¡®Revista de Occidente¡¯: cien a?os de cultura global
La publicaci¨®n ejerc¨ªa de puente entre Europa y Am¨¦rica, acercando a los pueblos de habla hispana
Con la ambici¨®n de conocer ¡°por d¨®nde va el mundo¡±, de mostrar ¡°noticias claras y meditadas de lo que se siente, se hace y se padece en el mundo¡±, naci¨® hace cien a?os la Revista de Occidente. Eran los tiempos en que la revoluci¨®n de la f¨ªsica y de la mec¨¢nica cu¨¢ntica ¡ªque hab¨ªa llegado con el comienzo del siglo pasado de la mano de las aportaciones que hicieron Max Planck, Niels Bohr, Ernest Rutherford, Albert Einstein o Werner Heisenberg, entre otros¡ª y de la obra psicoanal¨ªtica de Sigm...
Con la ambici¨®n de conocer ¡°por d¨®nde va el mundo¡±, de mostrar ¡°noticias claras y meditadas de lo que se siente, se hace y se padece en el mundo¡±, naci¨® hace cien a?os la Revista de Occidente. Eran los tiempos en que la revoluci¨®n de la f¨ªsica y de la mec¨¢nica cu¨¢ntica ¡ªque hab¨ªa llegado con el comienzo del siglo pasado de la mano de las aportaciones que hicieron Max Planck, Niels Bohr, Ernest Rutherford, Albert Einstein o Werner Heisenberg, entre otros¡ª y de la obra psicoanal¨ªtica de Sigmund Freud, devinieron en la transformaci¨®n radical de la concepci¨®n moral y filos¨®fica del ser humano contempor¨¢neo.
El fundador de la Revista de Occidente, Jos¨¦ Ortega y Gasset, invocaba entonces a prestar atenci¨®n a los temas ¡°que verdaderamente importan¡±, abordando las cuestiones complejas ¡°con la amplitud y rigor necesarios¡±. Interesaba, por tanto, a ojos del fil¨®sofo, no solo crear conocimiento, sino divulgarlo. Revista de Occidente se ocupaba as¨ª del mundo de las ideas, de las letras, de la ciencia ¡ªen el amplio sentido del t¨¦rmino¡ª, signific¨¢ndolos como se?a de identidad de la cultura occidental.
Junto a las principales figuras de la Edad de Plata espa?ola y a la n¨®mina de figuras iberoamericanas que protagonizaban entonces su propia modernidad (Borges, Reyes, Victoria Ocampo¡), la publicaci¨®n desarroll¨® tambi¨¦n una excepcional labor de traducci¨®n que result¨® esencial para acercar los saberes de la modernidad, europeos y americanos, a los j¨®venes de habla hispana. Entre el aproximadamente centenar de autores que tradujo, recordemos a modo de ejemplo a los fil¨®sofos Max Scheler, Georg Simmel, Bertrand Russell o Edmund Husserl; los f¨ªsicos Hermann Weyl o Hans Reichenbach; los economistas Werner Sombart o Ludwig von Mises; los historiadores Jakob Burkhardt o Johan Huizinga; el dramaturgo Luigi Pirandello; los literatos Rainer Maria Rilke, Paul Val¨¦ry, Joseph Conrad, Frank Kafka, William Faulkner, Waldo Frank, Virginia Woolf o la hispanista francesa Marcelle Auclair, el soci¨®logo Max Weber o el poli¨¦drico Jean Cocteau. Aquel era, en efecto, el camino por el que abortar la decadencia de occidente contra la que alertaban obras exitos¨ªsimas como las de Oswald Spengler o Ludo M. Hartmann, entre otros ¡ªtraducidas, a su vez, la primera para Espasa por el orteguiano Manuel Garc¨ªa Morente y, la segunda, para Revista de Occidente por Margarita Nelken¡ª.
Revista de Occidente ejerc¨ªa as¨ª de puente entre Europa y Am¨¦rica, acercando a los pueblos de habla hispana que, tras vivir de espaldas durante buena parte del siglo XIX, tambi¨¦n recuperaban entonces el fecundo di¨¢logo del pensar compartido a ambas orillas del Atl¨¢ntico. Si Avelino Guti¨¦rrez, a trav¨¦s de su Instituci¨®n Cultural Espa?ola, atrajo a Buenos Aires a buena parte de los protagonistas de aquel momento de esplendor en Espa?a (Men¨¦ndez Pidal, el propio Ortega que, tras su viaje de 1916 no se comprender¨ªa a s¨ª mismo ni a su filosof¨ªa sin su dimensi¨®n americana, Luis Jim¨¦nez de As¨²a o S¨¢nchez Albornoz, entre un largu¨ªsimo etc¨¦tera), los vientos de la Revoluci¨®n mexicana llevaron al Madrid neutral, con ocasi¨®n de la Gran Guerra, a personalidades como el novelista de la revoluci¨®n, Mart¨ªn Luis Guzm¨¢n ¡ªintegrado enseguida en el c¨ªrculo aza?ista¡ª, o el diplom¨¢tico ya citado Alfonso Reyes, que se vincul¨® tambi¨¦n inmediatamente a la esfera orteguiana participando en el diario El Sol, el semanario Espa?a o, claro, la Revista de Occidente desde su primer n¨²mero.
