El pa¨ªs de los 100.000 desaparecidos
M¨¦xico supera todos los horrores con otra cifra simb¨®lica, manteniendo muchos de los problemas de inseguridad e impunidad de hace 10 a?os
En diciembre de 2019, el subsecretario de Derechos Humanos del Gobierno mexicano, Alejandro Encinas, trat¨® de resumir en una sola frase su sensaci¨®n sobre las dificultades del Ejecutivo para frenar la violencia. ¡°Estamos en una de esas situaciones en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer¡±, dijo. Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador cumpl¨ªa un a?o en la presidencia, tiempo en que hab¨ªa se?alado su prioridad, luchar contra la corrupci¨®n. Esa era la clave. Sin corrupci¨®n, las aguas de la violencia volver¨ªan al cauce de la cordialidad.
Encinas hab¨ªa denunciado que M¨¦xico sufr¨ªa una crisis forense, que el pa¨ªs ni siquiera contaba con registros fiables de fosas, de perfiles gen¨¦ticos, de personas desaparecidas. Lo primero, dec¨ªa, era contar bien. Enfocados en la cuenta, la realidad segu¨ªa su curso y lejos de obedecer los deseos del Gobierno, pint¨® un escenario de terror, con miles de asesinatos al a?o, masacres y otros tantos desaparecidos. Lo viejo y lo nuevo parec¨ªan mezclarse, cada vez m¨¢s dif¨ªcil de diferenciar.
Dos a?os y medio despu¨¦s, la cuenta est¨¢ hecha, un logro innegable de la actual Administraci¨®n. M¨¦xico ha superado la cifra simb¨®lica de 100.000 personas desaparecidas, la gran mayor¨ªa desde el inicio de la guerra contra el narco, la embestida estatal contra el crimen organizado lanzada por el presidente Felipe Calder¨®n, en diciembre de 2006. Su Gobierno concentra alrededor de 17.000 reportes de desaparici¨®n, por 35.000 registrados durante el siguiente, encabezado por Enrique Pe?a Nieto, y los 31.000 que cuenta el Gobierno actual.
Al ritmo actual, este sexenio batir¨¢ todas las marcas. El fen¨®meno ha cambiado. Durante los a?os de Calder¨®n, el noreste simboliz¨® los horrores de la guerra, con sus campos de exterminio, que reci¨¦n ahora empiezan a investigarse. Las desapariciones masivas de Guerrero y los hallazgos de enormes cementerios clandestinos en Veracruz marcaron el tiempo de Pe?a Nieto. Ahora, la alarma se prende en regiones anta?o relativamente tranquilas, caso de Guanajuato o Sonora. EL PA?S se ha desplazado a ambas regiones para comprender mejor los matices de la tragedia.
Las cifras mexicanas exigen comparaciones for¨¢neas, aunque sea para entender la forma del conflicto. As¨ª, por ejemplo, Colombia cuenta poco m¨¢s de 99.000 desaparecidos desde 1970, principalmente por el conflicto entre guerrillas y grupos paramilitares que vivi¨® el pa¨ªs. En Argentina, la dictadura militar (1976-1983) dej¨® alrededor de 30.000, seg¨²n cuentas de organizaciones no gubernamentales. Y en Guatemala, las tres d¨¦cadas de conflicto y represi¨®n gubernamental a finales de siglo pasado dejaron 45.000, de acuerdo a un c¨¢lculo de Amnist¨ªa Internacional.
La diferencia de M¨¦xico con los dem¨¢s es que la mayor¨ªa de sus desaparecidos son de ¨¦poca reciente, cuando el pa¨ªs no vive dictadura alguna o guerras civiles. En teor¨ªa, M¨¦xico vive en paz, concepto que retan sus violencias, enlazadas con corruptelas antiguas. En su informe sobre la situaci¨®n en M¨¦xico, publicado en abril, el Comit¨¦ contra la Desaparici¨®n Forzada de Naciones Unidas ya advert¨ªa sobre esta situaci¨®n: ¡°La delincuencia organizada se ha convertido en un perpetrador central de desapariciones, con diversas formas de connivencia y diversos grados de participaci¨®n, aquiescencia u omisi¨®n de servidores p¨²blicos¡±.
