J?nts?¡¯?k, democracia y pueblos ind¨ªgenas
El establecimiento del Estado mexicano se ha basado en la negaci¨®n y el combate de otras formas de organizaci¨®n que, en muchos casos, se argumenta como defensa de la democracia
¡°El hecho divino de existir no debe asimilarse al hecho sat¨¢nico de coexistir¡±
Fernando Pessoa
Trato de imaginar algo que nunca he experimentado: la ausencia de la mirada y la presencia constante de otras personas en mi vida. ?Cu¨¢les ser¨ªa los efectos de la supresi¨®n prolongada de la compa?¨ªa de otros seres humanos sobre nuestra mente y nuestros cuerpos? Michel Tournier responde esta pregunta, entre muchas otras, en su extraordinaria novela Viernes o los limbos del Pac¨ªfico en el que reelabora la historia del Robinson Crusoe de Daniel Dafoe. La ausencia prolongada de la co...
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¡°El hecho divino de existir no debe asimilarse al hecho sat¨¢nico de coexistir¡±
Fernando Pessoa
Trato de imaginar algo que nunca he experimentado: la ausencia de la mirada y la presencia constante de otras personas en mi vida. ?Cu¨¢les ser¨ªa los efectos de la supresi¨®n prolongada de la compa?¨ªa de otros seres humanos sobre nuestra mente y nuestros cuerpos? Michel Tournier responde esta pregunta, entre muchas otras, en su extraordinaria novela Viernes o los limbos del Pac¨ªfico en el que reelabora la historia del Robinson Crusoe de Daniel Dafoe. La ausencia prolongada de la compa?¨ªa humana reconfigura los aspectos m¨¢s fundamentales de nuestra existencia y pone en entredicho los supuestos de nuestra humanidad, el lenguaje, las rutinas, las costumbres cotidianas se explican, en gran parte, en funci¨®n de la mirada que los dem¨¢s devuelven sobre nuestra existencia. Despu¨¦s del desconcierto inicial que lo lleva a casi fundirse con el entorno natural, el Robinson de Tournier recurre a acciones y rituales que ordenan sus d¨ªas de n¨¢ufrago como si no estuviera completamente solo para poder proseguir con la vida en ausencia de al menos alg¨²n otro humano, como si pudiera mirar la mirada de aprobaci¨®n y reconocimiento de otros rostros.
Una gran parte de nuestras actuaciones y motivaciones cotidianas necesitan de la mirada de las otras personas. El significado etimol¨®gico de la palabra mixe para ¡°respetar¡± -j?nts?¡®?k- es ¡°temer los ojos¡±; aun cuando ese significado etimol¨®gico ya no es transparente (en el mixe actual es verbo significa nada m¨¢s y nada menos que ¡°respetar¡±), en las sesiones de rega?os que recib¨ªamos en la infancia se asomaba la carga etimol¨®gica, las personas mayores nos conminaban a recibir sus palabras con temor de la mirada, es decir, evitando mirarlas a los ojos; con la mirada inclinada recib¨ªamos sus amonestaciones y entend¨ªamos que la correcci¨®n verbal de nuestras malas conductas implicaba tambi¨¦n renunciar a contemplar la mirada de quien me hablaba, esa supresi¨®n de la posibilidad de mirar los ojos a quien nos miraba atentamente durante las amonestaciones y consejos era parte de la lecci¨®n recibida. Alzar la vista en ese contexto se consideraba un acto de rebeld¨ªa o desaf¨ªo: ¡°no me apedrees con tu mirada¡± nos dec¨ªan molestas si esto suced¨ªa. Esta recomendaci¨®n contrasta con la solicitud que las personas mayores hacen a los peque?os cuando los est¨¢n amonestando en contextos culturales distintos: ¡°m¨ªrame a los ojos mientras te hablo¡± dicen, evadir la mirada se interpreta aqu¨ª como falta de atenci¨®n. Esta diferencia cultural me llev¨® en algunas ocasiones a equ¨ªvocos culturales desconcertantes. En mi contexto, mirar la mirada de qui¨¦n me reconven¨ªa implicaba una falta de respeto mientras que en otro contexto cultural dejar de hacerlo era un acto desafiante.
La necesidad de la mirada de los otros nos lleva a la vieja sentencia que dicta que las personas somos animales gregarios, mam¨ªferos peculiares que necesitan vivir en sociedad. Pocos hay quienes se han escapado a esta necesidad, al menos parcialmente; adem¨¢s de los antiguos ermita?os cuyas motivaciones ten¨ªan una profunda ra¨ªz religiosa, algunas personas han rehuido de la vida en sociedad; en esta cr¨®nica que la antrop¨®loga Sheba Camacho me recomend¨® pude leer sobre Christopher Thomas Knight, un hombre que hab¨ªa vivido solo en el bosque rehuyendo de la presencia de otras personas por casi treinta a?os en los bosques de Maine, muy al norte de Estados Unidos, durante casi treinta a?os no hab¨ªa hablado y muchos menos tocado a otro ser humano.
