Laila Basim, mujer afgana: ¡°Me han pegado, perseguido e insultado pero voy a seguir protestando¡±
Esta economista de 30 a?os, que ha perdido su trabajo y su vida social, cuenta en primera persona c¨®mo han sido estos tres a?o bajo el r¨¦gimen de los talibanes
Mi nombre es Laila Basim, tengo 30 a?os y nac¨ª en el norte de Afganist¨¢n, en Faizabad, en la provincia de Badajsh¨¢n, a 260 kil¨®metros de Kabul. Me licenci¨¦ en Econ¨®micas y, tras unas oposiciones, en 2017, pas¨¦ a formar parte del cuerpo de funcionarios del Estado, trabajando en el Ministerio de Econom¨ªa. Pero en agosto de 2021, tras la vuelta de los talibanes al poder, ahora hace tres a?os, perd¨ª mi trabajo, como tantas otras mujeres de mi pa¨ªs. Ese...
Mi nombre es Laila Basim, tengo 30 a?os y nac¨ª en el norte de Afganist¨¢n, en Faizabad, en la provincia de Badajsh¨¢n, a 260 kil¨®metros de Kabul. Me licenci¨¦ en Econ¨®micas y, tras unas oposiciones, en 2017, pas¨¦ a formar parte del cuerpo de funcionarios del Estado, trabajando en el Ministerio de Econom¨ªa. Pero en agosto de 2021, tras la vuelta de los talibanes al poder, ahora hace tres a?os, perd¨ª mi trabajo, como tantas otras mujeres de mi pa¨ªs. Ese d¨ªa, desempleada, confinada en mi casa, me vi a m¨ª misma como una pobre mujer sin posibilidad de luchar para cumplir los sue?os a los que aspiraba.
El ascenso de los talibanes implic¨® una lista interminable de restricciones para las mujeres: en marzo de 2023 el Ministerio de Educaci¨®n anunci¨® que nos cerraba las puertas de las escuelas; en diciembre de 2023, decret¨® nuestra expulsi¨®n de las las universidades. Desde entonces, ninguna mujer ni ni?a mayor de 12 a?os puede ir a clase de ning¨²n tipo en mi pa¨ªs. Tambi¨¦n se nos ha purgado de los puestos funcionariales e incluso se nos ha despojado de la m¨¢s m¨ªnima vida social: ni siquiera podemos ir al m¨¦dico solas, sin un hombre, aunque nos estemos muriendo. A lo largo de estos a?os tan duros los talibanes han aprobado m¨¢s de 80 decretos encaminados a cercenarnos la vida: desde advertir a los taxistas para que no admitan mujeres bajo pena de azotes o de multas a prohibir que viajemos solas a una distancia mayor de 70 kil¨®metros, sin la compa?¨ªa de un hombre; desde el derecho a elegir marido a la prohibici¨®n a entrar en un parque p¨²blico o en un jard¨ªn.
Durante estos tres a?os he asistido a las atrocidades cometidas por los talibanes. Yo misma he presenciado, en mi provincia natal, el asesinato a tiros de una chica joven, vecina m¨ªa, a la que su hermano mat¨® porque se opon¨ªa a un matrimonio forzado. Y en diciembre de 2022, estando yo tambi¨¦n en Badajsh¨¢n, vi c¨®mo los talibanes condenaron a 70 personas, incluidas 11 mujeres, a las que castigaron en p¨²blico. Dos de esas mujeres fueron lapidadas hasta la muerte por no llevar el hijab en la calle. Y los talibanes ni siquiera aportaron una prueba de que eso fuera cierto. Muchos de estos cr¨ªmenes han permanecido ocultos a los ojos de los medios de comunicaci¨®n. Tambi¨¦n he visto a cl¨¦rigos tachados por los talibanes de infieles y ejecutados a balazos, y cad¨¢veres de chicas j¨®venes que aparecen por las ma?anas en las aceras. Son demasiados cr¨ªmenes para contarlos todos o recordarlos.
Los que piensan libremente y est¨¢n en contra de excluir a las mujeres de la sociedad se han opuesto a esta opresi¨®n. Tambi¨¦n las mujeres: algunas hemos salido a la calle a pedir igualdad y justicia desde el mismo momento en que llegaron los talibanes, como el grupo del que formo parte, al que hemos llamado Movimiento Espont¨¢neo de Mujeres Manifestantes de Afganist¨¢n.
