Insurgentes on the rocks

La Avenida de Los Insurgentes ha de medir 52 kil¨®metros o m¨¢s en el hielo con el que la congela mi memoria, en un ayer muy previo a la centena incierta de las estaciones del Metrob¨²s, cuando los camiones que la recorr¨ªan de arriba para abajo y viceversa se llamaban Ballenas y Delfines, con ch¨®feres de uniforme marr¨®n y variedades diversas en los cantantes con guitarra que se sub¨ªan para cantar su quincena. Era la nervadura de una modernidad fingida donde los uniformados alumnos de colegios sumaban los n¨²meros de los boletitos del autob¨²s colectivo con la utop¨ªa mentirosa de supuestamente poder...

La Avenida de Los Insurgentes ha de medir 52 kil¨®metros o m¨¢s en el hielo con el que la congela mi memoria, en un ayer muy previo a la centena incierta de las estaciones del Metrob¨²s, cuando los camiones que la recorr¨ªan de arriba para abajo y viceversa se llamaban Ballenas y Delfines, con ch¨®feres de uniforme marr¨®n y variedades diversas en los cantantes con guitarra que se sub¨ªan para cantar su quincena. Era la nervadura de una modernidad fingida donde los uniformados alumnos de colegios sumaban los n¨²meros de los boletitos del autob¨²s colectivo con la utop¨ªa mentirosa de supuestamente poder exigirle a una colegiala un beso en la boca si la suma era 21 y luego, el af¨¢n de ir fumando en medio de las sardinas apiladas, colgadas al tubo del cami¨®n como ganchos de ropa con bulto de maniqu¨ªes somnolientos.

As¨ª se me afigura en las madrugadas o duermevela donde ha vuelto a vivir el instante en que mis compas y yo vimos pasar en un Volkswagen color rojo a un escritor al filo de consagrarse tan joven y congelar el momento para que medio siglo despu¨¦s parezca bambolearse la dama de minifalda que parec¨ªa catat¨®nica recargada en un poste de luz y as¨ª entre el ir y venir de Ballenas y Delfines, la legi¨®n de bur¨®cratas y universitarios con portafolios diversos de cuero y de pl¨¢stico en un ayer sin m¨¢s tel¨¦fonos que los fijos de moneditas y los negros que se quedaban en casa (siempre en los pasillos, o en la pared de la cocina o muy cerca del comedor) y pasaban ciclistas con inmensas canastas de pan reci¨¦n horneado que de lejos parec¨ªan fantasmas del ej¨¦rcito zapatista (de la Revoluci¨®n, no de Chiapas) y se evaporan los mismos organilleros que siguen rondando la misma vieja canci¨®n y los globos pintados con anilina (antes de que llegara la invasi¨®n del pl¨¢stico met¨¢lico) y la adolescencia pasaba del pavor a los robachicos a la nerviolera de pasar corriendo por donde se alineaban las meretrices (todas mujeres, ahora que el mercado se ha vuelto casi exclusivamente trans) y de pronto, en un sem¨¢foro (muy anterior a los del concepto de la sincronizaci¨®n) se detiene una caravana de inmensos lanchones de motores rugientes y cofres de l¨¢mina alargada como trompas de cocodrilo y la panda de fantasmas nos quedamos hipnotizados mirando c¨®mo se maquillaba una diosa inalcanzable sentada al lado de un Fulano que porta pistola y en el instante del verde, arranca eso que llaman la vida y todo se evapora en un diluvio de agua salada que no llega a llanto, pero que navega nostalgia de tantos in¨²tiles d¨ªas en que asegur¨¢bamos llegar a la pr¨®xima Final del Mundial de Futbol, la inmediata desaparici¨®n del PRI y de todos los pol¨ªticos mentirosos, el inusitado milagro econ¨®mico inundado de petr¨®leo que nos garantizar¨ªa evitar la acumulaci¨®n de d¨¦cadas desde donde hoy mismo cerramos los ojos en aburrida espera de que pase la siguiente Ballena que nos lleve al puerto del hogar con frijoles en la olla espr¨¦s, tortillas reci¨¦n compradas en la fila del nixtamal, el arroz rojo con dos huevos estrellados¡­ como si se clonara hoy mismo el Sol para so?ar con tanto paisaje que parece ya no estar.

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