Jes¨²s Quintero: el hombre que falt¨® a la cita
Esa noche, el periodista dej¨® una nota en el hotel: nos esperaba en las ruinas de Santiponce. Fuimos. Y ¨¦l no apareci¨®
Corr¨ªan los ochenta. Yo ten¨ªa 16, viv¨ªa en una ciudad peque?a de la Argentina. Una noche escuch¨¦ en la radio a un espa?ol de voz extraordinaria entrevistando a un exlegionario. El hombre preguntaba con lujuria y con impunidad, haciendo silencios portentosos. Me qued¨¦ escuchando hasta tarde. Lo segu¨ª durante a?os. Una vez empez¨® as¨ª la entrevista con un dealer: ¡°La coca es mala pa la sexualidad, ?no?¡±. Cuando cumpl¨ª 20, le dije a mi padre: ¡°Vamos a Sevilla¡±, la ciudad desde la que el ...
Corr¨ªan los ochenta. Yo ten¨ªa 16, viv¨ªa en una ciudad peque?a de la Argentina. Una noche escuch¨¦ en la radio a un espa?ol de voz extraordinaria entrevistando a un exlegionario. El hombre preguntaba con lujuria y con impunidad, haciendo silencios portentosos. Me qued¨¦ escuchando hasta tarde. Lo segu¨ª durante a?os. Una vez empez¨® as¨ª la entrevista con un dealer: ¡°La coca es mala pa la sexualidad, ?no?¡±. Cuando cumpl¨ª 20, le dije a mi padre: ¡°Vamos a Sevilla¡±, la ciudad desde la que el hombre hac¨ªa su programa en la Cadena Ser. Yo hab¨ªa dise?ado un mapa a partir de cosas que ¨¦l hab¨ªa mencionado: la plaza cerca de su casa, el bar. Sab¨ªa d¨®nde encontrarlo. Mi padre dijo: ¡°Vamos¡±. Llegamos a Sevilla desde Buenos Aires. En el hotel pregunt¨¦ si conoc¨ªan la casa de Jes¨²s Quintero, El Loco de la Colina, el hombre del programa. Me dijeron: ¡°Es al lado¡±. Escrib¨ª una esquela: ven¨ªa de lejos, quer¨ªa conocerlo. La deslic¨¦ en su buz¨®n. Hab¨ªa visto fotos suyas: capotes largos, rulos de peluquer¨ªa. Cursi. Pero quer¨ªa decirle cosas. Esa noche, Quintero dej¨® una nota en el hotel: nos esperaba en las ruinas de Santiponce. Fuimos. Y ¨¦l no apareci¨®. Pas¨® mucho desde entonces. Hubo viajes, vasos, besos, algo de da?o. Me hice periodista. Un d¨ªa, Quintero lleg¨® a Buenos Aires y lo entrevist¨¦. Me cit¨® en un bar feo, muy caro. No le dije que, a?os atr¨¢s, hab¨ªa ido tras sus pasos. Pero deb¨ª decirle que su insolencia me insufl¨® coraje. Que su locura me llev¨® a un sitio donde todo pod¨ªa ser embestido, aniquilado, vuelto a construir. Que hubo noches en las que hizo que me sintiera m¨¢s grande que yo misma. No le dije nada. Cuando supe de su muerte, hace semanas, hac¨ªa a?os que no pensaba en ¨¦l. Fue sabio al no ir a Santiponce. Aquella noche, mi padre y yo nos emborrachamos. Cuando me dej¨® en mi cuarto, me dijo: ¡°Hay que mantenerse alejado de lo que uno admira. Es por respeto¡±. Para todo lo dem¨¢s est¨¢ el amor. Y no era el caso.