Historia de una mano
En la fotograf¨ªa no hay m¨¢s que una maleta, de pie, y, en el suelo, un cuerpo cubierto con una manta de la que sobresale una mano
Despu¨¦s del consabido ¡°?ha salido todo bien?¡±, la madre pregunt¨® por los dedos. ¡°Doctora, ?tiene todos los dedos?¡±. La doctora, acostumbrada a esa pregunta, sonri¨® asintiendo con la cabeza. ¡°Todos y cada uno de ellos¡±. Y ocurri¨® que los dedos de su hija ¡ªpulgar, ¨ªndice, coraz¨®n, anular y me?ique¡ª, tent¨¢culos min¨²sculos, se cerraron con fuerza alrededor de uno de los suyos. Le pareci¨®, como todo lo que ocurre por primera vez, un milagro, aunque el milagro se llamaba, en realidad, reflejo de prensi¨®n, ese vestigio evolutivo que nos sigue emparentando con nuestros primos hermanos los chimpanc¨¦s d...
Despu¨¦s del consabido ¡°?ha salido todo bien?¡±, la madre pregunt¨® por los dedos. ¡°Doctora, ?tiene todos los dedos?¡±. La doctora, acostumbrada a esa pregunta, sonri¨® asintiendo con la cabeza. ¡°Todos y cada uno de ellos¡±. Y ocurri¨® que los dedos de su hija ¡ªpulgar, ¨ªndice, coraz¨®n, anular y me?ique¡ª, tent¨¢culos min¨²sculos, se cerraron con fuerza alrededor de uno de los suyos. Le pareci¨®, como todo lo que ocurre por primera vez, un milagro, aunque el milagro se llamaba, en realidad, reflejo de prensi¨®n, ese vestigio evolutivo que nos sigue emparentando con nuestros primos hermanos los chimpanc¨¦s de aquellos tiempos en que viv¨ªamos agarrados a las ramas de los ¨¢rboles.
Despu¨¦s, meses despu¨¦s, aquellas manos ¡ªmanitas¡ª aprendieron a agarrar objetos. Pero tambi¨¦n a soltarlos. Tocar, presionar, sentir, sujetar, manipular, acariciar. Hab¨ªa diferencias y matices. La due?a de aquellas manos aprendi¨® que cada uno de los dedos serv¨ªa para algo distinto, y con el ¨ªndice se?alaba el peluche, el sonajero, la papilla de cereales y la de fruta, que ten¨ªa fastidiosos grumos. Aprendi¨® a cerrar las manos en un pu?o en se?al de disgusto y berrinche, porque no quer¨ªa o porque quer¨ªa y ya no quedaba. Entendi¨® que en el extremo de los dedos hab¨ªa u?as y de ellas se val¨ªa cuando los molestos mosquitos hac¨ªan su triunfal aparici¨®n. Y si las juntaba, palma con palma, hac¨ªan un ruido que le gustaba. Tambi¨¦n cuando levantaba la mano derecha y la mov¨ªa de un lado a otro, oscilando con suavidad, y los dem¨¢s le respond¨ªan con ese mismo gesto y a?adiendo un ¡°hola¡±.
Con la mano derecha aprendi¨® tambi¨¦n a sujetar una cuchara y un tenedor de pl¨¢stico. Pinch¨®, uno por uno, los macarrones, los guisantes, hasta que su padre dijo ¡°bravo¡±. Y luego, la mano se cerr¨® alrededor de un cray¨®n y empez¨® a rayar un folio. A pintar un sol, una casa, un ¨¢rbol. El mundo cab¨ªa en esos cinco dedos que terminaron completando los espacios en blanco de un libro de ortograf¨ªa donde logr¨®, armada de esa mano sola, la derecha, captar la realidad, descifrarla, apresarla mediante esas muescas de color negro que lo inundaban todo, las letras, las graf¨ªas. Las palabras. El mundo cab¨ªa en esos cinco dedos que aprendieron que de todos los sentidos el tacto es el mejor para atrapar la vida, para tocarla.
Pero las palmas de la mano le sirvieron tambi¨¦n para adivinar el futuro porque en ellas se pod¨ªan leer las l¨ªneas de la vida, de la muerte. Del amor o de la falta de ¨¦l. De los hijos, la descendencia, y el deseo, el cintur¨®n de venus, el semic¨ªrculo que empieza entre el ¨ªndice y el coraz¨®n.
Y con la mano dijo adi¨®s, se despidi¨® de sitios y personas, aunque eso siempre le costaba, y en la mano llev¨® anillos, pulseras, raquetas, platos, libros, volantes de coche, patinetes, tel¨¦fonos, vasos, mapas, helados... Y un d¨ªa, en el mes de marzo de 2022, su mano derecha llev¨® una maleta y no era la primera vez porque las maletas en algunas ocasiones significan vacaciones y playa, pero en otras son un ap¨¦ndice triste, demasiado triste, porque alude a las veces en que uno no querr¨ªa decir adi¨®s, pero se ve obligado a hacerlo. La mano agarr¨® el extremo superior del asa de una maleta gris metalizada en la que intent¨® guardar lo que quedaba de la vida que dejaba atr¨¢s, y esa mano querida, que hab¨ªa olvidado muchos a?os atr¨¢s el reflejo de prensi¨®n y las herencias de nuestros antepasados, avanz¨® metros y m¨¢s metros y las rueditas de la maleta sonaban contra el asfalto fr¨ªo con la esperanza de llegar a tiempo, de sortear la tragedia, el sinsentido y el dolor. Pero entonces algo detuvo a la mano y la mano cay¨® al suelo, rebot¨® contra el asfalto antes de quedarse inm¨®vil. Pero la maleta no. Se qued¨® de pie, vigilante y m¨¢s tarde, alguien cubri¨® a la due?a con una manta de la que sobresal¨ªa esa mano querida y ensangrentada que ya no sujetaba nada. La mano, volteada hacia el cielo, los dedos curvados, como si quisiera agarrarse no al asa sino a la vida, esa mano cuenta que la mejor manera de dar con historias verdaderas es inventarlas. Y en ese trance, nosotros miramos a la mano y somos responsables de mirarla porque ahora sabemos toda la historia: la papilla, los grumos, los mosquitos, la dificultad de decir adi¨®s.
Miramos las im¨¢genes, pero en ocasiones son las im¨¢genes las que nos miran a nosotros. En la fotograf¨ªa que nos ocupa no hay m¨¢s que una maleta, de pie, y, en el suelo, un cuerpo cubierto con una manta de la que sobresale una mano. El pie de foto, que se public¨® en varios medios, rezaba ¡°el martirio de la poblaci¨®n civil¡± o, en otros, ¡°personas yacen muertas en la localidad de Irpin¡±. Pero me temo que los nombres de los lugares son intercambiables. Tambi¨¦n podr¨ªa tratarse de Mariupol, Kabul, San¨¢, Damasco, Mekele, Stepanakert. Las im¨¢genes son parecidas, y nos llegan centenares, miles de ellas. Sin embargo, en ninguno de los casos en el pie de foto se a?ade el recordatorio de que somos responsables de las cosas que vemos. Lo malo es que a veces uno tarda en comprenderlo y no lo hace hasta muchos a?os despu¨¦s cuando ya es tarde y determinadas fotograf¨ªas siguen se?al¨¢ndolo ¡ªy se?al¨¢ndonos¡ª a trav¨¦s de la Historia.