha (en el Estado de Piau¨ª)
En esta isla, al este del Estado de Piau¨ª, hubo durante d¨¦cadas una sola una regla: se hac¨ªa lo que dec¨ªa Renato Miranda Carvalho. ?l era el due?o de la tierra, que se encuentra en el cruce de dos r¨ªos. Las 19 familias que viven en ella desde hace d¨¦cadas pod¨ªan quedarse, en sus casas desvencijadas, sin pagar, pero ten¨ªan que trabajar para ¨¦l. ?l ten¨ªa 3.000 hect¨¢reas, ellos 500. ?l era respetado; ellos, pac¨ªficos. Entonces lleg¨® un hombre de fuera, cuestion¨® la regla, y Renato sac¨® las pistolas.
Esta es una historia de violencia en el Cerrado, donde los conflictos territoriales se resuelven antes con una pistola que con una sentencia judicial. Pero esta es la historia de la comunidad que resisti¨®. Es casi todo lo que es esta isla, tanto por el triunfo como por el trauma que les dej¨®. ¡°?Ves ella? A¨²n sufre ataques de ansiedad cuando ve por aqu¨ª una furgoneta que no conoce¡±, el joven de 29 a?os se?ala a una vecina negra reunida con otras en un porche. ?l, Marcone Ramalho, es el contador de historias no oficial de la comunidad. Su familia lleva dos generaciones en esta isla.
Si en la finca de Paulo todo estaba a kil¨®metros de distancia, en Forquilha todas las casas est¨¢n cerca la una de la otra, como en un pueblo. Pero parece una zona de batalla, marcada por el antes y un despu¨¦s ¡°del conflicto¡±, como lo llaman aqu¨ª. Est¨¢n las casas viejas, de barro y las nuevas, de ladrillo. Hay construcciones a medio hacer; algunas porque son ruinas, otras porque son proyectos de la nueva era. Entre todas pasean cabras, perros y gallinas tan sueltos que cuesta saber de qui¨¦nes son.
De hecho hay unas cabras escondi¨¦ndose de Marcone en una de las casas derruidas mientras este pasea por los escombros. ¡°Un d¨ªa de 2010 Renato empez¨® a plantar eucalipto¡±, recuerda. ¡±Nunca hab¨ªa visto ese ¨¢rbol antes y no entend¨ªa nada. ¡®?Qu¨¦ ser¨¢ eso, qu¨¦ frutos dar¨¢?¡¯. Porque siempre hemos comido de lo que sale de la tierra. Luego entend¨ª que esos ¨¢rboles eran una plaga, que los hab¨ªa plantado para que chuparan nuestro agua. El r¨ªo se sec¨®. Que era por el desarrollo de Brasil, dec¨ªan. Al poco llegaron los pistoleros. Empleados suyos que se plantaban en nuestras casas con armas, pidiendo de comer. Nosotros les d¨¢bamos gallina y no se la cobr¨¢bamos. Dec¨ªan: ¡®El patr¨®n ha comprado la tierra, se os ha acabado el vivir aqu¨ª por la gorra¡¯. Derribaron esta casa, del t¨ªo de mi mujer¡±.
Marcone sale de las ruinas y se encamina a otra construcci¨®n: ¡°Un hombre se plant¨® en mi casa una noche, con la culata de un rev¨®lver asom¨¢ndose bien visible por el cintur¨®n. ¡®Vamos a resolver esto ya, os ten¨¦is que ir hoy¡¯. Y no nos fuimos. Al d¨ªa siguiente vimos que se hab¨ªan llevado el ganado. Lo secuestraron y no le dieron de comer durante 16 d¨ªas. Cuando nos los devolvieron, estaban muertos de hambre. Otro d¨ªa a las siete de la ma?ana ya estaban ah¨ª, peg¨¢ndoles una paliza a los animales. A una chica que estaba cortando coco en el campo le preguntaron si no le daban miedo las balas. La polic¨ªa no ven¨ªa cuando la llam¨¢bamos. Solo respond¨ªa a las llamadas del cacique. As¨ª, un susto tras otro, durante a?os. Y peor era el tiempo entre los sustos, la tensi¨®n. Somos personas de campo, no sabemos c¨®mo lidiar con eso¡±.