Priorizar la b¨²squeda
El registro de desaparecidos era hasta 2018 una base de datos sin sistematizar. La titular de la Comisi¨®n Nacional de B¨²squeda, Karla Quintana, explica que ¡°antes de 2019, el registro dif¨ªcilmente ten¨ªa un acercamiento a la realidad¡±. Nombrada con el nuevo Gobierno, su primer paso fue pedir a las fiscal¨ªas estatales que completaran los datos que ya exist¨ªan y los mantuvieran actualizados. ¡°Lo que se ha hecho es comenzar a crear una institucionalidad¡±, dice Quintana. ?Qu¨¦ tan real es entonces el registro? ¡°Mi lectura¡±, dice la comisionada, ¡°es que las fiscal¨ªas tienen m¨¢s informaci¨®n de la que han dado en los ¨²ltimos a?os; pero tambi¨¦n podr¨ªan tener informaci¨®n desactualizada¡±.
A¨²n as¨ª, esa informaci¨®n deber¨ªa servir a las autoridades para crear pol¨ªticas p¨²blicas que atiendan la crisis. En Monterrey, por ejemplo, donde las desapariciones de Debanhi Escobar o Yolanda Mart¨ªnez han puesto el foco en los fallos del sistema, el n¨²mero de mujeres desaparecidas llega al 30%, es decir, m¨¢s que la media en el resto de las regiones. En el Estado de M¨¦xico, el m¨¢s poblado del pa¨ªs y uno de los que cuenta m¨¢s desaparecidos (6.405 personas), el porcentaje de mujeres llega casi a la mitad. El compromiso de los Estados y de todas las instituciones en el pa¨ªs con el registro ¡°es muy dispar¡±, seg¨²n Quintana, que apunta: ¡°Todav¨ªa no se ha asumido la b¨²squeda como una prioridad nacional¡±.
A la crisis de los desaparecidos se suma otra causada por el rezago en el reconocimiento de los cuerpos que s¨ª son encontrados. En M¨¦xico, m¨¢s de 52.000 fallecidos permanecen sin identificar. Para atender la crisis forense, el Gobierno propuso en abril crear el Centro Nacional de Identificaci¨®n Humana. El proyecto plantea un enfoque masivo para el reconocimiento de los cad¨¢veres recuperados de las fiscal¨ªas, servicios m¨¦dicos forenses, cementerios y fosas clandestinas. ¡°El sistema tradicional requiere identificar [los cuerpos] uno a uno. Eso est¨¢ bien en Suiza, pero no es tan sencillo en lugares con crisis como M¨¦xico¡±, se?ala Quintana.
Los datos del registro muestran que la mayor incidencia durante los ¨²ltimos tres a?os se concentra en cinco Estados, que acumulan m¨¢s de la mitad de los desaparecidos. Jalisco, Estado de M¨¦xico, Ciudad de M¨¦xico, Nuevo Le¨®n y Sinaloa suman m¨¢s de 15.700 desaparecidos. Hay adem¨¢s una cifra flotante de m¨¢s o menos 15.000 personas de las que se ignoran datos b¨¢sicos, como el a?o en que desapareci¨®. Con la informaci¨®n disponible, es posible identificar al menos tres zonas donde la situaci¨®n es especialmente grave: la central, que incluye Michoac¨¢n, Guanajuato, Jalisco y el Estado de M¨¦xico; el corredor de Sinaloa a Sonora, en el noroeste, y el ¨¢rea que comprende Nuevo Le¨®n y Tamaulipas, en el este.
Los confines de Irapuato
En un taller a las afueras de Irapuato, dos operarios muestran divertidos una pegatina. Es el pl¨¢stico que envuelve las bolsitas de marihuana que compran habitualmente en el barrio, donde un ni?ito rubio, con un enorme fusil en las manos, sonr¨ªe al cliente. Dos palabras dominan la imagen arriba y abajo del muchacho: ¡°CJNG¡± y ¡°?lite¡±. ¡°As¨ª la venden ahora¡±, dice unos de los operarios.
