Un psic¨®pata en la Casa Blanca
La iniquidad de Trump y el rol lamentable del Partido Republicano pueden ayudar en la reflexi¨®n sobre c¨®mo la polarizaci¨®n y el deterioro pol¨ªtico ponen en juego la supervivencia de la democracia
La opini¨®n que muchos congresistas y senadores de la nueva mayor¨ªa norteamericana han expresado sobre el todav¨ªa presidente de su pa¨ªs es que ha perdido la cabeza o, como normalmente se dice, se le ha ido la olla. Otros menos benevolentes le han tachado de traidor y terrorista, calificativos que de prosperar acarrear¨ªan serios problemas judiciales para quien los recibe. Pero los hechos del d¨ªa de Reyes en Washington no son...
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La opini¨®n que muchos congresistas y senadores de la nueva mayor¨ªa norteamericana han expresado sobre el todav¨ªa presidente de su pa¨ªs es que ha perdido la cabeza o, como normalmente se dice, se le ha ido la olla. Otros menos benevolentes le han tachado de traidor y terrorista, calificativos que de prosperar acarrear¨ªan serios problemas judiciales para quien los recibe. Pero los hechos del d¨ªa de Reyes en Washington no son solo ni primordialmente el resultado de la llegada al poder de un payaso enloquecido. Trump no es tanto la causa del deterioro pol¨ªtico y moral de la sociedad que preside como su consecuencia. No se puede olvidar que tuvo 74 millones de votos en las pasadas elecciones. Al igual que en los tiempos del fascismo, la polarizaci¨®n y el enfrentamiento que ¨¦l mismo ha azuzado se derivan, en gran medida, del fracaso de un sistema abandonado desde hace d¨¦cadas a las fuerzas del mercado, y negligente en la defensa del Estado de derecho y el imperio de la ley. Estas enfermedades de la democracia no son exclusivas de aquel pa¨ªs. Las venimos padeciendo en Europa y otras latitudes. De la capacidad que tengan los dirigentes para procurar su sanaci¨®n depende en gran medida el futuro inmediato de nuestras sociedades.
De la inestabilidad mental y la zafiedad del comportamiento del individuo en cuesti¨®n ten¨ªa noticia el electorado mucho antes incluso de que se presentara a las primarias de su partido. Son memorables sus afirmaciones de que, dada su popularidad, ¨¦l podr¨ªa ¡°disparar a cualquiera en la Quinta Avenida¡± sin que nada le pasara porque era una estrella. Por eso es inexcusable analizar la responsabilidad del Partido Republicano en esta historia, y de los grandes partidos pol¨ªticos en general en las democracias occidentales, dedicados a fortalecer sus c¨²pulas dirigentes a base de promover corruptelas clientelares y perseguir a los disidentes. A finales de 2016 escuch¨¦ a un pol¨ªtico respetable y de intachable trayectoria como Jim Baker, jefe de Gabinete de Reagan y secretario de Estado con George Bush padre, la aversi¨®n e incredulidad que le produjeron las aspiraciones de Trump a la candidatura presidencial. Preguntado entonces por a qui¨¦n hab¨ªa votado en noviembre de ese a?o, dada su inequ¨ªvoca posici¨®n al respecto, confes¨® que lo hizo por Donald Trump, ya que sent¨ªa el deber moral de apoyar al l¨ªder de su partido. Hace solo unas semanas, en conversaci¨®n con varios antiguos altos dignatarios del mismo me expresaron su convicci¨®n de que Trump reconocer¨ªa la victoria de Biden, har¨ªa una transici¨®n ordenada y abandonar¨ªa la Casa Blanca voluntariamente y con dignidad. Nada de eso ha sucedido como predec¨ªan. Y pese a los graves sucesos del jueves pasado sigue siendo presidente de su pa¨ªs, es comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, posee el poder exclusivo de apretar el famoso bot¨®n nuclear y los militares tienen la obligaci¨®n de obedecer sus ¨®rdenes si no quieren ser ellos mismos acusados de insurrecci¨®n. El Partido Republicano tendr¨ªa capacidad de destituirle si el vicepresidente Pence y una mayor¨ªa del gabinete as¨ª lo decidiera, pero ya est¨¢ claro que no lo har¨¢n. La excusa, o el motivo: temen que el partido se divida, lo que arrojar¨ªa oscuras perspectivas sobre su futuro.
