Conservador, conservador, conservador¡ cantaba la rana
Si repites una y otra vez y una m¨¢s una mentira, ¨¦sta terminar¨¢ (casi siempre) convirti¨¦ndose en verdad
La mayor¨ªa lo tenemos claro. Nuestro presente transform¨® en realidad aquel viejo dicho que reza: si repites una y otra vez y una m¨¢s una mentira, ¨¦sta terminar¨¢ ¡ªcasi siempre¡ª convirti¨¦ndose en verdad. Lo que casi nadie ten¨ªa claro (Donald Trump debe seguir d¨¢ndole vueltas al asunto) era que esas falsas verdades contuvieran su propio tope de repetici¨®n, suerte de caducidad que terminar¨ªa convirti¨¦ndolas en un eco esperp¨¦ntico, neg¨¢ndoles as¨ª cualquier sentido.
Digo casi nadie porque, cuando menos Lorrie Moore, la extraordinaria cuentista y novelista norteamericana ¡ªpara m¨ª, la mejor de ...
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La mayor¨ªa lo tenemos claro. Nuestro presente transform¨® en realidad aquel viejo dicho que reza: si repites una y otra vez y una m¨¢s una mentira, ¨¦sta terminar¨¢ ¡ªcasi siempre¡ª convirti¨¦ndose en verdad. Lo que casi nadie ten¨ªa claro (Donald Trump debe seguir d¨¢ndole vueltas al asunto) era que esas falsas verdades contuvieran su propio tope de repetici¨®n, suerte de caducidad que terminar¨ªa convirti¨¦ndolas en un eco esperp¨¦ntico, neg¨¢ndoles as¨ª cualquier sentido.
Digo casi nadie porque, cuando menos Lorrie Moore, la extraordinaria cuentista y novelista norteamericana ¡ªpara m¨ª, la mejor de su generaci¨®n, con permiso de Foster Wallace, Elizabeth Wurtzel, Jonhatan Franzen, Myla Goldberg o Jeffrey Eugenides¡ª, supo advertirlo y supo tambi¨¦n metaforizarlo, como queda claro cuando se lee ?Qui¨¦n se har¨¢ cargo del hospital de las ranas?
Hay situaciones en que una palabra, repetida cien veces, puede volverse su contrario, pero, cuando esa palabra es repetida ciento cincuenta o doscientas veces, termina por romperse y se convierte en el croar de una rana, en el canto del fango. Y, como las palabras no pueden perderse para siempre, lo que sigue, por fuerza de realidad, es un largo silencio, silencio tras el cual, al volver a ser pronunciada, la palabra retornar¨¢ con su sentido original.
Evidentemente, en M¨¦xico a¨²n estamos lejos de ese instante, de ese retorno, pues, en el que una palabra desnaturalizada ¡ªpensemos, por ejemplo, en un vocablo como ¡°conservador¡±¡ª emerger¨¢ del lodo recuperando, recobrando su sentido, pues a¨²n estamos lejos de aquel silencio que, sin embargo, puede advertirse m¨¢s all¨¢, en el horizonte. A fin de cuentas, avanzamos ¡ªpor m¨¢s lento que lo hagamos¡ª de manera ineluctable y firme hacia esa repetici¨®n que colmar¨¢ y romper¨¢ las palabras y, con ello, la dictadura de la posverdad.
Un juez que defiende un orden previo puede, sin lugar a duda, ser descrito como conservador, lo mismo que un medio de comunicaci¨®n cuya l¨ªnea general se adscribe a ese espectro pol¨ªtico que agrupamos bajo el t¨¦rmino de derecha y lo mismo, tambi¨¦n, que un terrateniente que se opone al cambio del uso de suelo en su hacienda, para que el Estado no se apropie de sus tierras. Pero un defensor del territorio que se opone al cambio del uso de suelo en terrenos que pertenecen a todos los mexicanos y que, en nombre de la vida, la justicia social y la igualdad se opone a la construcci¨®n de una hidroel¨¦ctrica, no, no puede ser descrito como conservador.
