?Refunfu?ones de la Transici¨®n o refunfu?ones con la Transici¨®n?
La irrupci¨®n en la escena p¨²blica de determinados nuevos actores pol¨ªticos si a algo ha terminado pareci¨¦ndose es a un ¡®remake¡¯ de una vieja obra, en el que hasta los peores errores del pasado se ven repetidos
Los refunfu?ones tienen, ciertamente, mala imagen. Se les asocia con los viejos (y viejas, claro) malhumorados ante la deriva del mundo, en permanente lamento por el mal uso que de su legado han hecho quienes han venido despu¨¦s. Frente a ellos, los indignados vienen asociados a la juventud, y no es que tengan buena imagen: es que su indignaci¨®n reviste de un manto de ¨¦pica todas sus reivindicaciones, sean estas las que sean. De hecho, suelen aparecer como quienes a¨²n poseen una mirada moral tan limpia que se enervan hasta el extremo ante los males del mundo, siendo capaces de proponer, frente al reseco ego¨ªsmo de sus predecesores, un futuro diferente y mejor para todos.
Pero cuando uno se aproxima a la realidad de las cosas, estas no siempre confirman tan id¨ªlica imagen. Sin ir m¨¢s lejos, los j¨®venes que hace poco m¨¢s de una decena de a?os gritaban por las calles de algunas ciudades europeas que quer¨ªan vivir como sus padres no parec¨ªan estar reclamando un mundo mejor para todos, sino, sencillamente, no quedar excluidos de los beneficios materiales de los que sus progenitores, seg¨²n ellos, disfrutaron (aunque no lo hicieran, desde luego, a su misma edad).
Valdr¨¢ la pena ir salpicando este texto de advertencias para evitar, en lo posible, malentendidos innecesarios. No entro en la discusi¨®n acerca de lo razonable de la mencionada queja porque es un asunto distinto, relacionado con el discurso, el que ahora me interesa plantear. A este respecto, resulta conveniente observar que de la reclamaci¨®n se?alada a la de que son los padres (en sentido amplio, casi metaf¨®rico) los responsables directos de la situaci¨®n que les ha tocado vivir a sus hijos no hay m¨¢s que un paso. Que algunos transitan con una ligereza argumentativa digna de mejor causa. As¨ª, es tambi¨¦n frecuente la acusaci¨®n de que constituye una responsabilidad de la generaci¨®n anterior el hecho de que las cosas no fueran del modo que se les hab¨ªa prometido a los j¨®venes si cumpl¨ªan determinados requisitos y se comportaban de una determinada manera (estudiando, aplic¨¢ndose...), como si la deriva seguida por el mundo en tantos aspectos hubiera estado siempre y por completo en manos de aquella.
Dejemos de lado ahora el reproche de que resulta ciertamente llamativo que algunos de los que portaban las pancartas con tales mensajes (sigo hablando en modo metaf¨®rico, espero que se entienda) hayan conseguido, merced precisamente a portarlas y a gritar sus consignas con voz m¨¢s fuerte que nadie, vivir incluso mejor que sus propios padres. Mucho m¨¢s importante que esta cuesti¨®n ¡ªdecididamente ad hominem, pero qu¨¦ menos refiri¨¦ndonos a aquellos a los que no se les ca¨ªa de la boca el t¨¦rmino ejemplaridad para denostar a los que entonces estaban al mando¡ª es que hayan alcanzado dicha meta perseverando, con empe?o y minuciosidad dignas de mejor causa, en la mayor¨ªa de las actitudes que criticaban en sus predecesores. Hasta el punto de que tenemos derecho a sospechar que buena parte de su ret¨®rica, henchida de indignada moralina, acerca de la necesidad de depurar la vida p¨²blica, escond¨ªa el viejo conocido ¡°qu¨ªtate t¨², que me pongo yo¡±.
