Comuni¨®n
Si un creyente comulga y despu¨¦s se vacuna, en teor¨ªa la hostia consagrada y esa misteriosa sustancia de laboratorio se cruzar¨¢n, sin duda, en alg¨²n punto de su organismo
Se supone que alrededor de los siete a?os la inteligencia y con ella el libre albedr¨ªo se instalan ya en el neoc¨®rtex del cerebro humano y para celebrar semejante acontecimiento biol¨®gico la Iglesia cat¨®lica establece el rito de la primera comuni¨®n. Esta primavera los ni?os y las ni?as de familias creyentes, reci¨¦n llegados al uso de raz¨®n, vestidos de marineros o de princesas, recibir¨¢n la gracia de Dios bajo el imperio de la pandemia. El Papa de Roma en medio de ...
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Se supone que alrededor de los siete a?os la inteligencia y con ella el libre albedr¨ªo se instalan ya en el neoc¨®rtex del cerebro humano y para celebrar semejante acontecimiento biol¨®gico la Iglesia cat¨®lica establece el rito de la primera comuni¨®n. Esta primavera los ni?os y las ni?as de familias creyentes, reci¨¦n llegados al uso de raz¨®n, vestidos de marineros o de princesas, recibir¨¢n la gracia de Dios bajo el imperio de la pandemia. El Papa de Roma en medio de la soledad del Vaticano a la que est¨¢ doblemente confinado, con la misma entonaci¨®n solemne con que eleva al cielo las plegarias por la salvaci¨®n de nuestra alma, ha anunciado tambi¨¦n el deber que tienen todos los fieles de vacunarse contra el coronavirus. De hecho, esta vacuna se ha convertido en una moderna eucarist¨ªa, en un sacramento laico que, en este caso, viene a sustituir la gracia divina por el milagro de la ciencia, frente al que se levantan, como nuevos herejes, los negacionistas. Pero abrir la boca y sacar la lengua para que el cura revestido con sus brocados ornamentos deposite en ella la sagrada forma viene a ser un gesto lit¨²rgico muy parecido al de arremangarse la camisa y dejar el hombro desnudo para que un oficiante sanitario con mascarilla y envuelto en pl¨¢stico aislante introduzca la aguja en la carne e inocule en ella una extra?a sustancia. Esa alegr¨ªa anhelante con que los viejos reciben la vacuna es muy parecida a la que experimentaron de ni?os al recibir la primera comuni¨®n. En este caso solo les falta la tarta. Si un creyente comulga y despu¨¦s se vacuna, en teor¨ªa la hostia consagrada y esa misteriosa sustancia de laboratorio se cruzar¨¢n, sin duda, en alg¨²n punto de su organismo, tal vez en el h¨ªgado o en el bazo o en el fluido de la sangre, en una lucha de poder a poder, entre la fe y la raz¨®n, una en busca de sanar el cuerpo y la otra de salvar el alma.