La izquierda no cree en nada, seg¨²n la derecha
Se est¨¢ tratando de imponer un cuadro mental seg¨²n el cual a Pedro S¨¢nchez no le gu¨ªa valor alguno sino solo una cruda sed de poder. Tal vez habr¨ªa que recoger el guante y rebartirlo con argumentos
No son pocos los ciudadanos a los que les genera un profundo estupor el hecho de que haya podido prender con tanta fuerza entre amplios sectores conservadores un argumento de una extraordinaria simplicidad: hay que ¡°derogar el sanchismo¡± porque, se les dice, este constituye la quintaesencia de una manera de hacer pol¨ªtica ajena por completo a cualquier tipo de valores. Probablemente para entender este relativo ¨¦xito comunicativo de la derecha convenga tomar en consideraci¨®n alguno de los...
No son pocos los ciudadanos a los que les genera un profundo estupor el hecho de que haya podido prender con tanta fuerza entre amplios sectores conservadores un argumento de una extraordinaria simplicidad: hay que ¡°derogar el sanchismo¡± porque, se les dice, este constituye la quintaesencia de una manera de hacer pol¨ªtica ajena por completo a cualquier tipo de valores. Probablemente para entender este relativo ¨¦xito comunicativo de la derecha convenga tomar en consideraci¨®n alguno de los supuestos te¨®ricos de los que parte y que, lejos de ser obvios o evidentes por s¨ª mismos, se basan en un grueso error.
Pienso en el convencimiento, tan difundido en nuestra sociedad, seg¨²n el cual existen dos tipos de personas claramente diferenciadas, las que poseen valores y las que carecen por completo de ellos. Constituye un error porque, a poco que se piense, est¨¢ claro que todo el mundo funciona con alg¨²n orden de valores. La diferencia no pasa en realidad por la presencia o ausencia de los mismos, sino m¨¢s bien por la manera en que unas y otras justifican esos valores con los que efectivamente todas ellas funcionan.
No pretendo simplificar una cuesti¨®n ciertamente compleja y llena de matices (los juristas podr¨ªan aportar ingentes argumentos al respecto, extra¨ªdos del debate entre iusnaturalismo y iuspositivismo), pero creo que, en lo sustancial, cabe afirmar que las personas m¨¢s pr¨®ximas a planteamientos conservadores tienden a considerar como viable una fundamentaci¨®n s¨®lida y duradera para los valores que sostienen (y tanto da a estos efectos que crean encontrarla en la propia naturaleza humana, en un Ser Trascendente que legisla sobre nuestras conciencias o en alguna otra instancia an¨¢loga). Por su parte, las personas m¨¢s afines a una perspectiva de izquierdas suelen ser proclives a interpretar tales valores como constructos culturales y, en esa misma medida, a aceptar la ineludible dimensi¨®n relativa que se desprende de su condici¨®n hist¨®rica.
En todo caso deber¨ªa quedar claro que asumir una perspectiva hist¨®rico-procesual de este asunto no tiene por qu¨¦ implicar un descreimiento absoluto acerca de la necesidad de disponer de c¨®digos valorativos compartidos si pretendemos vivir juntos en una forma aceptable para todos. Atribuir tal descreimiento resulta por completo falaz: que los valores sean en ¨²ltimo t¨¦rmino una construcci¨®n humana en modo alguno implica que nos resulte indiferente actuar conforme a ellos. Incluso al contrario: de hecho, es cierto que, con demasiada frecuencia, la izquierda, persuadida como est¨¢ de que los valores que defiende son m¨¢s nobles y universales que los de la derecha, tiende a atribuirse superioridad moral respecto a su adversaria. El problema es que dicha atribuci¨®n no acostumbra a traspasar las fronteras de los previamente convencidos y fuera de ah¨ª genera un escaso efecto. En el fondo, no deja de ser esta una paradoja sangrante para la izquierda: mientras ella se autoatribuye superioridad moral, la derecha le atribuye, con una notable aceptaci¨®n entre los suyos, indiferencia moral.
En efecto, es un hecho bien f¨¢cil de comprobar ¡ªpor ejemplo, atendiendo a lo que acostumbran a manifestar personas no particularmente ilustradas¡ª la tendencia por parte de los sectores conservadores a atribuir a los sectores tenidos por progresistas no ya una cierta laxitud en materia de valores sino una completa ausencia de los mismos. De tal manera que, cuando uno escucha a alguien afirmar cosas tales como ¡°yo soy una persona que cree en determinados valores¡±, puede dar por casi seguro, sin necesidad de reclamarle mayores especificaciones a quien sostenga la afirmaci¨®n, que los valores en los que cree tienen un sesgo inequ¨ªvocamente conservador.
