Bol¨ªvar y sus negros
Hugo Ch¨¢vez dio en propalar que Sim¨®n Bol¨ªvar fue el hijo de una esclava negra. Para ¨¦l, se trataba de una verdad solo vergonzosa para los supremacistas blancos que forjaron el culto a Bol¨ªvar
Muchos historiadores que conozco, reaccionarios y progres por igual, habr¨ªan titulado Bol¨ªvar y los afrodescendientes sin pens¨¢rselo mucho, arrebatados por el revisionismo cr¨ªtico de la memoria que para bien o para mal circula ya, anaer¨®bicamente, desde hace d¨¦cadas.
Mientras decid¨ªa titular como lo hago, un nuevo brote de derribo de estatuas se diseminaba por un mundo plagado ya de coronavirus. El disparador ha sido el asesinato de George Floyd en Minneapolis y una lista parcial de las estatuas derribadas, pintorreteadas o simplemente denunciadas en flam¨ªgeros manifiestos deja ver que la ira no alcanzar¨¢ solamente a los traficantes y propietarios de esclavos negros.
Ya han rodado por tierra las estatuas de gente tan dispar como Jun¨ªpero Serra, el fraile franciscano mallorqu¨ªn, misionero en la Alta California del siglo XVIII, y Robert Clive, soldado, exitoso hombre de negocios, duelista y crudel¨ªsimo primer gobernador brit¨¢nico de Bengala, all¨¢ por 1760 y pico. Como de costumbre, varias estatuas de Crist¨®bal Col¨®n han dado en el suelo. Nadie, al parecer, supera a Crist¨®bal Col¨®n como el hombre m¨¢s odiado en los memoriales del vilipendio.
El diario Clar¨ªn, de Buenos Aires, public¨® el fin de semana pasado un art¨ªculo del historiador Carlos Malamud cargado de inquietantes y bien argumentadas dudas sobre la punter¨ªa, que no la oportunidad, de lo que llama ¡°guerra de las estatuas¡±.
Advierte Malamud en su pieza que la reacci¨®n contra Col¨®n, que comenz¨® mucho antes del V centenario de su desembarco en Guanahan¨ª, en 1992, hace tambi¨¦n de Espa?a una entidad culpable de genocidio. En Estados Unidos, por ejemplo se pas¨® de cambiar el ¡°D¨ªa Col¨®n¡± por el de ¡°los pueblos ind¨ªgenas, abor¨ªgenes y nativos¡±.
¡°En este esquema dicot¨®mico ¨C se?ala Malamud¡ªparece haber estatuas buenas y estatuas malas, que representan gestas rescatables y gestas reprobables. Ante eso, ?deben caer las estatuas m¨¢s aborrecibles? Y en caso afirmativo, ?qui¨¦n lo decide? Muchos de quienes aplauden lo ocurrido con Col¨®n, los conquistadores espa?oles y los esclavistas seguramente se opusieron en su d¨ªa al derribo de las once estatuas de Hugo Ch¨¢vez ( diez en Venezuela y una en Bolivia), o de la retirada de la horrenda escultura de N¨¦stor Kirchner de la sede de Unasur¡±. Todo lo cual me llev¨® a pensar en cu¨¢n lejos pueden llegar la correcci¨®n pol¨ªtica y el culto a los h¨¦roes en sus tortuosidades.
Imbuido de la ortodoxia cultivada en los departamentos de estudios ¡°multiculturales¡± de muchas universidades gringas, Hugo Ch¨¢vez dio en propalar que Sim¨®n Bol¨ªvar fue el hijo de una esclava negra. Para Ch¨¢vez, se trataba de una verdad solo vergonzosa para los supremacistas blancos que forjaron el culto a Bol¨ªvar y se sirvieron de ¨¦l durante m¨¢s de un siglo.
Un antrop¨®logo sovi¨¦tico, Mijail Ger¨¢simov, fue el padre de la llamada ¡°escultura forense¡±. Juntando caprichosamente disciplinas como la estad¨ªstica demogr¨¢fica, la antropometr¨ªa y la medicina legal, Ger¨¢simov recuper¨® por orden de Stalin, el rostro de Iv¨¢n el Terible a partir de su calavera. Hugo Ch¨¢vez hall¨® su Ger¨¢simov en Philippe Froesch, artista francoalem¨¢n dedicado a reconstruir el rostro de figuras hist¨®ricas tales como Maximiliano Robespierre .
