Recesi¨®n a lo grande: cr¨®nica de los 10 a?os de crisis que cambiaron el mundo
El 15-S de 2008 fue la versi¨®n moderna del ¡®crash¡¯ del 29, y sus efectos persisten
El capitalismo sin quiebra es como el cristianismo sin infierno. La destrucci¨®n creativa que proporciona el verbo quebrar es una de las varitas m¨¢gicas del sistema: quiebran los individuos, quiebran las empresas, quiebran hasta los pa¨ªses y de esa manera se supone ¡ªse supone¡ª que la econom¨ªa se regenera, se purifica, exp¨ªa sus pecados y es capaz de seguir adelante. Esa regla de oro vale para todos los agentes econ¨®micos. Con una sonora excepci¨®n: los grandes bancos, algo as¨ª como el aparato circulatorio de la econom¨ªa global.
Se cumplen 10 a?os del peor momento de la Gran Recesi¨®n: en la ¨²nica circunstancia en la que el sistema aplic¨® de veras su m¨¢xima, que cada palo aguante su vela, el Tesoro de Estados Unidos y la Reserva Federal dejaron caer a Lehman Brothers, el cuarto banco de inversi¨®n norteamericano. A partir de ese momento todo pareci¨® posible. La destrucci¨®n tuvo muy poco de creativa cuando el miedo se convirti¨® en p¨¢nico y la capacidad autodestructiva de las finanzas sacudi¨® el coraz¨®n del sistema, Wall Street, y amenaz¨® con llev¨¢rselo todo, absolutamente todo, por delante. El 15-S de 2008 ha sido, poco m¨¢s o menos, nuestra versi¨®n del crack de1929; sus consecuencias siguen con nosotros y, de muchas maneras, marcar¨¢n para siempre nuestras vidas.
"Nueva York y el sistema financiero: densidad, inmensidad, complejidad", escrib¨ªa este reportero con caligraf¨ªa apresurada en un cuaderno reci¨¦n estrenado el d¨ªa despu¨¦s del 15-S, en pleno momento Lehman, frente a la sede de ese banco-pesadilla y junto a un fot¨®grafo de un tabloide que mont¨® guardia durante d¨ªas para ver si alg¨²n banquero acababa tir¨¢ndose por la ventana. Cada calamidad econ¨®mica deja una imagen impactante: en 1929 s¨ª saltaron al vac¨ªo los ejecutivos desde sus despachos; en esta crisis, en cambio, los banqueros de las entidades quebradas se han llevado suculentas indemnizaciones y el suicidio m¨¢s sonoro fue muy diferente: el de un pensionista griego abocado a la miseria.
Junto con las im¨¢genes ic¨®nicas, cada una de las grandes crisis provoc¨® en su d¨ªa enormes cambios: la de 1929 y la posterior guerra mundial alumbr¨® el keynesianismo, una fuerte regulaci¨®n financiera y 30 a?os gloriosos de fuerte crecimiento; la estanflaci¨®n de los setenta acab¨® con Keynes y deriv¨® en la contrarrevoluci¨®n conservadora. La Gran Recesi¨®n puede leerse como un fracaso devastador del libre mercado, y aun as¨ª casi nada ha cambiado: Wall Street sigue siendo "densidad, inmensidad, complejidad", los mismos viejos vicios de la econom¨ªa siguen vigentes y, en todo caso, la crisis ha sido un extraordinario catalizador para uno de las grandes preocupaciones de estos tiempos, el auge imparable del populismo. Quiz¨¢ la quiebra, en fin, haya llegado en la aparentemente indestructible democracia liberal, que durante tantas d¨¦cadas protagoniz¨® un supuesto fin de la historia y pareci¨® inseparable del capitalismo.