Vayamos aterrizando en el momento presente. Lo generalizado de tales convencimientos acostumbra a tener una inmediata repercusi¨®n en el debate p¨²blico de ideas. Aunque tal vez fuera m¨¢s preciso decir en la ausencia de debate. Porque este podr¨ªa producirse si, en efecto, cupiera hablar de planteamientos enfrentados, pero dif¨ªcilmente puede tener lugar cuando una de las partes reclama para s¨ª el monopolio de los valores, rechazando rotundamente que la otra disponga de alguno. Tan rotundo es el rechazo que, apurando el argumento casi hasta lo inveros¨ªmil, no es raro que esa misma parte monopolizadora tienda a considerar que es mejor tener valores, sean cuales sean, que carecer de ellos. De hecho, uno de los argumentos favoritos que tradicionalmente ha utilizado la derecha para intentar desactivar los reproches que han recibido sus miembros menos presentables es el de que ¡°al menos no enga?a a nadie¡± (esto se dec¨ªa mucho de Fraga en su momento cuando se le censuraba su autoritarismo visceral), es decir, el miembro del que se trate defiende de manera veraz sus posiciones, aunque estas puedan resultar merecedoras de severa cr¨ªtica.
Desde tal perspectiva, se entender¨¢ mejor lo que est¨¢ ocurriendo en nuestro pa¨ªs en estas ¨²ltimas semanas: el reproche fundamental que le dirige la derecha a la izquierda no es tanto que posea una agenda oculta como que no tiene ninguna porque no le hace la m¨¢s m¨ªnima falta. Le basta, prosigue este planteamiento conservador, con una sola idea: no hay m¨¢s objetivo ni tarea atendible que la de mantenerse en el poder, con quien sea y al precio que sea. Se da por descontado, en aplicaci¨®n de un argumento completamente l¨®gico en el fondo, que a esa izquierda (encarnada en estos momentos por Pedro S¨¢nchez) no le importa lo m¨¢s m¨ªnimo el precio a pagar: no dispone de criterio valorativo alguno con el que poder entrar a considerar si un determinado precio es excesivo, injusto o ya no digamos ¡ªporque resultar¨ªa contradictorio¡ª inmoral.
Muy probablemente sea lo arraigado de este convencimiento una de las razones por las que ha prendido con tanta fuerza entre amplios sectores conservadores aquel mensaje, de extraordinaria simplicidad, por el que empez¨¢bamos el presente texto. Hay que ¡°derogar el sanchismo¡± porque este constituye la quintaesencia de una izquierda constructivista, a saber, la ausencia absoluta de aut¨¦nticos (esto es, permanentes) valores. El reproche fundamental, de acuerdo con el marco mental que est¨¢ intentando imponer la derecha, no ser¨ªa por tanto que Pedro S¨¢nchez hubiera mentido al incumplir sus promesas, sino el en nombre de qu¨¦ habr¨ªa actuado as¨ª, cosa que en este planteamiento no ofrece dudas: debido a su cruda sed de poder.
No est¨¢ claro que la izquierda haya sabido replicar adecuadamente a todo esto. Quiz¨¢ deber¨ªa recoger el guante y no solo explicitar con claridad los valores por los que se gu¨ªa, sino tambi¨¦n reivindicarlos con consistencia argumentativa, en vez de acogerse al enga?oso manto protector de atribuir la condici¨®n de derecho a todo cuanto reivindica, como si este fuera un planteamiento discursivo, adem¨¢s de imbatible, m¨¢ximamente eficaz, en especial para sortear los siempre complicados debates morales. Si, lejos de incurrir en tan f¨¢cil tentaci¨®n, actuara en la forma que estamos proponiendo, se ver¨ªa plenamente legitimada para reclamarles a continuaci¨®n a los conservadores que presentaran las razones por las que se supone que esos valores que tanto alardean de poseer (y que creen tan s¨®lidamente fundamentados) resultan preferibles a los de los progresistas.
Quedar¨ªa as¨ª en evidencia que la frase comentada con anterioridad, aquella ¡°yo soy una persona que cree en determinados valores¡±, enunciada de tal forma, sin m¨¢s especificaci¨®n, representa el ep¨ªtome de la m¨¢s absoluta inanidad te¨®rica. O, posibilidad a¨²n peor, la consecuencia de haber asumido, sin ser consciente quien la pronuncia, alguna variante (hay unas cuantas disponibles en el mercado de ideas) del falso dilema formulado paradigm¨¢ticamente por Ratzinger en su momento: o doctrina cat¨®lica o relativismo moral.