Se acerca a otra casa desierta. ¡°Aqu¨ª viv¨ªa Luis de Ner¨¢n, uno de nuestros mayores. Se muri¨® su t¨ªa, qui¨¦n sabe si del estr¨¦s del conflicto. Fuimos todos al velatorio, menos Luis, que se qued¨®. Fue ¨¦l quien vio c¨®mo ven¨ªa alguien y prend¨ªa fuego a los eucaliptos. Muri¨® de un infarto. Le enterramos junto a su t¨ªa. Los mayores son importantes. Saben cosas de plant¨ªos que nosotros no sabemos. Eso tambi¨¦n lo perdimos¡±.
El camino de vuelta le lleva por una casa grande de ladrillo. Es la del forastero que se considera el detonante de todo esto.
Maciel Bento dos Santos -39 a?os, seco como el suelo en Piau¨ª-, nunca tuvo tierra: sabe lo que implica trabajar la de otros. Sus padres, del interior del Estado, iban arrastrando a sus ocho hijos de terreno en terreno, all¨ª donde encontrasen trabajo. ?l era el menor y a los siete a?os ya daba tantas muestras de inteligencia que le mandaron a vivir con su t¨ªo a Uru?u¨ª, una ciudad al lado de Forquilha, donde estudi¨® un grado superior. ¡°Yo quer¨ªa saber cosas, no quer¨ªa quedarme quieto¡±, recuerda hoy. Lo que hizo tambi¨¦n fue dejar embarazada a una chica de Forquilha. Al poco, estaban viviendo juntos.
El culto a Renato que vio entonces le repeli¨®. ¡°?l no era tan bueno. Usaba documentos sobre la propiedad de la tierra que no ten¨ªan validez alguna y obligaba a todo el mundo a votar al Partido del Movimiento Democr¨¢tico Brasile?o, donde ten¨ªa amigos en el ayuntamiento. Si no ganaba, y una vez no gan¨® por 14 votos, abr¨ªa nuestras plantaciones de arroz para que se lo comiesen los bichos¡±. Aquella comunidad necesitaba un gu¨ªa. Maciel comenz¨® hablar con todas las familias por separado. Les dijo que las cosas no ten¨ªan que ser as¨ª. En unas elecciones les recomend¨® votar a otro partido. Ah¨ª, explica, comenzaron las tensiones. Primero, Raimundo, el patriarca, le dej¨® de hablar, por agitador. Luego llegaron los pistoleros.
¡°Un d¨ªa, paseando, mi cu?ado me dijo que nos segu¨ªa una moto. Fue cuando supe que hab¨ªa pistoleros pendientes de m¨ª. Estaban en todas partes, en la ciudad, en las tiendas, en la finca¡±. No le import¨® demasiado: era el precio de la lucha. Hasta que un d¨ªa de 2015 recibi¨® una llamada en la gasolinera en la que trabajaba. ¡°Hab¨ªan entrado unos cuantos en mi casa y no sal¨ªan. Estaban con mis hijos y mi mujer. No les dejaban salir. No se iban¡¡±. Hasta aqu¨ª llega su caracter¨ªstica sequedad: Maciel empieza a sollozar. ¡°Ten¨ªa 14 personas con escopetas de gran calibre en el sal¨®n de mi casa, con mis ni?os. El pueblo hab¨ªa llamado a la polic¨ªa pero no ven¨ªan. Llam¨¦ a un agente de la polic¨ªa de Uru?u¨ª y fuimos corriendo en moto¡±. Esa tarde comprendi¨® hasta qu¨¦ punto estaba metido en el conflicto de Forquilha. Dej¨® el trabajo y se dedic¨® a luchar contra Renato. Todo el d¨ªa, todos los d¨ªas. En Macap¨¢, Pablo Cardoso era un hijo intentando salvar el legado de su padre; ¨¦l es un padre intentando salvar el legado que recibir¨¢n sus hijos.