Pero que los hechos hablen por s¨ª mismos, que dir¨ªa el gran Alejandro Bola?os, uno de los m¨¢s brillantes cronistas de esta crisis: las horas posteriores a la quiebra de Lehman fueron un aut¨¦ntico caos en el n¨²mero 745 de la S¨¦ptima Avenida, a un paso de Central Park, en pleno Manhattan. "Un revoltijo de limusinas, unidades m¨®viles y guardas de seguridad giran alrededor de decenas ejecutivos reci¨¦n despedidos", puede leerse en la citada libreta del estupefacto enviado especial. No hab¨ªa en el mundo banqueros m¨¢s arrogantes y despiadados que los de Lehman Brothers: de ah¨ª la potencia visual de esas im¨¢genes, esa cola de j¨®venes financieros cabizbajos llev¨¢ndose sus pertenencias en cajas de cart¨®n. Ese 15-S se abri¨® la caja de Pandora: "Estuvimos extremadamente cerca de un colapso financiero global", ha escrito Ben Bernanke, expresidente de la Fed (el banco central estadounidense) y una de las personalidades fundamentales en la gesti¨®n de aquel caos. La respuesta fue, b¨¢sicamente, no volver a dejar caer a nadie m¨¢s: "Si no se afloja la pasta, todo podr¨ªa irse al infierno", advirti¨® el 24 de septiembre, apenas nueve d¨ªas despu¨¦s, un cariacontecido George W. Bush, supuesto ap¨®stol del libre mercado y a la saz¨®n presidente de los Estados Unidos.
Porque despu¨¦s de Lehman las finanzas volvieron al cristianismo sin infierno: el gigante asegurador American International Group (AIG) fue nacionalizado; Merrill Lynch, el corredor de Bolsa m¨¢s famoso de EE UU, evit¨® el colapso vendi¨¦ndose a s¨ª mismo a Bank of America (con montones de dinero p¨²blico, c¨®mo no, de por medio); Goldman Sachs y Morgan Stanley, los supuestos amos del universo, se convirtieron en bancos regulados por la Fed para poder acceder a las garant¨ªas p¨²blicas; el p¨¢nico alcanz¨® el mercado de fondos monetarios, con una fuga de capitales que precipit¨® la congelaci¨®n del mercado interbancario internacional; la caja de ahorros m¨¢s grande de Estados Unidos, Washington Mutual, y el cuarto banco m¨¢s grande del pa¨ªs, Wachovia, se estrellaron envueltos en llamas y fueron adquiridos por una miseria por el Estado; el secretario del Tesoro, Hank Paulson se puso ¨Cliteralmente¡ª de rodillas ante el Congreso para activar un bazuka de 700.000 millones de d¨®lares, al que le siguieron est¨ªmulos fiscales y fuertes inyecciones de dinero p¨²blico en la banca en todo el mundo. Nadie hab¨ªa visto nada parecido. Aquel trimestre del diablo, el ¨²ltimo de 2008, estuvo plagado de nacionalizaciones bancarias practicadas en EE UU por un Gobierno (el de Bush) plagado de pol¨ªticos e ide¨®logos neocons, enemigos ac¨¦rrimos de la regulaci¨®n y de la presencia del sector p¨²blico en la econom¨ªa. Lo mismo hizo la Europa de Angela Merkel, que despu¨¦s de salvar a los bancos y tras un breve interludio de keynesianismo decret¨® recortes y austeridad a una Europa en la que estuvo a punto de reventar el euro tras una gesti¨®n de la crisis insuperablemente mediocre. A algunos rincones, como Espa?a, la crisis lleg¨® con retraso: la burbuja inmobiliaria explot¨® a c¨¢mara lenta, pero se llev¨® por delante la mitad del sistema financiero, oblig¨® a pedir un rescate y dej¨® a la econom¨ªa espa?ola en medio de una crisis oce¨¢nica ¨Cno solo econ¨®mica¡ª de la que solo ahora saca la cabeza, y a duras penas.