Con tecnolog¨ªa digna de la serie CSI: Cyber, y a partir de tomograf¨ªas de la osamenta del pr¨®cer, Froesch ¡°reconstruy¨®¡±, a gusto de Ch¨¢vez, el rostro de Bol¨ªvar que lleg¨® a figurar en los billetes de quinientos bol¨ªvares antes de la dolarizaci¨®n alentada por Maduro.
El Bol¨ªvar de Froesch muestra pronunciados arcos superciliares y labios gruesos: es un Bol¨ªvar zambo, palabra esta que, proferida en Venezuela, no entra?a desd¨¦n racista y solo designa familiarmente al mestizo de negro e indio que somos muchos en Venezuela. La gente al verlo dijo que al Bol¨ªvar zambo de Froesch solo le falta la verruga que Ch¨¢vez ostentaba en la frente.
Bol¨ªvar fue arist¨®crata y rico: un ¡°gran cacao¡±, un blanco criollo descendiente directo de vascos llegados a Venezuela en el s. XVII. En 1825 pos¨® en Lima para el retratista Gil de Castro y dictamin¨® que el resultado era ¡°de la mayor exactitud¡±. En ese retrato, las peninsulares facciones del h¨¦roe son el cruce perfecto entre un Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, narigudo, con bigotazo, y un Imanol Arias chaparrito y de incipiente calva. Es el retrato de Bol¨ªvar, propietario de esclavos.
Desde 1815, sin embargo, cuando obtuvo ayuda de Alexandre P¨¦tion, primer presidente de Hait¨ª, para armar una expedici¨®n patriota, Bol¨ªvar honr¨® repetidas veces, con solemnes decretos, la promesa hecha al l¨ªder negro de liberar a los esclavos de Venezuela. En el primero, dictado en junio de 1816, ofreci¨® la libertad a todos los esclavos que se alistaran en el Ej¨¦rcito Patriota.
Abolir la esclavitud estuvo entre las propuestas que Bol¨ªvar elev¨® al Congreso de Angostura, en 1819, que aprob¨® la creaci¨®n de la Gran Colombia. ¡°Es una idea muy noble, ? dijeron los legisladores? , pero ?no ser¨ªa mejor esperar a que ganemos la guerra de Independencia y mejore la econom¨ªa¡±.
En 1827, tres a?os antes de morir, Bol¨ªvar fue por ¨²ltima vez a Venezuela y, a su paso por los valles de Aragua, libert¨® a todos los esclavos de su hacienda de ca?a en San Mateo. Una tradici¨®n caraque?a cuenta que, al saberlo, los esclavos de Mar¨ªa Antonia Bol¨ªvar, hermana mayor del Libertador y tambi¨¦n plantadora de cacao y a?il, dejaron las haciendas en los valles del Tuy e hicieron a pie todo el camino hasta Caracas para escuchar de labios de su ama la confirmaci¨®n de lo que anhelaban .
La buena se?ora se dec¨ªa ¡°espa?ola de Am¨¦rica¡±, hab¨ªa sido realista y repudiado las ideas de su hermano en carta al rey Fernando VII quien le concedi¨® una pensi¨®n para retribuir su lealtad a la Corona. Llamaba ¡°pardocracia¡± a la nueva rep¨²blica.
¡°Mi hermano el Libertador puede hacer con sus negros lo que le d¨¦ gana¡±? respondi¨®, airada, al comit¨¦ de esclavos agrupado a las puertas de su casona en la equina de Gradillas. La do?a se arm¨® al atenderlos de una barra de 12 libras, de las usadas para atrancar portones. ¡°Ustedes mejor regresen por donde vinieron y p¨®nganse a trabajar¡±. En carta al mism¨ªsimo Bol¨ªvar, Mar¨ªa Antonia cuenta c¨®mo descarg¨® la barra en los lomos de un desvergonzado afrodescendiente.
Y as¨ª fue quedando esta cosa de la emancipaci¨®n de los esclavos hasta 1854. Confiemos en que los colectivos chavistas no se enteren nunca de este cuento de familia y les d¨¦ por derribar estatuas de Bol¨ªvar.
Ser¨ªan, esos s¨ª, fines de mundo.
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