Roberto Escobar, el antiguo narco que so?aba con ganar el Tour
El hermano del narcotraficante colombiano m¨¢s conocido fue el n¨²mero dos del cartel de Medell¨ªn tras abandonar su carrera como ciclista profesional
El sol de mediod¨ªa ba?a su rostro sereno. Roberto Escobar, ciego y sin audici¨®n en uno de sus o¨ªdos, pasa la ma?ana sentado en una silla de jard¨ªn, a la espera de que un t¨¦cnico venga a arreglarle el frigor¨ªfico. En los ochenta lleg¨® a ser el n¨²mero dos del cartel de Medell¨ªn que lideraba su hermano peque?o, Pablo. Era el ingeniero financiero de una organizaci¨®n brutal de sicarios y comerciantes de coca¨ªna que regaron Colombia de sangre en los a?os ochenta. Aunque a...
El sol de mediod¨ªa ba?a su rostro sereno. Roberto Escobar, ciego y sin audici¨®n en uno de sus o¨ªdos, pasa la ma?ana sentado en una silla de jard¨ªn, a la espera de que un t¨¦cnico venga a arreglarle el frigor¨ªfico. En los ochenta lleg¨® a ser el n¨²mero dos del cartel de Medell¨ªn que lideraba su hermano peque?o, Pablo. Era el ingeniero financiero de una organizaci¨®n brutal de sicarios y comerciantes de coca¨ªna que regaron Colombia de sangre en los a?os ochenta. Aunque antes de dedicarse a pesar en una b¨¢scula el dinero que llegaba en camiones, fue un ciclista de m¨¦rito que compiti¨® con los m¨¢s grandes de su tiempo:
¡ªLo cambiar¨ªa todo por haber ganado el Tour de Francia.
Roberto vive a sus 74 a?os en lo alto de una loma de Medell¨ªn, en una antigua hacienda de su hermano. Abre la puerta su exesposa, Claudia Esc¨¢rraga, una antigua reina de la belleza de la Guajira que lo conoci¨® en la c¨¢rcel. Roberto aguarda en el patio calado con una gorra roja, unas gafas finas cuadradas y la camisa metida por dentro del pantal¨®n. Escucha en silencio el ruido de unos p¨¢jaros que revolotean en un bosque cercano y su mirada se pierde en el vac¨ªo. Le dicen el Osito porque un locutor de radio, durante de una de las carreras, no logr¨® identificarlo al llegar a la meta, iba cubierto de barro de pies a cabeza. ¡°Ah¨ª llega un oso¡±, anunci¨®. El apodo le ha acompa?ado hasta hoy. En ese tiempo, los a?os sesenta, corr¨ªa la vuelta a Colombia. Las carreteras se llenaban de aficionados que quer¨ªan ver a sus ¨ªdolos pasar. Roberto era uno de los deportistas m¨¢s destacados de Antioquia.
Su hermano dos a?os menor, Pablo, segu¨ªa en el colegio. Sus compa?eros comenzaron a llamar Osito a aquel estudiante revoltoso que acab¨® repitiendo curso. En las siguientes dos d¨¦cadas se volte¨® la popularidad de los hermanos. Pablo se convirti¨® en uno de los hombres m¨¢s ricos del mundo gracias al tr¨¢fico de drogas y el enemigo n¨²mero uno en Colombia cuando comenz¨® a cometer atentados para evitar su extradici¨®n a Estados Unidos. Roberto dej¨® de entrenar en un equipo ciclista que hab¨ªa montado, cerr¨® las tiendas y el taller de bicicletas que regentaba y se meti¨® de lleno en el c¨¢rtel. Su leyenda de ciclista qued¨® enterrada. Aterriz¨® en el mundo del hampa, eso s¨ª, con menos vehemencia. Frente al car¨¢cter impetuoso y volc¨¢nico de Pablo, ¨¦l siempre fue alguien m¨¢s sosegado, menos sangu¨ªneo.
¡°No hay ni un d¨ªa que no lo eche de menos¡±, lo recuerda emocionado. Su casa es un altar en su honor. Por todos lados hay cuadros, motos, coches, fotograf¨ªas, libros, esculturas que pertenecieron a Pablo. Roberto tiene abierto el espacio como museo. El Ayuntamiento de Medell¨ªn ha llegado a cerr¨¢rselo por promover el culto a la violencia. Sin embargo, todav¨ªa recibe visitas de turistas extranjeros que se dan una vuelta por el lugar y al acabar, como traca final, estrechan su mano. ¡°Bienvenidos, bienvenidos, esta es su casa¡±, saluda a todo el que llega.