Los booms especulativos y las crisis han sido recurrentes a lo largo de la historia. En 1630, los comerciantes holandeses presionaron sobre los precios de los tulipanes hasta tal punto que un bulbo lleg¨® a valer tanto como una casa. Un siglo m¨¢s tarde, la flor y nata de la sociedad inglesa particip¨® en la burbuja de la Compa?¨ªa de los Mares del Sur (Isaac Newton: "Puedo calcular el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente", afirm¨® despu¨¦s de perder hasta la camisa). En 1840, la fiebre por los ferrocarriles se apoder¨® del imaginario p¨²blico y termin¨® en una casta?a fenomenal; en 1929, la burbuja burs¨¢til y de la tierra acab¨® en el crack de Wall Street y la Gran Depresi¨®n: a las heridas econ¨®micas se sum¨® el ascenso de los extremismos pol¨ªticos que acabaron en la Segunda Guerra Mundial ¡ªy ojo porque alg¨²n historiador hace exactamente este paralelismo con la crisis actual, y no sin motivos¡ª. Pero el ¨²ltimo episodio es sencillamente brutal: una superburbuja de casi 60 a?os hinchada a base de cr¨¦dito, de deuda, en la que cada vez que el sistema financiero se met¨ªa en problemas aparec¨ªan los bancos centrales con nuevas f¨®rmulas para estimular la econom¨ªa. Esa superburbuja se le acab¨® escapando de las manos al sistema cuando las innovaciones financieras ¨Csubprime, derivados, CDO, CDS y dem¨¢s jerga imposible¡ª se complicaron tanto que las autoridades ya no parec¨ªan capaces de calcular los riesgos de los propios bancos.
"Que el se?or bendiga este puto timo", dec¨ªa un correo electr¨®nico de un ejecutivo de Standard & Poor's destapado en una investigaci¨®n del Congreso de EE UU para describir esas pr¨¢cticas. Porque el timo fue colosal: como en una versi¨®n moderna de aquel cuento infantil, los grandes bancos se dedicaron a amasar enormes cantidades de paja (pr¨¦stamos hipotecarios de alto riesgo suscritos por pobres, inmigrantes y desempleados), la tej¨ªan en una rueca algor¨ªtmica e industrial y acababan convirti¨¦ndola en oro (t¨ªtulos financieros con la m¨¢xima calificaci¨®n de solvencia), seg¨²n describe Matt Taibi en Cleptop¨ªa. Para ello empleaban una t¨¦cnica supuestamente prodigiosa denominada titulizaci¨®n, que permit¨ªa ¨Cy permite: nada ha cambiado¡ª hacerse con hipotecas basura y convertirlas por arte de magia en inversiones aparentemente tan seguras como la deuda de Microsoft o los bonos alemanes, pero m¨¢s lucrativos que ambos.
Hasta que un d¨ªa esa magia se esfum¨®. A partir de septiembre de 2008, todo lo que pod¨ªa ir mal fue mal porque, al cabo, "el sistema financiero est¨¢ plagado de dogmas falsos, malentendidos e ideas equivocadas: los mercados, dejados a su aire, no tienden al equilibrio sino a hinchar burbujas", ha dejado dicho George Soros, unos de los m¨¢s grandes especuladores de los ¨²ltimos siglos. "La relaci¨®n incestuosa entre las autoridades y sus bancos acab¨® explotando", apunta Soros en La tormenta financiera. El resultado fue la crisis m¨¢s grave desde la II Guerra Mundial.
