Bolsonaro Times
Un an¨¢lisis en profundidad de algunos de los temas de la actualidad internacional a trav¨¦s de art¨ªculos publicados en medios globales seleccionados y comentados por la revista CTXT
El terremoto ultraderechista de Jair Bolsonaro ha sacudido los cimientos de la democracia brasile?a. Su onda expansiva recorre Am¨¦rica Latina y se hace sentir tambi¨¦n en Europa y Estados Unidos. ?Qui¨¦n es Bolsonaro? ?Por qu¨¦ ha arrasado en la primera vuelta de las elecciones brasile?as? ?Qui¨¦n le apoya y qu¨¦ intereses representa? ?Qu¨¦ consecuencias tiene su victoria a escala regional y global? Son algunas de las preguntas que sobrevuelan la prensa internacional desde que se terminaron de contar los votos en la primera ronda de la contienda presidencial.
Lo que trasluce es un movimiento pol¨ªtico construido desde los rechazos ¡ªa las minor¨ªas, a los pobres, a las mujeres, a la izquierda, a la democracia¡ª?y de un indisimulado gusto por la violencia. Pero, escarbando un poco, se encuentra un proyecto con tres cimientos claros: la total sinton¨ªa con el mercado, la pleites¨ªa a los altares de las iglesias pentecostales y la inquietante conexi¨®n con ciertos sectores oscuros de las Fuerzas Armadas.
La cadena de noticias alemana Deutsche Welle ofrece en su web en espa?ol un autorretrato del victorioso candidato de la extrema derecha en 15 frases pronunciadas por el propio Bolsonaro. Aparece el artista como un mis¨®gino desinhibido ("Es muy fea, no es de mi gusto, jam¨¢s la violar¨ªa. Yo no soy violador, pero si fuera, no la violar¨ªa porque no lo merece¡±); enamorado de la violencia de las dictaduras de la derecha latinoamericana (¡°Pinochet debi¨® haber matado a m¨¢s gente¡±); su coqueteo con el uso de la violencia como arma pol¨ªtica (¡°El error de la dictadura fue torturar y no matar"); y contra los pobres ("Defiendo la pena de muerte y el r¨ªgido control de la natalidad, porque veo la violencia y la miseria que cada vez se extiende m¨¢s por nuestro pa¨ªs. Quien no tiene condiciones de tener hijos, no debe tenerlos"); adem¨¢s de reacio a la idea misma de la democracia (¡°una mierda¡±) y convencido de la necesidad de acabar con ella (¡°si fuera presidente, sin la menor duda cerrar¨ªa el Congreso y dar¨ªa un golpe el mismo d¨ªa¡±).
?C¨®mo pudo un hombre as¨ª llegar hasta las puertas del Palacio de la Aurora? La web estadounidense The Intercept llevaba a sus lectores en v¨ªsperas de las elecciones al coraz¨®n de un pa¨ªs dividido. Coincidiendo con la salida del hospital del candidato ultraderechista, acuchillado en un mitin al arranque de la campa?a, el reportero Sam Cowie recorr¨ªa las calles de un S?o Paulo convulsionado por protestas del movimiento feminista contra Bolsonaro y contra los partidarios del candidato. All¨ª, el reportero brit¨¢nico encontraba un electorado en frenes¨ª tras una campa?a estramb¨®tica marcada no solo por el acuchillamiento del a la postre vencedor a manos de un desequilibrado mental, sino tambi¨¦n por la purga de m¨¢s de tres millones de votantes del registro y la pol¨¦mica inhabilitaci¨®n del m¨¢ximo favorito: el expresidente, del Partido de los Trabajadores (PT), Lula da Silva, a quien el ilustre ling¨¹ista y disidente Noam Chomsky visit¨® en la c¨¢rcel d¨ªas antes de las elecciones, para relatarlo tambi¨¦n en The Intercept.