La Guerra Civil espa?ola puso fin a aquella primera etapa de Revista de Occidente que se despidi¨® aquel fat¨ªdico verano de 1936 con un n¨²mero (el 157) que tra¨ªa art¨ªculos, entre otros, del psiquiatra Carl G. Jung o del joven ge¨®grafo, Manuel de Ter¨¢n, en la que habr¨ªa de ser otra de las se?as de identidad de la publicaci¨®n: la arriesgada apuesta que Ortega hizo desde el inicio por las firmas j¨®venes. Vocaci¨®n que se mantendr¨ªa a lo largo de la centenaria historia de la Revista y que ser¨ªa singularmente relevante en el casi millar de vi?etas que la han ilustrado de entonces a hoy, con obra de Maruja Mallo, Benjam¨ªn Palencia o Luis Bagar¨ªa, antes de la guerra. Tras ella, de Pablo Serrano, Rafael Canogar, Pablo Palazuelo, Eduardo Chillida, Antonio Saura, Antoni T¨¤pies, Eduardo Arroyo, Dar¨ªo Villalba, entre otros muchos.
En el asfixiante mundo ideol¨®gico del primer franquismo, Revista de Occidente fue inviable. Sin embargo, la participaci¨®n de la industria editorial en los planes de desarrollo en los a?os sesenta ¡ªtal y como ha mostrado Jes¨²s Mart¨ªnez Mart¨ªn en sus ejemplares estudios¡ª, al tiempo que hac¨ªan posible la supervivencia de la dictadura, generaron una eclosi¨®n editorial tal, que torn¨® en imposible el mantenimiento de la f¨¦rrea censura a monograf¨ªas y publicaciones peri¨®dicas aplicada hasta entonces a priori y que, sobre todo a partir de la Ley Fraga de 1966, se traslad¨® a posteriori.
Se gener¨® as¨ª una apertura en el mundo editorial y, por ende, acad¨¦mico y cultural, en el que fue posible la reaparici¨®n tambi¨¦n de Revista de Occidente de la mano del hijo del fil¨®sofo, Jos¨¦ Ortega Spottorno. Junto a la propia Revista (su segunda y tercera etapa, 1963-1975 y 1975-1977, 150 y 23 n¨²meros, respectivamente), vino a confluir entonces con otras publicaciones como Cuadernos para el di¨¢logo, Triunfo o Cuadernos del Ruedo Ib¨¦rico ¡ªesta, aparecida en Francia, circulaba en Espa?a de manera clandestina¡ª, o de editoriales como Alianza ¡ªtambi¨¦n vinculada al hijo del fil¨®sofo, que cont¨® con el concurso decisivo de Javier Pradera¡ª, que ser¨ªan decisivas para crear los espacios de libertad imprescindibles para la Transici¨®n a la democracia que habr¨ªa de llegar a Espa?a a la muerte del dictador ¡ªtal y como ha mostrado magistralmente Juan Pablo Fusi¡ª.
La resonancia americana llegaba entonces a Espa?a de la mano del Fondo de Cultura Econ¨®mica, creado poco antes de la Guerra Civil por el mexicano Daniel Cos¨ªo Villegas. Al no recibir el apoyo que busc¨® en Ortega y Gasset ¡ªen una de las pocas ocasiones a las que al fil¨®sofo le fall¨® su fina intuici¨®n¡ª, Cos¨ªo lanz¨® la nueva aventura editorial buscando comprender los cambios a los que se estaba asistiendo tras el crack del 29. Con el final de la lucha fratricida y el abrazo mexicano al exilio espa?ol, el Fondo lanz¨® en plenitud sus cinco colecciones (econom¨ªa, pol¨ªtica y derecho, sociolog¨ªa, historia y filosof¨ªa). En ellas, no poco tendr¨ªan que ver personalidades vinculadas al universo orteguiano ¡ªcomo Jos¨¦ Gaos, Eugenio Imaz, singularmente¡ª, y que tambi¨¦n fueron decisivas para la renovaci¨®n de las ciencias sociales y para la conformaci¨®n de la conciencia democr¨¢tica en el conjunto de los pa¨ªses de habla hispana.
Con el inicio de la democracia en Espa?a, Revista de Occidente reapareci¨® en 1980 de la mano de Soledad Ortega Spottorno ¡ªque recibi¨® la esencial ayuda de Gregorio Mara?¨®n y Bertr¨¢n de Lis¡ª y, a su fallecimiento, de Jos¨¦ Varela Ortega, nieto del fil¨®sofo. Al cumplir su centenario, esta, su etapa m¨¢s longeva, supera el medio millar de n¨²meros y tiene, por vez primera, a un director no vinculado directamente a la familia Ortega y Gasset: Fernando R. Lafuente. Fiel al esp¨ªritu y formato original que su fundador impregn¨® a la publicaci¨®n, aunque su perfil no es estrictamente acad¨¦mico, Revista de Occidente est¨¢ siempre atenta a los temas de nuestro tiempo y a la necesidad de ¡°un poco de claridad, otro poco de orden y suficiente jerarqu¨ªa¡± para sobrevivir a la incertidumbre actual ¡ª¡°caos¡± fue el t¨¦rmino que Ortega reclamaba en sus Prop¨®sitos iniciales de 1923¡ª. Ahora que se suceden conferencias, art¨ªculos, an¨¢lisis acad¨¦micos o exposiciones sobre su centenaria historia ¡ªcomo las que ahora impulsa la Fundaci¨®n Ortega-Mara?¨®n en colaboraci¨®n con la Biblioteca Nacional, que se fija en la primera etapa, o el Museo del Grabado de Marbella, m¨¢s centrada en las siguientes etapas sucedidas tras la Guerra Civil espa?ola¡ª, solo cabe decir: ?Larga vida a la decana de las publicaciones peri¨®dicas en espa?ol!