"Cuando pare la m¨²sica, las cosas se complicar¨¢n. Pero mientras la m¨²sica siga sonando, hay que levantarse y bailar; por ahora, en ello estamos", dec¨ªa en julio de 2007 Chuck Prince, el entonces consejero delegado de Citigroup. A mediados de la pasada d¨¦cada, el sistema hab¨ªa creado un intrincado castillo de naipes financiero, una construcci¨®n enormemente compleja pero tambi¨¦n enormemente fr¨¢gil. Y la m¨²sica dej¨® de sonar de sopet¨®n, por sorpresa, sin que pr¨¢cticamente ning¨²n economista viera venir el silencio (hasta el punto que se hizo c¨¦lebre la pregunta de la Reina de Inglaterra a la flor y nata de la profesi¨®n: "?Por qu¨¦ nadie lo vio venir?"). El despertador no son¨® verdaderamente hasta el 9 de agosto de 2007, cuando BNP Paribas, un enorme banco franc¨¦s, prohibi¨® la retirada de capital de tres de sus fondos que hab¨ªan invertido en subprime, las hoy d¨ªa celeb¨¦rrimas hipotecas basura estadounidenses. Una vez sembrada la duda, el mercado inmobiliario norteamericano inici¨® un desplome a c¨¢mara lenta: empez¨® a bajar la marea, y con ella empez¨® a verse qui¨¦n hab¨ªa estado nadando desnudo, seg¨²n la feliz imagen del inversor Warren Buffett para describir ese l¨ªo.
Tras los fondos de BNP, ese rey desnudo result¨® ser Bear Stearns, un banco de inversi¨®n de EE UU. Los mercados empezaron a oler sangre, a buscar al ant¨ªlope m¨¢s lento, y Bear Stearns, empez¨® a experimentar problemas de liquidez en marzo de aquel fat¨ªdico 2008. Lo siguiente fue pura profec¨ªa autocumplida: cuando los mercados creen que algo va a suceder, acaba sucediendo indefectiblemente. Bear hizo aguas en apenas unos d¨ªas. La Reserva Federal busc¨® un comprador, J.P. Morgan, y accedi¨® a hacerse cargo de casi 30.000 millones en activos t¨®xicos: un rescate en toda regla que despert¨® las iras de los ayatol¨¢s del riesgo moral. Ese rescate fue tildado de "socialismo" por los republicanos estadounidenses, que ni siquiera imaginaban lo que estaba a punto de llegar. Tras Bear Stearns, el Tesoro tuvo que gastar miles de millones en Fannie Mae y Freddie Mac: "Lo m¨¢s importante era salvarles el culo", ha escrito Hank Paulson en sus po¨¦ticas memorias. Y, por fin, la siguiente v¨ªctima: Lehman. El apocalipsis casis siempre defrauda a sus profetas, pero la lluvia radiactiva provocada por la bancarrota de Lehman fue infinitamente peor de lo que se preve¨ªa: tras intentar vender la entidad a un banco coreano y a Bank of America, el Gobierno estadounidense y la c¨²pula de Lehman iniciaron un interminable romance con el grupo brit¨¢nico Barclays. Al final, esa boda se fue al traste porque el Tesoro estadounidense decidi¨® no acudir al rescate con dinero p¨²blico: en medio de una crisis, un banco solo suele comprar otro banco si el Gobierno de turno saca la chequera, como los espa?oles pudieron comprobar con el Popular. En el caso de Lehman, hubieran hecho falta apenas 50.000 o 60.000 millones para evitar la bancarrota, seg¨²n los c¨¢lculos de por aquel entonces de un ejecutivo espa?ol de Lehman que despu¨¦s fue ministro y hasta banquero central europeo.
Pero no: no hubo rescate de Lehman. Por el dichoso riesgo moral. Porque se supon¨ªa que ese banco estaba menos interconectado al sistema financiero internacional que otras entidades. Y porque seis meses despu¨¦s de Bear tambi¨¦n se supon¨ªa (el condicional es casi siempre una pulcra maniobra de distracci¨®n cuanto se trata de bancos) que los mercados "hab¨ªan tenido tiempo suficiente para prepararse", seg¨²n asegur¨® Bernanke ante el Congreso de EE UU.