Entre los ac¨®litos de Bolsonaro, contaba Cowie, circulaban como la p¨®lvora las noticias falsas en grupos de WhatsApp, aireadas por la ansiedad de soluciones r¨¢pidas para la crisis de delincuencia de uno de los pa¨ªses m¨¢s desiguales del planeta. S¨®lo as¨ª se entiende el apoyo incondicional de l¨ªderes sindicales camioneros o trabajadores de la construcci¨®n, en otros tiempos organizadores de huelgas en defensa de sus colectivos: "Le votar¨¦ por sus propuestas sobre seguridad¡±, contaba uno. "?De qu¨¦ sirve tener trabajo si no sabes si llegar¨¢s a ¨¦l vivo?". Bolsonaro ha prometido "luchar con violencia contra la violencia" y su discurso ha calado hondo entre quienes m¨¢s la sufren. Tambi¨¦n prenden ¡ªen especial entre el cada vez m¨¢s pujante, organizado y radicalizado electorado evang¨¦lico radiografiado por el diario argentino P¨¢gina 12¡ª?los rumores sobre pol¨ªticas ¡°de g¨¦nero¡± supuestamente propugnadas por el partido del expresidente, cuya sucesora, Dilma Rousseff, fue destituida por un juicio parlamentario con intenso aroma a golpe ¡®blando¡¯. Entre los ac¨®litos de Bolsonaro abundan quienes creen que el candidato del PT se dispone a distribuir biberones con forma de pene para combatir la homofobia o a financiar ¡°operaciones sexuales¡± a ni?os de tres a?os. Sobre ese sustrato ha crecido el candidato ultra, espoleado por una legi¨®n de sabuesos paramilitares aparentemente dispuestos a imponer su programa a toda costa, a los que se acerca para el noticiero de Vice en HBO David Noriega.
Lo que subyace de la victoria avasalladora de Bolsonaro es, seg¨²n Pablo Stefanoni, algo mucho m¨¢s profundo y con lecciones que traspasan las fronteras de Brasil: el rechazo frontal a ¡°la lucha de clases soft¡± propugnada por el PT. El editor de la revista Nueva Sociedad habla de un fantasma que recorre Am¨¦rica Latina, al que denomina ¡°antiprogresismo¡±. En Brasil, esa corriente se manifiesta en forma de censura al PT, que ¡°mejor¨® la situaci¨®n de los de abajo sin quitarles a los de arriba¡± y termin¨® siendo devorado por las ¨¦lites con las que quiso acomodarse. Entre quienes votaron a Bolsonaro, as¨ª, hab¨ªa mucho de antipetismo. Precisamente por eso se vertebr¨® en forma de revuelta contra los avances logrados por Lula y Rousseff, con arietes como ¡°el racismo frente a una visi¨®n racializada de la pobreza¡± y el conservadurismo ¡°frente a los avances del feminismo y las minor¨ªas sexuales¡± de un movimiento antiprogresista cada vez m¨¢s virulento y ascendiente desde Costa Rica a Chile, que cristaliz¨® primero en Brasil. La del 7 de octubre fue pues la primera vuelta de una contrarrevoluci¨®n.
Quiz¨¢ eso explique los ojitos que le ponen los banqueros de dentro y fuera de Brasil ¡ªlos mismos que saludaron con satisfacci¨®n el turbio uso del instrumento constitucional del impeachment contra Dilma y la pol¨¦mica condena e inhabilitaci¨®n de Lula¡ª a Bolsonaro. El Financial Times describe el entusiasmo que ha despertado en las ¨¦lites financieras brasile?as la posibilidad de un Gobierno de Bolsonaro que, conf¨ªan, ¡°implementar¨¢ un programa econ¨®mico de liberalizaci¨®n¡± y pondr¨¢ fin a ¡°d¨¦cadas de pol¨ªticas estatalistas¡±. El diario brit¨¢nico se detiene en la figura de Paulo Guedes, el banquero de inversi¨®n formado en la Escuela de Chicago que asesora en asuntos econ¨®micos a Bolsonaro y que ya est¨¢ buscando otros ¡°financieros de altos vuelos¡± para unirse al equipo de transici¨®n si el candidato se impone en la segunda vuelta a Fernando Haddad, ungido por Lula como 'plan B' del PT. ¡°Hay una sensaci¨®n de entusiasmo contenido¡±, le cuenta el ¡°alto ejecutivo de un banco¡± al diario londinense. ¡°Quiz¨¢ Bolsonaro no sea el catalizador del cambio que yo hubiera elegido, pero es lo que ha proporcionado la democracia brasile?a. Muchos de mis colegas se preguntan c¨®mo pueden ser de ayuda¡±.