Su estrategia fue pedir ayuda fuera, a quien le respondiese, lo m¨¢s lejos de Forquilha posible. Renato controlaba el municipio pero a diferencia de los dem¨¢s, Maciel conoc¨ªa el mundo fuera de ¨¦l. Pidi¨® ayuda a Asociaciones religiosas, como la Comiss?o Pastoral da Terra, a organizaciones internacionales como Action Aid, a sindicatos, a la polic¨ªa de Uru?u¨ª.. Acab¨® teniendo un equipo lo suficientemente fuerte para hacer frente a Renato. Hoy, est¨¢ desaparecido de la tierra. Y Forquilha se est¨¢ reconstruyendo. Hay nuevos proyectos. Maciel ayuda con la construcci¨®n
Uno de ellos es una casa para trabajar la harina. Y una escuela, para que las siguientes generaciones estudien, como Maciel, y no vuelvan a caer en manos de un cacique. Luego vendr¨¢ un puesto de salud. El futuro pinta bien. Hasta que llegue otro hombre grande a esta tierra de peque?os y lo lo arruine.
¡°Veo que mi hijo va a sufrir por mantener su pedazo de esta tierra¡±, reflexiona Marcone en otro de sus paseos. ¡°Ganamos, pero no me siento como un ganador¡±.
Sussuarana (en el Estado de Tocantins)
Con las cientos y cientos historias del Cerrado pasa como con las familias felices: casi todas se parecen. Son relatos de opresi¨®n y a veces solo cambia el nombre de qui¨¦n hace de David y qui¨¦n de Goliat. Se habla obsesivamente de la lucha contra la industria, como en Catalu?a se habla de independencia y en Estados Unidos de Donald Trump. Es una regi¨®n del tama?o de un pa¨ªs y esta es, cada vez m¨¢s, su cultura. Y como toda cultura, tiene sus artistas. Est¨¢ Pedro: 47 a?os y ning¨²n empleo sobre el papel, fuera de alg¨²n trabajillo puntual para que alguien le pague la gasolina de la moto de su hijo mayor, que ¨¦l usa. Con ella se desplaza envuelto en una nube de polvo por Sussuarana, al este del Estado m¨¢s central de Brasil, Tocantins. ?l mismo admite, con un irreductible deje de picaresca, que aunque lleva 30 a?os en esta comunidad rural no trabaja la tierra. Su mujer, sentada detr¨¢s de ¨¦l, asiente con gesto severo.
Pero en Sussuarana, a Pedro se le considera fundamental: conoce a todo el mundo y todo el mundo que le conoce a ¨¦l habla de la lucha. ¡°Los dem¨¢s est¨¢n trabajando y no tienen tiempo para pelear y yo quiero dejarle a mis hijos lo que se merecen¡±, aduce ¨¦l. ?l es quien va a los tribunales (no sabe leer, pero sabe esgrimir un mapa ante un juez) y quien mantiene la causa en boca de todos. ¡°Digamos que hago esto por mi gran coraz¨®n¡±. Y sonr¨ªe, como si su propia idea le hubiese sorprendido y gustado.
Esta comunidad naci¨® cuando se entregaron las tierras a 36 familias de la regi¨®n, en un programa de protecci¨®n oficial. Desde entonces, las condiciones se han endurecido, los fazendeiros han hecho sus sesiones de persuasi¨®n acompa?ados de pistoleros y las expropiaciones se han ido haciendo cada vez m¨¢s apetecibles. Hoy quedan seis familias. Todas siguen a Pedro.
