La guerra les cambi¨® la vida: de dirigir un colegio a cocinar para los soldados
La historia de cuatro ucranios que dejaron sus trabajos para luchar contra el invasor ruso muestra un pa¨ªs movilizado con su ej¨¦rcito en las calles y en las trincheras
Ninguno intu¨ªa que una decisi¨®n tomada a 888 kil¨®metros, los que separan Mosc¨² de Kiev, alterar¨ªa tanto sus vidas. No se trata de una subida de la gasolina, el cierre de supermercados o un par de puentes destruidos. Sin trabajo y con el coraz¨®n encogido por las noticias que llegan del frente de la guerra de Ucrania y por el miedo que pasaron metidos en un refugio, un fabricante de piraguas, un actor de teatro, la directora de un colegio ...
Ninguno intu¨ªa que una decisi¨®n tomada a 888 kil¨®metros, los que separan Mosc¨² de Kiev, alterar¨ªa tanto sus vidas. No se trata de una subida de la gasolina, el cierre de supermercados o un par de puentes destruidos. Sin trabajo y con el coraz¨®n encogido por las noticias que llegan del frente de la guerra de Ucrania y por el miedo que pasaron metidos en un refugio, un fabricante de piraguas, un actor de teatro, la directora de un colegio y una maestra de infantil han cambiado radicalmente de oficio desde el inicio de la invasi¨®n. Volcados en ayudar a su ej¨¦rcito, ahora se dedican a fabricar chalecos militares, organizar las donaciones, cocinar para los soldados o elaborar telas de camuflaje para tratar de equipar a cientos de miles de militares y voluntarios.
Las suyas son historias como las de casi 44 millones de ucranios, cuya vida cambi¨® radicalmente el 24 de febrero, cuando el presidente ruso, Vlad¨ªmir Putin, inici¨® el ataque a Ucrania. Pendientes de las noticias, las redes sociales o la aplicaci¨®n de su tel¨¦fono que avisa sobre el comienzo de la alerta antia¨¦rea, una frase de Napole¨®n parece contagiar la vida del pa¨ªs entre aquellos que ven el frente por televisi¨®n, pero se sienten parte de la retaguardia: ¡°Quien no da de comer a su ej¨¦rcito, dar¨¢ de comer a su enemigo¡±. Todos ellos han dejado sus profesiones sin fecha de vuelta, una se?al de que la guerra ha llegado a Ucrania para quedarse una larga temporada.
Konstantin Abramov, de las piraguas a los chalecos para soldados: ¡°Mi padre me dijo que era m¨¢s ¨²til en la f¨¢brica que en el frente¡±
Hasta los primeros d¨ªas de abril, Konstantin Abramov (44 a?os) organizaba viajes de aventura por todo el mundo y era un exitoso fabricante de kayaks. Hab¨ªa conseguido la patente de algo novedoso, una piragua que se desmonta y cabe en una bolsa de deportes. Gracias a su profesi¨®n, organizaba viajes en r¨ªos y glaciares por Chile o Groenlandia con clientes de toda Europa. Hasta que lleg¨® la guerra y los proyectiles comenzaron a caer cerca de su f¨¢brica. Por aquel entonces, ten¨ªa 20 trabajadores, pero poco a poco dejaron de ir a trabajar. ¡°Unos se fueron del pa¨ªs, otros no ten¨ªan c¨®mo llegar y otros m¨¢s ten¨ªan demasiados problemas en su vida como para llegar a la f¨¢brica¡±, explica. Su recuerdo m¨¢s oscuro es de cuando tuvo que sacar la maquinaria de la f¨¢brica mientras sonaban los proyectiles y la alerta antia¨¦rea. Fue el d¨ªa en el que dijo ¡°basta ya¡± y detuvo su producci¨®n.
Como muchos hombres ucranios, lo primero que hizo fue subir a sus dos hijas y a su esposa a un tren. Despu¨¦s llam¨® a un amigo militar y le pregunt¨®: ¡°?Qu¨¦ puedo hacer?¡±. Muchos ucranios reconocen en voz baja que hab¨ªa que vestir a un ej¨¦rcito mal equipado y a los 200.000 hombres que se unieron de forma voluntaria. ¡°Nos hacen falta chalecos antibalas y chalecos para llevar las municiones, las armas, los walkie-talkies...¡±, contest¨® su amigo. Abramov logr¨® entonces el modelo que utiliza la OTAN y sac¨® el patr¨®n. Puso un anuncio en Facebook y r¨¢pidamente se unieron decenas de mujeres que, en cuesti¨®n de d¨ªas, comenzaron a trabajar en un local prestado donde se elabora el modelo que hoy le llena de orgullo.
