El Mercedes y el quiosquero
La beligerancia que no cesa en las redes contrasta con las relaciones cotidianas, menos sectarias, m¨¢s humanas
Ten¨ªa que escribir de Twitter, pero de pronto un Mercedes se par¨® en la acera de enfrente, en una zona de carga y descarga. Era azul oscuro, reluciente, y de ¨¦l se baj¨® un se?or mayor, muy mayor, que tuvo que ayudarse de un bast¨®n para salir del asiento del conductor. Puso los intermitentes de emergencia y se dirigi¨® a un quiosco de prensa con el toldo rojo. Las personas, por lo general de edad, que a esa hora de la ma?ana esper¨¢bamos el autob¨²s 146 en la calle de Alcal¨¢, casi a la altura de Ventas, justo al lado de una sucursal de La Caixa siempre atestada, nos quedamos mirando la escena con ...
Ten¨ªa que escribir de Twitter, pero de pronto un Mercedes se par¨® en la acera de enfrente, en una zona de carga y descarga. Era azul oscuro, reluciente, y de ¨¦l se baj¨® un se?or mayor, muy mayor, que tuvo que ayudarse de un bast¨®n para salir del asiento del conductor. Puso los intermitentes de emergencia y se dirigi¨® a un quiosco de prensa con el toldo rojo. Las personas, por lo general de edad, que a esa hora de la ma?ana esper¨¢bamos el autob¨²s 146 en la calle de Alcal¨¢, casi a la altura de Ventas, justo al lado de una sucursal de La Caixa siempre atestada, nos quedamos mirando la escena con atenci¨®n. Y cuando, unos minutos despu¨¦s, el se?or del Mercedes regres¨® a su veh¨ªculo con el diario Abc en una mano y la garrota en la otra, surgi¨® una tertulia improvisada entre desconocidos.
¡ªMe parece a m¨ª ¡ªdijo una se?ora¡ª que ese hombre ya no est¨¢ en condiciones de conducir.
¡ªPero mire usted qu¨¦ bien se las ha apa?ado, y con qu¨¦ tranquilidad ¡ªrespondi¨® otra.
¡ªY vaya Mercedes¡ ¡ªterci¨® un tercero, dejando los puntos suspensivos al libre albedr¨ªo del resto.
La tertulia sigui¨® una vez dentro del autob¨²s, siempre en t¨¦rminos correctos, y uno, que segu¨ªa teniendo en la cabeza la columna de Twitter, pens¨®: vaya diferencia. A nadie se le ha ocurrido poner el grito en el cielo porque el se?or mayor haya aparcado en zona prohibida, ni porque el Mercedes ¡ªese viejo s¨ªmbolo de la ostentaci¨®n patria, orgullo de toreros y terratenientes¡ª haya usurpado el lugar de las sufridas furgonetas de reparto. Unos minutos antes, Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores de Podemos, se hab¨ªa despertado levantisco y publicado un tuit en el que coloca en la misma balanza a Rusia y a Ucrania, a Putin y a Zelenski, a las bombas que en ese momento estaban hiriendo a la poblaci¨®n en el centro de Kiev y al ej¨¦rcito de un pa¨ªs invadido. Pero lo peor no era el tuit inoportuno ¡ªsobre todo para los suyos¡ª de Monedero, sino la constataci¨®n de que la polarizaci¨®n es tal que da igual lo que digan los l¨ªderes respectivos del cotarro, por disparatado que resulte.
Es costumbre espa?ola no dudar jam¨¢s de los nuestros ni conceder un respiro al adversario. La prueba se sirvi¨® en directo. La presidenta de la Comunidad de Madrid acudi¨® a una tele amiga y reconoci¨® ¡ªno se sabe si queriendo o porque se hizo un l¨ªo¡ª que el ¡°mando ¨²nico¡± de las residencias de Madrid lo tuvo ella y no Pablo Iglesias, incluso a?adi¨®: ¡°No puedo sentirme orgullosa¡±. Pero no hay cuidado. ¡°Los que llevan dos a?os y medio agarrados a la brocha y ahora se han quedado colgados¡±, escribi¨® en su cuenta de Twitter Alberto Moyano, ¡°intentar¨¢n convencerla de que no, de que la gesti¨®n era cosa de Iglesias. La mezcla de fan¨¢ticos e idiotas, que prolifera¡±.
As¨ª que, de regreso en el 146, y ya que en Twitter la guerra de forofos segu¨ªa empatada, decid¨ª indagar. Algo me hac¨ªa suponer que aquella escena que a los aburridos pasajeros de la marquesina nos hab¨ªa llamado la atenci¨®n no era casual. Y, en efecto, no lo era. Cada d¨ªa, desde hace a?os, el se?or del Mercedes ¡ªun antiguo trabajador del barrio al que le fue bien en su oficio¡ª se acerca al quiosco del n¨²mero 236 de la calle de Alcal¨¢ a por su ejemplar de Abc. En esos dos minutos, achaques para arriba y achaques para abajo, la garrota siempre en la mano derecha, el peri¨®dico pegado al pecho con la izquierda, hay algo m¨¢s que una costumbre. Es un rito. El encuentro con el quiosquero, un se?or amable que le pregunta por su salud, que lo conoce desde siempre, que tambi¨¦n es un superviviente de un negocio que va a menos, pero que all¨ª est¨¢, cada ma?ana, testigo del tiempo.