La Coyolxauhqui: recuerdos de una noche interminable
El Museo Templo Mayor celebra con una exposici¨®n los 45 a?os del redescubrimiento del monolito de la Coyolxauhqui, diosa lunar de los aztecas, inicio del gran proyecto arqueol¨®gico mexicano
Los celos mueven el mundo y si no que le pregunten a la Coyolxauhqui, protagonista de uno de los mayores ataques de dentera en la historia de la religi¨®n. Ah¨ª est¨¢ la diosa rodante, siempre cayendo, tendida en su cama de piedra, ausente del homenaje que le dedican. Este mes se cumplen 45 a?os de su redescubrimiento y el Museo Templo Mayor le dedica una exposici¨®n. No es para menos. En esta roca de ocho toneladas se esconde la llama que prendi¨® el gran proyecto arqueol¨®gico del M¨¦xico moderno.
La Coyolxauhqui c...
Los celos mueven el mundo y si no que le pregunten a la Coyolxauhqui, protagonista de uno de los mayores ataques de dentera en la historia de la religi¨®n. Ah¨ª est¨¢ la diosa rodante, siempre cayendo, tendida en su cama de piedra, ausente del homenaje que le dedican. Este mes se cumplen 45 a?os de su redescubrimiento y el Museo Templo Mayor le dedica una exposici¨®n. No es para menos. En esta roca de ocho toneladas se esconde la llama que prendi¨® el gran proyecto arqueol¨®gico del M¨¦xico moderno.
La Coyolxauhqui cambi¨® Ciudad de M¨¦xico. Su aparici¨®n fortuita en el boquete de una obra de la compa?¨ªa de la luz cataliz¨® el proyecto de rescate del complejo ceremonial de los mexica, el Templo Mayor, oculto durante siglos bajo el mundano suelo del centro de la capital. Se tiraron edificios, se auscult¨® el subsuelo. Salieron miles de piedras, casi 23.000 a la fecha, y entre las piedras aparecieron las viejas escalinatas de la gran pir¨¢mide, admirable hoy a simple vista. Con la diosa rodante, M¨¦xico volvi¨® a mirar su pasado m¨ªtico.
No era una cualquiera, la Coyolxauhqui. En un tiempo remoto, cre¨ªan los aztecas, todo era oscuro y elemental. La vieja Coatlicue -representada en enormes monolitos dispuestos en la c¨²spide del Templo Mayor, hace cinco siglos- barr¨ªa en el cerro de la serpiente. Quiso el destino, el azar, que una bola de plumas cayera del cielo cerca de ella. Coatlicue la coloc¨® sobre su vientre y sigui¨® barriendo. M¨¢gicamente, qued¨® pre?ada, misterio parecido al del Esp¨ªritu Santo: palomas y plumas.
Los hijos de la diosa clamaron contra la madre. Coyolxauhqui y los 400 surianos, muertos de celos, enojados doblemente por la panza y la ausencia de padre, decidieron matarla. Sub¨ªan el cerro de la serpiente, cerca de la actual ciudad de Tula, sede de una enorme refiner¨ªa, productora de la eterna boina de porquer¨ªa que se instala en la capital. En fin, sub¨ªan los hijos despechados por el cerro, cuando el feto divino, que no era otro que Huitzilopochtli, futuro dios de la guerra, la luz y el fuego, le habl¨® a su madre.
El di¨¢logo, conocido gracias al trabajo de Fray Bernardino de Sahag¨²n y sus ayudantes, puede escucharse estos d¨ªas en el museo del Templo Mayor, en la voz del afamado arque¨®logo Eduardo Matos Moctezuma. La narraci¨®n del especialista es parte de uno de los montajes m¨¢s interesantes de la exposici¨®n. Voz y luces se coordinan sobre una maqueta del centro ceremonial de Tenochtitlan, que no era otra cosa que una r¨¦plica del cerro de la serpiente, escenario que los aztecas empleaban para evocar su rito fundacional.
No importa tanto el contenido del intercambio, como su ritmo, el fondo. El dios del fuego se comunica con un t¨ªo a trav¨¦s de la panza de su madre. Le pregunta si ya vienen sus hermanos y por d¨®nde. Lo pregunta varias veces y el otro responde nombres de pueblos, las faldas del cerro, la misma cima. A punto de atacar, Coatlicue pare al ni?o, que nace vestido de guerrero y apaga la revuelta de un plumazo, nunca mejor dicho, cortando la cabeza de su hermana Coyolxauhqui, que cae rodando por las laderas y llega abajo hecha un gui?apo, desmembrada.
As¨ª nac¨ªa la luz en el mundo, con un fratricidio. Coyolxauhqui desmembrada simbolizaba el fin de la oscuridad y, por tanto, el inicio de una nueva ¨¦poca, pr¨®spera y brutal. No es de extra?ar que los mexica entendieran la vida como una batalla constante, una guerra por la luz: la sangre como combustible de los dias. En dos siglos, los aztecas convirtieron un islote en mitad de un lago en la capital de un imperio temido. En el centro del imperio construyeron una pir¨¢mide, el Templo Mayor, imagen del cerro, dedicado a Huitzilopochtli y Tlaloc, dios de la fertilidad. Al pie de las escaleras -de las sucesivas escaleras de las diferentes ampliaciones que hicieron- colocaron monolitos de la Coyolxauhqui, despedazada, un relieve imponente, que preside la actual sala dos del museo, recuerdo de aquella noche iterminable.
Tras la Conquista, la Coyolxauhqui se perdi¨®. Los espa?oles deshicieron el Templo Mayor y enterraron a los viejos ¨ªdolos. Pero con los a?os reaparecieron. En 1790, poco antes de la independencia, aparecieron la gran Coatlicue y la famosa Piedra del Sol, las dos en el centro. Entonces, las autoridades aun escondieron a la primera, temerosos de que catalizara las ansias revoltosas del pueblo. Aparecieron m¨¢s, ninguna como la Coyolxauhqui, ya en 1978, una diosa mujer maltratada. Un azar de plumas.
En la exposici¨®n, que domina la entrada del museo del sitio arqueol¨®gico, figura una enorme r¨¦plica de la piedra a todo color, emulando los supuestos tonos de la original, con sus orejeras y narigueras, sus rodilleras, ese movimiento petreo, la gran paradoja l¨ªtica de estas tierras. Hay espacio tambi¨¦n para las ofrendas que los arque¨®logos han encontrado en las cercan¨ªa del monolito. En una, la 111, figura por ejemplo el esqueleto de un ni?o ataviado supuestamente de Huitzilopochtli.
La exposici¨®n incorpora esculturas de los surianos, efigies de la diosa y sus s¨ªmbolos, conejos, lunas, pulque, fotograf¨ªas del rescate de la Coyolxauhqui -en una aparece Matos Moctezuma acompa?ando a los reyes de Espa?a- y algunos escritos de Sahag¨²n, del gran interpretador de los mitos mesoamericanos, el desaparecido Alfredo L¨®pez Aust¨ªn y, claro, de Matos, director del proyecto Templo Mayor durante d¨¦cadas. La exposici¨®n es la excusa perfecta para volver al gran museo de M¨¦xico, la impresionante colecci¨®n del pasado interminable.
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