Lejos de las peculiares motivaciones de Christopher Thomas Knight o de situaciones ajenas a la voluntad como lo sucedido a Robinson Crusoe, lo humano se lee en clave social a tal grado que esa relaci¨®n parece indisoluble e insistir en esto parece una obviedad. Ni en las sociedades m¨¢s individualistas en donde se ha satanizado todo lo que huela a comuna se ha podido prescindir de la mirada y la presencia de otros humanos. Las relaciones que median las miradas que nos lanzamos rec¨ªprocamente los humanos lejos est¨¢n de ser arm¨®nicas y median entre ellas complejos sistemas y jerarqu¨ªas de dominaci¨®n. Del hecho sat¨¢nico, y por lo tanto festivo, de coexistir, como apunta Pessoa, deriva el hecho de que necesitamos ordenar y estructurar esa imprescindible vida en com¨²n.
Dado que necesitamos vivir en com¨²n, ?c¨®mo organizamos nuestra existencia en manada humana? A lo largo de la historia, las sociedades y las culturas del mundo han dado respuestas distintas y una de ellas es la que da el estado naci¨®n actual que se basa en un sistema llamado democracia, el desarrollo del sistema democr¨¢tico puede rastrearse en la historia occidental y norma mucho del mundo adem¨¢s de relacionarse en la actualidad con un sistema econ¨®mico como el capitalismo. M¨¢s que relatar la historia de la democracia, quisiera situarla aqu¨ª como una m¨¢s de las posibilidades de organizar esta sat¨¢nica y necesaria vida humana en com¨²n. Adem¨¢s de los estados democr¨¢ticos actuales, han existido otros modos y formas de organizar la vida en sociedad como la comunal asamblearia, las sociedades cl¨¢nicas, las organizaciones n¨®madas horizontales, por mencionar s¨®lo algunas de genealog¨ªas distintas a las de la cultura occidental. Dentro de toda esa diversidad de posibilidades, una mirada eurocentrista ha situado al sistema democr¨¢tico estatista como la forma m¨¢s evolucionada y justa de organizar la vida en com¨²n. Esta visi¨®n positivista de la historia ensalza los modelos democr¨¢ticos occidentales como la culminaci¨®n de una evoluci¨®n y desde distintos espacios se nos pontifica contantemente sobre ello. Sin embargo, poco puede tener de justo un sistema que, al menos en este pa¨ªs, se ha impuesto con base en la negaci¨®n y el combate de otras estructuras de organizaci¨®n social. El Estado mexicano y su arquitectura no son el producto de la libre voluntad de las m¨²ltiples naciones que habitaban el territorio de este pa¨ªs en el momento de su creaci¨®n si no es el producto de la imposici¨®n de una minor¨ªa que ha ejercido opresi¨®n sistem¨¢tica sobre estas naciones.
El desprecio por otras posibilidades de organizar la vida en com¨²n ha hecho que muchos de los sistemas pol¨ªticos y sociales de los pueblos ind¨ªgenas sean calificados de simples ¡°usos y costumbres¡± pero se trata en realidad de estructuras que organizan nuestra vida en com¨²n y que son producto de nuestras din¨¢micas y de nuestra historia. Los usos y las costumbres los tiene cualquier cultura y sociedad como la occidental, los sistemas pol¨ªticos de organizaci¨®n social que regulan nuestra vida en com¨²n no son usos y costumbres, son sistemas propios, una de las distintas posibilidades de regular la necesidad humana de vivir en conjunto, as¨ª como el sistema que llaman democracia es otra posibilidad. La comunalidad, descrita y categorizada por el antrop¨®logo mixe Floriberto Diaz y el antrop¨®logo zapoteco Jaime Luna, es una de las diversas maneras de organizaci¨®n sociopol¨ªtica que se pueden encontrar en los pueblos ind¨ªgenas de Oaxaca. Hacer una oposici¨®n binaria entre democracia y ¡°usos y costumbres¡± implica una reducci¨®n simplista pues tras la categor¨ªa ind¨ªgena se pueden encontrar organizaciones sociopol¨ªticas muy distintas entre s¨ª, la organizaci¨®n de la vida en com¨²n del pueblo rar¨¢muri es distinta a la del pueblo zapoteco en Juchit¨¢n o a la comunalidad que hallamos en los pueblos de la Sierra Norte en Oaxaca. El establecimiento del Estado mexicano se ha basado en la negaci¨®n y el combate de otras formas de organizaci¨®n que, en muchos casos, se argumenta como defensa de la democracia. Las sociedades de tradici¨®n distinta a la occidental tenemos el derecho a elegir la manera en la que deseamos organizar nuestra vida en com¨²n, lamentablemente se ha utilizado el discurso de la defensa de la democracia para atacar ese derecho.
