Aquella guerra
Ten¨ªa dos hermanos, uno en cada l¨ªnea del frente. A?adi¨® que se quer¨ªan mucho, lo cual no les impedir¨ªa acribillarse a balazos
El otro d¨ªa tuve un encuentro donde yo me s¨¦ con un escritor espa?ol de cuyas obras dan cumplida cuenta los manuales de literatura. No somos contempor¨¢neos. De hecho, ¨¦l ya disfrutaba de la paz de su pante¨®n cuando yo nac¨ª. Su voz, sus gestos, su manera de agarrar la taza, me eran por completo desconocidos, no as¨ª sus libros, que hoy tienen valor de cl¨¢sicos y se publican con estudios introductorios en colecciones populares. El caso es que el hombre estaba preocupado. ?Qu¨¦ le pasa a usted? En el curso del di¨¢logo averiguamos que para ¨¦l corr¨ªa ...
El otro d¨ªa tuve un encuentro donde yo me s¨¦ con un escritor espa?ol de cuyas obras dan cumplida cuenta los manuales de literatura. No somos contempor¨¢neos. De hecho, ¨¦l ya disfrutaba de la paz de su pante¨®n cuando yo nac¨ª. Su voz, sus gestos, su manera de agarrar la taza, me eran por completo desconocidos, no as¨ª sus libros, que hoy tienen valor de cl¨¢sicos y se publican con estudios introductorios en colecciones populares. El caso es que el hombre estaba preocupado. ?Qu¨¦ le pasa a usted? En el curso del di¨¢logo averiguamos que para ¨¦l corr¨ªa el verano de 1936; para m¨ª, el tedioso y t¨®rrido de 2022.
No pod¨ªa dormir, me dijo, desde el estallido, d¨ªas antes, de la guerra. Ten¨ªa dos hermanos, uno en cada l¨ªnea del frente. A?adi¨® que se quer¨ªan mucho, lo cual no les impedir¨ªa acribillarse a balazos. Me pidi¨® que lo sacara de dudas desde el futuro remoto, para ¨¦l inalcanzable, que es mi presente. Le expliqu¨¦ cu¨¢l era la conformaci¨®n de los bandos, tambi¨¦n la duraci¨®n y el desenlace de la contienda, que ser¨¢ cruenta en extremo. Me suplic¨® que lo ayudase a vencer la indecisi¨®n que lo torturaba. Como el resto de los espa?oles de su tiempo, se ve¨ªa constre?ido a pronunciarse por la Rep¨²blica o por la sublevaci¨®n, dudando entre el instinto de salvar la vida y la fidelidad a sus convicciones, cercanas al bando que yo le dije saldr¨ªa derrotado. Pues ver¨¢, si es usted Federico Garc¨ªa Lorca, lo fusilar¨¢n los unos en Granada; si es Pedro Mu?oz Seca, los otros en un descampado de Paracuellos. Caben, por supuesto, otras opciones. Puede usted elegir la prolongada miseria de la c¨¢rcel, la amargura del exilio, la resignaci¨®n silenciosa o la verg¨¹enza de haber vencido en una disputa fratricida. Haga lo que haga, le dije en conclusi¨®n, lo va a tener usted harto dif¨ªcil, a menos que viva cinco o seis siglos, para merecer el juicio imparcial de sus compatriotas.