La pegatina resume una guerra por el dominio de la venta de droga al por menor en los barrios de Irapuato, en Guanajuato, ciudad golpeada por la violencia en los ¨²ltimos a?os. Los operarios, vecinos de estos mismos parajes h¨ªbridos entre lo agr¨ªcola y lo industrial, dicen que es justo aqu¨ª donde m¨¢s se ha notado la violencia, en los ranchos que hacen de esponja entre Irapuato y Salamanca. Aunque no es solo por la droga.
Preguntados por los motivos, ambos se?alan adem¨¢s los ductos de combustible, riqueza de la regi¨®n. En la vecina Salamanca, Pemex opera una refiner¨ªa y en el subsuelo funcionan enormes tubos que conducen gasolina a Le¨®n, la capital del Estado. Irapuato queda en medio. Desde hace a?os, cuadrillas de criminales locales apoyados por trabajadores de la petrolera han orde?ado los ductos, almacenando combustible para venderlo en el mercado negro.
¡°Antes estaban los de El Marro, pero luego llegaron los jaliscos e hicieron limpia¡±, dice el otro operario. Sus nombres verdaderos no salen aqu¨ª por su seguridad. El Marro y los Jaliscos son los nombres coloquiales del cartel de Santa Rosa de Lima y el Cartel Jalisco Nueva Generaci¨®n (CJNG), dos de las marcas criminales m¨¢s medi¨¢ticas de los ¨²ltimos a?os. En la narrativa criminal mexicana, las limpias son procesos por los cuales un grupo criminal expulsa a otro de un territorio m¨¢s o menos acotado. Cuando hablan de la limpia de Irapuato, los operarios se refieren a un proceso que inici¨® hace unos cuatro o cinco a?os, cuyo fin viven actualmente.
El simbolismo de las pegatinas es evidente. No son tanto un reclamo, sino una demostraci¨®n de poder, un recordatorio de lo que ha ocurrido. Genaro, uno de los operarios, recuerda el principio de todo aquello en su barrio. Fue en noviembre de 2020. ¡°Hubo una semana completa de balaceras. Un lunes empezaron a balacear una casa, martes igual, mi¨¦rcoles¡ Es que ah¨ª estaba El Marro, por el huachicol [el robo de combustible de los ductos]. Y en una casa vend¨ªan droga y se iban y le tiraban, hasta granadas y todo¡ Mataron a varios¡±, dice, mientras muestra un mosaico en su m¨®vil de sus muertos, sus amigos muertos del barrio. ¡°Ah¨ª en el rancho, entre muertos y desaparecidos son como unos 50 de cinco a?os para ac¨¢¡±.
Es la guerra del extrarradio, ajena a la pompa de las siglas. En la actual Administraci¨®n, Irapuato se ha convertido en el foco rojo de las desapariciones en el Estado. Es la ciudad que m¨¢s casos cuenta, por encima de Le¨®n, la misma Salamanca o Celaya. Son 228 reportes desde diciembre de 2018, por 99 durante los 12 a?os anteriores. El horror aqu¨ª es presente porque muchas veces los perpetradores siguen campando a sus anchas por el barrio.
Es el caso de Rosalba Granados. En ocho d¨ªas de agosto de 2019, criminales asesinaron a su hijo mayor y desaparecieron al peque?o, que quer¨ªa cobrar venganza. ¡°Nosotros somos de un rancho de ah¨ª entre Salamanca y Celaya. Y ah¨ª estuvo la guerra de los marros contra los jaliscos. Ahora parece que ya se calmaron, porque las personas que andan en eso ya se pasaron a la nueva generaci¨®n¡±, explica.