El error de c¨¢lculo fue may¨²sculo. El mercado se hab¨ªa hecho a la idea de que nadie iba a quebrar: los inversores cre¨ªan que los Estados no iban a permitirlo. Ese relato se hizo a?icos con Lehman Brothers. Pero el citado que cada palo aguante su vela dur¨® apenas unas horas: los rescates volvieron pr¨¢cticamente de inmediato. Dio igual; para entonces, la confianza ya se hab¨ªa deshecho como un azucarillo. El resto es historia: al margen de las consecuencias en EE UU, la crisis se hizo global con Lehman. El caos no se limit¨® a Estados Unidos. Al poco llegaron Fortis, Dexia, Hypo, los bancos irlandeses, Islandia entera: los Gobiernos, por necesidad, intervinieron de la ¨²nica forma posible para minimizar los da?os inmediatos garantizando de forma efectiva todo el riesgo. Los m¨¢s d¨¦biles quebraron. En la eurozona, a¨²n hoy mal equipada para las crisis, los socios del euro se vieron obligados a rescatar a media docena de Estados arrastrados por su sistema financiero (salvo en el caso griego, la ¨²nica crisis fiscal de campeonato que no fue provocada por la banca sino por un d¨¦ficit jupiterino maquillado durante lustros).
La tormenta perfecta dur¨® hasta bien entrado octubre de 2008: hasta que los ministros de Finanzas del G7 y el G20 formularon un compromiso inequ¨ªvoco para impedir la quiebra de las instituciones financieras sist¨¦micas. No m¨¢s Lehmans, fue la consigna: en ¨²ltima instancia, a pesar del triunfo de los ap¨®stoles del libre mercado, solo la intervenci¨®n decisiva y globalmente coordinada de los Gobiernos y los bancos centrales detuvo el p¨¢nico. A pesar de eso, los paradigmas han cambiado poco o nada en las procelosas aguas de la pol¨ªtica econ¨®mica: los sintagmas m¨¢gicas preferidos por las autoridades en Europa eran y son austeridad expansiva (sea lo que sea eso) y reformas estructurales. Los estadounidenses leyeron mejor a Keynes y pol¨ªtica fiscal y fueron m¨¢s audaces con la pol¨ªtica monetaria. Europa sufri¨® mucho m¨¢s: el BCE lleg¨® tarde y Berl¨ªn impuso una camisa de fuerza fiscal que ha alargado mucho la crisis.
Tim Geithner, exsecretario del Tesoro de EE UU, apunta en su resumen de la Gran Recesi¨®n que la incertidumbre "es el coraz¨®n de las crisis financieras". "Y las crisis no acaban sin los Gobiernos asumiendo los riesgos que los inversores privados no quieren, sacando la cat¨¢strofe de encima de la mesa". Las crisis financieras son crisis de confianza cuando un pa¨ªs no puede pagar su deuda o un banco no puede devolver los dep¨®sitos en ventanilla. "Cuando el miedo se convierte en p¨¢nico, se acab¨®", sostiene Geithner; "la ¨²nica soluci¨®n, en esos casos, es que el sector p¨²blico asuma riesgos". Y eso es lo que hicieron los Gobiernos (en el G20) y los bancos centrales, especialmente en EE UU.
Estados Unidos aplic¨® la doctrina Geithner del anterior p¨¢rrafo. Pero pese a ese activismo la Gran Recesi¨®n se convirti¨® en un trasunto de La Metamorfosis de Kafka. Fue una crisis de mil caras: financiera, econ¨®mica, social, de deuda, estadounidense, europea, de empleo, pol¨ªtica, migratoria, de todo tipo. Para detenerla, los l¨ªderes mundiales prometieron poco menos que una refundaci¨®n del capitalismo; la prioridad era embridar el sistema financiero. Y en este punto es casi obligado acordarse de Philip Marlowe, el famoso detective de las novelas de Raymond Chandler que, tras flirtear con una bell¨ªsima mujer, llega a un punto en el que se dice a s¨ª mismo: "El siguiente paso estaba cantado, as¨ª que no lo di". No hubo tal refundaci¨®n: "El sistema financiero actual es tan peligroso y fr¨¢gil como el que llev¨® a la crisis", asegura Martin Hellwig, del Max Planck Institute. Rilke admiraba la sutileza del mar, capaz de crear continentes retir¨¢ndose. Pero la banca no sabe retirarse, y ni los Gobiernos ni los supervisores ni los reguladores han conseguido que esa retirada se produzca. "Todo el edificio intelectual" del libre mercado, las expectativas racionales y los mercados perfectos "se hundi¨®", reconoci¨® en su d¨ªa Alan Greenspan, el todopoderoso expresidente de la Fed.