?Pens¨® en alistarse? ¡°S¨ª, pero soy hijo y nieto de militares. Mi padre me tom¨® del brazo y me dijo: la guerra es una cosa muy seria y no durar¨¢s m¨¢s de cinco minutos. Ser¨¢s m¨¢s ¨²til en otro lado¡±, responde el hombre que ayuda a vestirse a un ej¨¦rcito con m¨¢s entusiasmo que medios.
Baitler Yujim, de actor de teatro a organizar ayuda: ¡°La guerra es cat¨¢rtica. Moviliza a la gente¡±
Hasta el 24 de febrero, Baitler Yujim, de 37 a?os, era uno m¨¢s de los actores de la escena alternativa que animaban la intensa vida cultural de Kiev, una capital con m¨¢s de 60 teatros. Pero el d¨ªa que empezaron a sonar los misiles se detuvo todo: el arte, la cultura, los actores, los tramoyistas, iluminadores... Todo. Yujim se acerc¨® entonces a la organizaci¨®n La Jaur¨ªa, fundada por algunos de los j¨®venes que protagonizaron el Euromaid¨¢n de 2014, el movimiento sofocado a tiros desde el poder y que exig¨ªa en las calles una Ucrania m¨¢s europea y menos rusa.
Aquel ilusionante movimiento, que termin¨® con la muerte de m¨¢s de un centenar de personas, sigui¨® en pie canalizando las ayudas de la sociedad civil a su ej¨¦rcito, que a partir de ese a?o empez¨® a luchar contra los separatistas prorrusos de la regi¨®n oriental de Donb¨¢s. Hasta finales de febrero, los ucranios de las grandes ciudades ve¨ªan esa guerra como algo que suced¨ªa en provincias remotas en medio de una apat¨ªa bastante generalizada. Un problema enquistado que nadie sab¨ªa c¨®mo resolver. Todo aquello cambi¨® cuando Putin decidi¨® dar un paso m¨¢s all¨¢ y extender el conflicto a todo el pa¨ªs. Hasta en la capital se sinti¨® el impacto de los misiles, los dos ¨²ltimos el jueves contra una zona residencial.
Desde entonces, Yujim pasa 10 horas diarias en un almac¨¦n de Lukianivka, un barrio de Kiev junto a la vanguardia cultural y alternativa de Ucrania. Su grupo de voluntarios incluye a m¨²sicos, actores, dise?adores gr¨¢ficos, inform¨¢ticos o a Anastasia, una prometedora directora de cine que ha interrumpido la grabaci¨®n de su ¨²ltima pel¨ªcula. Todos ellos dedican muchas horas al d¨ªa a recibir, clasificar y enviar al frente cajas de ropa, medicamentos o alimentos. ¡°La guerra tiene algo de cat¨¢rtico, mueve a mucha gente que no se hab¨ªa movilizado por nada¡±, dice entre j¨®venes que van y vienen sin descanso.
Desde que comenz¨® la guerra, Yujim ha dejado los escenarios. Ahora clasifica guantes, ordena pasamonta?as, compra botas de monta?a o completa kits de primeros auxilios. ¡°Los torniquetes chinos no sirven¡±, dice junto a las estanter¨ªas del almac¨¦n mientras embala medicamentos con todo lo que un soldado debe tener en el frente. De los 2.500 voluntarios, hay m¨¢s de 300 conductores que han puesto al servicio de la asociaci¨®n sus coches para llevar cada d¨ªa nuevas cajas de material a los puntos calientes del pa¨ªs.
?Por qu¨¦ haces esto? ¡°Por patriotismo¡±. ?Odias a los rusos? ¡°Nada que se haga con odio sale bien¡±, responde.
Kristina Bessolova, de directora de colegio a cocinera para el frente: ¡°Ahora, las aulas sirven para almacenar los alimentos¡±
Kristina Bessolova jam¨¢s pens¨® que en solo dos meses dejar¨ªa de dar de comer a sus alumnos para hacerlo a los soldados de su ej¨¦rcito. Hasta entonces, esta mujer de 37 a?os dirig¨ªa un colegio con m¨¢s de 150 ni?os en Vishgoro, a una hora de Kiev. Ahora prepara 600 raciones diarias para el frente. Hoy hay sopa y carne de cerdo en salsa.