Ya tuvimos un primer ensayo general de lo que ahora estamos viendo, cuando algunos de los que hab¨ªan criticado con fiereza a lo que ellos mismos denominaban ¡°intelectuales del felipismo¡± aceptaron con entusiasmo ocupar un lugar que, por pura analog¨ªa, bien podr¨ªamos denominar como ¡°intelectuales del zapaterismo¡±. De un d¨ªa para otro decay¨® la cr¨ªtica a quienes en el pasado se hab¨ªan alineado con el poder establecido y los antiguos cr¨ªticos pasaron a dedicarse, sin el menor rubor, a legitimar al nuevo pr¨ªncipe, dijera este lo que dijera e hiciera lo que hiciera. De pronto, este ¨²ltimo tipo de pr¨¢cticas, lejos de ser censurables, se convirtieron en la muestra m¨¢s clara de un decidido compromiso pol¨ªtico, de manera que la exhortaci¨®n de anta?o a estar contra todo poder se declar¨® caducada por completo.
Este primer ensayo general ya estaba se?alando el rumbo que iba a adoptar un determinado sector de pol¨ªticos e intelectuales en lo tocante a la necesaria regeneraci¨®n de la vida p¨²blica de este pa¨ªs. En todo caso, tal vez valga la pena destacar una idea, que me atrev¨ª a esbozar en otro lugar (concretamente, en mi libro Transe¨²nte de la pol¨ªtica). Conviene, aunque solo sea de vez en cuando, dejar a un lado la brocha gorda e intentar dibujar con un pincel algo m¨¢s fino los contornos de lo que sucedi¨®. El r¨®tulo Transici¨®n suele utilizarse para designar, casi a bulto, un conjunto de elementos que merecer¨ªan ser n¨ªtidamente diferenciados. Porque no es de recibo identificar el gran acuerdo hist¨®rico y pol¨ªtico que signific¨® la Transici¨®n con todo lo que vino despu¨¦s, que tal vez se podr¨ªa denominar pos-Transici¨®n, por m¨¢s que muchos de sus protagonistas fueran los mismos durante bastantes a?os. Escamotear esa obvia diferencia a base de recursos ret¨®ricos de escaso vuelo conceptual, como es hablar de ¡°¨¦lites de la Transici¨®n¡±, no deja de ser una forma como cualquier otra de pretender jugar con las cartas marcadas, presentando como si fueran meramente descriptivas expresiones que contienen una fuerte carga valorativa.
Es sin duda en ese segundo momento posterior al acuerdo mismo que hizo posible la democracia en Espa?a cuando se producen la mayor parte de errores, cuando no desafueros (con los del anterior jefe del Estado en lugar muy destacado, por lo que tienen de emblem¨¢tico), contra los que declaran reaccionar los indignados de 2011. Pero habr¨¢ que a?adir que la misma relaci¨®n que acabamos de se?alar entre aquel momento hist¨®rico y lo que luego se hizo en su nombre se puede establecer entre el 15-M y lo que luego algunos han hecho reclam¨¢ndose de ¨¦l. Se ha escrito m¨¢s que suficiente acerca de c¨®mo la irrupci¨®n en la escena p¨²blica de determinados nuevos actores si a algo ha terminado pareci¨¦ndose es a un remake de una vieja obra, en el que hasta los peores errores del pasado se ven repetidos (nepotismo, sectarismo, hiperliderazgo, amiguismo¡). Precisamente por eso, por tanto como se ha escrito sobre el asunto, bastar¨¢ con recordar el conocido poema Antiguos amigos se re¨²nen, del escritor mexicano Jos¨¦ Emilio Pacheco: ¡°Ya somos todo aquello/ contra lo que luchamos a los veinte a?os¡±. Asombra ¡ªy produce un cierto v¨¦rtigo, a qu¨¦ ocultarlo¡ª que de estos nuevos se pueda decir exactamente lo mismo que los antiguos ya eran capaces de decir de s¨ª mismos.
La diferencia es que los primeros se empe?an en negarlo y prefieren seguir hablando como si fueran inaugurales, a pesar de haber empezado a entrar ya en la edad madura y tener comportamientos bien poco novedosos en todos los ¨®rdenes (del m¨¢s personal al pol¨ªtico). Quienes ya han pasado por eso saben que hasta Peter Pan tiene fecha de caducidad, y resulta notorio que a los anta?o bellamente indignados se les est¨¢ empezando a poner la avinagrada cara de refunfu?ones. La verdad, no s¨¦ si hemos ganado mucho con estos cambios. Y es que, a fin de cuentas, se dir¨ªa que los refunfu?ones de la Transici¨®n han sido sustituidos, tambi¨¦n en las estancias palaciegas, por los refunfu?ones con la Transici¨®n.
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