Cuatro tazas de caf¨¦ en Cuba: t¨¦cnica del interrogatorio
El periodista y escritor Carlos Manuel ?lvarez narra los interrogatorios a los que fue sometido por las autoridades cubanas durante su detenci¨®n tras las protestas en el barrio de San Isidro de La Habana
En el ¨²ltimo mes he pasado por cuatro interrogatorios, tres detenciones, un secuestro, una fuga de la polic¨ªa pol¨ªtica, tres o cuatro programas de televisi¨®n y varios art¨ªculos de prensa donde me difaman, correcciones de mi biograf¨ªa en la enciclopedia web nacional, timbres constantes a mi celular que funcionan como toques de atenci¨®n, varias llamadas de advertencias de no s¨¦ qu¨¦, y vigilancia permanente.
He visto sujet...
En el ¨²ltimo mes he pasado por cuatro interrogatorios, tres detenciones, un secuestro, una fuga de la polic¨ªa pol¨ªtica, tres o cuatro programas de televisi¨®n y varios art¨ªculos de prensa donde me difaman, correcciones de mi biograf¨ªa en la enciclopedia web nacional, timbres constantes a mi celular que funcionan como toques de atenci¨®n, varias llamadas de advertencias de no s¨¦ qu¨¦, y vigilancia permanente.
He visto sujetos correr detr¨¢s de m¨ª cuando he apurado el paso para, debajo del primer alero, guarecerme de la lluvia repentina de una ma?ana plomiza de diciembre, y los he visto irse justo cuando me he ido yo, tal vez un poco hartos de que los hayan puesto a perseguir por La Habana a ese chiquillo que no agarra ning¨²n bus y prefiere caminar a todas partes.
Quiz¨¢, antes de que salga de Cuba, si es que me permiten salir, alguno de estos eventos se repita, pero en ninguno de ellos, salvo en el interrogatorio, puede el individuo jugar un papel medianamente activo frente al rodillo totalitario que busca aplastarlo. Esa es la raz¨®n por la que las personas interrogadas bajo reg¨ªmenes de corte estalinista hayan intentado desarrollar una metodolog¨ªa del interrogado, aunque quiz¨¢ decir metodolog¨ªa sea una exageraci¨®n. Se trata m¨¢s bien de un entra?able manual de consejos que intenta perseverar como memoria hist¨®rica.
Una taza de caf¨¦ con mi interrogador es un texto del disidente y escritor checo Ludvik Vaculik que una amiga cercana me dio a leer de manera profil¨¢ctica para que entendiera lo que pod¨ªa venirme encima luego de unirme a las protestas en el barrio de San Isidro por el encarcelamiento arbitrario del joven rapero negro Denis Sol¨ªs. Ah¨ª Vaculik cuenta cu¨¢n inc¨®modo y engorroso se vuelve lidiar con el trato afable del opresor, esa suerte de violencia filtrada a trav¨¦s de bondades aparentemente insignificantes.
En mi caso, el ofrecimiento sol¨ªcito de agua u otros l¨ªquidos, los platos de comida diligentemente servidos (eso me importa cero), la preocupaci¨®n de los agentes por el estado de salud de la familia (salud mental que ellos mismos buscan da?ar para quebrarte por ah¨ª), la fecha de publicaci¨®n de tu pr¨®xima novela, las felicitaciones por tus ¨¦xitos literarios, en fin, la represi¨®n VIP.
¡°A menos que hayas pasado por esto, no creer¨ªas cu¨¢n dif¨ªcil es evitar responder preguntas amables. No solo va contra el instinto natural no responder, por la buena educaci¨®n de uno, sino que tambi¨¦n es dif¨ªcil mantenerse firme porque es duro para los o¨ªdos. Para un novato es casi imposible¡±, dice Vaculik.
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Listo en apariencia, entend¨ª en mi primer interrogatorio que Una taza de caf¨¦¡ probablemente no hab¨ªa hecho m¨¢s que describirme en situaci¨®n, en vez de prepararme para plantear alg¨²n tipo de defensa m¨¢s o menos novedosa, aunque sea rid¨ªculo el mero hecho de suponer una idea as¨ª.
Quiero creer que fui ir¨®nico, esquivo, desganado, y que incid¨ª constantemente en la correcci¨®n de las palabras. Ortopedia para la escoliosis de la neolengua. Si ellos me preguntaban si iba a cometer alg¨²n tipo de acci¨®n contrarrevolucionaria (estoy usando exactamente su sintaxis), yo dec¨ªa que no, desde luego, ?a qui¨¦n se le ocurrir¨ªa semejante cosa?