Como tampoco puede ser descrito as¨ª, como conservador, un medio de comunicaci¨®n cuya ¨²nica l¨ªnea es la libertad de expresi¨®n de todos y cada uno de sus periodistas o un juez cuya acci¨®n defienda la ley de un pasado que, precisamente, la sociedad ya ha superado, un juez, pues, que se opone a que el pasado tome por asalto el presente, poniendo en riesgo el futuro com¨²n. Aunque, pens¨¢ndolo mejor, claro que se puede.
Por supuesto que se puede acusar de conservador ¡ªconservador, conservador, conservador¡ª a quien sea, en tanto el discurso acusatorio, el mismo que abraza la posverdad y descompone las palabras, sea, como ha sucedido durante siglos y como sucede hoy en nuestro pa¨ªs, propaganda. Propaganda, esa forma de transmisi¨®n parcial de las ideas, a trav¨¦s de la cual se esconde al mismo tiempo que se devela parte de una realidad; esa forma de utilizaci¨®n de las palabras, a trav¨¦s de la cual se esconde, al mismo tiempo que se devela parte de un sentido. Puede parecer nueva, pero la posverdad no es sino la propaganda de toda la vida, aunque la posverdad ponga el acento en el vocablo y no ya en la oraci¨®n. Y es por esto, porque conocemos la historia de la propaganda, que podemos advertir la de la posverdad, aventurando que ese silencio que al final habr¨¢ de restituir a las palabras no est¨¢ tan lejos.
Y es que hay un asunto que parece irrelevante, pero que es el coraz¨®n del logos del poder, del poder en tanto palabra: ese silencio reparador, ¨¦se al que se refiere Lorrie Moore, no deviene del callarse del poder, no deviene, pues, de un cambio de actitud del poderoso ¡ª¨¦l repetir¨¢ la palabra esa vez ciento cincuenta o doscientos¡ª sino del hartazgo de la gente, del instante en el que ¨¦sta decide dejar de escuchar ¡ªlo mismo da que el poder lo encarne un padre que lee la Biblia, que un gobernante que apostola su evangelio¡ª ya sea por cansancio, decepci¨®n, necesidad, supervivencia.
Cuando uno duerme junto a un lago infestado de ranas, las primeras noches las pasa en vela; las siguientes, duerme a ratos, aunque a ratos se espabile. Luego llegan las noches en las que uno consigue dormir casi sin interrupciones. Y, al final, cuando los o¨ªdos dejan de escuchar, cuando filtran la realidad, se duerme de un tir¨®n. Pero volvamos al croar del poder: cuando uno escucha, a todas horas y lanzada contra cualquiera que no sea su emisor, la palabra conservador, se puede perder el sue?o, las primeras noches.
Luego, sin embargo ¡ªcuando uno se da cuenta de que, para colmo, los liberales son aquellos que atan el futuro energ¨¦tico a los combustibles f¨®siles, los generales de un Ej¨¦rcito que tortura y desaparece ciudadanos, los empresarios que cenan en Palacio para no pagar impuestos o los candidatos formados en NXIVM que salen de misa endosando su voto¡ª, se duerme, aunque por ratos el croar nos espabile.
Despu¨¦s llegan las noches en las que apenas nos interrumpe el sue?o uno de esos instantes de espabilamiento repentino, en los que uno mismo se descubre acusado de conservador por demandar, al gobierno, que no sea conservador ni en lo econ¨®mico ni en lo social ni en lo cultural¡ª.
?Conservador, conservador, conservador! El coro seguir¨¢ ah¨ª, aunque uno est¨¦ dormido y sue?e con un pa¨ªs en el que ciertos conservadores rezan para que las cosas acontezcan y los dem¨¢s conservadores lo hacen para que no acontezcan. Por suerte, el o¨ªdo se habr¨¢ habituado, las palabras se habr¨¢n retirado y dejaremos de escuchar al croar del poder.
S¨®lo entonces, poco a poco, retornar¨¢ el sentido de las palabras y acabar¨¢ la posverdad. Y los conservadores ser¨¢n los partidarios de los valores tradicionales. Valores tan tradicionales como el presidencialismo.
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