Por participar en estas protestas perd¨ª un hijo que gestaba: ocurri¨® el 13 de agosto de 2022, un a?o despu¨¦s de la llegada de los talibanes. Salimos a la calle a manifestarnos a prop¨®sito de ese D¨ªa Negro de Afganist¨¢n. Los talibanes nos dispersaron con disparos, nos forzaron a refugiarnos en un s¨®tano. Tras encontrarnos, entraron y nos sacaron a palos. Yo estaba embarazada entonces y a consecuencia de los golpes, al volver a casa tuve un aborto espont¨¢neo.
Eso no impidi¨® que siguiera protestando. Cuando los talibanes cerraron las puertas de las escuelas a las mujeres volvimos a salir a la calle. Esta vez acudieron con mujeres polic¨ªas armadas de bastones. Me golpearon tan fuertemente que estuve con las piernas amoratadas durante un mes. Pero volvimos a intentarlo: en otra manifestaci¨®n prevista contra el cierre de las escuelas me present¨¦ antes de la hora en la plaza acordada para la protesta a fin de ver si hab¨ªa problema. Lo hice as¨ª porque era una de las cabecillas del grupo. Y, efectivamente, descubr¨ª a miembros de la inteligencia del Gobierno talib¨¢n metidos en coches con las ventanas tintadas, esper¨¢ndonos. Al verme, vinieron hacia m¨ª. Un oficial de inteligencia vestido de paisano me interrog¨® y me advirti¨® de que si no desconvoc¨¢bamos la manifestaci¨®n se llevar¨ªan a las que participaran, incluy¨¦ndome a m¨ª, de manera que nadie volviera a saber de nosotras nunca m¨¢s. La amenaza me aterroriz¨® tanto que no fui capaz de otra cosa que no fuera bajar la cabeza y abandonar la plaza.
Mi casa ha sido asaltada y registrada dos veces en el mismo d¨ªa por miembros de la inteligencia de los talibanes. Durante estos tres a?os he cambiado de residencia cada tres meses y cuando la represi¨®n se volv¨ªa demasiado peligrosa ¡ªy me daba cuenta de que arrestaban a mis compa?eras¡ª abandonaba Kabul y me refugiaba en Badajsh¨¢n, desapareciendo de los medios durante un tiempo.
Otra manera de protestar fue montar una biblioteca en Kabul para mujeres a la que llamamos Zan, que significa, precisamente, ¡°mujer¡± en dari, el dialecto del persa que habla el 70% de la poblaci¨®n afgana. Prest¨¢bamos libros y d¨¢bamos cursos y charlas. Una de nuestras intenciones era promover la lectura y la cultura entre las mujeres y las ni?as. La otra: desafiar a los talibanes y demostrarles nuestra oposici¨®n. Ellos trataron desde el principio de cerrarla. De hecho, dos veces nos la encontramos con un cerrojo en la puerta. Forz¨¢bamos la cerradura y segu¨ªamos. Pero los talibanes no cejaron. Continuamente hostigaban al personal que atend¨ªa y a las mujeres que acud¨ªan a prestar libros o a leer. Nos acosaban todos los d¨ªas, censur¨¢ndonos lo que hac¨ªamos. Recib¨ªamos llamadas de tel¨¦fonos conmin¨¢ndoos a no abrir m¨¢s. Iban cada d¨ªa y vigilaban la zona, lo que atemorizaba a las mujeres, que no se atrev¨ªan a entrar. Al final, ante ese acoso, tuvimos que cerrar y llevarnos los libros para guardarlos en casa.
Una sobrina, desesperada y desesperanzada despu¨¦s de que le negaran proseguir con sus clases de primero de Ingenier¨ªa en la universidad, vino a verme un d¨ªa y me pregunt¨®: ¡°?Qu¨¦ hago?¡±. Yo le anim¨¦ a que se uniera a nosotras. Y cuando se sum¨® a una manifestaci¨®n en Kabul a las puertas de la universidad para exigir que las reabrieran para las mujeres, vino la polic¨ªa y nos dispers¨®. Y arrest¨® a seis mujeres, entre las que se contaba mi sobrina: las interrogaron durante seis horas y fueron obligadas a grabar declaraciones en v¨ªdeo antes de ser puestas en libertad bajo fianza. A lo largo de estos tres a?os han metido en la c¨¢rcel a seis compa?eras por participar en manifestaciones. Algunas 12 d¨ªas. Otras siete meses.
Estoy casada, tengo una hija peque?a y puedo asegurar despu¨¦s de estos tres a?os que vivir bajo las leyes de los talibanes es sufrir una muerte lenta. Pero a la pregunta de si tengo miedo a firmar este art¨ªculo de denuncia la respuesta es simple: no, nunca. Me han pegado, perseguido e insultado, pero voy a seguir protestando.
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