No debemos dejar de desear
La anulaci¨®n de nuestros anhelos debiera ser la ¨²ltima de las rendiciones de los seres que han sido acorralados, porque es la primera de nuestras muertes
Un par de d¨ªas antes de que iniciaran los confinamientos a consecuencia de la pandemia de la covid-19, naci¨® mi sobrina, hija de mi hermano menor.
Este jueves, Alana, esa peque?a que es todo risas (virtuales) cumpli¨® un a?o, as¨ª como el resto de los mexicanos cumplimos un a?o de vivir, en el mejor de los casos, volteados, desubicados, en trance y en tr¨¢nsito aparcado.
Para ella, para mi sobrina, como para el resto de los nacidos durante el ¨²ltimo a?o, la pandemia ha sido, por incre¨ªble que parezca, un regalo, envenenado, quiz¨¢, pero a fin de cuentas un regalo: su mundo, que no va m¨¢s all¨¢ del universo primario, ha sido solidificado por la argamasa del tiempo convertido en espacio y viceversa.
El reci¨¦n nacido no concibe deseo alguno que no pueda ser satisfecho dentro del universo familiar en el que habita, asever¨®, hace mucho tiempo, Jean Piaget. Y ese universo, la pandemia lo ha convertido en trinchera, en guarida, en una madriguera al interior de la cual, el sujeto que apenas ha llegado al mundo se encuentra, adem¨¢s, sin ser consciente de que est¨¢ ah¨ª a la fuerza.
Otra cosa, por supuesto, han sido la pandemia y el confinamiento para los ni?os que no acaban de nacer, para los padres, los primos, los t¨ªos y los abuelos de esos ni?os que a¨²n no se han enterado de lo que hay all¨¢ afuera, que a¨²n no se han enterado de que son parte de algo m¨¢s grande ¡ªobviemos, por favor, lo que Sigmund Freud dir¨ªa de esto¡ª, para la gente, pues, cuyos deseos no pueden ni deben ser satisfechos dentro de ese universo primario que es la familia.
Hablo de deseos porque, aunque lo olvidamos con demasiada asiduidad y con a¨²n mayor facilidad, la pandemia de la covid-19 y el confinamiento al que ¨¦sta nos ha obligado ¡ªda igual si uno puede darse el lujo de llevar a cabo un confinamiento radical, si lo puede llevar a cabo a medias o si no puede m¨¢s que aparentarlo; aunque eso, aparentarlo, ser conscientes de su necesidad, sea, tambi¨¦n, una forma de confinamiento, quiz¨¢ a¨²n m¨¢s angustiosa y dolorosa¡ª, no s¨®lo ha dejado truncos, seccionados hechos y actividades.
No, la pandemia de la covid-19 y el confinamiento al que ¨¦sta nos ha obligado, ha arrasado los sucesos, los acontecimientos, los planes, los proyectos, las vivencias y las experiencias, pero tambi¨¦n ¡ªy me atrever¨ªa a decir que, sobre todo¡ª ha desertificado nuestros deseos, sin importar de qu¨¦ estuvieran hechos, sobre qu¨¦ estuvieran proyectados y contra qu¨¦ sue?o hubieran sido tendidos y tensados. Y esto, la p¨¦rdida ¡ªesperemos que moment¨¢nea¡ª de nuestra capacidad de desear, es muy probablemente la mayor de las p¨¦rdidas ¡ªsin contar, obviamente, la p¨¦rdida de la vida¡ª que hemos, que estamos padeciendo como especie, pero tambi¨¦n como individuos.
La desesperanza y la desesperaci¨®n que tantos hemos experimentado durante este ¨²ltimo a?o ¡ªda igual si la hemos encarado de manera constante o peri¨®dica¡ª, obviamente, tiene que ver con la necesidad, con la urgencia y con la precariedad, pero tambi¨¦n tiene que ver con la anulaci¨®n de nuestros deseos, nuestros anhelos y nuestra imaginaci¨®n. Como escribi¨® Mircea Cartarescu en su extraordinaria novela Solenoide: ¡°El condenado a muerte podr¨ªa tener las paredes de la celda llenas de libros cubiertos de polvo, todos ellos maravillosos, pero lo que necesita es un plan de fuga. No puedes escapar hasta que no creas que puedes escapar, aunque sea de una celda de muros infinitamente gruesas, sin puertas ni ventanas¡±.
La anulaci¨®n de nuestros deseos, de nuestros anhelos y de nuestra imaginaci¨®n, la cancelaci¨®n, pues, de nuestro futuro emocional, debiera ser, como escribiera Wilfred Bion, la ¨²ltima de las rendiciones de los seres que han sido acorralados, porque es, precisamente, la primera de nuestras muertes, en tanto que significa la muerte de aquello que nos hace algo m¨¢s que animales movidos, motivados por el mero instinto de supervivencia. A fin de cuentas, quien no es capaz, en una situaci¨®n l¨ªmite, de imaginar, de desear un contexto diferente, quien se queda atrapado en el rinc¨®n, apaga, sin darse cuenta, su llama interior.
No es casualidad, como escribe Jane Smiley en Un amor cualquiera: ¡°Parece ser que en los campos de concentraci¨®n la gente que no terminaba de creerse lo que le hab¨ªa sucedido ten¨ªa m¨¢s posibilidades de morirse antes, una especie de muerte por incredulidad¡±. Y es que esa incredulidad despedaza los procesos mentales hasta paralizarlos, hasta que uno ¡ªcualquiera de nosotros¡ª ya no los reconoce ni es capaz tampoco de reconocerse a s¨ª mismo, con lo cual el idear planes o el desear incluso lo m¨¢s b¨¢sico se vuelve imposible.
Por su parte, Primo Levi, en Si esto es un hombre, cuenta que la fuerza que lo ayud¨® a sobrevivir en el campo de exterminio en el que estuvo, nac¨ªa del deseo de poder, alg¨²n d¨ªa, contar lo que ah¨ª hab¨ªa sucedido. Quiz¨¢ por eso, Smiley, en el libro que apenas he citado, tambi¨¦n asevera: ¡°Seg¨²n mi experiencia, s¨®lo existe una ¨²ltima motivaci¨®n, y no es otra que el deseo. No hay razones ni principios capaces de ponerle coto, de plantarle cara¡±.
S¨¦ que parece algo obvio, pero tambi¨¦n s¨¦ ¡ªhe aprendido¡ª que, a veces, lo obvio, por eso mismo, es lo primero que dejamos de mirar, lo primero que olvidamos, lo primero a lo que renunciamos. Por eso creo que, a un a?o de haber dado comienzo el confinamiento que nos trajo la pandemia de la covid-19, hay que buscar y recuperar los deseos que dejamos aparcados.
Por mi parte, tengo claro cu¨¢les son los principales: que mi sobrina, cuando sus deseos rompan el universo familiar, cuando se d¨¦ cuenta de que m¨¢s all¨¢ de su guarida hay un mundo entero, me encuentre y pueda contar conmigo, que la realidad aplaste con violencia al mundo de la virtualidad y que la ficci¨®n vuelva a combatir la realidad.
Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez, en Santa Evita, escribi¨®, sobre el arte de vivir: ¡°Tiene que ver con la salud, con el azar, con la felicidad y con el sufrimiento, pero sobre todo tiene que ver con el deseo¡±.
Y eso es lo que trata de decir esta columna, melanc¨®lica, medianamente esperanzada e inesperadamente cursi: no dejemos de desear.
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