En casa de Belisanda
Deb¨ª haberle dicho la verdad a aquel ni?o: que no tengo mil a?os, pero s¨ª ochocientos; que vivo plenamente el paso del tiempo, tengo un m¨®vil y estoy en Facebook, pero que tambi¨¦n soy testigo de un tiempo muy antiguo
El Cerebro es m¨¢s vasto que el Cielo (Emily Dickinson).
Uno. Siempre me ha dado miedo no estar a la altura al hablar con los ni?os. Aun as¨ª, acept¨¦ participar en un encuentro organizado en un centro comunitario donde me encontr¨¦ con m¨¢s de veinte chiquillos, sentados en c¨ªrculo, muy silenciosos, muy circunspectos, vigilados por las miradas de sus maestras de educaci¨®n infantil. La conversaci¨®n discurr¨ªa con normalidad, est¨¢bamos discutiendo sobre el discutible comportamiento de Peter Rabbit, cuando not¨¦ que uno de ellos, un ni?o peque?o, se hab¨ªa levantado de su silla y me...
El Cerebro es m¨¢s vasto que el Cielo (Emily Dickinson).
Uno. Siempre me ha dado miedo no estar a la altura al hablar con los ni?os. Aun as¨ª, acept¨¦ participar en un encuentro organizado en un centro comunitario donde me encontr¨¦ con m¨¢s de veinte chiquillos, sentados en c¨ªrculo, muy silenciosos, muy circunspectos, vigilados por las miradas de sus maestras de educaci¨®n infantil. La conversaci¨®n discurr¨ªa con normalidad, est¨¢bamos discutiendo sobre el discutible comportamiento de Peter Rabbit, cuando not¨¦ que uno de ellos, un ni?o peque?o, se hab¨ªa levantado de su silla y me miraba fijamente. Cruz¨® el c¨ªrculo y clav¨® sus ojos en los m¨ªos. Despu¨¦s me pregunt¨®: ¡°?Cu¨¢ntos a?os tienes?¡±. Preparada para cualquier cosa, repliqu¨¦: ¡°?Cu¨¢ntos crees t¨² que tengo?¡±. Respuesta inmediata: ¡°Creo que tienes mil¡±. Le respond¨ª: ¡°No tantos, pero tengo muchos m¨¢s que t¨²¡±. El peque?o quiso que precisara: ¡°?Tienes cien?¡±. Le respond¨ª: ¡°No tantos, pero casi. Y t¨², ?cu¨¢ntos tienes?¡±. El ni?o respondi¨®: ¡°Tengo cinco, pero voy a cumplir seis y ayer se me cay¨® un diente¡±.
Mientras tanto, ya se hab¨ªan revuelto todos en sus sillas y hab¨ªan empezado a ense?arse unos a otros los dientes que les faltaban. Algunos ten¨ªan ya dos incisivos nuevos, tan evidentes que brillaban como hostias, y otros, m¨¢s desafortunados, a¨²n ten¨ªan los dientes de leche intactos. A partir de ese momento, no hubo manera de volver atr¨¢s. Luego vinieron el alboroto final y los aplausos. Mucha celebraci¨®n, gran alegr¨ªa. Pero yo no hab¨ªa quedado contenta conmigo misma. Deb¨ª haber dicho la verdad, deb¨ª haber contestado que no ten¨ªa mil a?os, pero ochocientos a?os por lo menos s¨ª.
Dos. Deb¨ª haber tratado de encontrar las palabras adecuadas para explicar que vivo plenamente el paso del tiempo, que llevo mi m¨®vil en el bolsillo como si fuera otro aut¨¦ntico cerebro m¨ªo, y que tambi¨¦n vivo con el recelo por los efectos de la inteligencia artificial metido mi coraz¨®n, como todo el mundo. Que mi vida, aunque yo no la divulgue, aparece en Facebook, y que tambi¨¦n he subido a un tren que se eleva sobre los rieles volando como un p¨¢jaro, y que hasta me encantar¨ªa viajar al espacio si fuera millonaria. Pero al mismo tiempo, tambi¨¦n soy testigo de un tiempo muy antiguo.