¡°No es que quiera hacerme el h¨¦roe, es que si no lo hago yo, no lo hace nadie¡±, a?ade. ¡°Nunca imagin¨¦ que fuera a tener tanto arrojo¡±. Su mujer niega con la cabeza.
Su papel conlleva reunir a sus vecinos en algunas de las casas, donde supuestamente se discuten estrategias para el futuro. Cuando ese tema se agota, y a veces se agota r¨¢pidamente, la conversaci¨®n vuelve al pasado. Hoy toca en casa de Jo?o Jos¨¦. Hay un c¨ªrculo de sillas de jard¨ªn y lo ocupan Pedro, Jo?o Jos¨¦, su hermano, Alexandre, y otro vecino. Tambi¨¦n est¨¢n sus mujeres, que miran en silencio y sirven limonada.
Al poco est¨¢n intercambiando historias, y un poco despu¨¦s todas parecen la misma. Siempre es el relato de un hay un papel que falta para zanjar un tr¨¢mite, un fazendeiro que se salt¨® parte de la legislaci¨®n y la polic¨ªa le dej¨®, un ayuntamiento en connivencia con alg¨²n empresario. Siempre hay un detalle. Una grieta en el sistema por la que cabe un empresario pero no una comunidad. Jo?o Jos¨¦ y su hermano cuentan c¨®mo heredaron esta finca de su padre. Pedro est¨¢ reclinado en su silla, tripa hacia afuera, los brazos tras la nuca.
Alexandre concluye: ¡°En 2002 me quitaron la tierra de mis padres. Nos dejaron 80 hect¨¢reas para cada uno¡±.
Interviene Pedro: ¡°?Cien! Y sin lucha habr¨ªa menos¡±.
Jo?o Jos¨¦: ¡°Y nos las quitaron diciendo que no hab¨ªa nadie ah¨ª¡¡±.
Alexandre: ¡°Y la madre de mi padre hab¨ªa muerto aqu¨ª. Era el a?o 1968¡±.
Jo?o Jos¨¦: ¡°1963¡±.
Alexandre: ¡°No, 1965. Y nos las quer¨ªan quitar igual¡±.
Una comunidad pr¨®spera puede forjar su propia cultura. Una pobre y amenazada est¨¢ obligada a mantener una mentalidad concreta, la que le ayude a sobrevivir. En el caso de Sussuarana, como en casi todo el Cerrado, esa cultura es la lucha. Est¨¢n obligados a que invada su tiempo libre, sus conversaciones, sus canciones, y hasta su modo de entender lo que es la vida. No pueden bajar la guardia. Pedro no hace nada sobre el papel pero es un personaje fundamental precisamente por eso. Es quien mantiene esa cultura vigente. Quien alarga la sombra del enemigo y hace que las historias viejas suenen nuevas otra vez.
Pedro: "El agua est¨¢ bajando, ?hab¨¦is visto?".
Alexandre: ¡°Si hubiera justicia en Brasil se reconocer¨ªa que los hijos de la tierra se quedasen en ella. Pero Brasilia, y el gobierno, y el Estado, y el municipio est¨¢n en contra¡±.
Pedro: "?Y los medios!".
Alexandre: "Si los jueces trabajasen como nosotros lo entender¨ªan".
Jo?o Jose: ¡°Mi sobrina tiene diez a?os. Ahora nos siguen amenazando porque no tenemos dinero y solo vale quien tiene dinero¡±.
Alexandre: ¡°El problema, est¨¢ bien claro, es que no hay justicia en Brasil¡±.
Jo?o Jos¨¦: ¡°No hay justicia en Brasil¡±.
La historia sigue, de una boca a otra, rumbo a ninguna parte. Fuera todo est¨¢ inm¨®vil. No hay brisa. El sol abrasa la tierra. El ronquido de un cerdo desde su charco es lo ¨²nico que delata el paso del tiempo. Son las cinco de una tarde m¨¢s en el Cerrado. Ma?ana todo el mundo seguir¨¢ en la lucha.