Hace unas semanas, un grupo de intelectuales public¨® un texto llamado ¡°Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia¡± en el que, entre otras cosas, hac¨ªan un llamado a los ciudadanos de este pa¨ªs para ¡°recuperar el pluralismo pol¨ªtico y el equilibro de poderes que caracterizan a la democracia constitucional¡± con miras a las pr¨®ximas elecciones parlamentarias. No voy a discutir aqu¨ª si es posible recuperar algo que de por s¨ª no se ha tenido en un sistema estatal que ha privilegiado la concentraci¨®n del poder y que se erige sobre la negaci¨®n de otros sistemas de organizaci¨®n social. M¨¢s bien, entre los firmantes de dicha carta, hall¨¦ a varios que, en la defensa de la democracia, han atacado los sistemas de organizaci¨®n social de los pueblos ind¨ªgenas distintos a los del estado mexicano porque los acusan de atentar contra los derechos individuales, contra los derechos de las mujeres y, en el caso de Roger Bartra, de excluir a los partidos pol¨ªticos y de ¡°instituciones nuevas que contengan semillas de cambio¡±. La defensa de la democracia se ha utilizado en estos contextos para narrar que los sistemas de organizaci¨®n sociopol¨ªtica de los pueblos ind¨ªgenas est¨¢n anclados en el pasado y que no tienen historicidad mientras que la democracia se identifica con la modernidad y el futuro. Sin embargo, se trata, una vez m¨¢s, de una actualizaci¨®n de la relaci¨®n asim¨¦trica entre la tradici¨®n euroc¨¦ntrica de los creadores criollo del Estado mexicano y los pueblos ind¨ªgenas. Los defensores de la democracia denuncian los problemas que ven en nuestros sistemas de organizaci¨®n sociopol¨ªtica para negarnos el derecho a elegir y vivir bajo nuestros propios mecanismos para organizar la vida en com¨²n.
Si volteamos la mirada, podr¨ªamos rebelar los prejuicios racistas que subyacen en la idea de creer que el sistema democr¨¢tico del Estado mexicano es inherentemente superior a las formas de organizar la vida en com¨²n de muchos pueblos ind¨ªgenas en este pa¨ªs, esos sistemas que llaman despectivamente ¡°usos y costumbres¡±. Si volteamos la mirada de quien amonesta podemos ver que las democracias han negado el voto a las mujeres hasta hace unas cuantas d¨¦cadas, las democracias liberales, como en Estados Unidos, por poner un ejemplo, permiten la existencia de la pena de muerte, los sistemas democr¨¢ticos han permitido el encarcelamiento de mujeres por abortar, en los sistemas democr¨¢ticos se ha institucionalizado la homofobia y se le ha negado la posibilidad de contraer matrimonio a parejas homosexuales, el racismo institucional en los sistemas llamados democr¨¢ticos ha encarcelado injustamente a muchas personas y ha cercenado vidas por medio de la violencia policial, los sistemas democr¨¢ticos han atentado estructuralmente contra los derechos de la poblaci¨®n ind¨ªgena por mencionar solo algunos fen¨®menos. Si por todas estas razones, yo propusiera desechar la democracia como un sistema de organizaci¨®n pues se revela fallido, sus intelectuales defensores dir¨ªan que los ejemplos mencionados evidencian lo contrario a los ideales democr¨¢ticos que defienden, que se trata de perfeccionar el sistema, pero no de desecharlo. Pues lo mismo podemos responder con la mirada en alto, en rebeld¨ªa por una amonestaci¨®n injusta, nuestro sistema de organizaci¨®n comunal es distinto al sistema democr¨¢tico occidental, tenemos derecho a elegir uno distinto, trabajamos desde nuestras comunidades para perfeccionarlo y a¨²n bajo el asedio de una opresi¨®n. Para entablar un di¨¢logo en el que medie el respeto se hace preciso reconocer los sistemas de los pueblos ind¨ªgenas como los sistemas de organizaci¨®n social que hemos elegido para llevar la necesidad humana e imperiosa de vivir en com¨²n, que no se trata de simples ¡°usos y costumbres¡± y que los problemas y retos que enfrentamos dentro de ellos no son raz¨®n para imponernos su democracia partidista. En muchos casos, el elogio de la democracia en comparaci¨®n con los sistemas propios de organizaci¨®n sociopol¨ªtica de los pueblos ind¨ªgenas que hacen algunos intelectuales evidencia el poder de quien puede reprender, pero, desde estas otras formas que hemos elegido para mediar nuestra vida com¨²n, desde nuestras miradas, tambi¨¦n los amonestamos sobre las democracias fallidas de sus rep¨²blicas que siguen siendo la principal fuente de las opresiones que sufren nuestros pueblos y de la falta de justicia social. Y ante esta amonestaci¨®n, exigimos respeto, respeto a nuestros ojos, respeto a nuestra mirada.