En 2019, la situaci¨®n era distinta. ¡°Mi hijo mayor s¨ª se drogaba y por lo mismo iba con esta gente¡±, dice, en referencia a integrantes del grupo de El Marro, detenido en agosto de 2020. ¡°A veces bromeaba y me dec¨ªa, ¡®a lo mejor un d¨ªa me meto con ellos¡¯. Y yo le dec¨ªa, ¡®s¨ª, papasito, t¨² m¨¦tete y me recoges tus cosas y te vas, porque ya no tienes mam¨¢¡¯. Pero luego me dec¨ªa que era broma¡±. As¨ª, entre broma y broma, se andaba el hijo mayor, Giovanni, que siempre andaba ¡°carg¨¢ndoles¡± a sus compa?eros de barrio.
Dice Granados que quiz¨¢ un d¨ªa las bromas fueron demasiado. ¡°Le parec¨ªa que eran tontos, no s¨¦¡±. Un s¨¢bado, el muchacho no volvi¨® a casa. Se fue con uno de ¡°ellos¡± y apareci¨® muerto, al d¨ªa siguiente, en un pueblo cercano. Granados sabe qui¨¦n era la persona con quien se fue. Lo ve de vez en cuando. Nunca se ha atrevido a preguntar.
El que s¨ª pregunt¨® fue Jos¨¦ Antonio, su hijo peque?o, que pronto supo qui¨¦n hab¨ªa matado a su hermano, seg¨²n Granados. Parece que el muchacho clam¨® venganza. Se corri¨® la voz. Ocho d¨ªas m¨¢s tarde, los mismos que hab¨ªan acabado con el primero desaparecieron al segundo. ¡°Fue cerca del pante¨®n¡±, explica la madre, ¡°ellos hab¨ªan ido a sepultar a unos fulanos y cuando lo vieron¡ ?l hab¨ªa ido a un taller cerca de ah¨ª a reparar su moto. S¨ª me dijeron que cuando lo vieron le gritaron, ?te sientes muy verga? Ya no s¨¦ m¨¢s¡±.
Los gritos de las madres en el desierto de Sonora
Sinthya Guti¨¦rrez tiene 40 a?os y una tristeza que le dobla el cuerpo. Desde 2017 no sabe nada de su hijo Gustavo, que ten¨ªa 15 a?os cuando fue desaparecido. El chico sali¨® con un amigo y no regres¨®: lo ¨²ltimo que se supo de ambos ¨Cel otro joven tambi¨¦n falta¨C fue que la polic¨ªa los ten¨ªa esposados en una calle de Guaymas, un municipio de Sonora de 150.000 habitantes. Ella y su marido recorrieron las celdas municipales sin encontrarlo. ¡°Ah¨ª es cuando empez¨® mi angustia¡±, dice la mujer, chiquita en la esquina del sof¨¢. En un mueble de madera a su lado, Guti¨¦rrez honra a su hijo desaparecido. Entre latas de Tecate y crisantemos amarillos, tambi¨¦n homenajea a su hijo Marco Antonio, baleado a 50 metros de su casa, y a una compa?era que buscaba a su marido cuando fue asesinada.
2017 fue ¡°un a?o muy pesado¡±, recuerda Guti¨¦rrez. Desde el inicio del conteo en la d¨¦cada de los sesentas hasta 2016, Sonora registr¨® 1.650 desapariciones. En los siguientes cinco a?os, se alcanz¨® un n¨²mero muy similar en este Estado del norte del pa¨ªs: 1.400 personas desaparecidas en ese per¨ªodo. Antes de que un comando armado baleara el Palacio Municipal de Guaymas durante una manifestaci¨®n feminista en noviembre de 2021 y matara a tres personas, el subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, ya hab¨ªa identificado el corredor que va desde esa ciudad hasta Cajeme, a una hora y media, como ¡°uno de los m¨¢s violentos¡± del pa¨ªs.
Krimilda Bernal, directora del Observatorio Sonora por la Seguridad, atribuye la violencia desatada en los ¨²ltimos cinco a?os a ¡°la negligencia e irresponsabilidad¡± de las autoridades, pero tambi¨¦n a la militarizaci¨®n de la seguridad p¨²blica, que empez¨® a notarse en la zona a partir de 2018, seg¨²n Bernal. Los ¨²ltimos dos comisarios de Guaymas, por ejemplo, fueron capitanes de la Marina y en las calles se ven militares en camionetas de la Polic¨ªa Municipal. La estrategia, dice Bernal, ¡°est¨¢ siendo contraproducente¡±: ¡°Hace 25 o 26 a?os, Sonora era zona segura. La gente ven¨ªa de Nuevo Le¨®n, de Coahuila, de todas las zonas azotadas por la violencia¡±. Y ahora, en cambio, suben los homicidios y se acumulan las fichas de b¨²squeda.
