Fulgurante Ortega
Con su obra, el pensamiento conquista la superaci¨®n del idealismo de Occidente y postula una alianza entre irracionalidad y racionalidad como ¨²nica v¨ªa de comprensi¨®n del hombre, su mundo y sus l¨ªmites
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Al lado de Victoria Ocampo, tan alta y se?orial, Ortega tira invenciblemente a bajito. Pero fue quien puso en orden de batalla a sus soldados cuando todav¨ªa no eran soldados pero ¨¦l ya era su capit¨¢n. No s¨®lo emperador, como entre los aborrecidos jesuitas de la infancia, sino directamente capit¨¢n que llama al arma a sus mesnadas para seguir propinando descargas escritas y orales sin freno, sin dios, sin miedo y sobre todo contra todo y contra todos. Ortega es una descarga de fusiler¨ªa ideol¨®gica casi desde ni?o, en calz¨®n corto, cuando todav¨ªa en privado todos rezongan contra la Restauraci¨®n y su sistema viciado y envilecido, contra Maura y contra Romanones, contra el Partido Conservador y contra el Partido Liberal.
La diferencia es que Ortega levanta el list¨®n y predica la radicalidad democr¨¢tica del socialismo liberal como ¨²nico recurso contra la injusticia social, contra el retraso intelectual, contra la inconsistencia de una democracia fraudulenta. Estamos apenas en 1908, tiene 25 a?os, es visiblemente calvo y en su hermano Eduardo tiene un aliado crucial, pero pronto se sumar¨¢ el resto. Ortega crece a vista de todos en progresi¨®n incontenible en el Ateneo y en la Universidad, en la Residencia de Estudiantes y la Junta de Ampliaci¨®n de Estudios, en la redacci¨®n de El Imparcial y en el Centro de Estudios Hist¨®ricos. Est¨¢ desde siempre en boca de todos por su tono, por su jovialidad, por su acometividad y por su infinita y casi angustiosa petulancia. Y sin embargo lo quieren, lo quieren y lo admiran desde santos laicos como Francisco Giner de los R¨ªos hasta gente de su misma edad, como Juan Ram¨®n Jim¨¦nez o Ram¨®n P¨¦rez de Ayala, o algo mayores, como Antonio Machado, Azor¨ªn y P¨ªo Baroja. Pero el que m¨¢s le quiere es el mayor de todos, y mayor en todos los sentidos, Miguel de Unamuno, rendido a la chispa y la veracidad sin acartonamiento del muchacho de veintipocos que aun no es catedr¨¢tico, que aun no ha escrito un libro y sin embargo a quien conf¨ªa Unamuno el manuscrito de su libro filos¨®fico m¨¢s importante, Del sentimiento tr¨¢gico de la vida, varios a?os antes de publicar el texto. Y as¨ª sigue la biograf¨ªa arrebatada de Ortega hasta 1936, cuando ha sido ya el puntal ideol¨®gico de El Sol desde 1917, ha fundado el semanario Espa?a y ha puesto en marcha una cu?a de revoluci¨®n cultural que se llam¨® Revista de Occidente armada con tres lanzaderas: una tertulia en forma de chequeo intelectual de la actualidad, una revista mensual en forma de observatorio de la Europa contempor¨¢nea y una editorial con funciones de carcoma tenaz del tradicionalismo cat¨®lico de la Espa?a rancia.
Sigui¨® siendo bajo ¡ªpor eso forzaba la verticalidad de su pose¡ª pero sigui¨® metiendo miedo, aunque ¨¦l no lo tuvo hasta las balas perdidas y las violencias de 1934-1936. ?l s¨ª da miedo, incluso antes de que nadie sepa las fantas¨ªas de redenci¨®n colectiva que fabrica su rotunda cabeza. Es un luchador casi f¨ªsico en las peleas en las que cree hasta 1921, cuando la experiencia y los fracasos pol¨ªticos empiezan a inclinar el plano de su vida hacia el desenga?o y el rencor, hacia el desd¨¦n acre que destilan tantas p¨¢ginas de Espa?a invertebrada de 1922 y que intoxican la peor parte de un libro lleno de hallazgos y observaciones luminosas como La rebeli¨®n de las masas, entre 1929 y 1930.
Es un luchador casi f¨ªsico en las
peleas en las que cree hasta 1921; luego cay¨® en el desenga?o
Estuvo tan vivo para aquellos j¨®venes como lo est¨¢ hoy para el lector con af¨¢n de pensar por libre, conocer sin anteojeras y comprender con honradez. A veces basta con dejarse atrapar por una prosa vivaz y brillante, y a veces hay que resignarse al p¨¢rrafo rematadamente cursi y hasta delicuescente a ratos. Pero eso es nada, porque Homero tambi¨¦n duerme: el todo, lo que importa de veras, es la vibraci¨®n de autenticidad de un pensamiento hiperactivo y efusivo, combativo y comprometido, perspicaz y desprejuiciado, jugoso y beligerante: fundamentalmente honrado aunque se equivoque, convincente aunque yerre, siempre estimulante al menos hasta los primeros a?os treinta, cerca ya de sus cincuenta a?os, cuando abandona la confecci¨®n de esos libros miscel¨¢neos y confesionales, dietarios disfrazados de ensayos, que titul¨® desde 1916 El Espectador.
