?Es internet de derechas?
La militancia digital es un elemento esencial en la ultraderechizaci¨®n del debate p¨²blico
La brecha y el activismo digital juegan a favor de la ultraderecha. Esta es la hip¨®tesis que plantea la soci¨®loga estadounidense Jen Schradie. Algunos acontecimientos recientes, de apariencia dispar, se conectan por esa l¨ªnea de puntos digitales marcada por una ideolog¨ªa ultra cada vez m¨¢s virulenta y que utiliza internet para propagarse y consolidarse. Hablamos, por ejemplo, del ...
La brecha y el activismo digital juegan a favor de la ultraderecha. Esta es la hip¨®tesis que plantea la soci¨®loga estadounidense Jen Schradie. Algunos acontecimientos recientes, de apariencia dispar, se conectan por esa l¨ªnea de puntos digitales marcada por una ideolog¨ªa ultra cada vez m¨¢s virulenta y que utiliza internet para propagarse y consolidarse. Hablamos, por ejemplo, del asalto al Capitolio, del ataque de B¨²falo contra afroamericanos, de la posible abolici¨®n del derecho al aborto por la Corte Suprema estadounidense, e incluso de la furibunda reacci¨®n contra Amber Heard ¡ªen realidad, contra el movimiento #Metoo¡ª tras la sentencia favorable a su exmarido, Johnny Depp. Son la expresi¨®n radical de un activismo feroz, compuesto por memes, v¨ªdeos y plataformas propagand¨ªsticas dise?adas para provocar y saltar de la esfera digital al mundo real.
La militancia digital es un elemento esencial en la ultraderechizaci¨®n de un debate p¨²blico donde circulan con creciente normalidad ideas negacionistas sobre el cambio clim¨¢tico o la violencia de g¨¦nero, o incluso el supremacismo blanco que habla de ese ¡°gran reemplazo¡± que convertir¨ªa a la poblaci¨®n blanca de occidente en minor¨ªa ¨¦tnica. ¡°Las nuevas extremas derechas han venido para quedarse¡±, dice el historiador italiano Steven Forti, y lo hacen porque sus tesis ganan centralidad en las democracias occidentales, tanto en las instituciones como en el ¨¢gora p¨²blica, y sobre todo en esa cultura que aterriza cotidianamente en nuestras pantallas a trav¨¦s de la impenitente movilizaci¨®n de sus activistas. ¡°S¨ª a la identidad sexual, no a la ideolog¨ªa de g¨¦nero; s¨ª a las fronteras seguras, no a la inmigraci¨®n masiva; s¨ª a la soberan¨ªa de los pueblos, no a los bur¨®cratas de Bruselas, y s¨ª a nuestra civilizaci¨®n¡±, clamaba sin pudor la neofascista Meloni en ese v¨ªdeo del mitin de Vox que se viraliz¨® por su simplismo y ret¨®rica pegadiza. As¨ª es como fondo y forma convergen, a trav¨¦s de argumentarios e im¨¢genes que encuentran en el mundo digital el espacio propicio para hacer circular su odio.
Pero lo preocupante es ver c¨®mo todo esto infecta la sangre de los partidos conservadores. De nuevo es paradigm¨¢tico el caso de EE UU y un partido republicano reh¨¦n del trumpismo. La reciente investigaci¨®n sobre el asalto al Capitolio muestra la cara m¨¢s vergonzosa de un partido que mira hacia otro lado ante la corrupci¨®n o la evidente incapacidad de Trump para la presidencia. El v¨ªnculo entre derechas y sus nuevos extremismos es ya un problema existencial para las democracias, pero no nos equivoquemos: es un asunto estructural que deben resolver los partidos conservadores tradicionales, antes de hacer llamamientos a cordones sanitarios a conveniencia (aqu¨ª s¨ª, all¨¢ no), en funci¨®n del tema y el momento. Son los deberes a los que debe aplicarse Feij¨®o y, despu¨¦s, el resto de actores pol¨ªticos. La respuesta ante la ultraderecha es defender la democracia, no utilizarla por tocar poder. En EE UU y en Andaluc¨ªa.