Los retratos de las paredes est¨¢n llenos de hombres muertos violentamente. Roberto es de los pocos de su ¨¦poca que ha llegado a la vejez. En 1993, 16 d¨ªas despu¨¦s de la muerte de su hermano a manos de las autoridades, que lo abatieron en un tejado de Medell¨ªn, recibi¨® una carta en prisi¨®n. ¡°Estaba en la santa misa, mi madre me ense?¨® la religi¨®n cat¨®lica. Al volver a la celda recib¨ª esa carta que tuvo que pasar por siete retenes de la polic¨ªa y una m¨¢quina de rayos X. En el sobre dec¨ªa que era una citaci¨®n judicial. Al abrirla, me explot¨® en la cara. Era una carta-bomba¡±, cuenta.
Perdi¨® la vista y la posibilidad de volver a montar en bicicleta. Sus ojos azules se volvieron grises. Una fina pel¨ªcula transparente los recubre. Cada poco saca del bolsillo un lubricante de l¨¢grimas artificiales con las que se humedece las cuencas. Ha recuperado un peque?o porcentaje visi¨®n en uno de los ojos que le permite ver sombras. A¨²n as¨ª, confunde a menudo a su interlocutor, no clava la mirada en un lugar concreto, se?ala equivocadamente partes de su propia casa. Al sufrir el atentado de adulto, Roberto no parece haber desarrollado el instinto de un ciego.
Asegura haber llegado a un momento zen de su vida. No teme a las represalias que puedan llegar del pasado por todo el dolor que provoc¨® el clan Escobar. Ha dejado de usar peluca para pasar inadvertido, aunque la gorra que no se quita muestra su vanidad. En 2010, un comando armado intent¨® secuestrarlo. La polic¨ªa lo evit¨® y en la refriega mat¨® a uno de los asaltantes. ¡°El narcotr¨¢fico te lleva a la cl¨ªnica, a la c¨¢rcel o al cementerio¡±, reflexiona de carrerilla.
Roberto charla animadamente en el patio, junto a una estatua a tama?o real de su hermano. Cuenta que viv¨ªa en Madrid, en el n¨²mero 7 de la calle Miguel ?ngel, y que en ese tiempo veraneaba en un hotel de Torremolinos, desde donde hacia excursiones a Marbella o a Gibraltar. Roberto se calla un momento porque escucha unos pasos a su espalda. Son de su hija menor, que aparece de repente y se lo lleva del brazo hacia el interior de la casa. Padre e hija cuchichean detr¨¢s de una puerta. Al cabo de un rato, regresa Roberto: quiere hablar de ciclismo.
Su historia como ciclista viene detallada en el libro Reyes de las monta?as, escrito por Matt Rendell, ahora mismo descatalogado. ¡°Ese gringo estuvo por ac¨¢. Si encuentras una copia, m¨¢ndamela¡±, pide. Comenz¨® en el Club Mediofondo, patrocinado por una empresa de aparatos el¨¦ctricos. Compiti¨® en tres Vueltas a Colombia y dos cl¨¢sicos RCN, las m¨¢s importantes del pa¨ªs. Fue oro en los Juegos Bolivarianos y bronce en unos campeonatos nacionales. Le disputaba sin ¨¦xito el trono a Mart¨ªn Emilio Rodr¨ªguez, Cochise, un corredor m¨ªtico. En una pared, cuelga un recorte de prensa del d¨ªa en el que Roberto le gan¨® una etapa a Cochise. ¡°Regalo de Cochise a R. Escobar¡±, sentencia el peri¨®dico. Roberto se indigna: ¡°Es mentira, le sacaba cinco minutos, no me regal¨® nada. Los periodistas en ese tiempo eran muy cargados a Cochise¡±.
Retirado en la treintena, se hizo entrenador. Roberto nombra a algunos de los mejores ciclistas colombianos, que pasaron por sus equipos. Fue director t¨¦cnico de las regiones Antioquia y Caldas. En una vuelta a Cuba qued¨® segundo con el corredor Crist¨®bal P¨¦rez. ¡°Todos los pa¨ªses comunistas tra¨ªan equipos de 12 ciclistas, como Hungr¨ªa o Rusia. Nosotros solo cuatro. Fue un ¨¦xito¡±, recuerda. La federaci¨®n colombiana de ciclismo empez¨® a tener noticias de los manejos de su hermano y lo destituy¨® como entrenador de federaciones regionales.