Ah¨ª entend¨ªan, por mi tono, el desacato manifiesto a sus normas sem¨¢nticas. Intentaban entonces contrarrestar, pero aquello se convert¨ªa de inmediato en un batiburrillo de malentendidos que terminaban por agotar a ambas partes, hasta que pas¨¢bamos a otros temas de su inter¨¦s.
Comprend¨ª lo que significaba, en el texto de Vaculik, ¡°duro para los o¨ªdos¡±. Aunque creo haberme mantenido en una zona parca, algo tuve que decir. ¡°?Qu¨¦ te pareci¨® la conversaci¨®n?¡±, preguntaron. Me sent¨ªa mal. No era una conversaci¨®n, era un interrogatorio. Contestaron que yo no sab¨ªa lo que era un interrogatorio, como dejando entrever que hab¨ªa encuentros mucho peores.
No importaba cu¨¢n cordiales fueran por momentos. La naturaleza del hecho era en s¨ª misma violenta, y la cordialidad, en la medida en que intentaba justamente tapar ese dato, lo volv¨ªa todo a¨²n m¨¢s inc¨®modo y antinatural. As¨ª se siente cuando el poder que te quiere mal te trata bien, pens¨¦. ¡°T¨² has visto que no te hemos golpeado, que no te hemos da?ado¡±, dijeron. Me ech¨¦ a re¨ªr. ¡°Eso no es un m¨¦rito¡±, contest¨¦, ¡°no lo es¡±.
Fui al ba?o un par de veces, no prob¨¦ bocado y tom¨¦ agua por tomar. Me soltaron al rato. A partir de ah¨ª, ning¨²n interrogatorio sigui¨® el mismo procedimiento, ni tuvieron tampoco los mismos resultados.
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La segunda vez estuve callado cuatro horas. Llevaba muchos d¨ªas de encierro forzoso en casa de mi familia. Como no me met¨ªan preso, hab¨ªan tra¨ªdo la prisi¨®n a m¨ª. Entonces protest¨¦ y me detuvieron. Termin¨¦ en una oficina de tr¨¢nsito, sentado en una silla escolar, con la cabeza recostada a la pared.
Un hombre enjuto filmaba mi mutismo con una c¨¢mara Leica, parec¨ªa el camar¨®grafo de las fiestas de quince. Su jefe me pregunt¨® si ya mi familia sab¨ªa que ten¨ªa v¨ªnculos con terroristas de Miami. Escup¨ª una carcajada. Tambi¨¦n mencion¨® a mi abuelo muerto, una enfermedad de mi madre y los estudios gratuitos que hab¨ªa recibido en el preuniversitario de la provincia.
En alg¨²n momento, le ordenaron al camar¨®grafo que apagara su Leica, entonces la puso a cargar a la corriente y me pidi¨® que colaborara de una vez. Su mujer lo llamaba al tel¨¦fono porque la comida ya estaba servida y se iba a enfriar. ?l contestaba que aguantara un poco m¨¢s.
No respond¨ª ninguna pregunta, no ced¨ª a ning¨²n chantaje emocional ni a ning¨²n trato lisonjero o amenaza rid¨ªcula, y solo abr¨ª la boca cuando me dijeron que iban a retirar la vigilancia policial de la puerta de mi casa. Pens¨¦ entonces que el silencio era la v¨ªa. Pero alerta Vaculik sobre este asunto: ¡°Lo peor de todo es que no es bueno [no responder] para las relaciones entre las partes involucradas, porque la grieta que se crea a menudo es insuperable¡±.
Lo comprob¨¦ enseguida, en el tercer interrogatorio.
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Ese d¨ªa me citaron intempestivamente por tel¨¦fono para la estaci¨®n policial de las calles s¨¦ptima y 62, Playa, La Habana. Estaba tan seguro de que no hab¨ªa hecho nada, es decir, de que no hab¨ªa hecho nada incluso dentro de los t¨¦rminos de la polic¨ªa pol¨ªtica, no ya de los de la ley, que comet¨ª un error garrafal. Fui por mi cuenta. Sin citaci¨®n oficial ni nada. Pens¨¦ que se trataba de un tr¨¢mite.
Dos noches antes hab¨ªa salido a un bar con amigos y desconocidos, algunos del Movimiento San Isidro, otros que hab¨ªan participado en la manifestaci¨®n y las conversaciones del 27 de noviembre con funcionarios del Ministerio de Cultura (ambos grupos, objetivos principales de la polic¨ªa pol¨ªtica), y gente que no pertenec¨ªa a lo uno ni a lo otro. Pero resulta que tambi¨¦n hab¨ªa un mexicano, o un gringo, o un gringo mexicano. Todav¨ªa a estas alturas no s¨¦ decir de d¨®nde era, y si ahora me lo ponen delante, tampoco podr¨ªa reconocerlo.