Por supuesto, cuando Ortega se enamora se enamora de verdad, aunque sus disparatadas ideas sobre la mujer le sit¨²en en el pleistoceno de la especie. Pero por tres veces se enamora, y las tres a fondo: de Rosa, su mujer desde 1910 y compa?era hasta su muerte en 1955; de Victoria Ocampo, perdici¨®n austral y quim¨¦rica de un hombre que se descubre fr¨¢gil y desarmado en 1917, y de una joven condesa diez a?os m¨¢s tarde, hipn¨®tica para un Ortega con la guardia baja y la autoestima lesionad¨ªsima. Para entonces, sin embargo, en los a?os veinte toda su maquinaria intelectual se vuelca en la ratificaci¨®n de s¨ª mismo, cuando la filosof¨ªa de la raz¨®n vital va de camino a ser raz¨®n hist¨®rica y siente que con ¨¦l el pensamiento conquista por fin la superaci¨®n del idealismo de Occidente y postula una alianza entre irracionalidad y racionalidad como ¨²nica v¨ªa de comprensi¨®n integral y resignada del hombre, su mundo y sus l¨ªmites. Resignada, s¨ª, pero sin tristeza ni amargura; al rev¨¦s: feliz de desenmascarar falsos consuelos, feliz de saber qu¨¦ hacer con la vida como proyecto, feliz de identificar lo iluso como ilusi¨®n in¨²til y cultivar como posible la ilusi¨®n de lo real: un Nietzsche civilizado.
?Hay un Ortega f¨®sil? Lo hay, claro que lo hay, y es a veces pat¨¦ticamente vulnerable: la sustancia que lo fosiliza se llama resentimiento recrudecido de rencor y mesianismo abortado. Las heridas del amor propio deforman su prosa hacia el desd¨¦n contra la inopia bovina de las masas y sobre todo de los suyos. Y eso es lo peor, la incredulidad de quienes deb¨ªan constituir las bases del futuro culto, educado, civil y europeo so?ado. No atienden como deber¨ªan a sus visiones del hombre y la sociedad contempor¨¢nea, aunque ¨¦l sea ya desde El tema de nuestro tiempo de 1923 el paraguas filos¨®fico para el nuevo mundo que ha descubierto Albert Einstein. Ni est¨¢n a la altura ni aciertan a detectar, como detecta ¨¦l, el nivel que exige el presente: un pensador de la contingencia, una visi¨®n emp¨ªrica de la condici¨®n humana, un dinamitador de las fantas¨ªas falseadoras, un ateo irrenunciable y primordial.
Cuando se olvida de s¨ª mismo, es el m¨¢s sugestivo int¨¦rprete de sucesos en movimiento
Demasiadas veces los verdaderos f¨®siles hemos sido nosotros, los lectores y los comentaristas, una y otra vez atados al Ortega m¨¢s caduco y vulnerable ¡ªm¨¢s visceral¡ª, el de Espa?a invertebrada, el de sus c¨¢balas sobre asuntos mal conocidos, el de los delirios, o revanchistas o apocal¨ªpticos, contra la villan¨ªa ¨¦tica e ideol¨®gica de las masas ignaras. Pero ese es un Ortega ya turbado: el peor enemigo de Ortega fue Ortega mismo, sobre todo tras leer a Heidegger en 1928 y descubrir en ¨¦l un asteroide filos¨®fico completamente imprevisto. Por dentro le cambi¨® la vida y unos a?os despu¨¦s la cambi¨® por fuera, desde 1932: dej¨® de actuar como el insolente, provocativo, disperso y feliz ensayista de lo real para reencauzarse en una ruta que le hab¨ªa sido ajena, la filosof¨ªa profesional, la filosof¨ªa acad¨¦mica.
Pero incluso ese grave percance de su biograf¨ªa intelectual se salda con una ¨²ltima resistencia al contagio teol¨®gico y religioso de Heidegger en dos fases: una breve y contundente en 1929 y otra prolongada y minuciosa, incluso furiosa, en La idea de principio en Leibniz, que es un manuscrito abandonado en 1947 tras rematar por fin su pelea privada con Heidegger, y con m¨¢s raz¨®n que un santo. Cuando Ortega se olvida de s¨ª mismo, cuando desiste de ser quien es y escribe en libertad, desatado y brioso, entonces es un ensayista arrebatado y arrebatador: el mejor ant¨ªdoto contra el idealismo embaucador, el m¨¢s sugestivo int¨¦rprete de sucesos en movimiento, el m¨¢s apto para fabricar en silencio, rumiando, personas libres y contingentemente felices, como lo fue ¨¦l mismo: un escritor del siglo XXI.
Jordi Gracia es profesor y ensayista. Es autor de la biograf¨ªa Ortega y Gasset, de inminente aparici¨®n en Taurus.
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