Votar a los muertos: G¨®gol en M¨¦xico
En la casilla, sobre la papeleta, escribir¨¦ los nombres de los candidatos asesinados. Es una rebeli¨®n ¨ªnfima e insustancial, un mero fuego ante el juego electoral, pero no con respecto al pa¨ªs que hay que imaginar
El escenario es temiblemente solitario, como los cuadros de exteriores urbanos de Edward Hopper, aquellos que pint¨® a fines de los a?os veinte.
Hay una banqueta oscura, una barda baja ¡ªde tirol blanco y grueso, percudido por el tiempo y los escapes de los autos¡ª rematada por una reja de tubos azules y gruesos, detr¨¢s de la cu¨¢l se alcanzan a ver las puntas de varios ¨®rganos.
Sobre la banqueta ¡ªque es, en realidad, una prolongaci¨®n del asfalto¡ª yace el cuerpo sin vida, el cad¨¢ver de ...
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El escenario es temiblemente solitario, como los cuadros de exteriores urbanos de Edward Hopper, aquellos que pint¨® a fines de los a?os veinte.
Hay una banqueta oscura, una barda baja ¡ªde tirol blanco y grueso, percudido por el tiempo y los escapes de los autos¡ª rematada por una reja de tubos azules y gruesos, detr¨¢s de la cu¨¢l se alcanzan a ver las puntas de varios ¨®rganos.
Sobre la banqueta ¡ªque es, en realidad, una prolongaci¨®n del asfalto¡ª yace el cuerpo sin vida, el cad¨¢ver de Abel Murrieta, candidato del partido Movimiento Ciudadano a la alcald¨ªa de Cajeme, Sonora, quien qued¨® tirado ah¨ª, boca arriba, junto a un par de papeles que parecer¨ªan ser propaganda de campa?a.
A la izquierda del candidato reci¨¦n asesinado, que viste una camisa blanca de botones y manga larga, en cuya tela se dibujan las t¨¦tricas flores bermejas que deja la sangre cuando fluye por el hoyo de una bala, yace, parada, una mujer, una se?ora de edad que mira el cuerpo reci¨¦n ca¨ªdo, con gesto desmadejado, la mirada extraviada y las manos agarradas a un par de palos.
¡°Un hombre a punto de ahogarse se agarra al primer pedacito de madera que encuentra y sobre el que ni una mosca se atrever¨ªa a posarse, y el infeliz pesa de setenta a ochenta kilos. Pero en los momentos cr¨ªticos no se detiene a pensar en ese detalle¡±, escribi¨® Nikol¨¢i G¨®gol en Almas muertas, aquella novela extraordinaria y brutal que transformar¨ªa la historia de la literatura, tras colocar en el centro de la narraci¨®n a los despose¨ªdos de todo.
Y es que, para contar las miserias, las angustias y las desesperanzas de su siglo, G¨®gol ¡ªen quien autores tan dis¨ªmiles como Tolst¨®i, Dostoievski, Ch¨¦jov o Nab¨®kov reconocer¨ªan a un maestro¡ª se sirvi¨® de Chichikov, terrateniente ambicioso, ego¨ªsta y ¨¢vido que, para aumentar y multiplicar su riqueza, recorre las haciendas de Rusia comprando las ¡°almas muertas¡± de los dem¨¢s se?ores propietarios, es decir, los documentos de los siervos que han muerto, pero cuyos fallecimientos no han sido reportados a la autoridad.
Volvamos a Cajeme, Sonora: el cad¨¢ver del candidato yace sobre el asfalto y la se?ora, la anciana que est¨¢ parada a su izquierda, aferrada a los palos, en evidente estado de shock, es decir, desligada, desarraigada moment¨¢neamente de la realidad, no deja de hondear las dos banderas que rematan aquellos palos: las mueve hacia la izquierda, luego hacia la derecha, de nuevo a la izquierda, de nuevo, tambi¨¦n, a la derecha. Si uno pudiera observar tan s¨®lo su quehacer, es decir, si uno pudiera concentrar la mirada en aquella mujer y no tuviera conocimiento del resto de la escena, podr¨ªa pensar ¡ªestar¨ªa seguro, de hecho¡ª que el mitin contin¨²a.