Porque aqu¨ª, en estas mismas tierras, asomadas al mar, a mediados del siglo XX, viv¨ª una especie de Baja Edad Media, una ¨¦poca p¨®stuma, cuando el pesado arado de hierro constitu¨ªa todav¨ªa una conquista extraordinaria que superaba al ligero arado de madera. Las lentes de cristal que permit¨ªan usar gafas, y que solo unos pocos ten¨ªan, eran un signo de excelencia. El molino de viento segu¨ªa siendo un prodigio de la ingenier¨ªa mec¨¢nica en lo alto de la colina, y el reloj de pared era una maravilla cantarina que ennoblec¨ªa la casa del granjero. Y hab¨ªa tambi¨¦n campesinos pobres, que no ten¨ªan nada y que trabajaban de sol a sol, colgados de los ¨¢rboles, como en las im¨¢genes del C¨®dice iluminado de Lorv?o. Como es natural, a los ni?os del centro comunitario no les cabr¨ªa en la cabeza que yo hubiera sido testigo de una ¨¦poca as¨ª, m¨¢s propia del siglo XII, y que por eso tengo ochocientos a?os.
Tres. Est¨¢ claro que no habr¨ªa podido explicarles esa visi¨®n de la edad. Para los ni?os, la edad no deja de ser una abstracci¨®n. Pero para la mujer que los visit¨® esa tarde a la hora del almuerzo, la edad es un ser concreto que se revela a trav¨¦s de objetos concretos. ?C¨®mo explicar que he visto caer grandes rocas que serv¨ªan de faro en el mar por el efecto continuo de las olas y que he asistido a los cambios de forma de la costa? A lo largo de las d¨¦cadas he presenciado el paso de la vegetaci¨®n ¨²til a la vegetaci¨®n ornamental, el surgimiento de ciudades tur¨ªsticas con su inconfundible silueta, justo donde antes solo hab¨ªa casas de pescadores tiznados por el sol. En ese momento, hace ochocientos a?os, a mediados del siglo XX, nadie quer¨ªa juntarse con el pescador.
En el campo, vi pasar de mano en mano la choza del pastor hasta transformarse en una mansi¨®n con ventanas panor¨¢micas, como gigantescas cabinas de avi¨®n. Vi la casa de techos bajos, de la que una mujer sal¨ªa todas las ma?anas gritando a causa de las palizas de su marido, y a la que nadie ayudaba, transformarse en una vivienda modelo para una revista de arquitectura donde se cena al aire libre a la luz de una vela perfumada y con copas de champ¨¢n. La semana pasada, sin ir m¨¢s lejos, en la inauguraci¨®n de una villa de estilo romano, donde no faltan las estatuas, y la piscina borderline parece un lago que no desentonar¨ªa con el paisaje de la pel¨ªcula Dune, entre los ochenta invitados, yo era la ¨²nica que conoc¨ª a la antigua due?a. ?Todos quedaron asombrados! En esa casa ruinosa de antes, ?resulta que viv¨ªa alguien? Y me miraron como si fuera la representante de un fantasma. S¨ª, all¨ª viv¨ªa una persona llamada Belisanda. Estupor general.
Cuatro. No, no era la M¨¦lisande de Maerterlink a la que D¨¦bussy convirti¨® en un drama musical, no era m¨¢s que una campesina de aspecto joven cuyo pa?uelo de flores blancas no consegu¨ªa ocultar el volumen de su cabello. Era esbelta y cerraba los ojos cuando se desped¨ªa. Y donde ella encend¨ªa el fuego y ten¨ªa la cama, se levanta ahora un palacio real. Y las j¨®venes casi desnudas que pisan la hierba donde antes crec¨ªan los cardos, brindan por el extra?o nombre de Belisanda en ingl¨¦s. Maravilloso tiempo inm¨®vil, cuando se observa la metamorfosis del tiempo. All¨ª donde Belisanda ten¨ªa su corral, se yergue un suntuoso bar. Junto al bar, los empresarios miran hacia la costa y expresan su preocupaci¨®n por los vuelos ch¨¢rter, esos traidores que, en lugar de traer extranjeros a las playas portuguesas, se llevan a los portugueses a localidades extranjeras.
Cinco. As¨ª, por una noche, desaparecen la Pol¨ªtica, la Sociolog¨ªa, la Historia y el fat¨ªdico eterno retorno. Sin s¨ªntesis ni an¨¢lisis, solo queda la vida humana y su impulso de transformaci¨®n, y el paisaje cambiante bajo los efectos del deseo. Pero este episodio no termina ah¨ª. Es necesario volver a esa tarde en el centro comunitario. ?Qu¨¦ me dijo el chiquillo? Que yo ten¨ªa mil a?os. Buena idea, todav¨ªa me quedan doscientos. Pues entonces, durante ese tiempo futuro, espero que el globo terr¨¢queo permanezca azul, que el mar se mantenga separado de la tierra, que los casquetes polares conserven la nieve, que al menos los m¨¢s feroces contendientes se adormezcan en sus cuevas y que alguien les rasure la cabeza, y reine as¨ª la paz sobre la Tierra.