Ficciones espa?olas
Desde la independencia, M谷xico tambi谷n se ha inventado una Espa?a a modo: primero, para adquirir nuestra propia identidad; luego, para burlarnos de su tozudez y su literalidad; y, luego, para achacarle todos nuestros males presentes
Los pa赤ses son ficciones: abigarrados, fascinantes y terribles conjuntos de ficciones, derivadas de las obsesiones de la tribu, que nos sirven para inventar identidades y anclarnos a una tierra, unos cuantos valores y unos cuantos mitos; para dividirnos los unos de los otros y dibujar inexistentes l赤mites en mares, r赤os o sierras; para hacernos sentir 迆nicos y construir idiosincrasias de las cuales sentirnos orgullosos 〞m芍s que nunca, en los Mundiales o las Olimpiadas〞 o con las que nos burlamos de nuestros vecinos o enemigos. Enormes y desbocadas fantas赤as que asumimos reales y han sido la ca...
Los pa赤ses son ficciones: abigarrados, fascinantes y terribles conjuntos de ficciones, derivadas de las obsesiones de la tribu, que nos sirven para inventar identidades y anclarnos a una tierra, unos cuantos valores y unos cuantos mitos; para dividirnos los unos de los otros y dibujar inexistentes l赤mites en mares, r赤os o sierras; para hacernos sentir 迆nicos y construir idiosincrasias de las cuales sentirnos orgullosos 〞m芍s que nunca, en los Mundiales o las Olimpiadas〞 o con las que nos burlamos de nuestros vecinos o enemigos. Enormes y desbocadas fantas赤as que asumimos reales y han sido la causa de infinitos conflictos, guerras, masacres y holocaustos.
Por m芍s que en los 迆ltimos siglos hayamos conseguido aglutinar las particularidades regionales en conjuntos m芍s o menos uniformes 〞las modernas naciones〞, seguimos empe?ados en sacralizar estas feroces herramientas de la diferencia: el nosotros presupone irremediablemente un ellos, un vago conjunto de adversarios o rivales 〞los b芍rbaros que est芍n siempre al acecho y aguardamos pacientemente como en el poema de Cavafis o la novela de Coetzee〞 para recordarnos quienes somos o quienes queremos ser. Nos inventamos as赤 herederos directos de un variado conjunto de pueblos 〞muchos de ellos enfrentados entre s赤〞 que habitaron Mesoam谷rica hace 500 a?os, e inventamos, igualmente, que los actuales espa?oles son continuadores directos del vasto imperio de Carlos I de Habsburgo, donde nunca se pon赤a el sol.
Ficciones, insisto, necesarias para articular historias y espacios de resistencia o de poder. Que lo sean no implica, sin embargo, que no tengan consecuencias y no den vida a problemas contempor芍neos. Asumirnos como v赤ctimas o verdugos fija sobre todo la posici車n que queremos representar en el presente: el oscuro territorio del pasado puede ser invocado, a fin de cuentas, al antojo o la interpretaci車n de cada quien. Los extranjeros 〞individuos o grupos〞 siempre han sido chivos expiatorios para justificar invasiones, desplantes, batallas con armas o discursos. No hace nada que Donald Trump se vali車 de nosotros, su ficci車n de los mexicanos 〞violadores y asesinos〞, para acendrar el miedo o el rencor de quienes habr赤an de votarlo.
Desde el siglo XVI, cuando por poco tiempo fue el imperio m芍s poderoso del planeta, Espa?a se convirti車 en una fuente inagotable de fantas赤as por parte de sus rivales en la colonizaci車n. La leyenda negra los pintaba como rufianes despiadados: acaso lo fueran, pero no menos que quienes los caricaturizaban as赤. Cuando ya era una potencia marchita, en el XIX, Europa la reinvent車 con m芍s benevolencia: un extremo de exotismo, decadencia y lujuria donde colocar a Don Juan o a Carmen. Por fin, a mediados del XX, se convirti車 en el laboratorio del fin de los tiempos: el matraz donde primero se ensay車 la brutalidad de la Segunda Guerra Mundial.
Desde la independencia, M谷xico tambi谷n se ha inventado una Espa?a a modo: primero, para distinguirnos de los antiguos amos coloniales y adquirir nuestra propia identidad; luego, para burlarnos de su tozudez y su literalidad; y, luego, para achacarle, de ser posible, todos nuestros males presentes a su violent赤sima 〞no hay duda en ello〞 colonizaci車n armada y espiritual. Con cierta recurrencia, volvemos a ellos como enemigos ancestrales: un recurso tan gastado como eficaz.
Espa?a, a su vez, no ha dejado de crear ficciones de s赤 misma, de las que sigue promoviendo la derecha y ultraderecha estilo Vox, como civilizadores de Am谷rica, a las que la asumen ya parte integral y moderna de esa Europa que durante siglos la desde?車. El anacr車nico orgullo espa?ol es, en este caso, lo de menos: hay que reconocer que, en el 迆ltimo rifirrafe con el Gobierno mexicano, Espa?a 〞la Espa?a real o, en otras palabras, el Gobierno de Pedro S芍nchez〞 no ha cometido ning迆n agravio contra M谷xico. Todos nuestros argumentos son pret谷ritos, de los remotos soldados de Cort谷s a los no menos brutales a?os del neoliberalismo.
Sin duda unas cuantas empresas espa?olas se aprovecharon al m芍ximo de la desregulaci車n y la complicidad de nuestra clase pol赤tica para obtener inmensas 〞y oprobiosas〞 ganancias, pero tambi谷n lo hicieron conglomerados estadounidenses, brit芍nicos, franceses o chinos. Por otro lado, la 芍cida exigencia de disculpas por la conquista, una operaci車n simb車lica que ha aliviado tensiones en otras partes, aqu赤 fue pensada m芍s bien para exacerbarlas.
Parad車jicamente, nos hemos inventado un enemigo espa?ol donde hab赤a un natural aliado de izquierdas, acaso porque la izquierda es lo que menos interesa ya. La secuencia de agravios diplom芍ticos, a los que el Gobierno espa?ol ha respondido con prudencia, solo puede leerse como un constante distractor. Los defensores de la pausa insisten en que es solo una palabra, pero las palabras presidenciales son performativas: aunque no tenga un significado en el lenguaje diplom芍tico, detendr芍 flujos, ralentizar芍 din芍micas, enfriar芍 algunas posibilidades.
Por fortuna, frente a las ficciones pol赤ticas hay siempre realidades: miles y miles de personas 〞de vidas individuales〞 que mantendr芍n el camino abierto entre los dos pa赤ses. Sabemos que Espa?a es el segundo inversor directo en M谷xico, pero prefiero destacar el campo que hoy me ocupa: los miles de estudiantes que cada a?o cruzan de una orilla a otra, que se forman y entran en contacto con sus pares, que aprenden de sus diferencias y construyen relaciones familiares, profesionales y culturales que no se pondr芍n en pausa. Otro dato alentador: en los 迆ltimos 10 a?os, investigadores de la UNAM y distintas universidades espa?olas han publicado unos 4.000 art赤culos acad谷micos en revistas arbitradas, casi uno al d赤a.
Los humanos somos seres ficcionales: necesitamos estas fantas赤as para sobrevivir y medrar. Pero, frente a aquellas que nos separan y distancian, debemos replicar y reforzar las que nos unen: esos incontables viajes de ida y vuelta a trav谷s del Atl芍ntico que, desde hace 500 a?os, construyen otra fantas赤a paralela e imprescindible: la hermandad.
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