¡®Minima moralia¡¯
Donde debemos fijarnos no es solo en estos pillos aprovechados sino en quienes hicieron posible su aprovechamiento
Vivimos en momentos de contrastes. Valga un peque?o ejemplo. Mientras en Ucrania asistimos, una vez m¨¢s, al mal absoluto representado por las im¨¢genes de Bucha o las de la estaci¨®n de Kramatorsk, en Madrid sale a la luz ...
Vivimos en momentos de contrastes. Valga un peque?o ejemplo. Mientras en Ucrania asistimos, una vez m¨¢s, al mal absoluto representado por las im¨¢genes de Bucha o las de la estaci¨®n de Kramatorsk, en Madrid sale a la luz la surrealista estafa de las mascarillas, el mal banal. Uno representa la quiebra total y absoluta de toda consideraci¨®n por la dignidad humana, la crueldad y el horror asociado a la guerra; el otro expresa el esp¨ªritu de una sociedad fr¨ªvola, individualizada, ajena a la m¨¢s m¨ªnima decencia. De un lado la inmoralidad demon¨ªaca, de otro la inmoralidad insustancial.
En sentido contrario, casi a la vez que conocimos la carnicer¨ªa de Bucha, nos enteramos de que la predisposici¨®n de Noruega para aumentar su producci¨®n de gas se ve¨ªa limitada por consideraciones de tipo moral. En su Gobierno de centroizquierda se suscitaron motivos de conciencia: no quer¨ªan aprovecharse de la coyuntura b¨¦lica para enriquecerse subiendo los precios. Ignoro cu¨¢l sea al final la decisi¨®n que tomen, pero no deja de ser un alivio que en medio de este desierto moral podamos acceder a este tipo de noticias. Aunque pasen casi desapercibidas o se ag¨¹en apuntando a la inmejorable situaci¨®n econ¨®mica, casi paradis¨ªaca, del pa¨ªs n¨®rdico. Lo relevante, a mi juicio, es que nos permite mantener alta la esperanza en la evoluci¨®n de la conciencia moral. No todo es una cat¨¢strofe, y lo vemos tambi¨¦n en la generosidad con la que muchos pa¨ªses europeos est¨¢n acogiendo a los refugiados ucranios.
Algo similar ocurri¨® durante la pandemia. El sacrificio de quienes estuvieron al pie del ca?¨®n en los momentos m¨¢s cr¨ªticos ¡ªlos m¨¦dicos y sanitarios, pero no solo ellos¡ª permiti¨® sacar a la luz c¨®mo esta sociedad guardaba importantes reservas de solidaridad, que era algo m¨¢s que un p¨¢ramo individualista en el que cada cual va solo a lo suyo. Y as¨ª fue, en efecto. Por eso mismo chirr¨ªa tanto la estafa de estos personajes que se aprovecharon de la tragedia de todos en el Ayuntamiento de Madrid. Chirr¨ªa y duele. Duele, sobre todo, por el contexto de enfermedad, muerte y miedo. Y porque, adem¨¢s, tiene muchos de los ingredientes de una determinada subcultura que hunde sus ra¨ªces en el mundo que pens¨¢bamos haber abandonado. El aprovechamiento de relaciones familiares, su estatus de celebrities, el destino al que aplicaron el bot¨ªn: bienes de consumo conspicuo destinados a la promoci¨®n del yo dentro de un ambiente donde el valor de cada cual se mide por su capacidad de consumo. En fin, la codicia de toda la vida bajo las condiciones del capitalismo tard¨ªo; una quiebra de la moralidad que no encuentra ning¨²n eximente en su trasfondo fr¨ªvolo, banal, casi rid¨ªculo.
Pero ojo, donde debemos fijarnos no es solo en estos pillos aprovechados, sino en quienes hicieron posible su aprovechamiento. Me temo, adem¨¢s, que este no es un caso aislado. Esas mismas condiciones de urgencia en las licitaciones p¨²blicas, muchas veces a empresas fantasma, deber¨ªan haber puesto en guardia a los poderes p¨²blicos ante los buitres habituales que siempre merodean cada vez que se baja la guardia. Porque si merodean es porque saben a qui¨¦n contactar, qui¨¦nes son sus facilitadores o, ?por qu¨¦ no?, quiz¨¢ quienes les ponen sobre la pista. La exigencia de transparencia y responsabilidad pol¨ªtica se hace ineludible. No solo por criterios legales o de una m¨ªnima moralidad p¨²blica; tambi¨¦n porque se lo debemos a quienes tanto se sacrificaron mientras estos otros iban eligiendo el Lamborghini o el modelo de Rolex.