Jugar, la extraescolar esencial
Hoy percibo a mi alrededor una obsesi¨®n enfermiza por preparar a los ni?os para la gran competici¨®n futura en el mercado laboral.
Mi madre siempre estaba esper¨¢ndome asomada a la ventana. Una vez que me ve¨ªa venir por la acera de mi calle andando con las amigas dejaba su puesto de guardia. Mi madre nunca fue a buscarme a la puerta de la escuela, ni mi madre ni ninguna. Sal¨ªamos en tromba, como una corriente salvaje, y nos ¨ªbamos derechos a la panader¨ªa; all¨ª d¨¢bamos cuenta de los donuts, los bucaneros y los tigretones. Por el camino nos ¨ªbamos encontrando y mezclando con chavales de otros colegios. Las calles de aquel barrio construido en los a?os sesenta se convert¨ªan en arterias donde la sangre infantil flu¨ªa gritona y...
Mi madre siempre estaba esper¨¢ndome asomada a la ventana. Una vez que me ve¨ªa venir por la acera de mi calle andando con las amigas dejaba su puesto de guardia. Mi madre nunca fue a buscarme a la puerta de la escuela, ni mi madre ni ninguna. Sal¨ªamos en tromba, como una corriente salvaje, y nos ¨ªbamos derechos a la panader¨ªa; all¨ª d¨¢bamos cuenta de los donuts, los bucaneros y los tigretones. Por el camino nos ¨ªbamos encontrando y mezclando con chavales de otros colegios. Las calles de aquel barrio construido en los a?os sesenta se convert¨ªan en arterias donde la sangre infantil flu¨ªa gritona y bulliciosa. Al llegar a casa, siempre con alguna amiga, nos esperaban los payasos de la tele. Cant¨¢bamos a grito pelado las canciones y luego nos enfrent¨¢bamos a los deberes, que rellen¨¢bamos con desgana. Sin ¨¢nimo de idealizaci¨®n del pasado, no recuerdo que estuvi¨¦ramos comidos por la ansiedad, desde luego la palabra estr¨¦s no exist¨ªa, en parte porque siempre cont¨¢bamos con horas para el juego. Las tardes se desarrollaban en el descampado cercano y supon¨ªa un alivio para las madres que, a pesar de amarnos por encima de su propia vida, estaban muy hartas de nosotros y celebraban la vuelta al colegio despu¨¦s de las vacaciones con una alegr¨ªa no disimulada. Mi madre comentaba con otras madres de la escalera lo felices que iban a ser a cuenta de nuestra ausencia. Los ni?os escuch¨¢bamos frases crudas de boca de nuestras madres, pero no se nos hubiera ocurrido atormentarnos por ello, al contrario, eso propiciaba nuestra independencia porque sab¨ªamos que las dej¨¢bamos en paz, enfrascadas en una novela o haciendo manualidades con la vecina.
Y luego vinimos las madres de los ochenta. Hoy tenemos fama de haber sido desnaturalizadas, desastrosas, negligentes. De no haber renunciado a nada por ser madres, de dejar a los ni?os con cualquiera y vigilar sus juegos desde el chiringuito del parque, eso s¨ª, rastreando el terreno nada m¨¢s llegar para barrer de jeringuillas los setos. Una vez hecha esa labor de limpieza tan propia de la ¨¦poca, lo nuestro era sentarnos en la terraza del parque tomando ca?as con otras desnaturalizadas y fumeteando Fortuna sin parar. Con frecuencia, esas reuniones maternas, a las que iban uni¨¦ndose padres que se met¨ªan la corbata en el bolsillo, se alargaban y con unas malas tapas ya d¨¢bamos a los ni?os por cenados. Hab¨ªa algo que nos un¨ªa a nuestras madres, en casi todo tan diferentes a nosotras: se respiraba despreocupaci¨®n, menos teor¨ªa psicopedag¨®gica y aunque la culpa ya hab¨ªa empezado a popularizarse, provocaba menos da?o que ahora. Tambi¨¦n el d¨ªa a d¨ªa era m¨¢s sencillo porque nuestros ni?os iban a colegios del barrio, cercanos a las casas, eran raras las rutas hacia fabulosos centros del extrarradio. En definitiva, la vida de nuestras criaturas transcurr¨ªa a no m¨¢s de quince minutos de su casa y a pie. Debo decir que esos hijos de negligentes madres ochenteras no nos han salido tan mal. Gozaron todav¨ªa de la libertad de anta?o y han sido las crisis econ¨®micas las que los han golpeado. Tal vez por ello es una generaci¨®n atenazada por la nostalgia hacia esa infancia en la que lo tuvieron todo.
Hoy percibo a mi alrededor una obsesi¨®n enfermiza por preparar a los ni?os para la gran competici¨®n futura en el mercado laboral. Fue algo de lo que o¨ª por vez primera en Estados Unidos y que me resultaba asombroso: ni?os en la casilla de salida desde preescolar. Siempre ocupados como ejecutivos con las materias extraescolares. Ahora, los que llevan a sus cr¨ªos a la p¨²blica tratan de compensar alguna carencia del sistema, y los que los llevan a los concertados intentan distinguirlos de la media. Se dir¨ªa que se les prepara para padecer ansiedad y aislamiento en la adolescencia. Esas criaturas, inmersas a tierna edad en la crudeza del mercado, andan desasistidas de la estabilidad emocional que proporciona el juego, la extraescolar esencial para la vida.