Y nadie supo ponerle el cascabel al gato: el lobby financiero (con 2.000 expertos en Washington y casi 1.500 en Bruselas, nada menos) ha impedido reformar de veras las finanzas. Los rescates eran la estrategia correcta a corto plazo y la estrategia equivocada a largo plazo: Estados Unidos y Europa han intentado reforzar los colchones de liquidez y capital, y han tratado de que la banca pague por sus desmanes, pero el resultado final es limitado; desesperanzador. No ha habido aut¨¦ntica reforma: "El siguiente paso estaba cantado, as¨ª que no lo di", que dec¨ªa Marlowe.
Lehman, un suministrador de servicios financieros innecesarios mal gestionado, representa el tipo de negocio que deber¨ªa fracasar en una econom¨ªa de mercado que funcione bien, pero Lehman puede volver a suceder: "La banca internacional est¨¢ insuficientemente capitalizada y excesivamente endeudada. Los banqueros siguen cobrando bonus enormes e injustificados. Los bancos centrales les siguen otorgando grandes sumas de dinero a bajos tipos de inter¨¦s. El contribuyente sigue siendo el accionista de ¨²ltimo recurso de los bancos", denuncia John Kay en El dinero de los dem¨¢s, un libro imprescindible en el que justifica "la ira ciudadana contra los banqueros y los pol¨ªticos que les han protegido" y vaticina "otra gran crisis financiera, porque nada ha cambiado".
Y as¨ª es: nada (o poco) ha cambiado. Los grandes expertos de estos tiempos en los que los economistas son tan necesarios ¨Cporque, seg¨²n Raj Patel, la Gran Recesi¨®n "ha sido la forma de ense?arle al mundo un poco de econom¨ªa", pero el mundo tampoco parece haber aprendido demasiado¡ªsostienen que Lehman fue "m¨¢s una tragedia que una metedura de pata", apunta Martin Wolf en La gran crisis. El modelo de negocio de Lehman era exactamente igual que el de la gran banca actual: emplear tan pocos recursos propios como se pueda; invertir en activos de alto riesgo; prometer una alta rentabilidad sobre recursos propios no ajustada al riesgo; vincular los salarios a los beneficios a corto plazo; asegurarse de que el contribuyente pagar¨¢ la cuenta en caso de cat¨¢strofe; enriquecerse r¨¢pidamente y todo lo que se pueda. Ese es el maravilloso negocio de los banqueros.
La soluci¨®n parece clara: m¨¢s capital y recursos propios, m¨¢s liquidez, m¨¢s control de riesgos, m¨¢s supervisi¨®n, mejor regulaci¨®n. Los economistas coinciden al respecto. Pero no hay forma de ponerle el dichoso cascabel al gato: "La capacidad del sistema financiero para generar complejidad y fragilidad sobrepasa cualquier extremo en cuanto a su alcance, escala y velocidad. Las explosiones y burbujas son formidables en los buenos tiempos (excesiva confianza, que termina en cr¨¦ditos y deudas abultad¨ªsimos junto a comportamientos turbios o abiertamente ilegales) e implosiones en los malos (p¨¢nicos, hundimientos del cr¨¦dito, b¨²squedas de cabezas de turco). No creo que haya peligro inminente, pero me siento inc¨®modo: la regulaci¨®n financiera no se ha reforzado lo suficiente y la pr¨®xima crisis est¨¢ esperando, inquietante, en alg¨²n lugar", advierte Paul De Grauwe, de la London School.