El hombre se present¨® y habl¨® conmigo dos segundos. Dijo que era artista. Me pidi¨® una foto y creo que acced¨ª, aunque yo estaba medio borracho y ni siquiera recuerdo demasiado. El tipo parec¨ªa buena onda y quer¨ªa conversar, pero yo no soporto que la gente me venga a hablar de Cuba, porque es como si llevaran al mec¨¢nico su juguete reci¨¦n comprado para que el mec¨¢nico les explique c¨®mo funciona. Si lo compraste, ¨¦chalo a andar por tu cuenta, eso no tiene garant¨ªa. Zaf¨¦ r¨¢pido y segu¨ª en lo m¨ªo. Nunca m¨¢s lo vi.
Sin embargo, como yo paso buena parte de mi vida en M¨¦xico, y como un extranjero es siempre para la polic¨ªa pol¨ªtica un agente desestabilizador, un enviado del mal, algo tan ex¨®tico y aterrador como un extraterrestre, me vincularon al parecer con aquel sujeto, con aquel delito. Dijeron que el hombre le hab¨ªa entregado un celular al artista Luis Manuel Otero, y que ven¨ªa con planes que yo desconoc¨ªa.
En un mundo globalizado, Cuba piensa por pa¨ªses. Tambi¨¦n cabe la posibilidad de que la Seguridad del Estado imagine M¨¦xico del tama?o de Pinar del R¨ªo, un lugar donde el mexicano gringo se cruza conmigo cada d¨ªa en el ¨²nico supermercado disponible del pueblo.
Me hicieron preguntas obvias que sab¨ªa que ellos sab¨ªan. Ah¨ª no debes callar o mentir, porque luego, cuando te hacen preguntas cuyas respuestas verdaderamente desconoces, como, digamos, qu¨¦ hac¨ªa aquel mexicano gringo en La Habana, van a pensar que igual est¨¢s callando o mintiendo a conciencia.
Nada de esto tampoco surti¨® efecto. A partir de cierto punto decid¨ª volver a callar. Dije que no respond¨ªa m¨¢s y no lo hice. Quiz¨¢ se enfurecieron, quiz¨¢ ya ten¨ªan pensado el desenlace de antemano. ?C¨®mo saberlo? El resultado fue que me secuestraron y esa misma tarde me trasladaron contra mi voluntad hasta el pueblo de mi familia, a 150 kil¨®metros de La Habana.
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En el ¨²ltimo encuentro tambi¨¦n participaron mis padres, y ah¨ª habl¨¦ b¨¢sicamente para que ellos escucharan. Nos recibi¨® solo el jefe de los interrogadores, que no aparec¨ªa desde la primera citaci¨®n, pero siempre manejaba los hilos. Intent¨® explicarme por qu¨¦ me hab¨ªan trasladado contra mi voluntad para la casa de mi familia.
Dej¨® su celular fuera de la habitaci¨®n y nos pregunt¨® si tra¨ªamos los nuestros. Ya me hab¨ªa dicho anteriormente que ellos no filmaban ni grababan nada sin consentimiento. Despu¨¦s de que ambos nos callamos, sin llegar a ning¨²n acuerdo sobre el punto de que ciertos derechos individuales pueden ser tomados como provocaciones que merecen castigo, ¨¦l quiso escuchar lo que mis padres ten¨ªan que decir. Cada uno pidi¨®, palabras m¨¢s palabras menos, que no me sucediera nada, y la conversaci¨®n se fue diluyendo hasta que yo me qued¨¦ trabado en el ba?o y el jefe de los interrogadores me abri¨® la puerta con afecto c¨®mplice.
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Mi experiencia, si bien palidece ante el largo historial de interrogatorios con que cuentan decenas de periodistas, activistas, artistas, disidentes y pol¨ªticos cubanos, me dice que no hay ruta ni m¨¦todo ¨²nico ante un mecanismo represivo que parece menos cambiante de lo que es. Algunos viejos lobos, a quienes hay inevitablemente que escuchar, sugieren: ¡°No hablar, no hablar, no hablar¡±.
