Milagro
No creo en milagros pero ahora, despu¨¦s de estos dos a?os l¨²gubres, me gustar¨ªa que ¨Dme, nos¨D sucediera algo inesperado, estrafalario y bondadoso
Esas tiendas del pueblo que vend¨ªan de todo: dijes, bandejas, medias, hilos, juguetes, lanas, cortes de tela, camisones, ropa interior. Hace d¨¦cadas que me fui de la peque?a ciudad en la que me cri¨¦ y todav¨ªa no decido si esos sitios eran la explosi¨®n festiva y tierna de la amabilidad kitsch o espejos diab¨®licos donde la melancol¨ªa producida por la mezcla de adolescencia, pueblo y desesperaci¨®n se reflejaba hasta instalarse en la sangre, usando como veh¨ªculo el aroma aplacado de la tela mezclado con el olor indiferente del pl¨¢stico y los materiales baratos. En una de esas tiendas mi abu...
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Esas tiendas del pueblo que vend¨ªan de todo: dijes, bandejas, medias, hilos, juguetes, lanas, cortes de tela, camisones, ropa interior. Hace d¨¦cadas que me fui de la peque?a ciudad en la que me cri¨¦ y todav¨ªa no decido si esos sitios eran la explosi¨®n festiva y tierna de la amabilidad kitsch o espejos diab¨®licos donde la melancol¨ªa producida por la mezcla de adolescencia, pueblo y desesperaci¨®n se reflejaba hasta instalarse en la sangre, usando como veh¨ªculo el aroma aplacado de la tela mezclado con el olor indiferente del pl¨¢stico y los materiales baratos. En una de esas tiendas mi abuela materna, una mujer ¨¢rabe que albergaba fe y bondad sobrenaturales y a quien yo no tomaba en serio, compr¨® un autito de juguete a pilas para mi hermano de tres a?os. El auto era rojo, estaba conducido por Santa Claus y reproduc¨ªa Jingle bells en bucle de manera fastidiosa. Mi hermano lo adoraba. Mi madre empez¨® a colocarlo al pie del ¨¢rbol de Navidad y, cuando daban las 12.00, lo pon¨ªa en marcha. Un d¨ªa dej¨® de funcionar. Aun as¨ª, mi madre sigui¨® colocando el auto inm¨®vil al pie del ¨¢rbol como un s¨ªmbolo del amor entre la abuela y el nieto. En alg¨²n momento, mi abuela se muri¨®. La primera Navidad sin ella, a las doce de la noche, salimos a la calle a ver los fuegos de artificio, las luces de una euforia sin explicaciones. Cuando volvimos a entrar a la casa escuchamos un ruido. Y entonces, en la semipenumbra del living, el auto sali¨® de su escondrijo y empez¨® a derramar, a toda marcha, su Jingle bells enloquecido. Yo vi una escena de Stephen King. Mi hermano dijo: ¡°Poderosa la abuela, ?eh?¡±. Mi madre empez¨® a llorar. No creo en milagros (pienso en un truco de mi padre, en pilas que caprichosamente hicieron contacto), pero ahora, despu¨¦s de estos dos a?os l¨²gubres, me gustar¨ªa que ¨Dme, nos¨D sucediera algo as¨ª: inesperado, estrafalario y bondadoso. Un milagro modesto.