Bell¨ªsima Carmen
El caso de las fotos de la despedida de Carmen Sevilla reabre un debate profundo. Cu¨¢ndo somos, o somos percibidos, como m¨¢s bellos en la vida y c¨®mo querr¨ªamos que se nos recordara cuando seamos polvo
Ninguno de los firmantes de las coplas a la muerte de Carmen Sevilla ha dejado de se?alar su legendaria belleza. Una de esas hermosuras inapelables que cortan el aliento y hacen debatirse entre la subyugaci¨®n absoluta y la envidia cochina a quien la contempla. Quiz¨¢ en estricta consonancia, la mayor¨ªa de los retratos elegidos por los medios para ilustrar sus obituarios corresponden a la ¨¦poca de juventud y primera madurez de la fallecida, una profesional...
Ninguno de los firmantes de las coplas a la muerte de Carmen Sevilla ha dejado de se?alar su legendaria belleza. Una de esas hermosuras inapelables que cortan el aliento y hacen debatirse entre la subyugaci¨®n absoluta y la envidia cochina a quien la contempla. Quiz¨¢ en estricta consonancia, la mayor¨ªa de los retratos elegidos por los medios para ilustrar sus obituarios corresponden a la ¨¦poca de juventud y primera madurez de la fallecida, una profesional de la escena que, sin embargo, estuvo trabajando ante las c¨¢maras hasta pasados los 80 a?os. Estoy segura de que Carmen estar¨ªa encantada con las estampas de su despedida. Menuda era. Mucho antes de la masificaci¨®n de los rellenos y los retoques faciales, ella misma, picarona y coquet¨ªsima, contaba muerta de risa en horario de m¨¢xima audiencia c¨®mo se pegaba cada noche sendas tiras de esparadrapo bajo las orejas recogi¨¦ndose los belfos para escond¨¦rselos bajo el cardado y lucir m¨¢s tersa en pantalla, viej¨ªsimo truco que las petardas de TikTok venden ahora como si estuvieran inventando la rueda. No las culpo. Todos queremos salir m¨¢s guapos en las fotos.
El caso de Carmen, que se repite cada vez que muere un mito, abre, sin embargo, un debate m¨¢s profundo. Cu¨¢ndo somos, o somos percibidos, como m¨¢s bellos en la vida y c¨®mo querr¨ªamos que se nos recordara cuando seamos polvo. Y sus p¨®stumos retratos nos retratan. Para demasiados, la vejez aterra y la arruga solo es bella en los anuncios de Adolfo Dom¨ªnguez de los a?os ochenta. L¨ªbreme el cielo de violar la intimidad de una anciana enferma cuya luz no pudieron apagar en vida ni los prejuicios sociales, ni los de los hombres que la quisieron solo para ellos, ni los de quienes se mofaban de sus despistes en antena antes de que el alzh¨¦imer la sumiera en el olvido. Pero, mientras reconozco que miro hipnotizada sus v¨ªdeos antiguos ¡ªm¨¢s guapa, moderna y graciosa que todas las Rosal¨ªas que en el mundo han sido tras ella¡ª, no puedo evitar imaginarla, bell¨ªsima, en sus ¨²ltimos a?os enclaustrada en su retiro, toda piel, huesos y esp¨ªritu. Que su Dios la tenga en su gloria. Aqu¨ª la tiene asegurada.