Tengo dudas, sobre todo porque tal cosa no va a suceder nunca completamente, y porque la polic¨ªa pol¨ªtica tambi¨¦n controla y resit¨²a los silencios en su campo de representaciones. Desde subtenientes preverbales hasta generales en¨¦rgicos, desde casas en el barrio lujoso de Siboney hasta oficinas malolientes en Alamar, desde chequeos de rutina hasta detenciones sorpresivas, el arco dram¨¢tico de los interrogatorios nos obliga a leer el contexto impuesto al tipo de acusado que ese d¨ªa somos.
El debate en Cuba ha cobrado fuerza durante los ¨²ltimos d¨ªas luego de que la televisi¨®n nacional haya publicado unos groseros materiales descalificadores de la prensa no estatal, en los que usan im¨¢genes abiertamente manipuladas de periodistas filmados sin autorizaci¨®n. No se sabe cu¨¢l es el curso de las charlas ni las preguntas que anteceden a las respuestas editadas de los colegas, pero sus expresiones corporales delatan la arbitrariedad, la presi¨®n y el miedo al que en ese momento se ven sometidos.
Se me ocurre, para dificultar los cortes de las palabras dichas por los interrogados, introducir en nuestros parlamentos una suerte de coletilla molesta, repetida maquinalmente. A saber: ¡°Mi nombre es¡ Abajo la dictadura¡ Carlos Manuel ?lvarez¡ Abajo la dictadura¡ y nac¨ª en Matanzas¡ Abajo la dictadura¡ en el seno de una familia¡ Abajo la dictadura¡ humilde¡±.
Como interrogado, no estoy en contra de no hablar, pero como interrogado y espectador, creo que la ¨²nica posici¨®n inexpugnable ante la descalificaci¨®n y la exposici¨®n p¨²blica de otros ciudadanos es la siguiente: ¡°No creer, no creer, no creer¡±. Solo ese m¨¦todo colectivo le quita presi¨®n a la v¨ªctima. De lo contrario, cedemos a la discusi¨®n divisoria que tales materiales buscan. ?Qui¨¦n habl¨® m¨¢s o menos?, ?o qui¨¦n delat¨® y qui¨¦n no?, cuando en realidad no hay delito donde no hay crimen.
Incluso si un amigo apareciera ma?ana en televisi¨®n, renegando de m¨ª en un interrogatorio, ?por qu¨¦ pensar que dice la verdad? ?Por qu¨¦ no pensar que se est¨¢ intentando zafar como puede, o que no est¨¢ siquiera en control de lo que dice? De hecho, ser¨ªa yo quien faltara a la amistad, lo que Agamben llama la forma constitutiva de lo pol¨ªtico, si no permitiera que un amigo renegase de m¨ª ante la polic¨ªa pol¨ªtica, dado el caso de que lo necesitara para librarse de sus presencias.
Seguramente como todos a los que han interrogado, en los ¨²ltimos d¨ªas me he puesto a pensar qu¨¦ habr¨¢ en mis v¨ªdeos. Han sido muchas horas, ?qui¨¦n sabe c¨®mo podr¨ªan usarlas? Recuerdo, en el primer interrogatorio, tener por un momento la conciencia fulminante de que me estaban filmando. Por supuesto que siempre te est¨¢n filmando, pero era como si en ese segundo me estuvieran filmando m¨¢s que nunca.
Uno de los interrogadores, uno bastante torpe, me pregunt¨® si yo de verdad cre¨ªa que Iliana Hern¨¢ndez, una activista incansable, era periodista. Buscaba complicidad, que yo dijera: ¡°no, claro, qu¨¦ periodista va a ser, periodista soy yo¡±, o algo as¨ª. Hern¨¢ndez, una de las huelguistas de San Isidro, es una maratonista que se r¨ªe cuando le organizan frente a su casa m¨ªtines de repudio. Yo la conoc¨ª personalmente cuando me incorpor¨¦ en noviembre a la sede de la huelga.
No contest¨¦ esa vez, y tuve la extra?a epifan¨ªa. Mi cara de interrogado en televisi¨®n, diciendo cosas que no dije, tal como luego, en efecto, les sucedi¨® a colegas cercanos, y tal como en lo adelante puede que a cualquiera le suceda. Hay tambi¨¦n, en esos audiovisuales propagand¨ªsticos, ¨¢guilas imperiales y m¨²sica tenebrosa sobrevolando nuestras im¨¢genes de reporteros mercenarios, y la organizaci¨®n oficial de los profesionales de la prensa cubana ha llegado a sugerir c¨¢rcel y condenas para nosotros.
Si lo que dice la televisi¨®n no tiene ning¨²n peso ver¨ªdico, no deber¨ªa importarnos entonces c¨®mo nos presentan. Los interrogatorios hablan por el r¨¦gimen; por los periodistas, su labor.