Forzados a bajar el ritmo
Ante las restricciones que obligan a reducir la actividad, conviene distinguir entre la elecci¨®n individual y consciente de vivir m¨¢s lentamente y su imposici¨®n desigual sobre la poblaci¨®n a golpe de penalidades
¡°Hay algo m¨¢s en la vida que aumentar su velocidad¡±, dice un enorme cartel en el metro de Delhi con la efigie de Mahatma Gandhi. Se apela a la paciencia de los viajeros ante las colas que, inevitablemente, generaban las medidas sanitarias impuestas hasta hace poco y que obligaban a cada pasajero a someterse a un control de temperatura corporal y a desinfectarse las manos, adem¨¢s de su habitual paso por el detector de metales, tanto de su persona como sus pertenencias. Un procedimiento similar al que se aplica en la actualidad en numerosos museos, edificios p¨²blicos y aeropuertos de todo el mun...
¡°Hay algo m¨¢s en la vida que aumentar su velocidad¡±, dice un enorme cartel en el metro de Delhi con la efigie de Mahatma Gandhi. Se apela a la paciencia de los viajeros ante las colas que, inevitablemente, generaban las medidas sanitarias impuestas hasta hace poco y que obligaban a cada pasajero a someterse a un control de temperatura corporal y a desinfectarse las manos, adem¨¢s de su habitual paso por el detector de metales, tanto de su persona como sus pertenencias. Un procedimiento similar al que se aplica en la actualidad en numerosos museos, edificios p¨²blicos y aeropuertos de todo el mundo, esto es, un control de seguridad seguido de un control sanitario o a la inversa. Solo que en este caso hablamos de un lugar de tr¨¢nsito masivo como es el metro de la capital india. No es dif¨ªcil imaginar lo fastidioso de este ritual en hora punta y la necesidad de invocar la calma de los viajeros para evitar desbordamientos.
Vivimos en un extra?o impasse en el que esperamos que todo siga yendo r¨¢pido, especialmente nuestros desplazamientos que seguimos considerando tiempo perdido. Pero la realidad que se nos impone es otra muy distinta. No s¨®lo los accesos a los espacios p¨²blicos se someten a m¨¢s controles, tambi¨¦n la entrada a otros pa¨ªses. Se exigen m¨¢s formularios y permisos ¡ªsanitarios y de otro tipo¡ª para cruzar fronteras. Esto se traduce en la necesidad de m¨¢s controles en los aeropuertos y otros puntos fronterizos. La falta de personal para realizar esta labor de revisi¨®n tras la reducci¨®n de su n¨²mero durante la pandemia hace que se generen interminables colas y retrasos en estos lugares de tr¨¢nsito. Seg¨²n algunos medios, en el caso de los aeropuertos, muchos de los 2,3 millones de trabajadores del sector que perdieron su empleo en los dos ¨²ltimos a?os han encontrado otras salidas laborales y no quieren volver a trabajar en aquel por sus penosas condiciones. A su vez, numerosos viajeros prefieren quedarse en casa, o al menos en su pa¨ªs, antes que correr el riesgo de echar a perder sus vacaciones por una PCR positiva previa al viaje o un vuelo anulado. Si viajar se convierte en una experiencia poco agradable ¡ªy esa parece ser la tendencia¡ª menos gente viajar¨¢, lo que, en principio, son buenas noticias para el planeta. Con vistas a reducir emisiones y mitigar el cambio clim¨¢tico es posible que a los gobiernos les interese que contin¨²e la tendencia. El problema, como sabemos, es que las colas, las cancelaciones y otras dificultades no afectan a todo el mundo por igual. Aquellos que viajan en condiciones privilegiadas evitando largas filas y tiempos de espera seguir¨¢n muy probablemente disfrutando de estas ventajas.
A esta ralentizaci¨®n forzosa de los desplazamientos de una mayor¨ªa de la poblaci¨®n, se suman las temperaturas cada vez m¨¢s altas en todo el mundo que obligan, asimismo, a cada vez m¨¢s personas a bajar el ritmo de su actividad. En las latitudes m¨¢s septentrionales, a menudo se consideran h¨¢bitos como la siesta el s¨ªntoma de una pereza cong¨¦nita en los habitantes de las zonas m¨¢s cercanas al tr¨®pico. Quiz¨¢, con la globalizaci¨®n del calor, se empiece a entender mejor que resulta dif¨ªcil realizar cualquier actividad en condiciones cuando se superan los 30 y 40 grados de temperatura. Se impone, as¨ª, un uso m¨¢s generalizado del aire acondicionado. Si en la actualidad se calcula que estos aparatos consumen un 10% de toda la energ¨ªa el¨¦ctrica del mundo, se estima que, en pa¨ªses en crecimiento como la India, lleguen a suponer el 45% de su consumo el¨¦ctrico para 2050. Al mismo tiempo, vemos c¨®mo en algunas regiones del mundo la energ¨ªa el¨¦ctrica amaga con convertirse en un bien de lujo, incrementando, nuevamente, las desigualdades. Los que puedan permitirse espacios interiores con aire acondicionado ser¨¢n los que mejor sobrelleven el aumento de las temperaturas y puedan mantener el ritmo de su actividad. A los dem¨¢s no les quedar¨¢, o no nos quedar¨¢, m¨¢s remedio que bajar el ritmo de la nuestra durante las horas m¨¢s calurosas del d¨ªa.
La visi¨®n idealizada de un Oriente parsimonioso, centrado en el momento presente en lugar del siguiente, como el ejemplo a emular para salir de la vor¨¢gine capitalista occidental, tiene en frases como la atribuida a Gandhi su fundamento. Vivir despacio, saboreando y agradeciendo cada instante, resulta un concepto sumamente atractivo para todo aquel que se siente atrapado por las exigencias de un modo de vida en exceso veloz. Sin embargo, conviene distinguir entre la elecci¨®n individual y consciente de ese vivir m¨¢s lentamente y su imposici¨®n desigual sobre la poblaci¨®n a golpe de penalidades. Interiorizar la mesura y la paciencia lleva su tiempo. Habr¨¢ quien diga que carecemos de ese tiempo y que no queda m¨¢s remedio que forzar a la mayor¨ªa de occidentales, por las malas, a llevar una vida m¨¢s lenta y frugal.