El general Bolsonaro tiene, pues, mucho de su admirado Pinochet, y llegar¨ªa al poder bien flanqueado por sus militares reservistas y sus Chicago Boys. Y ante la tesitura de volver a un Gobierno de centroizquierda gradualista, la oligarqu¨ªa brasile?a ha apostado fuerte por la ultraderecha.
Desde el coraz¨®n de las finanzas globales tampoco disimulan su apoyo al candidato del Partido Social Liberal. En un editorial triunfalista publicado a la ma?ana siguiente de su rotunda victoria, el Wall Street Journal se felicitaba por el resultado electoral: ¡°Los progresistas globales est¨¢n sufriendo una ataque de ansiedad sobre la victoria casi absoluta del domingo del candidato conservador a la presidencia de Brasil, Jair Bolsonaro¡±, se?alaba el diario neoyorquino. ¡°Despu¨¦s de a?os de corrupci¨®n y recesi¨®n, al parecer millones de brasile?os piensan que un outsider es exactamente lo que el pa¨ªs necesita. Quiz¨¢ sepan m¨¢s del asunto que los gru?ones del mundo¡±. La versi¨®n Wall Street del cervantino ¡°ladran, Sancho¡¡±.
La extrema derecha crece incluso donde menos se la espera. El Financial Times pon¨ªa el foco un par de d¨ªas antes de las elecciones brasile?as en una expresi¨®n particularmente sorprendente del fen¨®meno: la de los jud¨ªos que se adhieren, con cada vez m¨¢s frecuencia, al partido ultraderechista alem¨¢n Alternative f¨¹r Deutschland. Es dif¨ªcil vislumbrar una alianza m¨¢s contra natura, al menos en lo superficial. Pero el corresponsal del diario en Alemania, Guy Chazan, se?ala que el odio al islam y la defensa de Israel sirven de sutura suficiente para que el colectivo no se desmadeje en sus contradicciones. El enemigo de mi enemigo es mi amigo.
El ¡®efecto sutura¡¯ de?Brett Kavanaugh
El ¡®efecto sutura¡¯ ha funcionado tambi¨¦n en el proceso de confirmaci¨®n del juez del Tribunal Supremo estadounidense Brett Kavanaugh, acusado de abusos sexuales por tres mujeres. Los republicanos apenas pod¨ªan perder un voto de entre sus 51 senadores para aupar de por vida a la corte suprema a Kavanaugh y cambiar el equilibrio de poder de una de las instituciones m¨¢s importantes del pa¨ªs, que tendr¨¢ mayor¨ªa conservadora durante d¨¦cadas. Ante tama?a empresa los l¨ªderes republicanos y Trump, tan a menudo enfrentados o incapaces de entenderse, ¡°marcharon a la trinchera juntos¡±. As¨ª lo cuenta el redactor jefe en Washington del Wall Street Journal, Gerald Seib, que apuntilla que ¡°no es ninguna coincidencia que lo hicieran en b¨²squeda del ¨²nico objetivo en el que siempre han estado de acuerdo: llenar el Supremo de jueces conservadores¡±. Kavanaugh le fue se?alado a Trump por el ala m¨¢s conservadora del partido, que asinti¨® a rega?adientes y ha visto como el pol¨ªtico m¨¢s implacable y astuto de la derecha estadounidense, Mitch McConnell, sosten¨ªa su nombramiento contra viento y marea.
De nada sirvieron las hist¨®ricas movilizaciones del movimiento feminista que tom¨® Washington en las semanas previas al pleno de confirmaci¨®n del juez. Tampoco las inconsistencias en el testimonio encendido y desbocado que el juez profiri¨® ante la comisi¨®n judicial del Senado despu¨¦s de que compareciera una de las mujeres que le acus¨®, la psic¨®loga Christine Blasey Ford. El director de la revista Current Affairs, Nathan Robinson, repasa en un monumental an¨¢lisis forense los testimonios y acusa a Kavanaugh de mentir hasta la saciedad ante el Senado, lo que supondr¨ªa un delito de perjurio.
