Mis nuevos vecinos
Podr¨ªamos aplicar aquello de, en Navidad, siente un pobre a su mesa, siendo el pobre un migrante. Pero no ocurrir¨¢. Porque los nuevos vecinos son pobres y negros
En el bar donde desayuno hace ya semanas que se acab¨® la loter¨ªa de Navidad. Las mismas que llevo en la cartera el ¨²ltimo d¨¦cimo, que pill¨¦ por los pelos. El a?o pasado, por dejada, me qued¨¦ sin n¨²mero, cayeron 200 pavos, que no te sacan de pobre, pero te alegran las fiestas, y me qued¨® un rencorcillo con el pr¨®jimo que no estoy dispuesta a sufrir este a?o. Aunque falta un mes para Nochebuena, ya empieza a notarse el ambiente navide?o entre los parroquianos habituales y los de paso. Una fauna variopinta donde abrevan juntos, que no revueltos, desde cuadrillas de pintores, a operarios de limpie...
En el bar donde desayuno hace ya semanas que se acab¨® la loter¨ªa de Navidad. Las mismas que llevo en la cartera el ¨²ltimo d¨¦cimo, que pill¨¦ por los pelos. El a?o pasado, por dejada, me qued¨¦ sin n¨²mero, cayeron 200 pavos, que no te sacan de pobre, pero te alegran las fiestas, y me qued¨® un rencorcillo con el pr¨®jimo que no estoy dispuesta a sufrir este a?o. Aunque falta un mes para Nochebuena, ya empieza a notarse el ambiente navide?o entre los parroquianos habituales y los de paso. Una fauna variopinta donde abrevan juntos, que no revueltos, desde cuadrillas de pintores, a operarios de limpieza y equipos de ambulancias del SAMUR, hasta jubilados sin m¨¢s prisa que llegar a las lentejas de casa y, desde principios de curso, hordas de j¨®venes polic¨ªas, guardias civiles y militares que reciben clases de formaci¨®n en un acuartelamiento cercano. Verlos es un espect¨¢culo. Llegan, pertrechad¨ªsimos con sus uniformes y armas reglamentarias, colapsan la barra, se atizan sus churros, sus donuts y sus pinchos de tortilla con sus colacaos, sus t¨¦s y sus cafelitos y vuelven a defender Espa?a.
Desde ayer, tras los muros del mismo gigantesco cuartel donde estudian, tienen 274 nuevos compa?eros con los que cohabitar¨¢n, que no convivir¨¢n, hasta que la vida los separe. Hombres j¨®venes como ellos, con las mismas ganas de comerse el mundo, pero sin un chavo encima ni un agujero donde caerse muertos. Vienen de Canarias, adonde llegaron en cayuco desde sus pa¨ªses en ?frica, y estar¨¢n en ese nuevo centro de acogida entre uno y tres meses antes de que los dejen a su suerte en la calle. Es improbable que tengan 1,50 euros para un caf¨¦ en mi bar ni, much¨ªsimo menos, 20 para un d¨¦cimo, pero, aunque los tuvieran, no hay loter¨ªa para ellos. Ni un m¨ªsero reintegro les toc¨® con el lugar y el tiempo en que nacieron. En mi ciudad vivimos casi 200.000 almas piadosas. Podr¨ªamos aplicar aquello de, en Navidad, siente un pobre a su mesa, siendo el pobre uno de esos migrantes. Ser¨ªa un precioso cuento de Navidad, m¨¢s all¨¢ de los hipergluc¨¦micos anuncios de turrones. Pero todos sabemos que eso no va a suceder. Porque los nuevos vecinos son pobres y negros. Y los espa?oles no somos ni racistas ni xen¨®fobos, pero una cosa es perdonarles la existencia y otra meterlos en tu casa, no sea que se te peguen algo. A m¨ª la primera.