El futuro de Espa?a tambi¨¦n viene en cayuco
Si un ser humano es capaz de cruzar un desierto y un oc¨¦ano para hacerse una nueva vida en este pa¨ªs, ?por qu¨¦ no hemos sido capaces de formular mecanismos para que eso ocurra?
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Antes de que el estallido de crueldad en Gaza deslizara cualquier tema hacia la irrelevancia, a comienzos de octubre, algunos periodistas mostraban las costuras de otra tragedia: el r¨¦cord de llegadas de inmigrantes a Canarias. El furor provocado por las m¨¢s de 32.000 personas que solo este a?o se lanzaron al mar desde ?frica para pisar Europa fue documentado por este y otros medios durante varias semanas.
Los duros testimonios de las traves¨ªas, los datos de llegadas y muertes aumentando tras los d¨ªas, la fragilidad del sistema y los pol¨ªticos hablando de invasiones, de fardos y de tifus hicieron imposible pensar por fuera del enfoque de ¡°crisis migratoria¡±. En esta, como en otras emergencias del pasado, todo lo que trae el mar es negativo, problem¨¢tico o inc¨®modo.
Es dif¨ªcil encontrar relatos que aborden la esperanza, quiz¨¢s porque las malas noticias prevalecen y se llevan todas las palabras disponibles. Aquello que se lee con urgencia y se siente imperativo suele devorarse cosas importantes y muy humanas, como los anhelos, el potencial o las capacidades. A nadie se le ocurre decir que el futuro de Espa?a tambi¨¦n viene en cayuco, y por eso, muy rara vez se le pregunta a las personas migradas ¡ªcomo sugiere Massimo Livi en su libro Breve historia de las migraciones¡ª qui¨¦nes son y cu¨¢l es su plan de vida.
Este abordaje colectivo se alimenta de al menos cuatro narrativas dominantes. La primera concibe la migraci¨®n como una amenaza. A bordo de esas precarias embarcaciones viajan potenciales fisuras de la estabilidad social, de la integridad cultural y del patrimonio econ¨®mico de Espa?a. Luego est¨¢ la migraci¨®n como condena, en la que los m¨¢s paternalistas sit¨²an esas siluetas africanas en un lugar de desarraigo e indefensi¨®n. La vulnerabilidad es inherente y por ello hay que salvarles ahora ¡ªy habr¨¢ que salvarles siempre¡ª.
Todav¨ªa la arquitectura normativa de Espa?a insiste en perpetuar los limbos en los que un migrante debe demostrar hasta el cansancio que tiene razones para permanecer en este suelo
Despu¨¦s est¨¢ la migraci¨®n como un debate economicista, en el que se hacen cuentas para encajar a los extranjeros en el mercado de trabajo, en el argumento demogr¨¢fico, en la oportunidad fiscal o en la utilidad econ¨®mica. Sin alguna de esas categor¨ªas, resulta injustificable la movilidad humana. Y finalmente, est¨¢ la ambigua narrativa del buen migrante, que gira en torno a la meritocracia y que bombea ese imaginario de la excepcionalidad, del esfuerzo y el trabajo duro como monedas de cambio para el arraigo. Es una visi¨®n etnoc¨¦ntrica, en la que para ser iguales, debemos ganarnos el derecho a serlo. Si bien reconoce alg¨²n potencial en las personas, omite que la casilla de salida no es la misma para todas.
En su conjunto, se trata de construcciones que carecen de una reflexi¨®n sustancial: si un ser humano es capaz de cruzar un desierto y un oc¨¦ano para hacerse una nueva vida en este pa¨ªs, ?por qu¨¦ no hemos sido capaces de formular mecanismos para que eso ocurra? Todav¨ªa nos cuesta, por ejemplo, involucrar a los gobiernos y empresas en la creaci¨®n de un sistema que vaya m¨¢s all¨¢ de la acogida y la tutela, y se enfoque en el impulso a la capacidad y la autonom¨ªa de cada ser humano. Nos cuesta entender, incluso en el sector social m¨¢s bienintencionado, que ¡°el desarrollo ¡ªcomo explic¨® el profesor Mbuyi Kabunda¡ª supone ruptura con la dependencia¡±.
Todav¨ªa la arquitectura normativa de Espa?a insiste en perpetuar los limbos en los que un migrante debe demostrar hasta el cansancio que tiene razones para permanecer en este suelo, al que lleg¨® jug¨¢ndose la vida, y mientras tanto la pol¨ªtica se atrinchera en prevenir una debacle del sistema y el relato refuerza una y otra vez la categor¨ªa de ¡°inmigraci¨®n irregular¡±.
A pesar de haberlas visto muchas veces, las fotograf¨ªas de esos j¨®venes que llegan en cayuco¡ª en las que hay cada vez m¨¢s mujeres y ni?os¡ª se difunden junto a publicaciones y titulares que les ponderan como una problem¨¢tica, que ignoran toda esa abundancia en valent¨ªa y resiliencia que les condujo hasta las orillas de Canarias. Porque solo vemos la estrechez y la pobreza, porque nos cuesta pensar que han llegado sin otra esperanza que la de no volver, o mejor dicho, que han venido para quedarse, para so?ar aqu¨ª, para crear aqu¨ª y ser un d¨ªa ¡°los nuevos espa?oles¡±. Todav¨ªa nos cuesta creer por un instante algo de eso y dedicarles, al menos de bienvenida, unas palabras de optimismo.
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