Am¨¦rica es hoy una naci¨®n rota y enfrentada consigo misma, inmersa en una guerra civil larvada con la que tendr¨¢ que convivir el presidente Biden, pese a su prop¨®sito de buscar la unidad de su pueblo, tan encomiable como dif¨ªcil de llevar a cabo en estas circunstancias. Hay que decir que sus comparecencias p¨²blicas en medio de la crisis constituyen los dos mejores discursos que ha pronunciado desde que comenzara la campa?a electoral. Resalta en ellos su repetida advocaci¨®n a la lealtad a la Constituci¨®n y el imperio de la ley (rule of law). Pero la sociedad est¨¢ fragmentada y dividida, v¨ªctima de desigualdades ingentes, empobrecidas sus clases medias, temerosas ante la globalizaci¨®n, desorientada la opini¨®n p¨²blica, abrumada por la desinformaci¨®n y el barullo de las redes, la demagogia populista, la xenofobia, el nacionalismo y la corrupci¨®n. Un escenario familiar para nosotros, que deber¨ªamos aprender las lecciones que de ah¨ª se desprenden.
Tambi¨¦n Catalu?a tuvo un payaso populista en la presidencia de la Generalitat que con mentiras y extorsiones provoc¨® la divisi¨®n entre las gentes y da?¨® el ejercicio de los derechos civiles y la democracia. Mentiras todav¨ªa hoy divulgadas por el nacionalismo independentista, cuyos l¨ªderes vulneraron la ley y alentaron una insurrecci¨®n popular. Tambi¨¦n Espa?a tiene un partido trumpista, y otro conservador, desorientado y roto, que se empe?a en llamar ileg¨ªtimo a un Gobierno emanado de unas elecciones limpiamente democr¨¢ticas. E igualmente padecemos el narcisismo de los gobernantes, la petulancia de los encuestadores, la mediocridad insulsa de los l¨ªderes, cuyas falencias en la gesti¨®n y flatulencias ideol¨®gicas amenazan con dividir cada d¨ªa m¨¢s nuestra sociedad. Tambi¨¦n fue asaltado por una multitud indignada, animada y protegida por Quim Torra, el Parlamento de Catalu?a. O rodeado el Congreso de los Diputados por el gent¨ªo que encabez¨® Podemos. Ardieron las hogueras en la noche de Barcelona. En Francia (chalecos amarillos y Le Pen), Reino Unido (Brexit), Italia (Cinque Stelle m¨¢s Salvini), la situaci¨®n no es muy diferente; para no hablar de las corrientes neonazis de Alemania y las derivas autoritarias en Polonia y Hungr¨ªa. En Am¨¦rica emergieron el Tea Party y Occupy Wall Street y aqu¨ª tenemos a Vox y tuvimos el 15-M. Nada de ello es igual a un asalto armado como padeci¨® el Capitolio, pero en algunos aspectos no es tampoco del todo distinto, y sienta preocupantes precedentes.
Los dirigentes del PSOE que insisten con raz¨®n en la legitimidad de su mandato deben asumir que tambi¨¦n fue leg¨ªtimo en su origen el de Trump. La portavoz socialista en el Congreso ha reiterado que la democracia es el gobierno de la mayor¨ªa. Desde luego, pero no solo. La independencia del legislativo y de la justicia respecto al poder pol¨ªtico son reglas sagradas que Gobierno y oposici¨®n deben respetar y no es evidente que en el caso espa?ol lo hagan. No se puede atacar a la Constituci¨®n y a la Jefatura del Estado desde el banco azul. El Gobierno es de todos los espa?oles, ha de atender al inter¨¦s general, y sus ministros no pueden comportarse como l¨ªderes facciosos. No es leg¨ªtimo tampoco que el principal partido de la oposici¨®n bloquee el normal funcionamiento del poder judicial y el Tribunal Constitucional. Ni se puede argumentar el ejercicio de un derecho de gracia argumentando que de lo sucedido en Catalu?a todos son de una forma u otra culpables. Los ¨²nicos culpables est¨¢n por el momento en la c¨¢rcel. Su indulto, como el de Trump, puede ser conveniente desde el punto de vista del inter¨¦s pol¨ªtico y la b¨²squeda del bien com¨²n. Pero no ha de restablecer su dignidad perdida ante los ojos de quienes creen en el Estado de derecho y el imperio de la ley.
Pedro S¨¢nchez y Pablo Casado tienen ante s¨ª la obligaci¨®n insoslayable de no continuar dividiendo a los espa?oles, ya espoleados por la demagogia neofascista o neoperonista, el independentismo irredento y los oportunistas de turno. No estamos ante una confrontaci¨®n entre fachas y bolivarianos, pero tambi¨¦n hay entre nosotros pol¨ªticos y tertulianos psic¨®patas, alimentados en su desvar¨ªo por las locuras que el ejercicio del poder inculca. No contin¨²en dividiendo a los espa?oles, para garantizar as¨ª su personal futuro o tratar de alcanzarlo. Su compromiso con la democracia y el inter¨¦s general debe primar sobre sus deberes con las formaciones a que pertenecen. De no hacerlo as¨ª estar¨¢ en juego la propia supervivencia del sistema. La iniquidad de Trump en su despedida de la Casa Blanca y el lamentable rol desempe?ado por el Partido Republicano pueden ayudarles en la reflexi¨®n.