Charles Wyplosz, del Graduate Institute, avisa de que "los bancos, grandes y peque?os, deber¨ªan poder quebrar, y sin embargo la mejor¨ªa de la regulaci¨®n no ha impedido que los bancos sigan meti¨¦ndose en l¨ªos hasta extremos insospechados y que los supervisores no sepan qu¨¦ hacer". Jean Pisani-Ferry, exasesor de Emmanuel Macron, cree que Lehman "ha permitido mejorar las reglas m¨¢s de lo que parece", pero aun as¨ª advierte de que "la incre¨ªble expansi¨®n del sistema financiero no ha sido domesticada, la banca sigue atrayendo demasiados recursos y ofreciendo sueldos rid¨ªculamente elevados, y para m¨¢s inri hay se?ales m¨¢s que preocupantes y nadie se da por aludido".
Algunos de los grandes villanos de estas crisis fueron los m¨¢ximos responsables de los bancos involucrados. James Cayne, de Bear Stearns, era "un ejecutivo indolente y fumador de marihuana que prestaba m¨¢s atenci¨®n al bridge que a su banco" (Y la m¨²sica par¨®, genial libro de Alan Blinder, de Princeton). Y Dick Fuld, el m¨¢ximo responsable de Lehman, era "un hombre intensamente competitivo y enjuto, con ojos hundidos y temperamento inestable" (El valor de actuar, de Bernanke). "Me despierto cada noche pensado en qu¨¦ podr¨ªa haber hecho diferente. ?Qu¨¦ podr¨ªa haber hecho, qu¨¦ podr¨ªa haber dicho? Me he buscado a m¨ª mismo cada noche: miro atr¨¢s en el tiempo, pero pienso que tom¨¦ cada una de esas decisiones con la informaci¨®n que ten¨ªa", dijo Fuld en su lacrim¨®geno testimonio ante el Comit¨¦ de Supervisi¨®n de la C¨¢mara de Representantes, el 6 de octubre de 2008.
Este humilde redactor retrat¨® a Fuld como un tipo "arrogante, est¨²pido y mentecato" en otra de sus libretas, esta vez en uno de los aquelarres previos a la crisis en Davos. Fuld rompi¨® hace poco un silencio que ha durado a?os y, en una conferencia en Manhattan, explic¨® la econom¨ªa no funciona tan bien como los mercados (con Wall Street, de nuevo, en m¨¢ximos hist¨®ricos) parecen sugerir. En ese discurso ante centenares de banqueros, Fuld no enton¨® el m¨¢s m¨ªnimo mea culpa; al contrario, vino a decir que Lehman pod¨ªa haberse salvado con un poco de colaboraci¨®n por parte de las autoridades. Pero dej¨® un aviso a navegantes: "S¨¦ que nadie quiere escuchar esto y menos a¨²n si yo lo digo, pero los ricos se est¨¢n haciendo cada vez m¨¢s ricos y, de nuevo, el coraz¨®n de la econom¨ªa est¨¢ enfermando. Soy un capitalista incondicional, pero seamos justos: el capitalismo solo funciona si la riqueza se crea en la parte superior y despu¨¦s se va filtrando hacia abajo. Si la riqueza no baja, habr¨¢ problemas". No, no es Karl Marx. Ni siquiera Thomas Piketty. Es Dick Fuld, apodado El Gorila, el tipo que cuando llev¨® a la quiebra a Lehman Brothers ganaba 17.000 d¨®lares a la hora. S¨ª, el capitalismo sin quiebra es como el cristianismo sin infierno; pero esa frase no vale para gente como Fuld.
Por tipos como Fuld, en alg¨²n momento de aquel oto?o de hace 10 a?os la civilizaci¨®n pareci¨® haber llegado a su fin, una vez m¨¢s. Pero siempre nos quedar¨¢ Paul Auster: "Parec¨ªa que el mundo estaba a punto de acabarse, pero no se acab¨®".