El colegio respira silencio desde que el 90% de los ni?os dej¨® de venir y solo siete mantienen la rutina de acudir al aula. ¡°El resto se fue a su pueblo o del pa¨ªs. Incluso hay cuatro alumnos que est¨¢n en Espa?a con sus familias¡±, dice Bessolova. Lo mismo sucede con los profesores. De los 35 que hab¨ªa, apenas quedan dos que llegan regularmente. ¡°Ahora las aulas sirven para almacenar los alimentos. Y el gimnasio es el almac¨¦n de patatas, porque es la zona m¨¢s fresca¡±, dice abatida mientras abre puertas de clases vac¨ªas o un comedor desolado al que solo llegan las cocineras.
¡°Los ni?os est¨¢n nerviosos y tristes. Saben que faltan sus compa?eros, y aunque tratamos de no hablar demasiado sobre lo que est¨¢ pasando, son ellos los que nos preguntan sobre la guerra o quieren cantar las canciones patri¨®ticas que oyen en casa y en la televisi¨®n¡±, explica. ¡°La pandemia nos ayud¨® a estar preparados y hemos podido continuar las clases a distancia¡±, dice en un edificio con eco en el que los ¨²nicos alumnos son sus hijos. ¡°Todo esto ha creado una nueva generaci¨®n con una conciencia distinta. Antes todo parec¨ªa dado y heredado. Que nos lo merec¨ªamos por el hecho de nacer aqu¨ª. Pero ahora saldr¨¢n sabiendo que hay que pelear por cada cosa que tenemos¡±, explica en un despacho fr¨ªo y silencioso donde los dibujos infantiles se combinan con las banderas azul y amarillo.
¡°No me imaginaba hace tres meses que estar¨ªa haciendo comidas para soldados y no para ni?os, pero es lo que nos toca hacer a quienes estamos aqu¨ª¡±, concluye.
Olena Rohovenko, de profesora de infantil a tejer redes para camuflaje: ¡°Ya dijo Napole¨®n que quien no da de comer a su ej¨¦rcito, dar¨¢ de comer a su enemigo¡±
Es raro detenerse junto a uno de los cientos de puntos de control que hay en la capital ucrania y no encontrarse con un tanque o una trinchera cubierta por las redes de Olena Rohovenko y sus amigas. Y ella no puede estar m¨¢s orgullosa. Hasta el 24 de febrero, esta mujer de 63 a?os ejerc¨ªa como maestra de infantil en Kiev. Ten¨ªa la costumbre de leer poes¨ªa a los ni?os, llevarlos a museos poco habituales o contarles f¨¢bulas que dejaban con la boca abierta a los peque?os. Pero el d¨ªa que todo cambi¨® se hizo urgente ocultar en cuesti¨®n de horas la artiller¨ªa, los edificios oficiales y las barricadas que los proyectiles rusos estaban destrozando.
Un grupo de mujeres que hab¨ªa creado la asociaci¨®n Bereginia (amparo), de apoyo a los militares de la guerra de Donb¨¢s, comenz¨® entonces a tejer sin descanso redes de camuflaje en un garaje de las afueras de la capital. Esposas de pescadores, desplazadas de las zonas castigadas o madres de soldados, desde entonces han fabricado casi 200 redes de camuflaje formadas por cientos de peque?os trozos de tela que sirven para ocultar cualquier objeto visto desde arriba. Entre risas, c¨¢nticos, alg¨²n rezo y buen humor, las mujeres de Vishgoro se reparten un trabajo muy exigente.
La cadena de montaje se ha distribuido de tal manera que un grupo recibe las telas y ropas de las donaciones. Tras separarlas, a un lado colocan el forro, en otro las cremalleras, en otro los adornos de pelo sint¨¦tico y m¨¢s all¨¢ los que tienen colores que son desechados. Acto seguido, otro grupo, tijera en mano, trocea las telas en peque?os rect¨¢ngulos. Y un tercer grupo, con gran paciencia, los anuda uno a uno en los orificios del nailon. ¡°Tenemos tecnolog¨ªas patentadas¡±, bromea Rohovenko sobre el tipo de nudo o color que viste cada lona: ¡°As¨ª que cuando voy por la ciudad s¨¦ perfectamente cu¨¢ndo ha salido de este taller¡±. ¡°Para las mallas de camuflaje se utiliza material no inflamable y colores ocres, marrones o negro, pero para las zonas de fr¨ªo y nieve se hacen en colores blancos¡±, aclara.
¡°Esta vez nos dimos cuenta de que hab¨ªa una guerra de verdad. Por suerte no llegaron a entrar los rusos en Kiev, pero toca estar organizados¡±. ¡°Quien no da de comer a su ej¨¦rcito, dar¨¢ de comer a su enemigo¡±, dijo Napole¨®n y lo repite Olena con las gafas a media nariz y un pu?ado de retales en la mano.
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