M¨¦lisande en el Pa¨ªs de las Maravillas
'Pell¨¦as et M¨¦lisande' es la primera ¨®pera moderna, rabiosamente radical, deudora por igual de los primeros operistas barrocos y del 'Trist¨¢n' o el 'Parsifal' de Wagner
Alicia, la ni?a inventada por Lewis Carroll, sue?a sus aventuras tras quedarse dormida junto a su hermana a la orilla de un r¨ªo. M¨¦lisande, la misteriosa joven sin pasado imaginada por Maurice Maeterlinck y reimaginada pocos a?os despu¨¦s por Claude Debussy, sue?a tumbada en una cama, sola, los extra?os sucesos que acontecen a su alrededor en el reino m¨ªtico de Allemonde en la nueva producci¨®n de Pell¨¦as et M¨¦lisande que, dirigida por Katie Mitchell, acaba de estrenarse, con muy merecido ¨¦xito, en el Festival de Aix-en-Provence.
Pell¨¦as et M¨¦lisande es la primera ¨®pera moderna, rabiosamente radical, deudora por igual de los primeros operistas barrocos y del Trist¨¢n o el Parsifal de Wagner, aunque diferente a todo cuanto se hab¨ªa hecho hasta entonces. Debussy someti¨® el texto de Maeterlinck ¨Cadusto, esquivo, significante¨C a un tratamiento pertinazmente sil¨¢bico: nada de floreos, repeticiones, melod¨ªas, florituras, agudos o cualquier otra variante imaginable de pirotecnia o preciosismo vocal. Por una vez, los personajes de una ¨®pera cantan como si hablaran. Es la orquesta la que canta, la que envuelve, arropa, acaricia o apuntala las voces con un preciso despliegue de timbres y profusas armon¨ªas modales que parecen remitirnos a un vago tiempo arcaico e irreal.
Katie Mitchell triunf¨® aqu¨ª en 2012 en el estreno mundial de Written on Skin, de George Benjamin, una clara hija putativa del Pell¨¦as, y repiti¨® aclamaciones con su Alcina de Haendel del a?o pasado. Es una directora de moda, que hace tan solo un par de meses acapar¨® tambi¨¦n titulares con su nueva Lucia di Lammermoor en la Royal Opera House de Londres. Estos tres montajes llevan un marchamo com¨²n, con distintos espacios esc¨¦nicos que funcionan simult¨¢nea, aislada, consecutiva o complementariamente, abri¨¦ndose y ocult¨¢ndose sin cesar para revelarnos a unos personajes atrapados por su propio destino y, sobre todo, observadores privilegiados de cuanto sucede a su alrededor. De ah¨ª que Mitchell nos muestre a dos M¨¦lisandes: la real y la que sue?a (y contempla) cuanto vive. En su propuesta no caben bosques, fuentes, cuevas o torres: el suyo es un drama burgu¨¦s claustrof¨®bico en el que son incluso los propios personajes que no protagonizan la escena (Golaud, Genevi¨¨ve, Arkel) quienes se transmutan en mendigos en el segundo acto o en ovejas, con los ojos vendados, en el cuarto. Todo sucede ¨ªntegramente bajo luz artificial, en escuetos espacios dom¨¦sticos en los que las ramas invasoras de un ¨¢rbol en un dormitorio o en una destartalada piscina sin agua encarnan en solitario la rica imaginer¨ªa de la naturaleza en la obra original.
No cabe mayor elogio para la canadiense (y angl¨®fona) Barbara Hannigan que afirmar que es una digna heredera actual de las brit¨¢nicas Mary Garden y Maggie Teyte, las dos primeras M¨¦lisandes hace m¨¢s de un siglo. Por voz, por belleza f¨ªsica (larga melena incluida, esencial en el personaje), por fragilidad, por talento esc¨¦nico, es la perfecta M¨¦lisande, la mujer enigm¨¢tica que, aparentemente desprovista de voluntad, atrae a los hombres como un im¨¢n y deja caer frases como ¡°Soy feliz, pero estoy triste¡± o ¡°No s¨¦ qu¨¦ es lo que s¨¦¡±. Al final de la ¨®pera, antes de volver a verla so?ando como al principio, es ella la que ahoga con un coj¨ªn a su propia Doppelg?ngerin. Laurent Naouri es un Golaud lleno de matices, mod¨¦lico vocalmente, mientras que el Pell¨¦as medroso y vacilante de St¨¦phane Degout se dir¨ªa casi su alter ego, f¨ªsica y musicalmente. Franz Josef Selig, entre tanto cantante nativo, no desentona lo m¨¢s m¨ªnimo con su mod¨¦lica dicci¨®n francesa y su Arkel es un dechado de nobleza, un paterfamilias sabio, humano y equitativo. L¨¢stima que, como siempre fue el deseo de Debussy, Yniold no lo haya cantado un ni?o, sino la soprano Chlo¨¦ Briot.
Uno imaginaba ilusamente en Aix un Pell¨¦as et M¨¦lisande de colores, luces y perfiles c¨¦zannianos, pero Mitchell se ha decantado por un drama casi escandinavo, dominado por interiores escuetos y mates. Su propuesta peca quiz¨¢ de demasiados est¨ªmulos visuales, explicitando en exceso el rico simbolismo de Maeterlinck, y recurriendo a estratagemas ya conocidas en sus montajes (como los movimientos a c¨¢mara lenta al final del cuarto acto o la escalera de caracol). Debussy afirm¨® haber pasado doce a?os eliminando todo lo ¡°parasitario¡± que pudiera haberse deslizado en su partitura. Mitchell ha hecho justo lo contrario: poblar la escena de elementos dispares, aunque prodigiosamente bien resueltos y ejecutados. Por eso procura m¨¢s placer escuchar que mirar, gracias tambi¨¦n a la sobresaliente prestaci¨®n de la Orquesta Philharmonia ¨Cvaporosa, fragante, delicada, rotunda¨C, dirigida de forma magistral por Esa-Pekka Salonen. ?l es el encargado de las maravillas.
Babelia
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