Entonces mont¨® su equipo propio, Bicicletas Ositto, con doble T para darle un toque italiano. Dos d¨¦cadas antes, el gran campe¨®n Fausto Coppi visit¨® Colombia en el final de su carrera. El pa¨ªs lo recibi¨® como a un h¨¦roe. Roberto dice que fue, junto a Pablo, a verlo rodar por el Alto de Minas, uno de los puertos de monta?a m¨¢s duros. Ellos iban a bordo de una vespa Piaggo 61. A aquellos dos adolescentes se les qued¨® grabado en la cabeza que la elegancia, la distinci¨®n, el buen gusto, ten¨ªa nombre italiano.
Ositto creaba sus propias bicicletas. Todav¨ªa guarda una en el desv¨¢n. ¡°S¨²bemela, por favor¡±, pide Roberto a uno de sus asistentes. El trabajador vuelve con una bicicleta antigua de carreras, con el cuadro azul y el manillar rojo. ¡°Es una reliquia¡±, se congratula el propietario. Acaricia con delicadeza la estructura de hierro y al acabar comprueba con los dedos el aire de las llantas. A trav¨¦s del tacto recupera las sensaciones de cuando se sub¨ªa en ella.
Siempre existi¨® la sospecha de que su equipo estaba patrocinado por el dinero del narcotr¨¢fico. Roberto lo niega, como casi todas las acusaciones no contrastadas de todo lo que tienen que ver con ¨¦l o con Pablo. Pero distintos testimonios de esa ¨¦poca confirman que, evidentemente, el club contaba con m¨¢s presupuesto que el resto. Lleg¨® a contar con los mejores. El nexo entre narco y ciclismo se hizo m¨¢s evidente que nunca. Algunos traspasaron la l¨ªnea. Los ciclistas, acostumbrados al sufrimiento, eran perfectos para hacer de mulas. Buenos deportistas de ese tiempo, como el Chalo Mar¨ªn, acabaron a sueldo del c¨¢rtel. Mar¨ªn fue brutalmente asesinado en Medell¨ªn en un crimen que se le atribuye a los Pepes, el grupo paramilitar que se cre¨® para perseguir a Escobar.
En un momento dado, Roberto abandon¨® el deporte e ingres¨® de lleno en el crimen organizado. Hay quien minimiza su importancia dentro del c¨¢rtel. Gustavo Gaviria, Rodr¨ªguez Gacha o los hermanos Ochoa tuvieron un peso m¨¢s espec¨ªfico dentro de la organizaci¨®n. La DEA, sin embargo, le puso la segunda recompensa m¨¢s alta por su captura, detr¨¢s de la de Pablo. Fueron a?os oscuros. Su hermano incendi¨® Colombia, ¨¦l estuvo al lado del pir¨®mano. Estuvo preso en La Catedral, donde conoci¨® a su segunda esposa, la que abri¨® la puerta, y despu¨¦s se entreg¨® una segunda vez para cumplir con la justicia. De otro modo hubiera acabado bajo tierra, como Pablo.
Aparcado el ciclismo, desarroll¨® otras aficiones de rico, como la de los caballos de pura sangre. Suyo fue Terremoto de Manizales, un hermoso ejemplar marr¨®n que, seg¨²n su due?o, era ¡°el m¨¢s grande caballo de paso fino del mundo¡±. Roberto a veces tiende a la hip¨¦rbole. Un retrato gigante del animal cuelga del sal¨®n de su casa. En medio, un osito de peluche pintado. En realidad, es el recuerdo de algo que acab¨® mal. Los Pepes secuestraron a Terremoto y se lo devolvieron en los huesos y castrado.
En el repecho de su vida, ha vuelto a la adoraci¨®n por el ciclismo. Los diplomas de todas sus haza?as cuelgan de las paredes. Siente un leve cosquilleo en las piernas cuando habla de aquellos d¨ªas. Sin vista, la radio es su mejor aliada para seguir el Tour y el Giro, donde ¨²ltimamente han brillado los ciclistas colombianos, una generaci¨®n que no se ha abandonado al dinero f¨¢cil. Egan, Rigo, Nairo. Roberto se identifica m¨¢s con ellos que con el g¨¢nster que en realidad fue.
En la foto actual que tiene de perfil en WhatsApp viste con un maillot verde de la selecci¨®n Colombia. En una mano sostiene un recorte de prensa de una jornada de gloria y en la otra una medalla de oro. Se apoya sobre una bicicleta Ositto. Queda claro que Roberto lleg¨® a la cima del mundo criminal, pero que en secreto so?aba con ganar el Tour. ¡°Ahora se dan cuenta de que fui bueno¡±, farfulla, antes de humedecerse un poco m¨¢s los ojos con l¨¢grimas artificiales.
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