Pero Kavanaugh, un juez acusado de acoso por al menos tres mujeres y nombrado por un presidente acusado de acoso por veinte mujeres, ya est¨¢ en la corte suprema. All¨ª podr¨¢ quedarse durante tres o cuatro d¨¦cadas, hasta que se muera o se canse, para decidir sobre asuntos como si las mujeres tienen derecho a abortar despu¨¦s de ser violadas. Derecho que el propio Kavanaugh neg¨® a una refugiada de 17 a?os cuando era juez de una instancia menor.
El aparatoso nombramiento de Kavanaugh, que llega un a?o despu¨¦s de la exclusiva del New York Times que inaugur¨® el movimiento #MeToo, no puede resultarle m¨¢s emblem¨¢tico de la existencia del patriarcado a Mehdi Hasan, presentador del podcast Deconstructed. El programa dedica un episodio fundamental a explicar la naturaleza sui generis del Tribunal Supremo estadounidense, y las l¨ªneas de batalla pol¨ªtica que se dibujan tras la confirmaci¨®n de Kavanaugh. (Hasan, por cierto, public¨® hace unos d¨ªas un maravilloso videoensayo: Breve Historia de las intromisiones en elecciones extranjeras por parte de EEUU. No se lo pierdan).
Para el cr¨ªtico Hamid Dabashi, profesor iran¨ª de la Universidad de Columbia, la declaraci¨®n de la mujer que acusaba a Kavanaugh ¡ªy la reacci¨®n del a la postre juez del Supremo¡ª ¡°expuso c¨®mo la supremac¨ªa de clase del dinero y el poder blancos recurre al enfado y la furia vengativa para silenciar y desde?ar a cualquiera que se atreva a poner en duda sus privilegios institucionales¡±. En un art¨ªculo publicado en la web de Al Jazeera, Dabashi disecciona la imagen de una mujer declarando con precisi¨®n cl¨ªnica ante 11 senadores blancos y la de un hombre desaforado, neg¨¢ndolo todo ¡°como el chico de 17 a?os de la ma?ana siguiente a la borrachera¡±. Eso, se?ala Dabashi, es lo esencial del asunto: ¡°La masculinidad blanca estructural en el coraz¨®n de la pol¨ªtica de la derecha estadounidense¡±, que circula desde los neonazis de la marcha Charlottesville ¡°al espect¨¢culo del privilegio blanco y masculino unido en banda ante una mujer vulnerable¡±, como ¡°dos polos que conectan el mismo espectro de poder masculino¡±.
La cuesti¨®n de la responsabilidad en asuntos de abusos sexuales ocupa a la ensayista Lauren Oyer en su art¨ªculo para la revista dominical del New York Times. ¡°?Qui¨¦n o qu¨¦ tiene la culpa del acoso sexual? ?Es el individuo que lo comete? ?O son las condiciones atmosf¨¦ricas que hacen que ese individuo se crea que puede actuar impunemente?¡± Oyer examina desde su ra¨ªz etimol¨®gica el concepto de la toxicidad, en especial de la toxicidad masculina, a la que, dice, ¡°se invoca como causa principal de todo, desde el acoso sexual a la violencia contra las mujeres, pasando por la popularidad de David Foster Wallace¡±.
El concepto es equ¨ªvoco y tiende a errar el tiro, sostiene Oyer, que recurre a ejemplos sugerentes, como la crisis financiera: ¡°En lugar de clarificar la causa de un asunto turbio, lo t¨®xico a menudo logra lo contrario. El ep¨ªteto concentra la cr¨ªtica estructural en el s¨ªntoma, no en la causa, sugiriendo que un poco de limpieza ser¨¢ suficiente para arreglarlo¡±. Si quieren lograr algo m¨¢s que sentirse satisfechos con su pureza, apunten a la causa, sostiene; no a sus s¨ªntomas. Algo parecido sucede con el fascismo.
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