Hay, por lo tanto, en ese gesto desenraizado y desconectado de la mujer ¡ªquien ha sido alcanzada por el horror y el dolor, por una violencia de tal magnitud que ha ca¨ªdo, que est¨¢ cayendo por ese vac¨ªo en el que todo se vuelve incomprensible e intolerable, de modo que nos vemos obligados a dejar de pensar y de sentir¡ª algo de todos nosotros, es decir, algo de todos y cada uno de los mexicanos: de los ciudadanos comunes y corrientes, de los que simpatizan con un partido cualquiera, de los que militan en un partido espec¨ªfico, de los pol¨ªticos que conforman la estructura de dichos partidos y de los pol¨ªticos que fueron o que hoy son gobernantes ¡ªacusar amarillismo en la tragedia, no es m¨¢s que otra forma de vivir arrinconado por el shock¡ª.
?De que otro modo podemos tolerar, peor a¨²n, explicarnos, mucho peor, incluso, justificar el hecho de que sigamos hablando de sufragios, de composici¨®n de mayor¨ªas y de conveniencias para la gobernabilidad, mientras que, a lo largo y a lo ancho de nuestro pa¨ªs, durante el presente proceso electoral, han sido ultimados, asesinados a sangre fr¨ªa, pues, un total de noventa y un hombres y mujeres? ?De qu¨¦ otro modo, pues, podemos convivir con todas estas muertes, con todas estas escenas del horror, si no es asumiendo que aquella se?ora, que aquellas manos que siguen ondeando aquellas banderas, quer¨¢moslo o no, somos todos los mexicanos?
¡°Todo cambia r¨¢pidamente en el hombre. En menos de nada crece un gusano en el interior de nuestro ser y poco a poco va apoder¨¢ndose de toda nuestra sustancia vital. Y m¨¢s de una vez la pasi¨®n, grande o mezquina, ha crecido en la entra?a de un individuo nacido para mejor destino, haci¨¦ndole olvidar importantes y sagradas obligaciones¡±, escribe G¨®gol en Almas muertas, record¨¢ndonos que la ¨²nica opci¨®n que nos queda, ante la putrefacci¨®n del mundo y de nuestro propio ser, es la extirpaci¨®n del gusano que inocula el horror y la violencia y que nos mantiene en shock.
En mi art¨ªculo anterior, En serio, ?volverlos a votar?, anot¨¦ mis razones para no votar por los partidos que nos gobernaron antes, pero tambi¨¦n las que me impiden votar al que ahora nos gobierna. No dije, sin embargo, esto: he decidido, en aras de sumar mi grano de arena a la inoculaci¨®n del shock ¡ªen este pa¨ªs en el que alguna vez votaron las almas muertas¡ª, votar por ellas: por los asesinados en campa?a, pero tambi¨¦n por los cientos de miles de muertos de nuestro horror y violencias cotidianas.
Almas muertas a los que los partidos han prefieren obviar, esconder bajo la acusaci¨®n inmoral y burda de que nombrarlos es amarillista. Para muestra, como dicen, un bot¨®n: ?por qui¨¦nes han peleado m¨¢s esos partidos, durante este proceso electoral? ?Por sus muertos o por sus candidatos ¡°favoritos¡±, cuyas campa?as fueron puesta en riesgo? Parecieran importar m¨¢s las posiciones de poder que las vidas.
S¨¦ que se me acusar¨¢ de favorecer al ganador, de no hacer nada por impedir el carro completo de uno u otro bando; entiendo, adem¨¢s, de aritm¨¦tica electoral. Pero esta vez elijo, de manera consciente, votar por el pa¨ªs que nos debemos y no por el que nos imponen las opciones actuales ¡ªun espejo frente a otro, al infinito¡ª.
En la casilla, sobre la papeleta, escribir¨¦ los nombres de los candidatos asesinados. Es una rebeli¨®n ¨ªnfima e insustancial, un mero fuego ante el juego electoral, pero no con respecto al pa¨ªs que hay que imaginar.
¡°Hay gestos destinados a desempe?ar un papel importante. Ya sea en forma sombr¨ªa o de luminosas llamas, tienen un fin que el hombre no conoce¡±, escribe G¨®gol.
G¨®gol, quien, por cierto, quem¨® la segunda parte de sus Almas muertas.
No acaba de convencerlo y no quer¨ªa verla ondear, a pesar suyo.
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