Otro factor, dice la analista, es la geograf¨ªa del lugar. Guaymas, que nace en el mar y se extiende entre cerros del color del piloncillo plantados de sahuarios, es un ¨¢rea privilegiada para el tr¨¢fico de drogas, de mercanc¨ªas, de personas. Su puerto recibe barcos internacionales; est¨¢ rodeada de grandes extensiones de tierra; la frontera con Estados Unidos se ubica a 500 kil¨®metros. El crimen organizado se disputa desde hace algunos a?os ese territorio. De acuerdo con el Centro de Investigaci¨®n y Docencia Econ¨®micas, ocho grupos operan en Sonora. Los Salazares y los Chapitos, una escisi¨®n del C¨¢rtel de Sinaloa, son los que act¨²an en Guaymas y los municipios de alrededor, seg¨²n periodistas y activistas de la zona.
Cuando el n¨²mero de desaparecidos empez¨® a crecer, Sinthya Guti¨¦rrez fue una de las madres que se organiz¨® para crear Guerreras Buscadoras, un colectivo que en Guaymas lleg¨® agrupar a 40 familias y hoy solo re¨²ne a 15. Por temor hay personas que han dejado de buscar, dice. A las que quedan, sobre todo madres, esposas, primas, hermanas, les dicen que son unas chivas locas: ¡°Porque andamos en los cerros¡±. Cuando buscan, normalmente orientadas por datos que les env¨ªan de forma an¨®nima, salen bien temprano y caminan durante kil¨®metros a temperaturas que pueden superar los 40 grados. Si hunden una varilla en la tierra y al quitarla trae el olor de un cuerpo, empiezan a cavar.
Hace tiempo que Guti¨¦rrez dej¨® de ir a la Fiscal¨ªa para conocer avances sobre el caso de su hijo. Rosario Guti¨¦rrez, que busca desde hace un a?o y nueve meses al suyo, tambi¨¦n se cans¨® de acudir al ministerio p¨²blico. ¡°No los buscan como nosotros. Ellos llegan [a las fosas], recogen lo que quieren y se van. Y nosotras llegamos al otro d¨ªa y encontramos muchos restos¡±, critica la mujer de 53 a?os. Jes¨²s Gabriel, de 29, se fue a la playa en Semana Santa y ella no ha sabido nada sobre ¨¦l desde entonces. Si no lo busca, no sabe qu¨¦ m¨¢s hacer: ¡°Mi mundo se torna cuatro paredes y un rostro mojado¡±.
Como ella, otras madres sienten que rastrearlos es el ¨²nico consuelo. Guadalupe Loaiza, de 48 a?os, busca a su hija, Yosineidy Hern¨¢ndez, y al pap¨¢ de la joven, que se fue con ella cuando dos hombres vinieron a su casa a llev¨¢rsela. Loaiza sonr¨ªe cuando recuerda c¨®mo le gustaba a su hija el carnaval y enseguida llora. Los ve a los dos de espalda, y¨¦ndose por la puerta, abrazados. ¡°Hemos encontrado a muchos ni?os, pero a veces digo ¡®c¨®mo encuentro a otros y no la encuentro a ella¡±. En el desierto, en la orilla del mar, en el monte, donde sea que est¨¦n buscando, conversan, se r¨ªen como no lo hacen en sus casas, gritan los nombres de sus desaparecidos: ¡°?Gustavo! ?Jes¨²s Gabriel! ?Yosineidy!¡±. ¡°No andamos buscando justicia¡±, dice Sinthya Guti¨¦rrez. Ni qui¨¦n lo hizo, ni qui¨¦n lo va a pagar: ¡°Solo queremos encontrar a nuestros seres queridos¡±.
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