Tres strikes en cuarentena
En la pasada primavera pand¨¦mica se conmemoraron setenta y tres a?os de la temporada en que Jackie Robinson derrib¨® la barrera del color en el b¨¦isbol m¨¢s grande
The Natural es la historia de un serpentinero grandeliga, novato y superdotado, a quien una antigua amante resentida decide lisiar peg¨¢ndole un tiro en el brazo de lanzar.
Hecha por all¨¢ en 1969, el a?o de los incontenibles Mets de Nueva York, su lectura hizo mi debilidad por ese subg¨¦nero de la literatura estadounidense: la novela de asunto beisbolero.
El autor es Bernard Malamud quien gan¨® atenci¨®n mundial cuando, en 1966, su novela El hombre de Kiev, ficci¨®n a la vez jud¨ªa y rusa que transcurre en tiempos del ¨²ltimo Zar, se alz¨® con el Premio Pulitzer.
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The Natural es la historia de un serpentinero grandeliga, novato y superdotado, a quien una antigua amante resentida decide lisiar peg¨¢ndole un tiro en el brazo de lanzar.
Hecha por all¨¢ en 1969, el a?o de los incontenibles Mets de Nueva York, su lectura hizo mi debilidad por ese subg¨¦nero de la literatura estadounidense: la novela de asunto beisbolero.
El autor es Bernard Malamud quien gan¨® atenci¨®n mundial cuando, en 1966, su novela El hombre de Kiev, ficci¨®n a la vez jud¨ªa y rusa que transcurre en tiempos del ¨²ltimo Zar, se alz¨® con el Premio Pulitzer.
Nacido en Nueva York en 1914, Malamud ocup¨® por alg¨²n tiempo en las antolog¨ªas escolares gringas un entresuelo condescendiente, el mismo frasco etiquetado como ¡°escritores estadounidenses jud¨ªos y de posguerra¡±, en que flotaron a su turno Saul Bellow, Norman Mailer y Philip Roth. Malamud es el mayor de todos, quiz¨¢ no tan solo en edad.
La novela que comento se afinca en una categor¨ªa del corpus beisbol¨ªstico que, aristot¨¦licamente, da en llamar ¡°natural¡± al pitcher o lanzador cuyo nervio y musculatura se conjugan desde ni?o en ciencia infusa; en eso que Edgar Lee Masters dir¨ªa que es el genio: ¡°sabidur¨ªa y juventud¡±. He vuelto a encontrarla y la he rele¨ªdo durante la cuarentena.
Cont¨¦ ya en otra columna c¨®mo mis libros hubieron de quedarse en Caracas cuando decid¨ª exiliarme hace ya siete a?os. Una pareja amiga, gente de posibles, hizo embalar la peque?a biblioteca y generosamente costearon su env¨ªo a Bogot¨¢, adonde llegaron solo unas primeras pocas cajas, pues Maduro y sus carnales del ELN decidieron cerrar la frontera.
Pero, ?ah!, en esas cajas vinieron tesoros como La gloria de Cuba, de Roberto Gonz¨¢lez Echevarr¨ªa, libro que deber¨ªa ser seminal en los estudios culturales de la Cuenca del Caribe y M¨¦xico; El extra?o caso de Sidd Finch, de George Plimpton, y la insoslayable Una novela americana? de Philip Roth. He entretenido varios d¨ªas de encierro forzoso zambull¨¦ndome en otros dos t¨ªtulos, uno de ellos el ya a?ejo Baseball and the Cold War (Harcourt Brace, 1977), de Howard Senzel.
Senzel, un antiguo activista antib¨¦lico, regresa a mediados de los a?os 70 a su ciudad natal, al norte del estado de Nueva York, sin otro proyecto que reponerse de la d¨¦cada anterior. La guerra de Vietnam ha terminado, Nixon ha renunciado y Senzel decide escribir sobre todo ello y comienza a frecuentar la biblioteca p¨²blica con ¨¢nimo de acopiar notas.
Pero cada visita a la hemeroteca se le va en escudri?ar registros del b¨¦isbol de las ligas menores en las que juega su divisa: las Alas Rojas de Rochester. El resultado se condensa en el subt¨ªtulo de su libro sobre la Guerra Fr¨ªa: ¡°soliloquio sobre la importancia del b¨¦isbol en la vida de un serio estudioso de Marx y Engels¡±. Pocas cr¨®nicas he le¨ªdo sobre los primeros a?os de la revoluci¨®n cubana y la presidencia de John F. Kennedy tan v¨ªvidas y nutritivas ?e hilarantes! como la que entrega Senzel.
Su pretexto son los Havana Sugar Kings, el equipo de b¨¦isbol propiedad de zar del az¨²car, Julio Lobo, y los cuatro a?os de su incursi¨®n en la Liga Internacional Triple A que terminaron en 1960, cuando lleg¨® el Comandante y mand¨® parar.
Complet¨¦ una tr¨ªada beisbolera releyendo The Veracruz Blues , del novelista Mark Winergardner (Viking Penguin, 1996), que en castellano deber¨ªa verterse como ¡°El Blues de Veracruz¡± pues no trata de la ciudad sino del equipo que, en los a?os 40 de la liga mexicana, regentaron los legendarios hermanos Pasquel: los ¡°Azules de Veracruz¡±.
Fue en 1946 cuando Jorge Pasquel y sus hermanos se animaron a pagar salarios inauditos a cambio del m¨²sculo y la destreza de peloteros americanos descontentos por el trato que les dispens¨® la Gran Carpa al regresar de la Segunda Guerra. Los blancos se vieron postergados ante hombres m¨¢s j¨®venes. Muchos peloteros excombatientes fueron descartados una vez m¨¢s en raz¨®n de su raza.
En la pasada primavera pand¨¦mica se conmemoraron setenta y tres a?os de la temporada en que Jackie Robinson ¡ªel apodado ¡°Destructor Negro de Georgia¡±¡ª derrib¨® la barrera del color en el b¨¦isbol m¨¢s grande.
Mas lo cierto es que la liga mexicana fue la primera racialmente integrada en toda la historia del b¨¦isbol profesional de alta competencia. Sal Maglie, Vern Stephens, Danny Gardella y Max Lanier, todos ellos blancos, jugaron en aquella legendaria temporada mexicana que convoc¨® tambi¨¦n a lo mejor de las Ligas Negras y del Caribe ¡®beisbol¨®fono¡±, tal como ven¨ªa haci¨¦ndolo desde varias temporadas atr¨¢s. ?Un a?o antes de la haza?a de Robinson!
Weingardner hace que el protagonista-narrador de su novela, un jugador blanco, se vea obligado a compartir habitaci¨®n en Ciudad de M¨¦xico con un descendiente de esclavos y se defina a s¨ª mismo como ¡°el m¨¢s perdido escritor americano de la Generaci¨®n Perdida¡±.
No andar¨¢ tan perdido cuando pone su libro bajo el auspicio de un lancinante ep¨ªgrafe, tomado de El Laberinto de la Soledad. Es esa frase de Octavio Paz que subraya c¨®mo los americanos no han buscado nunca M¨¦xico al venir a ¨¦l: ¡°han venido al encuentro de sus obsesiones, sus entusiasmos, sus fobias, sus esperanzas y sus intereses. Y justamente, eso es lo que han hallado¡±.
Donde Paz dice M¨¦xico bien podr¨ªa decir Cuba, Venezuela, Puerto Rico y, en fin, toda la Am¨¦rica espa?ola.